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Cómic
¿Dónde están los originales de la vieja Bruguera?
La editorial Bruguera es conocida por parir a personajes como Mortadelo y Filemón, obra de Francisco Ibáñez; Zipi y Zape, de Josep Escóbar, o Superlópez, de Jan. Pero en sus más de 70 años de historia, 40 como hegemónica del mercado del cómic en España, publicó miles de páginas a casi un centenar de autores, algunos hoy olvidados pero que fueron clave en la historia del tebeo español, como Cifré, Conti, Raf, Jorge, Segura o el mítico Vázquez. Durante décadas, la editorial retuvo por contrato sus páginas originales y las almacenó o incluso destruyó a su conveniencia. Ahora los hijos o nietos de aquellos artistas pelean porque los actuales propietarios aclaren el estado de las páginas, se las entreguen o al menos permitan que las custodie algún museo o institución pública, como la Generalitat de Cataluña, que se ha mostrado interesada al respecto.
“Soy la tercera generación que intenta recuperar los originales de mi abuelo. Mi padre ya lo intentó en su día con Ediciones B y solo le devolvieron cinco páginas”, explica Guim Cifré
“Soy la tercera generación que intenta recuperar los originales de mi abuelo. Mi padre ya lo intentó en su día con Ediciones B y solo le devolvieron cinco páginas”, explica Guim Cifré, nieto de Guillermo Cifré, historietista de Bruguera desde 1942 y hasta su muerte con apenas 40 años en 1962. “Ahora, con mi hermano, hemos estado trabajando en un catálogo digital de su obra. Durante un tiempo escaneamos lo que tenía mi abuelo y materiales pequeños a los que nos dieron acceso coleccionistas, pero cuando contactamos a la editorial nos pusieron mil trabas. Después de tanto tiempo, se te acumula cierta rabia por el trato recibido, porque nos consta que a mi padre le mintieron a la cara”.
La iniciativa de reclamar unidos los originales entre todos los herederos y los pocos dibujantes que quedan vivos surgió de la unión de los nietos de Cifré con Sergi Escobar, el nieto de Josep, y Jordi Bernet, hijo de Miguel Bernet y también él mismo dibujante de la editorial en los 60 (además de conocido por ser el dibujante de Torpedo 1936). Guim nos explica que actualmente los herederos y los autores que siguen con vida estudian constituirse en asociación para tomar acciones legales, dada la falta de respuestas de Prensa Ibérica, actual propietaria de las páginas.
Su abuelo Cifré está considerado uno de los ‘cinco grandes’ de la etapa clásica de Bruguera en los 40 y 50, junto a Escobar, Conti, Giner y Peñarroya. Paco Roca los convirtió en protagonistas de El invierno dibujante, novela gráfica —o tebeo gordo— en el que cuenta cómo fracasaron en su intento de desafíar a Bruguera con la revista independiente Tío Vivo, que posteriormente absorbió la propia editorial. Su personaje más conocido es el Reporter Tribulete.
Guim explica que los autores en los 50 firmaban un contrato “que actualmente sería ilegal”, en el que, entre otras cosas, se decía que la autoría de los personajes —que está acreditado que crearon los mismos Escobar, Mortadelo, Raf o Conti, cada uno los suyos— pertenecía a Bruguera y que los “cedía” a los dibujantes para que hiciesen las historietas. Asegura que su interés “no es económico, porque ni siquiera está claro el grado de conservación o el valor que tienen, sino poner en valor la obra de nuestros abuelos. No tenemos problema en cederlo al Ministerio, la Generalitat o quien proceda. La idea es que de no haberlo visto nadie en 60 años pase a tener todo el mundo acceso y estén en un museo y para investigadores o escuelas”.
Una complicada trayectoria editorial
Porque lo cierto es que ni siquiera está claro dónde se encuentran, solo qué empresa es la que los custodia, y casi por una carambola financiera. Durante casi 40 años, de 1947 a 1986, Bruguera fue la dominadora del mercado de los tebeos, aunque esa palabra estuviese prohibida en la editorial por derivar de la revista TBO, editada por la competencia. Llegó a tener su propia distribuidora, una división de publicidad, delegaciones en Argentina, México o Brasil y a editar en España a escritores como Gabriel García Márquez.
En 1986, Bruguera, con problemas en sus filiales en América Latina y con problemas legales con Ibáñez para publicar Mortadelo, quebró, siendo adquirida por Grupo Zeta, propietaria de El Periódico de Cataluña y en aquel momento un gigante de las revistas en papel, con Interviú o Tiempo como marcas señeras. Dentro del entramado de Zeta, Bruguera se convirtió en el sello Ediciones B y fue “repescando” a algunos autores, adquiriendo también el fondo editorial. En aquel momento, las páginas que custodiaba Bruguera en su sede de Barcelona en una caja fuerte llamada “la nevera” se trasladaron a la imprenta del grupo en el municipio de Paret del Vallès.
A partir de la crisis de 2008, Zeta empieza a desmantelar su entramado y cerrar cabeceras. En 2017 vende los derechos de Ediciones B a la multinacional Random House, que desde entonces publica a personajes como Mortadelo o Superlópez recuperando la marca Bruguera como un subsello propio. Pero este trato no incluyó el archivo físico. Al mismo tiempo, en 2019 el Grupo Zeta al completo es absorbido por Prensa Ibérica, editora de rotativos como El Faro de Vigo, y con ella las propiedades de Paret del Vallès. Cuando el pasado febrero se supo que el edificio donde se encontraban los originales había sido desmantelado, saltaron las alarmas.
Aunque se ha sabido que algunos de los herederos han mantenido contactos directos con Prensa Ibérica y también la Generalitat de Cataluña, ni la editorial ni el Departamento de Cultura han respondido a las repetidas consultas de El Salto para este reportaje. El gobierno catalán se interesó el pasado febrero en mediar o adquirir la totalidad o parte de los originales, bien a través de Patrimonio o del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). No obstante, en este último supuesto, según fuentes del caso, la institución no está interesada en la totalidad de las páginas como fondo, sino en una selección para poder abarcar parte de la época en su exposición permanente.
El valor de los originales
El historietista e investigador Pablo Vicente, autor del ensayo Auge y caída de una historieta, sobre la debacle de Bruguera, explica que en los años 40 y 50 retener las páginas “era la única manera de tener la certeza absoluta de que un autor no iba a presentar sus historietas también a la competencia”. Artistas como Manuel Vázquez, autor de Anacleto, agente secreto, hicieron eso mismo en los 80 y de manera perfectamente legal, por ejemplo. Pero también “había una parte de demostración de poder. Un mecanismo de poner a cada uno en su sitio: nosotros somos los dueños y tú, un subordinado”, opina.
¿En algún caso Bruguera devolvía dibujos a sus autores? “Cuando se trataba de portadas de libros de bolsillo, unas pinturas que podrían funcionar perfectamente como cuadros”, aclara el investigador. “En otras palabras, consideraban que esas ilustraciones eran arte, pero no era el caso de las páginas de historieta”. Vicente añade que en los 70 “los dibujantes organizaron una especie de sindicato, el Club DHIN, en una época en la que no hace falta recordar que estaban prohibidos. Una de sus reclamaciones era la recuperación de sus originales, lo que debería dar una idea de que a partir de algún momento empezaron a valorar sus páginas”.
No opina exactamente igual Julia Galán, editora de Bruguera, que trabajó en la editorial desde 1963 hasta 1986 y posteriormente en Grupo Zeta hasta su jubilación. Para ella, el principal problema era que “los propios autores no las valoraban. En los años 90 en un Salón del Cómic se hizo una exposición con páginas de El sulfato atómico [uno los álbumes de Mortadelo con mejores críticas] y, después de pedir permiso para entregárselas, me costó convencer a Paco Ibáñez de que se las quedase”. Lo convenció con otra anécdota: a Jose María Blanco, portadista del TBO y autor de La familia Ulises, su hijo le había regalado sus propias páginas originales compradas de segunda mano en el Mercado de San Antoni de Barcelona.
Galán, retirada desde los 90, se enteró por las noticias del traspaso de los derechos a Prensa Ibérica o Random House, pero cree que el problema es que “Grupo Zeta no sabía lo que tenía. Cuando compró Bruguera y se creó Ediciones B no hubo un inventario en los traslados. No hay una lista que justifique lo que tienen y lo que no, que diga ‘hay cinco páginas de Vázquez, tres de Conti y tres de Ibáñez’ o algo así y nadie se molestó nunca en comprobarlo”.
Marcos Martín, dibujante español ganador del Premio Eisner y portavoz de la Asociación de Autoras y Autores Profesionales del Cómic (APComic), explica que esta organización ha respaldado públicamente a los herederos y a los autores que siguen con vida como una forma de “justicia retrospectiva. En los años 70 en Estados Unidos multinacionales como DC y Marvel retornaron los originales a sus dibujantes y desde entonces se aplica la política de que pertenecen al autor. No la propiedad intelectual, que es de la empresa, pero sí el original físico. Es una mezcla de reconocimiento autoral y de capacidad de gestionar tu propia obra, a nivel práctico, pudiendo venderlos. Pedimos eso en retroactivo para los autores de Bruguera”.