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Contigo empezó todo
Los hermanos de la Granada irreductible
Los vecinos de Camino de Ronda, una de las principales calles de Granada, no salen de su asombro desde hace dos días. La policía, tras el chivatazo de un confidente, rodea un bloque de pisos. Un helicóptero del Ejército da cobertura a la operación. En el interior del edificio resisten tres hombres. Finalmente los tres morirán. Uno de ellos es Antonio Quero. Cuando la derrota está servida, introduce el cañón de la pistola en su boca y dispara.
Antonio es el último de los cuatro hermanos Quero, guerrilleros urbanos de la ciudad de la Alhambra. Con su muerte en esta primavera de 1947, cumplen el juramento que sellaron hace siete años: ni rendirse ni ser capturados.
Los ‘Robin Hood’ granadinos
Pedro Segura, juez de la Auditoría Militar de Granada, tenía un objetivo: “Atrapar a esos malditos hermanos”. Su actividad y, sobre todo, su descaro, ponía en tela de juicio la supuesta omnipresencia del régimen sobre la sociedad. En ello pensaba el juez Segura cuando se fue a dormir. Dos horas después, la luz de su dormitorio se encendía y se incorporó asustado. Cuatro tipos armados le sonreían desde los pies de la cama. Uno de ellos habló: “Somos los hermanos Quero. A nosotros es a quien tiene que perseguir”.
Esta visita nocturna, con la que pretendían ‘convencer’ al magistrado para que pusiera en libertad a dos jóvenes acusados de tener relación con su grupo, es un buen ejemplo del modus operandi de los hermanos, caracterizado por la sorpresa y la originalidad, en un terreno de operaciones como Granada que conocían al dedillo.
Antes de la guerra, la familia Quero se dedicaba al negocio de la carne en el Albaicín. José, Antonio y Francisco se alistaron en la 78 Brigada Mixta del ejército republicano.
Los dos primeros fueron encarcelados tras la guerra en la prisión de La Campana, de la cual se fugaron en junio de 1940. Esto les garantizaba la persecución de por vida. Con el cuarto hermano, Pedro, se reunieron y, en lugar de huir, decidieron pelear. Primero lo hicieron en la partida dirigida por el libertario ‘El Yatero’, pero en unos meses constituirían su propio grupo junto a varias personas más. En el medio rural no se sentían cómodos, por lo que establecieron su centro de operaciones en el propio centro de la capital, fuera del Albaicín, su barrio de origen, de tradición antifascista pero ‘quemado’ por la fuerte represión.
Los Quero se dedicaban fundamentalmente a recaudar dinero, que destinaban a financiar la resistencia y a repartir entre gente necesitada. Por un lado recurrían a los atracos, que en alguna ocasión finalizaron con espectaculares tiroteos por las calles granadinas. La otra vía eran los secuestros de personajes importantes. El banquero Manuel Rodríguez-Acosta (rescate de 250.000 pesetas), el empresario Andrés Sánchez Montes (250.000) o el general Eduardo Entrala Ríos (500.000) pudieron dar fe del éxito de la táctica.
La piel de los Quero se vende cara
Les llegó el final que todos ellos esperaban. Uno por uno. El primero en caer fue José Quero, fallecido por disparos del hijo del propietario de un almacén a quien estaban intentando secuestrar.
En el verano de 1945, poco después de la victoria aliada en la II Guerra Mundial, en el Sacromonte se presenciaba una escena de película de Hollywood. Francisco, con un tiro en un ojo, huía de la Guardia Civil cargando a su espalda a Pedro, quien con una pierna rota disparaba contra los agentes. Se separaron y Pedro fue acorralado. Ni rendirse ni ser capturados. Se suicidó.
El año siguiente, de nuevo Francisco emprendía una antológica escapada por el centro de la ciudad. Le dieron alcance y una multitud de agentes de la autoridad le acribilló. Su cadáver fue pateado y tiroteado.
Con el asedio sufrido por Antonio en 1947, la saga terminaba. El fascismo eliminaba a sus últimos grandes adversarios en la ciudad andaluza. Los cuatro hermanos habían cumplido su juramento: ni se rindieron ni fueron capturados.