Colonialismo
Isabel Figueiredo: “Las antiguas colonias portuguesas aún hoy padecen del colonialismo, este lado oscuro tiene que estar en nuestra Historia”

La autora de ‘Cuaderno de memorias coloniales’ recupera su infancia en Mozambique, marcada por el racismo de sus padres y su entorno blanco contra los habitantes negros de la colonia.
Isabel Figueiredo.
Isabel Figueiredo. Catarina Brites Soares
26 dic 2021 06:06

Isabel Figueiredo tocó en la herida y la abrió hasta que doliera mucho. La autora de Cuaderno de memorias coloniales recupera su infancia en Lourenço Marques, hoy Maputo, para hablar sobre lo que afirma que los portugueses no quieren escuchar: el pasado colonial. El pensador José Gil, autor portugués crucial, escribe sobre el Cuaderno que “ningún otro libro ha restituido mejor que éste la verdad desnuda y brutal del colonialismo portugués en Mozambique”. Paulina Chiziane, que acaba de ganar el Premio Camões, dice que se le cayeron las lagrimas cuando lo leyó porque la hizo revivir los momentos más duros de su vida. “Este libro trata de las relaciones de género, del colonialismo y del nacionalismo. Pocas son las obras literarias que hablan sobre los mismos temas con tanta profundidad”, escribe en el prólogo.

Cuaderno de memorias coloniales, traducido este año por Antonio Jiménez Morato y publicado por Libros del Asteroide, se ha consagrado como uno de los grandes títulos de la literatura portuguesa reciente, es un ajuste de cuentas familiar y nacional. En una entrevista a El Salto, Isabel Figueiredo afirma que también es la petición de disculpas que Portugal debería hacer. La escritora portuguesa, nombrada con el Cuaderno para el Femina Estranjero —uno de los premios literarios franceses más importantes— espera publicar su próxima obra antes del verano. Sobre él dice que será un libro muy anticapitalista.

Dice que Cuaderno de memorias coloniales fue una respuesta a la narrativa suave del poscolonialismo que se estaba escribiendo en Portugal. ¿La Historia estaba —está— siendo mal contada?
Hasta el libro, sí. Todo lo que aprendemos en la escuela es una visión, una epistemología, una forma de ver las cosas. Hay muchas maneras de ver las cosas. De hecho, cuando era niña, veía ese período colonial de una manera diferente porque no estaba contaminada por una epistemología, una visión del mundo. Era profundamente inocente. La historia que se cuenta sobre los descubrimientos debe equilibrarse con lo que era el colonialismo como ideología. No podemos simplemente hablar de nuestra gran aventura de descubrir el mundo. Partimos en barcos y trajimos a Europa el Nuevo Mundo que ya existía allí. Lo que sigue —política, religiosa e ideológicamente— tiene consecuencias políticas que aún hoy son visibles y obstaculizan el progreso de esas tierras y pueblos. Las antiguas colonias portuguesas y las de España aún hoy padecen del colonialismo. El colonialismo está en todas partes: es una ideología que se apropia y no habilita. Este lado oscuro tiene que estar en nuestra Historia. El programa educativo de Portugal y el de España —porque en España no es diferente— deben ser revisados ​​y deben incluir un discurso paralelo sobre cómo fue encontrar y explorar este nuevo mundo, y qué consecuencias tuvo y sigue teniendo hoy.

Yo era hija única, estaba bastante sola, me pasaba el día con mi mamá y tener una nueva persona en casa era maravilloso, pero me daba cuenta que esa persona le tenía miedo a mi mamá

El libro es un ajuste de cuentas con su padre y con la Historia. ¿Sentía la necesidad de restablecer una verdad?
Cuaderno de memorias coloniales inició una etapa en Portugal. Digo esto con mucha honestidad y sin querer darme crédito. La literatura portuguesa se había ocupado vagamente de las cuestiones del colonialismo. Hélder Macedo y Eugénio Lisboa, por ejemplo, habían tratado de plantear algunos temas en sus obras pero muy superficialmente. Después había otros autores —como Lobo Antunes— que hablaban de la guerra colonial. No obstante sobre la vida cotidiana, sobre lo que pasaba dentro de la familia y en el hogar, lo que es la intimidad, nadie se había atrevido y este libro es importante porque trae esta narrativa. Después del libro empezaron a surgir otras obras como las de Yara Monteiro, Dulce Maria Cardoso y Paulo Faria.

Habla del racismo activo, personificado por su padre, y el pasivo, a través de su madre. ¿La molestaban de la misma manera?
Sí. El racismo de mi madre estaba muy relacionado con los sirvientes domésticos. La forma poco elegante y desdeñosa que trataba a estos niños, que por lo general eran bastante jóvenes. Ese sirviente para mí era una persona más con la que podía jugar y hablar. Yo era hija única, estaba bastante sola, me pasaba el día con mi mamá y tener una nueva persona en casa era maravilloso, pero me daba cuenta que esa persona le tenía miedo a mi mamá. Ese chico, de 15 o 16 años, que jugaba y se reía conmigo era “el otro” para mis padres. El racismo de mi madre está en estas relaciones de poder no violentas, pero que segregan y que separan. Creo que mi padre sentía más empatía por sus empleados favoritos que mi madre, aunque ella tuviese una relación no violenta o agresiva con ellos.

Mucha gente no era un agente activo del colonialismo como lo era mi padre, pero estaban de acuerdo con ese sistema. Todos ayudarán el sistema, a través de implícitos y silencios

Muchos retornados no se ven a sí mismos en esa imagen de colonos y se sienten insultados. ¿Su libro es una injusticia para ellos o esta es la narrativa poscolonialista suave que critica?
Mi libro no es una injusticia para esta gente. Es cierto que muchos portugueses tenían sus amigos africanos, pero implícitamente había una diferencia, implícitamente esa persona tenía una posición inferior y solo nos damos cuenta de esto si estamos dentro del sistema y podemos saber cómo estas personas hablan de ellos cuando no están. Ahora estoy hablando de gente de clase alta. Algunos de mis amigos retornados decían que tenían amigos de todas las razas y yo les pregunto: ”¿dónde vivían?” y no saben contestarme porque nunca fueron a su casa. Después hay otro fenómeno. Mucha gente no era un agente activo del colonialismo como lo era mi padre, pero estaban de acuerdo con ese sistema. Todos ayudarán el sistema, a través de implícitos y silencios. En Mozambique, estudiaba en una escuela privada y me acuerdo que había estudiantes de Goa, paquistaníes, mulatos. Sin embargo el color, la gradación del color, contaba para los profesores y para los estudiantes. Hay un episodio en el libro que traduce bien esta idea. Cuando le doy una bofetada a Marisa, una mulata, fui  perfectamente consciente de que no habría consecuencias. Hay un pacto de toda la comunidad que excluye a los negros. Es muy interesante cómo se procesó el apartheid en las colonias portuguesas. En Sudáfrica estaba escrito en las puertas: blanco, no blanco. En las colonias africanas esa diferencia existía, pero no era verbalizada.

Dice que también es producto de la explotación de blancos sobre negros. ¿El libro es la petición de disculpas que afirma que Portugal debería pedir?
Portugal debería disculparse y eso tendrá que suceder tarde o temprano. Cuando escribí el libro, era urgente para mí contar esta versión de la Historia y poder desenmascarar a mi padre porque solo después de eso podría hacer las paces con él. Necesitaba este trabajo psicoanalítico, que fue muy complicado para mí. Con el tiempo me he dado cuenta de que este libro es más que una historia de amor para un padre. Es también la asunción de un comportamiento ideológico, político y social de los portugueses hacia sus antiguas colonias, y que merece ser visto por africanos y portugueses como un pedido de disculpa. Nada me impide disculparme en nombre de mi padre y de lo que yo mismo heredé de la época colonial. Si Portugal necesita mi voz para verbalizar esta disculpa, estoy aquí para eso.

Cuando regresa de Lourenço Marques, hoy Maputo, en 1975, tenía 12 años. Sus padres se quedan en Mozambique y se va a casa de su abuela, en Caldas da Rainha. Recuerda que hizo todo lo posible para omitir que era retornada en Portugal. ¿Por qué esta vergüenza?
El contexto político era de izquierda, marxista-leninista. El 25 de Abril acababa de suceder. Era una vergüenza asumirse religioso o decir que se tenía alguna espiritualidad. Era políticamente correcto ser de izquierda y ser ateo. Y, usemos una palabra de moda, el discurso dominante era el marxista-leninista, que estaba a favor de la autodeterminación de los pueblos africanos y condenaba el colonialismo. Cuando llegué a Portugal, tanto yo como los restantes retornados, éramos insultados porque éramos los racistas, los fascistas, los reaccionarios, los explotadores. Llegamos a un lugar donde las personas que éramos eran las odiadas. ¿Si yo era fascista reaccionaria? No, pero estábamos todos incluidos en un pastel gigante.

Los retornados éramos personas que nadie quería en ningún lado, no nos querían dónde veníamos y no nos querían aquí

Su propia familia le decía que era una retornada que había explotado a los negros. Los retornados eran personas non gratas en Portugal y en las antiguas colonias, de dónde se sentían.
Cuando sucedió el 25 de Abril, la Administración Pública —y aquí hablo de la policía, de los militares, del poder— comenzó a retirarse de las colonias. Estas quedaron en el caos, en el desgobierno. Los movimientos de liberación que acababan de llegar a las ciudades no tenían capacidad organizativa todavía. Las instituciones habían desaparecido y era importante construir otras. Había un poder arbitrario que era el poder de los grupos que se formaban para controlar, por ejemplo, una carretera. Para hacer un camino de 13 km teníamos que pasar por tres, cuatro, cinco grupos de control en los que teníamos que mostrar documentos y —como era un poder arbitrario— no sabíamos lo que iba a pasar. Hubo mucha venganza de los africanos contra los portugueses, hubo un uso arbitrario y abusivo del poder. La mayoría de nosotros, los portugueses, cuando llegamos a Portugal vinieron realmente como fugitivos, como exiliados, acosados. Este enfrentamiento entre el acoso y el hecho de que aquí no nos querían generó una chispa de rebelión y una revuelta grandísima. Recuerdo que en la escuela los estudiantes que se portaban peor eran los retornados. Éramos los malos en Portugal. En realidad éramos personas que nadie quería en ningún lado, no nos querían dónde veníamos y no nos querían aquí.

¿Cómo se gestiona este doble rechazo?
No soy de enfrentamientos y violencia. Yo opté por ocultar mi condición y origen, y disfrazarme de portuguesa que nació aquí. Muchas personas, especialmente los chicos, se volvieron violentos.

¿A que se refiere cuando afirma que ocultaba su condición?
La forma cómo me vestía, cómo me sentaba… Mis modos no eran lo suficientemente recatados. Yo era demasiado feminista y abierta. Lo que sentí cuando llegué fue que los portugueses estaban cerrados, contraídos y asustados, y yo no tenía eso. Yo me sentaba con las piernas abiertas e iba a la escuela a comer una pieza de fruta, y esto no se hacía. No salías a comer. Había reglas que para mí eran incomprensibles. Había mucha vergüenza, mucha cárcel en los gestos y los que veníamos de África no teníamos eso. Habíamos tenido una buena vida, sí. Lo que soy depende mucho de las condiciones que alcanzó mi padre en África. Si yo fuera hija de un electricista en Portugal en los años 60, no habría tenido el nivel de vida que tuve y que alcancé. Mi padre fue a África para escapar de la pobreza y en ese sentido tuvo éxito. Mi padre me ofreció mundos y en Portugal jamás podría haberlo hecho.

El Portugal de hoy es ciertamente diferente del Portugal de la época, pero ¿ha cambiado tanto?
Hay más apertura, más tolerancia pero no ha cambiado radicalmente. Portugal tiende a ser un país de moderación, seriedad, honestidad. Los portugueses tienen esta tendencia a ser honestos, serios, obedientes y sienten una gran necesidad de tener un guía, una voz fuerte en la que creen, y en este aspecto todavía están en este punto.

¿Se siente descontextualizada?
Siempre me siento como un extraterrestre. Soy una persona que habla sin miedo y esto no pasa en Portugal. La gente tiene miedo de hablar, de expresarse, se disculpa constantemente. El paisaje invernal es de abrigos marrones, negros, grises. La gente tiene miedo al color, en el fondo, de la alegría. No hay un comportamiento relajado, sienten una culpa permanente, siempre sienten que tienen algo que mejorar, que no somos tan buenos como otros europeos, lo que está muy mal. Somos tan buenos o mejores que cualquier europeo, pero nuestra autoestima es muy baja, miramos al otro a una gran distancia de nosotros. Yo no lo hago. No veo a un francés, a un alemán o a un español como alguien mejor que yo, lo miro como igual y no veo eso en Portugal. Así ven el mundo los portugueses y a veces quiero sacudirlos.

Somos un país pequeño, tenemos poca riqueza, poco de que estar orgullosos y este magnífico lugar de los Descubrimientos ocupa un espacio vacío de orgullo y autoestima

Afirma que los portugueses siguen siendo muy racistas, y que hay un racismo de bastidores. ¿Nada ha cambiado desde que ha regresado?
Digo que es un racismo de bastidores porque es un racismo de lo privado, solo se expresa cuando estás a salvo. Si estamos en el café, primero miramos a nuestro alrededor para ver si no hay negros allí, y luego sí, luego podemos decir cosas malas sobre nuestro vecino africano. Tengo una perra blanca y una perra negra. Y hoy en el café la perra negra encontró otro perrito negro y empezaron a jugar y la blanca se alejó. Uno de los caballeros que normalmente está por ahí ha dicho: “No hay mezclas. Las negras juegan con las negras y las blancas con las blancas ”. El racismo existe. No podemos decir que sea endémico. No ha llegado a todo el mundo y hay mucha gente que no lo es, sobre todo los más jóvenes, los menores de 40 años que son los más informados, la generación del post 25 de Abril y que ya han recibido algo de educación cívica. El racismo nunca se eliminará, pero hay formas de trabajar en él, mejorarlo, equilibrarlo. No soy pesimista.

¿El pasado colonial es tabú todavía?
Sí. Fíjate que cada vez que la diputada Joacine Katar Moreira y el activista Mamadou Ba abren la boca es un escándalo. No estoy de acuerdo con todo lo que dicen, pero creo que el clamor que genera cada afirmación suya es positivo porque pica a las personas y las obliga a mirar esa realidad. Cuando abren la boca saben que los golpearán por todas partes pero asumen esto como un activismo. Los portugueses nunca aceptarán este lado oscuro de su Historia. No soy conocida en Portugal como la autora del Cuaderno de memorias coloniales, sino como la autora de A Gorda.

Curioso. En el extranjero es más conocida por el Cuaderno.
Algunos periodistas me han dicho que quieren leer el libro, pero que todavía no han tenido el coraje. Los portugueses no están preparados, nos cuesta aceptarlo porque nuestra autoestima depende mucho del heroísmo y de la historia de los Descubrimientos. Somos un país pequeño, tenemos poca riqueza, poco de que estar orgullosos y este magnífico lugar de los Descubrimientos ocupa un espacio vacío de orgullo y autoestima. Siempre tendrá que ser por la fuerza.

La grande mayoría de los retornados nunca regresó a las antiguas colonias. Usted lo hizo. Sin embargo, no se quedó muy contenta con el Mozambique que encontró.
Fue un viaje importante y me alegro de haberlo hecho. Fui inocentemente. Tenía en mi cabeza la ciudad donde nací y crecí. En verdad, tenía en la cabeza esa maravillosa África que los portugueses construyeron con el trabajo de los negros. Mi problema cuando llegué fue que me di cuenta de que la ciudad que dejaron los portugueses está ahí en términos arquitectónicos, pero ya no es una ciudad de los portugueses. Es una ciudad africana sin características de Europa. Y el punto es este: lo que descubrí fue mi identidad cuando fui allí. Descubrí que la ciudad que me gustaba era una ciudad africana con características europeas y que esas características —orden, limpieza, organización del espacio— ya no existían. Había toda una relajación africana que no se preocupa si las paredes están pintadas o con los huecos de las carreteras porque tiene que preocuparse con necesidades básicas como tener algo para comer y dónde dormir: y este también fue el legado que dejamos. Esperaba que después de casi 50 años de independencia esa tierra hubiera encontrado paz, pero también crecimiento, progreso, un camino sin dictadura y sin fascismo. Y lo que encuentro es exactamente lo contrario. Sigue siendo un país colonizado por otros, con una clase alta mozambiqueña que explota a la clase baja, un país profundamente atrasado, sin un sistema de salud y de educación avanzados. Encontré caos, desorden y eso no era lo que quería encontrar porque quiero a Mozambique. Es mi tierra, soy de allí. El viaje fue un disgusto y un descubrimiento. Me di cuenta de que a lo largo de mi vida como niña y adolescente en Mozambique, mi cultura y mi idioma eran el portugués. Al llegar a un lugar donde existe el idioma, pero la cultura se ha derrumbado y no hay nada allí con lo que me pueda identificar, soy portuguesa. Lo cual es interesante porque en Portugal a menudo me siento mozambiqueña.

En 2016 publicó ‘A Gorda’. Volvió a tocar temas tabú. ¿Escribe para combatir prejuicios?
Escribo porque necesito hacerlo, porque tengo esta manía de tener algo que decir sobre el mundo. Mi objetivo no es agitar las aguas. Se trata más de llevar a los demás un conocimiento que estoy teniendo, una visión que tengo del mundo y creo que no está mal, y que se puede discutir y evaluar. Mi próximo libro es bastante diferente de lo que he hecho hasta ahora. Toca temas controvertidos, pero mi objetivo no es ser polémica. Mi objetivo es mostrar lo que veo y pienso.

Sé que no le gusta revelar detalles sobre los libros. Se sabe que el próximo va sobre la relación entre el hombre y los animales. ¿Hay algo más que pueda contar?
Prefiero no revelar. Tiene mucho que ver con la forma cómo nos relacionamos con la naturaleza, los animales, el planeta y el trabajo. Cómo el trabajo nos domina y nos roba la vida auténtica, la vida que vale la pena vivir que es la vida de dormirse en los laureles. Es un libro muy anticapitalista.

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