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Conferencias sobre cambio climático
Más allá de las cumbres: América Latina camino a la COP25
Una ciudad bajo los Andes. Pleno verano. Caminantes cansados. Mayores en sombras. Huellas candentes de las protestas sociales. Esta será la postal que recibirá en algo más de un mes la XXV Conferencia sobre Cambio Climático —COP25— organizada por la ONU que se celebrará del 2 al 13 de diciembre en Santiago de Chile. El objetivo común: mantener el aumento de la temperatura global respecto a los niveles preindustriales muy por debajo de los 2ºC y, a largo plazo, limitarlo a 1,5º.
El fenómeno Greta, las miles de personas que salieron a la calle este último mes ante la inacción de los Gobiernos para frenar la crisis climática, las cuestiones territoriales y los desastres climáticos han aumentado el interés por un tema que hasta hace solo unos años parecía mirarse desde lejos. Por eso, esta cumbre promete ser especial: en ella estarán puestas muchas de las miradas y las expectativas para tratar de paliar la emergencia.
El encuentro reunirá a representantes políticos de casi 200 países, del sector privado y de organizaciones internacionales para dar continuidad a las discusiones que se dieron en la fracasada COP24 en Katowice (Polonia), la Semana de la Acción Climática en Nueva York del pasado septiembre y la Cumbre de Francia de 2015, en la que se firmó el Acuerdo de París, la normativa aún pendiente de cerrar que regulará las emisiones el año que viene una vez termine la vigencia del Protocolo de Kioto.
Latinoamérica genera pocos gases de efecto invernadero, pero sufre las consecuencias del calentamiento producido por el norte global de modo desproporcionado
Este año se hace el encuentro tendrá lugar en Chile, lo que es una oportunidad para la región latinoamericana de poner en el foco su situación climática. Según Enrique Maurtua Konstantinidis, de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), “Chile debería liderar con el ejemplo, entre otras cosas sería relevante que firmara el Acuerdo de Escazú, que aún no lo firmó, y que otros países latinoamericanos lo ratifiquen”. Este acuerdo garantiza tanto la democracia climática como la protección de los derechos de los defensores del medio ambiente, activistas que desde hace unos años viven en situación crítica en países como Colombia, México o Brasil.
Dólares o bosques: dilemas y desafíos
Hace muy poco el mundo veía expectante cómo la Amazonía ardía sin contención. Cada vez hay más huracanes sacudiendo el Atlántico, la deforestación arrasa con los bosques, las lagunas bolivianas se secan y los glaciares se derriten. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), estos son algunos de los impactos de la crisis climática en la región y destaca un dato: Latinoamérica genera pocos gases de efecto invernadero, pero sufre las consecuencias del calentamiento producido por el norte global de modo desproporcionado.
Para poder mitigar los desastres medioambientales que ya están golpeando a algunos países, la adaptación al cambio climático es fundamental para el continente. La región estará pendiente de cómo se concretará en la COP25 el Fondo de Adaptación y la revisión de la propuesta de daños y pérdidas del Programa de Varsovia, que serán los encargados de atender a las poblaciones más vulnerables por estos impactos.
La deforestación, los incendios y la protección de los bosques, en peligro por la intensificación y la expansión de la frontera agropecuaria y las empresas hidroeléctricas, son algunas de las problemáticas más importantes del continente. Los pueblos indígenas y las poblaciones rurales llevan luchando años por el control de sus territorios y la preservación de las áreas verdes, enfrentando peligros, amenazas y asesinatos. Más allá de algunas victorias locales, los bosques cada año pierden más árboles. De hecho, en los últimos 30 años la Amazonía, el bosque tropical más grande del mundo, perdió 47 millones de hectáreas, mientras que en el mismo período las áreas para pasto y plantación crecieron 86 millones de hectáreas, según datos del Observatorio del Clima.
Otro tema fundamental en América Latina es el avance de las industrias dedicadas a los combustibles fósiles y aquellas que lo hacen a través de técnicas no convencionales como el fracking: el caso de Vaca Muerta en Argentina, el carbón en Colombia, el petróleo y el gas en varios países como Brasil, Ecuador, Bolivia, afirman desde la FARN. Ante esto, son muy pocos los gobiernos que se comprometen con otro tipo de fuentes de energía y que ponen freno a las corporaciones que operan en sus territorios porque, según la mayoría de las posiciones políticas oficialistas, estas explotaciones suponen riqueza y progreso para sus países.
Argentina
El dorado patagónico: una leyenda en vía muerta
La extracción del yacimiento de petróleo y gas de esquisto de Vaca Muerta mediante el ‘fracking’ se plantea por el peronismo y el macrismo como una receta mágica para salir de la crisis económica. Naciones Unidas alerta del problema medioambiental que supondría.
Sin embargo, las organizaciones sociales tienen otra opinión y es que, tal como señalan los ecologistas, sin justicia climática no habrá justicia social,. Según Mauricio Ceballos, portavoz de Greenpeace Chile: “En América Latina tenemos un modelo productivo todavía demasiado ligado al extractivismo y a una idea bastante agotada de que explotar indiscriminadamente los recursos naturales nos lleva a la posibilidad de desarrollo”.
Según denuncian las organizaciones sociales, la ecuación desarrollo y el uso de combustibles fósiles no parece estar dando resultados muy positivos para las poblaciones y desde estas organizaciones instan a los gobiernos a implementar las llamadas “soluciones basadas en la naturaleza”, para así poder transicionar hacia una matriz energética independiente de estos combustibles. Según Greenpeace Chile posibilidades hay: “La región latinoamericana debe tener de lejos el mayor potencial a nivel mundial para el uso de energías renovables a las cuales nuestros países se han ido sumando de manera muy tímida. La enorme disponibilidad de hidrocarburos en la mayoría de nuestros países fomenta que sigamos utilizando estas tecnologías de manera intensiva como solución fácil, el apoyo público de los gobiernos en la promoción de energías limpias ha sido bastante discursivo, aún no ha habido señales claras”.
¿Una transición energética para el continente?
La transición energética hacia matrices renovables es un desafío a nivel mundial. Pero regiones como América Latina en espacial tienen problemas añadidos. Según el director ejecutivo de la FARN, Andrés Di Napoli, los países latinoamericanos lo tienen complicado al depender de un porcentaje muy alto de los combustibles fósiles. Por ejemplo, el 87% de la energía de Argentina depende de estos recursos. Por eso aparece un concepto sobre la mesa: transiciones sostenidas, polémicas también porque utilizan energías como el gas o la termoeléctrica para descarbonizar sus fuentes energéticas.
El tema se pone más peliagudo en la región porque, además de problemas técnicos sobre la acumulabilidad de las eventuales energías renovables, se suman problemas económicos, ya que la mayoría de los países de América Latina tienen un gran déficit de balanza comercial, por lo que necesitan producir dólares para pagar en muchos casos la deuda externa, como el caso de Argentina.
Las actividades extractivas —la agroganadería, la minería o los hidrocarburos— se presentan como las únicas prácticas para producir dólares. “Es un círculo vicioso que tiende a hundir más a los países en desarrollo porque quedan cada vez más alejados de las economías que generan riqueza que son las economías del conocimiento y entonces este círculo supone la casi imposibilidad de salir del extractivismo, porque el extractivismo lo usas para pagar la deuda que es la que cada vez más te hunde en un proceso extractivo”, continúa Di Napoli.
Desde la FARN afirman que para lograr la transición es importante reorientar los subsidios energéticos, aquellos que servían para mantener a los combustibles fósiles tendrán que ser dirigidos hacia los renovables. “Si miramos el presupuesto de Vaca Muerta, por ejemplo, vemos que está sostenido por los subsidios que brinda el Estado nacional”, señala Di Napoli. “Si hay subsidios a la producción va a haber producción en un sentido o en el otro, por eso mismo hay que tomar decisiones hacia donde orientar los recursos que tiene el presupuesto nacional”.
Los debates son muchos, las transiciones no son únicas, lo que sí parecen tener claro es que se trata de una emergencia que va más allá de la reducción de las emisiones. En América Latina es complicado no conectar el medio ambiente con el modelo de desarrollo, las reminiscencias neocoloniales y la justicia climática.
La COP25 podrá ser útil mientras mire más allá de los abotonados legales, los letreros luminosos y tenga la apertura de mirar lo que hay más allá de las cumbres.