Colonialismo
“Exterminad a todos los salvajes”
Desde hace ocho años, documento las tácticas de opresión colonial y militar que Israel aplica en toda la región: la ocupación en Cisjordania, los bombardeos en Beirut durante la reciente guerra en Líbano, los campos de refugiados en Siria y las evacuaciones de habitantes de Gaza a través de las fronteras egipcia y jordana. Cada lugar que visité, cada encuentro con familias, me hizo entender que no se trata solo de conflictos puntuales, sino de un patrón sistemático que impacta la vida cotidiana de millones. Llegué a Cisjordania en 2016 y me establecí en el norte, en la ciudad de Nablus. Allí trabajé con menores encarcelados en prisiones israelíes: niños y niñas, algunos de apenas 14 años, que habían pasado meses encerrados sin juicio ni pruebas, bajo la llamada detención administrativa, un mecanismo legal que permite a las autoridades israelíes detener a personas sin cargos formales. No se trata solo de controlar el territorio: estas prácticas buscan deshumanizar a toda una generación, minar la infancia y dejar cicatrices profundas en toda la sociedad palestina.
Durante esos años entrevisté a la Dra. Samah Jabr, psiquiatra palestina reconocida por su trabajo en salud mental. Le pregunté por qué Israel detenía y encarcelaba a menores, y ella me respondió que no era por ser niños, sino simplemente por ser palestinos. La estrategia busca fragmentar la sociedad desde la infancia, porque a Israel solo le interesa una tierra sin palestinos. De esta conversación surgió otro debate: la inacción de la comunidad internacional durante décadas.
Occidente no puede criticar a Israel porque aún no ha resuelto su propio pasado colonial. Cada país europeo arrastra una historia de colonialismo por la cual nunca ha pedido perdón; negar ese legado los hace cómplices y facilita su silencio frente a Israel. Ha llegado el momento de afrontar estos temas pendientes. Desde el reparto de África en el siglo XIX hasta las guerras coloniales del siglo XX, los imperios europeos construyeron su prosperidad sobre el despojo de otros pueblos. La idea de que había ‘civilizados’ y ‘salvajes’ justificó campañas de conquista, trabajos forzados, deportaciones y exterminios. Es el mismo lenguaje que hoy resuena, con otros términos, en los discursos que reducen a los palestinos a un problema de seguridad y justifican su despojo y control. Para muchos, el proyecto sionista fue posible por el mismo impulso que guió a los colonos europeos en otros continentes: la convicción de que podían asentarse en una tierra ajena, desplazar a su población originaria y reorganizar el territorio de acuerdo con sus propios intereses. No es solo una política de un gobierno o de un líder; es un marco histórico y mental que Europa exportó y que aún sostiene”.
La ocupación y el régimen de asentamientos en Cisjordania, el asedio de Gaza y la violencia recurrente contra la población palestina reproducen patrones coloniales bien conocidos: control de la tierra y los recursos, militarización de la vida cotidiana, negación del derecho al retorno y de la igualdad política. Como escribió Edward Said en Orientalismo (1978), Occidente —primero Europa y después Estados Unidos— construyó durante siglos una imagen distorsionada y jerárquica del ‘Oriente’, especialmente del mundo árabe-islámico. Esa representación, señaló Said, nunca fue neutra: sirvió para justificar la dominación política, militar y cultural. En esa misma línea, Israel y sus aliados han producido narrativas que presentan a los palestinos y a los pueblos árabes como amenazas, ‘salvajes’ o ‘terroristas’, un discurso que facilita la aceptación de la ocupación y de la violencia sobre ellos. De manera similar, el término ‘islamofobia’ presenta el racismo hacia los musulmanes como una fobia —un miedo individual—, cuando en realidad se trata de discriminación estructural y violencia cotidiana.
El problema no es solo el liderazgo israelí actual ni una ideología concreta: es una tradición europea de expansión y dominio que seguimos sin confrontar. Mirar estas imágenes no es solo mirar a Oriente Medio; es mirarnos a nosotros mismos, al espejo de la historia. Europa, que se presenta como defensora de los derechos humanos, ha sostenido y armado a quienes replican fuera de sus fronteras las lógicas que la hicieron poderosa. Reconocer esa continuidad no exime de responsabilidades individuales ni políticas, pero obliga a ampliar el marco: no basta señalar a un líder o a un Estado; hay que interrogar el legado que los hizo posibles.
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