Colombia
Reparar lo que ‘ellos’ devastaron

Las lideresas están dispuestas a que no se repita la violencia, horizonte que vuelven a atisbar y que pretenden borrar del paisaje colombiano. Para ello, abogan por la educación, la justicia social, el cumplimiento de los acuerdos, la verdad, y la memoria histórica.
Yuliana familia
Yuliana Cepeda (izq), ex guerrillera de las FARC, en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación “Marquetalia Cuna de la Resistencia” Elena Bulet

El departamento del Tolima ha sido el centro neurálgico de la guerra. Ahora, en un marco de posconflicto, el lugar es ejemplar por la clara apuesta que están haciendo las mujeres, organizándose por la reconstrucción de su territorio —y, por ende, del país—. Esta demarcación montañosa de Colombia —ubicada en el centro oeste del estado— es el epicentro histórico reconocido como lugar en el que nacieron las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), después de la Operación Marquetalia del Ejército colombiano contra las colonias agrícolas independientes ubicadas en el sur de la región. Pero las hostilidades en estos montes vienen de antes, relacionadas con el período de La Violencia entre conservadores y liberales durante los años 1946 y 1958 —y, por tanto, previo al conflicto conocido como tal—. La inaccesibilidad del abrupto territorio y el abandono del mismo por parte del Estado, propician la lucha de los grupos armados por el control de la región.

Con una guerra de más de medio siglo a las espaldas, Colombia no tendría su primera Ley de Víctimas —que pone nombre a los distintos hechos victimizantes acaecidos en el país y que pretende cobijar a las personas damnificadas— hasta el 2011. Ahora, en el período histórico iniciado después de la firma de los Acuerdos de Paz de La Habana en 2016 —tras unas negociaciones que iniciaron con la presencia única de hombres, y que terminaron con tan solo un 33% de mujeres en las mesas de diálogo, según cifras del Council on Foreign Relations—, las víctimas-supervivientes reclaman que se cumpla lo pactado y denuncian que la violencia, además de no haber terminado, está volviendo. En la histórica zona roja —reputación con la que se conoce el Tolima—, las mujeres víctimas han tomado tanto el escenario institucional, como los espacios en el liderazgo social y comunitario a todos los niveles: de los ámbitos políticos, a humildes proyectos autogestionados por y para las mujeres afectadas en la región.

Las lideresas están dispuestas a que no se repita la violencia, horizonte que vuelven a atisbar y que pretenden borrar del paisaje colombiano. Para ello, abogan por la educación, la justicia social, el cumplimiento de los acuerdos, la verdad, y la memoria histórica. La intervención de las mujeres y el feminismo en los procesos de reconstrucción del relato tradicionalmente silenciado, pone nombre a las realidades particulares de las mujeres durante el conflicto —y después de él—. El objetivo de dejar el ciclo de violencia y reconocer la narración de las mujeres, queda más cerca al trasladar a una realidad colectiva cada crónica vital: construir paz tejiendo una retentiva social, la cual ponga los incisos necesarios a la historia hegemónicamente oficial.

Nancy Arias, liderazgo carismático ante la victimización transversal

“Del antiguo Chaparral no queda nada, se hundió por estar encima de una falla geológica”, dice doña Amalia mientras sirve una botella de Colombiana. Con el gesto curtido y la sabiduría otorgada por el paso de los años, la mujer señala las zonas del cerro más azotadas por el conflicto armado y explica por dónde creaban sus corredores clandestinos los distintos grupos activos. Doña Amalia es una de las integrantes de las veintidós familias beneficiadas por un proyecto de desarrollo productivo para personas desplazadas en el municipio, en concreto en la hacienda Igualara. “Aquí tenemos cerdo, gallina, cultivo”, cuenta la campesina. “Gracias a ella que se encarga de buscar estos proyectos, conseguirlos y que sigan adelante”, dice mientras dedica una sonrisa cómplice a Nancy Arias, la lideresa del proyecto o, mejor dicho, la que se ha encargado de todos los trámites y procesos farragosos para conseguirlo.
Nancy grupo
Nancy Arias en la hacienda Igualara Elena Bulet

“Hay muchas cosas que no comparto con la palabra víctima. A mí esa palabra no me gusta. Me vienen y me dicen: ‘Ay pobrecita...’ Pues no. No me puedo dejar revictimizar. Perdí una condición económica con el desplazamiento, pero ahora tengo conocimiento, que vale más. Hay que tratar de empezar a cambiar la connotación de víctima, no puede seguir siendo la que es. A veces, con una palabra le hacemos daño a cualquiera —reflexiona Nancy introspectivamente, pareciendo haber establecido un diálogo consigo misma—. En el acuerdo se minimizaron mucho los enfrentamientos, pero ahora se vuelve a escuchar la zozobra…”.

En un paraje idílico, Nancy tiene la capacidad de convertirse en la protagonista de la bucólica escena. Firme y sosegada, explica su día a día: es lideresa de la Asociación de Desplazados del Sur del Tolima —ASODESUR— y de la Mesa de Víctimas Departamental del Tolima, tiene un cargo como delegada en la Mesa Nacional de Víctimas —las mesas son espacios de representación institucional de los damnificados, nacidos a raíz de la Ley de Víctimas 1448 de 2011—, trabaja para el sustento económico de su familia, estudia psicología y recursos humanos, y va a clases de inglés. “Mis hijos son mayores, pero igualmente me llaman para darme quejas y ahí estoy yo”, dice entre risas. Compatibilizar todo —incluido el papel de madre— se le hace complicado, pero Nancy, como una gran parte de las mujeres, se ha visto obligada a desarrollar la capacidad de la omnipresencia:

“Cuando salimos de nuestro territorio, las mujeres fuimos madre, padre, buscamos nuestros trabajos. Éramos todo. Si usted mira el registro de víctimas, son muchas las madres que aparecen encabezando el hogar. La mujer es quien anda más con los pies en la tierra, viendo lo que se quiere y para dónde se va. Nosotras hemos cogido un empoderamiento en todo el sentido: en el emprendimiento, los negocios, hasta en el manejo de la plata”.

“Cuando salimos de nuestro territorio, las mujeres fuimos madre, padre, buscamos nuestros trabajos. Éramos todo. Si usted mira el registro de víctimas, son muchas las madres que aparecen encabezando el hogar”

La historia de Nancy, violentada por todos los actores armados, es el paradigma del mismo conflicto. Víctima de hostilidades causadas por las FARC y los paramilitares, Nancy tiene claro que la agresión que más le dolió fue la que vino por parte de la fuerza pública: “se supone que están para apoyar al ciudadano. Pero en mi caso no, eran los que más me estaban atropellando. Iban detrás de mí por unas informaciones de unos paramilitares que querían apartarme de un proyecto que lideraba, y me acusaron de sapa de la guerrilla ante el ejército, que me persiguió y humilló”. La Nancy lideresa se ha tenido que enfrentar al miedo, a las amenazas. Pero su crónica de la violencia se remonta a la juventud.

Nancy
Nancy Arias Elena Bulet

Era 9 de mayo del 2000, y una trágica noticia cubrió la cabecera de la prensa colombiana: “Saldaña, arrasada por las FARC”, publicó el diario El Tiempo. Los hostigamientos previos de las FARC en el corregimiento en el que nació y vivió Nancy, supusieron el primer contacto de la joven con la guerra. “Me llamó mi hermano y me dijo que sacara a nuestros padres y a los niños de allí. Que ya hablaríamos después sobre lo que estaba pasando”. Logró partir junto a su familia y llegar a Rioblanco, dónde encontró un campamento provisional montado en la escuela del pueblo. “Para la guerra no se está preparado. Eso no tiene edad, ni para eso tiene usted estatus, ni plata. La guerra no mide todo eso. La guerra es un monstruo que cuando llega, ataca a cualquier sector”, sentencia Nancy.  Justo a los tres meses del desplazamiento, la joven marchó hacia Chaparral. Sin dinero ni contactos, preñada y con familia a su cargo, encontró trabajo en un local que describe como “un tomadero”. Allí tuvo un pleito con un grupo de paramilitares que se iban siempre sin pagar. Días después, los hombres decidieron volver para vengarse.

“Vivía cerca de un club, donde tenía una pieza, estábamos todos ahí. Salí de trabajar, estaba ya en la vuelta de la esquina del club y me cogieron dos tipos. Iban con armas largas, y de ahí me arrastraron a la puerta del local. Esos fueron momentos difíciles, estaba embarazada de mi hija, estaba de cinco meses. Abusaron de mí. Cuando les daba el reflejo de la luz se notaba que tenían puro corte militar”. Las estructuras patriarcales y la cultura machista trascienden las dinámicas bélicas y establecen sus lógicas y mecanismos transversales en los cuerpos de las mujeres, reducidas a una unidad territorial conquistable: paralelamente al conflicto armado, existe una guerra particular contra las mujeres. “Yo vivía con rabia con los hombres que se me atravesaban. Por la forma que yo me preguntaba... ¿cómo es posible que un hombre se sienta capaz de violar a una mujer?”

Adonai Rincón, la voz de la memoria como revulsivo

“No están siendo contados los abusos sexuales. Aquí a muchas mujeres les tocó acostarse con un tipo para sobrevivir. Hubo un guerrillero que disfrutaba matando a las mujeres: primero las hacía tener relaciones sexuales con él —de las maneras que él quisiera— y siempre terminaba asesinándolas. Eso no lo saben los que están detrás del escritorio. La ley y muchas personas hablan del conflicto a partir de lo que han leído. Nosotros hablamos de lo que hemos vivido”. La presencia solemne y mística de Adonai Rincón muestra a una mujer cercana a la sabiduría de una sacerdotisa, alejada del universo de mortalidad que a su vez relata. Su biografía, al igual que la de sus conciudadanos, está marcada por la cronología del conflicto.

Adonai
Adonai Rincón Elena Bulet

“Bienvenidas a mi hogar, Rioblanco”, saluda la mujer con una cálida sonrisa. “Es complicado venir hasta aquí, lo sé”, añade. Hay que hacer una auténtica odisea para llegar a Ítaca: Rioblanco nunca ha sido un lugar fácil, y la trayectoria vital de sus habitantes, mucho menos. “Mis hijos y yo somos víctimas del conflicto”, relata la lideresa. “Mi familia como tal lo es. Tengo dos hermanos que fueron asesinados por el Frente 21 de las FARC. A mi hermana la mataron en El Líbano, donde operan los bolcheviques del ELN, y a mi hermano lo asesinaron en Chaparral, también los del Frente 21. Nosotros somos víctimas. Víctimas de desplazamiento, víctimas de despojos”.

“No están siendo contados los abusos sexuales. Aquí a muchas mujeres les tocó acostarse con un tipo para sobrevivir. La ley y muchas personas hablan del conflicto a partir de lo que han leído. Nosotros hablamos de lo que hemos vivido”

Oriunda de Chaparral, donde explica que el conflicto “tiene los mismos actores y componentes”, se declara “rioblancuna orgullosa”. Tanto, que se ha convertido en líder de la Mesa de Víctimas de Rioblanco. Adonai llegó al municipio en 1994 como una joven agente de tránsito que se encargaría de regular el tráfico en una zona roja donde “mandaba la guerrilla y el paramilitarismo”. La novata oficial lidió una y mil veces con los distintos grupos armados que actuaban en Rioblanco. Una tarea complicada para una muchacha recién llegada, pero la tenaz profesional no se amedrentó. Al caer el sol, a Adonai le tocaba convertirse en el amparo de los ejecutados: “yo recogía a los muertos. Suena feo, pero era la realidad. Recogía a los muertos… y cada uno de ellos tiene una historia. Yo fui muy acuciosa, recogía un cadáver e indagaba porque… pueblo pequeño, infierno grande. Cada muerto tiene una historia. Y cuando eran mujeres, a mí me dolía más. Recoger a una mujer para mí era traumático, yo terminaba llorando recogiéndola”.

La agente pasó a trabajar en la alcaldía, donde ha desarrollado una larga carrera. Trayectoria interrumpida cuando un caballo de Troya llegó a Rioblanco. La fuerza pública, el ejército, aquellos que supuestamente deben velar por la ciudadanía, se convertirían en un peligro interno. El canto de las sirenas emitido por la administración, prometiendo gratificaciones a los soldados que presentaran más bajas guerrilleras, derivaron en un fenómeno trágico.

Las fuerzas estatales empezaron a ejecutar o retener extrajudicialmente a civiles y hacerlos pasar por miembros de grupos armados, con tal de obtener sus objetivos. La lideresa fue acusada de guerrillera bajo un pretexto tan carente de sentido que ella misma desmontó: “cuando se crearon aquí en Rioblanco las prebendas, les daban dinero a los militares por capturas. Aquí hubo muchos falsos positivos, yo fui un falso positivo y fui capturada durante cuatro meses. Gloria a Dios yo salí de eso, pude demostrar que no era cierto. Todo era a raíz de un informante anónimo, que hizo el escrito —y no está ni firmado—, pero así me capturaron. Después de que salí en libertad pude demostrar que ese informante anónimo nunca existió. Le dieron preclusión al proceso y regresé a mi trabajo”.

Adonai alcaldía
Alcaldía Helena Rodríguez

Alguien —apoyado por la espiral de violencia sistemática— lanzó un dardo envenenado sobre Adonai: la hirió, pero no la devastó. Tuvo la capacidad de resarcirse. Vendó sus heridas, decidió no callar nunca más e inició el proceso que la llevó a ser la lideresa que es hoy en día: “allí la sobrevivencia es tan terrible que uno sale más fuerte. La cárcel me enseñó a no quedarme callada. Desde ahí como que salí con que las cosas que viví, las tengo que contar”. El talante sabio de Adonai le da una visión de futuro que se podría considerar más un augurio que una conjetura: “la paz es posible. Claro que es posible. Ahorita con el acuerdo con las FARC se vio la posibilidad. La desigualdad social y la ignorancia han sido los que han generado un conflicto que no se ha acabado, sino que ha cambiado de nombre. Hasta que el Estado no cumpla siempre va a haber conflicto, porque siempre va a haber alguien que no esté de acuerdo”.

“La desigualdad social y la ignorancia han sido los que han generado un conflicto que no se ha acabado, sino que ha cambiado de nombre. Hasta que el Estado no cumpla siempre va a haber conflicto, porque siempre va a haber alguien que no esté de acuerdo”

“Ser líder social es como un delito para el Estado. A quienes lideramos socialmente nos ven como si fuéramos de extrema izquierda. Y si uno pide los derechos de los demás, peor”. La lideresa no se rinde y sigue con su tarea. Adonai es gran conocedora de la historia del conflicto en el sur del Tolima. Forma parte de ella. Una de sus labores —y pilar de su trabajo social— es preservar la memoria, por eso le gusta mantener un vínculo estrecho con la juventud de Rioblanco y narrar todo lo que pasó, “para que las siguientes generaciones conozcan los hechos y no repitan los mismos errores”, explica. Ve en sus hijos el futuro de Colombia, un futuro de paz y reconciliación. Porque son las víctimas, las mujeres víctimas colombianas y lideresas incipientes, las primeras que apuestan por un futuro posible y en paz en sus territorios.

Heidi Johanna Rojas, liderazgo y autonomía para las mujeres

Lo primero que hace Heidi Johanna Rojas al levantarse es sintonizar la radio. “Esto se lo debo a mis padres”, explica mientras prepara el primer tinto de la mañana. Las manos de Heidi presentan las durezas de quien ha trabajado mucho la tierra, pero trazan movimientos gráciles mientras preparan el café de manera casi inconsciente. Alrededor de la casa, los pollos de la familia revolotean buscando las sobras de la cena de ayer. Sus cacareos se suman a la cumbia y forman la banda sonora de esta serena mañana en el campo.

“El campo es muy bonito por su tranquilidad. Pero, así como se vive de tranquilo, así es de tranquila la economía”, ironiza Heidi. Tanto ella como su madre, la señora María, llevan décadas jornaleando para poder comer. Por ser mujeres, su salario es más bajo que el de los hombres. Muchas veces, la única opción que tienen para conseguir una estabilidad económica es encontrar marido y crear un hogar. Así lo hizo Heidi, aunque eso no le ha hecho desistir de luchar por un cambio: “Yo quisiera ver muchas mujeres de acá trabajando. Tener una economía mejor”.

Heidi
Heidi Elena Bulet

Los Rojas viven en una finca de la vereda La Cabaña, en el municipio de San Sebastián de Mariquita. Cuando se mudaron en el 92, el territorio era zona roja. Pero alrededor del 2000, llegaron los paramilitares a la vereda. Andaban con radios y habían instaurado distintos puntos de control en La Cabaña. Heidi recuerda la poca libertad de movimientos que tenía la población: “Ellos nos ordenaban salir, nosotros salíamos. Decían ‘usted hace esto, tiene que responder por esto’”. Su voz se tensa cuando empieza a contar que también obligaron a la comunidad a reunirse para presenciar el asesinato de un chico. Fue en el patio de la escuela: “Ahora el piso está ya muy gastado, pero durante mucho tiempo se podía ver la marca del disparo”. Cinco años después de que los paramilitares del Frente Ramón Isaza llegaran a la vereda, acusaron a Heidi.

“Yo salí desplazada en el 2005. Me hicieron ir porque decían que teníamos que ver con la guerrilla”, narra Heidi. Se fue para Bogotá con su hijo Tomás y allí se encontró con su pareja de entonces, a quien habían desplazado antes. “Mi estadía en Bogotá fue dura. Me tocaba trabajar y dejar al niño con personas que me lo cuidaran, pero que en realidad me lo maltrataban. Entonces también me separé del papá del niño”. Durante el tiempo que estuvieron juntos, Heidi explica que su pareja la maltrataba y que esta realidad ocurre en muchos hogares de la vereda, pero que es muy duro imponerse, porque dependen económicamente del hombre y además sienten que tienen que aguantar por su hijo. “Por eso también quiero sacar adelante mi autonomía”, afirma.

“Yo era una de las que pensaba que no era necesario que las mujeres se organizaran. Pensaba que podía hacer sola las cosas, porque en las asociaciones surgen más conflictos… Pero en estos momentos me doy cuenta de que sí, de que la unión hace la fuerza”

La cocina de la señora María está repleta de actividad. Heidi ha impulsado una asociación de mujeres que producen guacamole. Con el excedente de aguacate que no pueden vender en el pueblo, siete mujeres de la vereda se juntan y producen El Aguacatal. “Yo era una de las que pensaba que no era necesario que las mujeres se organizaran. Pensaba que podía hacer sola las cosas, porque en las asociaciones surgen más conflictos… Pero en estos momentos me doy cuenta de que sí, de que la unión hace la fuerza. Y más siendo mujeres. Nosotras tenemos un impulso que el hombre no tiene, somos más apasionadas en lo que hacemos. Le metemos el alma”, declara.

— ¿Puedo moverte estos platos? —le dice doña Georgina a la señora María.
— ¡Sí claro, haga lo que tenga que hacer!
—¿Qué peso tenía el aguacate? —pregunta Natalia—. Dependiendo del peso del aguacate irán los otros ingredientes.
—¡Hay que aprender a lavarlo y usar cuchara de palo! La otra puede dar óxido. El metal es metal... —indica doña Georgina, que confiesa haber estudiado para ser chef.

Distintas generaciones de mujeres preparan el aguacate delante de uno de los ventanales de la habitación. La luz que se filtra desde el exterior fotografía cada uno de sus movimientos. La cocina de la madre de Heidi es la que está más cerca de cumplir las condiciones higiénicas para poder certificar el producto. Aun así, le faltaría tener el techo de madera cubierto y eso supone una inversión económica que por el momento no pueden realizar.

Grupo cocina
Cocina de la madre de Heidi Elena Bulet

Cuando van a eventos a dar a conocer su guacamole, Natalia también trae una muestra de las artesanías que hace por encargo. La amiga de Heidi enseña en el celular las fotos de las pulseras que elabora, mientras cuenta anécdotas de la asociación: “¿Ahora ya nos entendemos, cierto Johanna? Nos ha tocado correr detrás de buses o apretarnos todas durmiendo en la misma habitación cuando vamos a los eventos de Ibagué. Nos vemos ya como empresarias y pensamos en un futuro en el que la empresa le dé trabajo a más personas”.

Crear emprendimientos económicos es una forma de empoderamiento de las mujeres, especialmente en las zonas rurales, donde los marcados roles de género las encorsetan en trabajos reproductivos no remunerados y labores domésticas. Según la Red de Educación Popular entre Mujeres de Latinoamérica y el Caribe, “cuando se visibiliza a las mujeres en la economía salen a la luz también las bases de la desigualdad sobre las que está construido el sistema económico”.

“No me había pensado como líder hasta hace poco”, confiesa Heidi. Pero la fuerza con la que lucha para el bienestar de la gente de su alrededor así lo demuestra. Además de El Aguacatal, también ha impulsado un proyecto educativo para que las personas puedan estudiar los fines de semana en la vereda. Si pudiera elegir, Heidi estudiaría derecho. “Creo que el abogado, por estudiar tanto, tiene la facilidad de tener mucho conocimiento de todo”, relata. “Seré loca, porque yo a mis 35 años quiero tener una carrera. Y acá en el campo es difícil, te dicen que mejor que te dediques a hacer tus matas y ya”.

Yuliana Cepeda, la construcción de paz desde las FARC

Yuliana también está un poco molesta. “Yo soy una de las que tiene una carpeta así de grande”, arguye mientras señala el grueso de su carpeta con las manos. Está repleta de diplomas y certificados obtenidos en los cursos que se han hecho en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) “Marquetalia Cuna de la Resistencia”, situado en Gaitania. Hace tres años que Yuliana vive allí con su familia. Habitar en el ETCR es complicado. Formarse en el ETCR, también: “Se dan unas capacitaciones, pero la gente guarda su papel y lo archiva, porque no van a servir de nada. Si se enseña a criar a un marrano, pues que nos den el marrano. La gente del campo necesita teoría y práctica inmediatamente”.

Yuliana Cepeda —pseudónimo— es una exguerrillera de las FARC en proceso de reincorporación. Ingresó cuando tenía quince años, en un pueblito al sur del Tolima. Por aquel entonces, los integrantes de las FARC le despertaban admiración. Los observaba en el cafetal, en los ríos o en los caños de su pueblo. “Uno los miraba y decía: ¡Tan chévere que viven ellos!”, recuerda Yuliana. Sentía que tenían una cultura diferente. “Su modo de vestir de camuflaje, las mujeres con las orejas llenas de aretes, los muchachos con chaquiras que les colgaban de los hombros…”.

Yuliana Selva
Yuliana Elena Bulet

Yuliana decidió ingresar y la aceptaron. Aunque no solamente tomó esta decisión por admiración. La falta de referentes y la pobreza de las familias conducen a los jóvenes a encontrar en las FARC una manera de luchar por el cambio. “Yo pienso que, de cierta manera, todos los guerrilleros y guerrilleras fuimos como arrastrados a ingresar. Debido a la falta de oportunidades”, reflexiona Yuliana, que participó durante 10 años en la lucha armada.

En el espacio territorial “Marquetalia Cuna de la Resistencia” (oficialmente ETCR El Oso), viven aproximadamente 160 personas, 70 de las cuales son exguerrilleros en proceso de reincorporación. El campamento es reducido y está todavía en construcción. La naturaleza de su entorno es exuberante. Grandes cerros verdes enmarcan las casas amarillas del campamento. La parte inferior de las viviendas está pintada de tonos pastel: los hay azules, rosas, naranjas, rojos y verdes. La viveza de los colores aporta pizcas de alegría al ambiente pesado de las callejuelas del ETCR.

La convivencia no es fácil. En cada casa viven tres o cuatro familias que comparten un solo baño y una sola ducha. Muchas también tienen que comer en la misma pieza donde duermen. “Nos trasladaron desde el Valle del Cauca. Ha sido muy complicado vivir, porque estamos todos muy condicionados. Tampoco teníamos las mejores formas de subsistir dentro de la selva, pero al menos existían espacios privados”, explica la exguerrillera del Frente 21. Mientras Yuliana describe la realidad del ETCR, su hija Laura revolotea alrededor de la silla. Tiene apenas dos años. Juega con las piedras y, de tanto en tanto, reclama un poco de la atención: “¿Qué quieres amor?”, le responde Yuliana con ternura. En el antebrazo, Yuliana luce un tatuaje con el nombre de su hija unido de principio a fin por una línea que dibuja un infinito.

“Creo que por el afán de participar en la política se cometió un error muy grande. Hacer la dejación de armas en una sola etapa. Cuando nosotros estábamos aquí armados, a nosotros nos cumplían. Pedíamos agua y nos llegaba agua. Ahora, pedimos agua y no nos mandan nada”

Tras los Acuerdos de Paz de La Habana en 2016, las FARC entregaron las armas. Se disponían a iniciar el proceso de reinserción en la sociedad y a fundar su partido político. Desde entonces, Yuliana siente que han estrechado lazos con las comunidades de Gaitania. “Nos dicen que gracias a que nosotros estamos acá viven una tranquilidad. Que no están pensando que un helicóptero va a rafaguear, que va a haber un tiroteo mientras recogen el café, un falso positivo, un muerto… Eso hace que nos sintamos aceptados dentro de las comunidades”, expresa la exguerrillera. Pero también desde que entregaron las armas el gobierno ha dejado de cumplir lo prometido: “Creo que por el afán de participar en la política se cometió un error muy grande. Hacer la dejación de armas en una sola etapa. Cuando nosotros estábamos aquí armados, a nosotros nos cumplían. Pedíamos agua y nos llegaba agua. Ahora, pedimos agua y no nos mandan nada”.

Yuliana montana
La Gaitana Elena Bulet

No hay una única perspectiva bajo la cual analizar el conflicto armado que ha vivido Colombia. Victimarios y víctimas intercambian papeles según el testigo que narra la historia. “Yo me considero víctima, porque si tal vez el gobierno hubiera tenido otras prioridades, como tener en cuenta toda la población, tal vez la guerrilla no hubiera existido. La guerrilla existió por la desigualdad. Lo que pasó en el 64 todavía persiste: la gente quería una escuela y una vía, un camino, una carretera. Y en vez de ayudarlos les metieron armas y bombas y aviones. Eso fue el principio de la organización”, concluye Yuliana.

Para la exguerrillera, la paz es posible, pero hay que construirla entre todos. Y para ello es indispensable una reconciliación entre la comunidad. “De sentarse a hablar usted como madre de un soldado y yo como madre de un guerrillero y saber que por algún motivo hubo un muerto. Compartamos historias. ¿Qué pasó?¿Cómo fue eso? Y así se va llegando a un acercamiento”, concluye Yuliana, mientras le da el pecho a su hija.

Leonoricel Villamil, reivindicación de derechos como camino hacia la paz

En la misma cordillera cubierta de plátanos y cafetales, las mujeres del corregimiento de Gaitania se han organizado para construir la paz en su región y luchar por sus derechos, con la empatía como motor de entendimiento. La impulsora del movimiento Voces de Mujeres Rurales Urbanas por la Paz de Gaitania y del Consejo de Mujeres por la Paz de Planadas tiene nombre y apellidos, Leonor Villamil Toro, así como una gran presencia política local, pero en la zona se la conoce como Leo. En 2020 Villamil desarrolla su tercer período como concejal en Planadas por el Partido Verde, en representación de Gaitania, y ejerce de 2ª vicepresidenta del Concejo, siendo ella la única mujer en una asamblea compuesta íntegramente por otros doce varones.

Leo retrato
Leonoricel Helena Rodríguez

Además de dedicarse a la función pública y al trabajo por la comunidad, Leo también se hace cargo de la finca y los cafetales familiares. Mientras recorre la finca paterna, repasa su dura historia familiar, ligada al devenir del conflicto. “Me he visto afectada tanto y de tal manera que... una de ellas fue la terminación de mi familia, que constaba de cinco hermanos varones y mi persona. De ellos ya no queda ninguno“. Después de tomar aire, Leonoricel reflexiona: “Cuando a una le tocan es cuando siente y sabe el valor de las demás mamitas”. La campesina llegó a Gaitania con tres años y desde ese entonces aquí se crió, se educó y tuvo tres hijos, de los cuales solo le quedan dos. “El hijo me lo asesinaron el 27 de septiembre de 2015, a la edad de 28 años, junto con mi hermano y otro campesino”. Mientras clava la mirada en las montañas lejanas que los cafetales pintan al estilo puntillista, Leo habla del “temor de la gente a venir” durante años y años, y recuerda “cuando los helicópteros pasaban por encima de nuestras cabezas y el Ejército por tierra, y uno no sabía a quién ponerle cuidado; estábamos en medio de las balas, pero se seguía recolectando café”.

“Los helicópteros pasaban por encima de nuestras cabezas y el Ejército por tierra, y uno no sabía a quién ponerle cuidado; estábamos en medio de las balas, pero se seguía recolectando café”

La historia aún sigue viva en la memoria de los y las habitantes de las veredas y casas de Planadas. “Aquí hay gente todavía que vivió y vio la Operación Marquetalia —remarca Leo—, y hay gente que combatió obligatoriamente contra la guerrilla, porque en ese entonces prestaban su servicio militar y todavía están acá”. Pero esta historia narrada desde la distancia y la falta de empatía se han convertido para muchos en una marca que desean olvidar. “Aún hoy día todavía sigue el estigma de que aquí nació la guerra… Y eso es lo que nosotros estamos tratando de borrar”, dice Leo, a la vez que su mano derecha hace un gesto de borrar una pizarra.

En el año 2015, después de asistir a un encuentro de Mujeres por la Paz en Bogotá, vio claro lo que tenía que hacer. “Me tomé el atrevimiento de vincularme, participar y representar a la mujer planaduna. Empecé a ir a las veredas a decirles cómo debíamos comenzar a articularnos, mostrar que sentimos un dolor pero que ya debemos dejar los miedos y hemos de reclamar los derechos que tenemos según la constitución”, declara Leo al recordar sus primeros pasos en la organización de mujeres. En el primer encuentro que organizaron participaron más de 500 mujeres, e hicieron una videoconferencia con Victoria Saldino, Directora de la Subcomisión de Género de los diálogos de Paz de La Habana (Cuba), y durante la cual todas las mujeres de las veredas presentaron una propuesta. De esta forma es como nació el Consejo de Mujeres por la Paz de Planadas, y según reporta Leo, hoy en día hay otras ocho asociaciones de mujeres. Durante los últimos 5 años, las mujeres de Planadas han interactuado con las mujeres del ETCR de El Oso, entre las que se cuenta Yuliana.

Villamil ha trabajado activamente en todo el proceso de paz, y subraya la fortaleza que les ha supuesto que los Acuerdos de la Habana hayan incluido en uno de sus principales puntos la equidad de género, pero ahora denuncia la falta de cumplimiento del esclarecimiento de la verdad que tanto los Acuerdos como la JEP —la Jurisdicción Especial para la Paz— recogen. No fue hasta mediados de febrero de 2020, casi cuatro años después de la firma de los acuerdos, que la Comisión de la Verdad instaló la primera Mesa Técnica de No Repetición, como recogen los documentos publicados por la propia alcaldía de Planadas. En el posacuerdo aún hay mucho que hacer para que el enfoque de género sea más que un enunciado, tal y como destacan los dos informes de seguimiento al enfoque de género realizados por el Instituto Kroc para Estudios Internacionales de Paz, ONU Mujeres, la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM) y el gobierno de Suecia.

Leo sofa
Leo en su hogar Elena Bulet

Además, Leo denuncia que hay gente que aún vive con temor, porque “todavía siguen los señalamientos y hay muchas irregularidades, mucha incertidumbre”. Se trata de la amenaza difusa de los llamados “grupos posdesmovilización”. A las afueras de Planadas, la lideresa comparte en la humilde sala de estar de una de sus vecinas café tinto de “La Leona”, la marca de cafés de especialidad que impulsó su difunto hijo y que ahora encabeza su hija, Laura Enciso. Mientras remueven la oscura bebida, las paisanas expresan su preocupación por la persistencia de la violencia. “Hablan de disidencia, de grupos que no sabemos quiénes son, de dónde son, cómo son… Con la guerrilla se sabía quién era el guerrillero, pero uno ahoritica no sabe quién es quién... 158 armados con fusiles en Ataco-Planadas. ¿Y eso es delincuencia común?”, ironiza la concejal, que tiene presente el más reciente de los asesinatos. “El último que mataron, fue dentro, aquí en el pueblo, en plena calle, y las mujeres no nos estamos escapando de la muerte, lo asesinan por callarlo o callarla a una”, lamenta Leo.

Luz Ángela Yate, en búsqueda de una verdad reparadora y una vida digna

El sentimiento de peligro y desprotección también está presente, como la sombra un mal recuerdo, entre las casas de barro y paja del resguardo indígena de Chenche Balsillas, ubicado en el municipio de Coyaima. Luz Ángela Yate ejerce de gobernadora de esta pequeña comunidad de Pijaos, y está amenazada como miembro de la Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima (ACIT), organización que participó en los diálogos de La Habana. Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz Indepaz, “desde la firma de los acuerdos de paz en 2016 hasta el 21 de agosto de 2020 han sido asesinados 1.000 líderes y lideresas sociales y personas defensoras de derechos humanos en Colombia”. El 70% de estos asesinatos se cometió en sectores rurales, enfrente del 30% en sectores urbanos, y hasta el 37,6% de las personas asesinadas eran indígenas.

“Mi comunidad fue azotada del 2000 al 2005. Entonces, hubo muchas mamitas que se tuvieron que ir. Acá tuvimos primero la entrada de la guerrilla y luego vinieron las Autodefensas Unidas de Colombia, los paramilitares”

En el patio trasero de la sede de la gobernación del resguardo, Luz empieza a contar la historia de su comunidad —y su historia— con el conflicto armado. Los garabatos de niños, visibles en una de las paredes a medio pintar del edificio, revelan que la sede también es el hogar de una familia. Un espacio abierto al aire libre, con una hamaca deshilachada balanceándose ligeramente con el viento. “Mi comunidad fue azotada del 2000 al 2005. Entonces, hubo muchas mamitas que se tuvieron que ir. Acá tuvimos primero la entrada de la guerrilla y luego vinieron las Autodefensas Unidas de Colombia, los paramilitares”, recuerda Luz.

Disputas territoriales, intereses económicos y conflicto político se entrecruzan en este plano árido mantenido con vida gracias a los ríos. Según recoge el informe elaborado por el CNMH De los grupos precursores al Bloque Tolima (AUC), las tres bases que los paramilitares instalaron en la zona fueron situadas, intencionalmente, sobre el macroproyecto de riego del Triángulo del Tolima, que “ha llevado como resultado desde finales de 1999 un avance intensificado del paramilitarismo, (…) dejando un crecido número de víctimas”. En la zona indígena, el Bloque Tolima de las AUC mantuvo control territorial desde su incursión en 2001 hasta su desmovilización en 2005.

Luz

Sentada al cobijo de la sombra, la gobernadora indígena deja espacio para que respiren las ideas que explica. “Como comunidad indígena nos ha afectado mucho el conflicto armado, porque aquí en mi censo hay muchos compañeros que están desplazados”. Según recogen los informes de esclarecimiento de la verdad, una de las mayores afectaciones que ha sufrido el Pueblo Pijao tiene que ver con el desplazamiento forzado. “A raíz del accionar de distintos actores armados, entre los años 2003 y 2008, se registraron 92.409 casos de desplazamiento en municipios del Tolima donde habita parte de la población pijao, lo que equivale al 26% en relación con el total de desplazamientos del departamento”, según los datos del CNMH. Este hecho se reconoce a nivel nacional como uno de los procesos de desplazamiento indígena de mayor impacto.

La conquista de territorios enemigos llegó a los cuerpos de las mujeres, entendidos como un terreno más en disputa. “Ellos [los paramilitares] violentaron a muchas mujeres, nos violentaron, porque yo soy una víctima más de eso”, recuerda Luz, que cierra sus ojos y posa su mano sobre el pecho. Según cuenta la líder indígena “Siempre hemos tenido ese miedo a, entre nosotras mismas, contar la agresión”. Además, durante mucho tiempo, la naturalización de la violencia sexual fue tan fuerte que llegó a impedir verla como un delito, tal y como relatan numerosos informes sobre derechos humanos. Pero Luz no se quiere callar. “En este momento yo estoy luchando por formar parte de una asociación de víctimas, estoy en ese proceso, y por eso me siento fortalecida… En mí, como mujer, el miedo que tenía ya… ya se me fue, aunque es algo por lo que una queda marcada como mujer. Quiero buscar la forma de hablar con las mamitas que tuvieron ese tipo de problemas, impulsar que hay que comentarlo”.

La historia de empoderamiento de la joven gobernadora indígena comienza con el proyecto Mamitas en Acción. Al organizarse después de las violaciones de derechos humanos que sufrió, Luz logró acceder a espacios sociales y a roles nuevos con alta responsabilidad dentro de ACIT, pese a que tuvo que sufrir vejaciones machistas cuando se postuló como gobernadora de Chenche Balsillas. Su propio liderazgo le ayudó incluso a cumplir su sueño de viajar en avión y de dar a conocer su comunidad. “Para mí era muy importante estar en la comunidad —explica Luz— pero más importante fue el poder estrechar la mano al presidente y decirle: ‘Vea, en mi comunidad… Quiero que vaya a mi comunidad, que se dé cuenta de cuál es la problemática que tenemos…’ Y él dijo: ‘Sí, sí’, pero nunca vino...”

Luz oscuridad
Luz en su hogar Elena Bulet

Al tiempo que querer mejorar las condiciones de vida de su comunidad, que carece del saneamiento básico de servicios públicos y de gas, Luz cuenta que se hizo líder para “ayudar a que la verdad se sepa”, ya que considera que contar lo que pasó es una necesidad indispensable para reparar a las víctimas. Narrar, según recogen diferentes académicos y académicas, se convierte en un acto de resistencia frente al olvido y en una manera de construir memoria colectiva. “Para nosotros es muy importante contar —explica Luz— porque, aunque a veces decimos que las heridas sanan, no es verdad, se mantienen ahí con nosotros. Para no tener tristeza, necesitamos saber la verdad, la verdad contada por nosotros mismos”.

De esta forma, poco a poco se subvierte la historia escrita desde la visión del victimario, aunque el pasado nunca se pueda restituir de manera perfecta. “Necesitamos saber quiénes y por qué —prosigue Luz—. Yo creo que llegó la hora de que la verdad sea contada desde nuestros propios abuelos y abuelas porque ellos son los que saben, y con ellos vivimos la violencia y ellos fueron quienes nos protegieron en algún momento. Sí, para tener paz necesitamos que se sepa la verdad”.

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