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Coronavirus
Dos veces confinada
Laia Lluna pasó tres meses aislada de sus dos hijos, de su pareja y sigue de baja por tuberculosis en la escuela donde trabaja como maestra de educación física. Sus pulmones, más débiles que los de los demás, son considerados de riesgo en esta pandemia, así que vuelve a estar confinada, como todas, pero un poco más.
A Laia Lluna le diagnosticaron tuberculosis el pasado mes de septiembre. El diagnóstico le alivió: no tenía otra cosa más grave, como cáncer de pulmón. Su neumóloga le dejó salir del hospital a cambio de un aislamiento total y, como económicamente podía permitírselo, aceptó el trato y alquiló un apartamento vacacional cerca de su ciudad, en el pueblo de Benicàssim.
Pasó tres meses aislada de sus dos hijos, de su pareja y sigue de baja en la escuela donde trabaja como maestra de educación física. Sus pulmones, más débiles que los de los demás, son considerados de riesgo ante esta pandemia de covid19, así que vuelve a estar confinada, como todas, pero un poco más.
Ella ya ha vivido lo que el resto vivimos ahora. La montaña rusa de sentimientos: la negación, la frustración, la rabia, también la solidaridad y la gratitud. Pero es otra emoción, la incertidumbre, la que más quebraderos de cabeza le generó y sobre la que psicólogos y psiquiatras coinciden que es fuente primordial de estrés.
Pandemia y psiquiatría
La jefa de sección de pacientes agudos de psiquiatría del Hospital de Galdakao (Bizkaia), Leire Erkoreka, explica cómo están afrontando médicamente la angustia que genera la incertidumbre provocada por el covid19. Lo más urgente ha sido formar un grupo de apoyo psicológico compuesto por enfermeras de salud mental, psicólogas y psiquiatras para pacientes infectados, familiares y personal sanitario que les atiende. “Se viven situaciones muy difíciles. El aislamiento de los pacientes dificulta recibir visitas para posibles despedidas y, aunque es difícil estimar quién va a fallecer y quién no, el temor está ahí”.
La primera sanitaria fallecida en el Estado por covid19, una enfermera de 52 años, trabajaba en el Hospital de Galdakao.
En el País Vasco, a lo largo de esta semana las unidades psiquiátricas de los hospitales generales han despejado al máximo los ingresos hospitalarios, ya que los pacientes suelen hacer vida en espacios comunitarios. Los hospitales mentales de día también han reducido su actividad presencial y se centran en la atención telefónica. El objetivo es doble: evitar el contagio del covid19 y descompensaciones en los pacientes, que suelen producirse en momentos de estrés y por el abandono del tratamiento.
Catalunya ha dado un paso más drástico y ha cerrado los ingresos hospitalarios de urgencia, denuncia la asociación Activament, un colectivo de personas con experiencia en trastornos mentales que lucha por el empoderamiento y el apoyo mutuo. Hernán Sampietro, el coordinador de proyecto, explica que están volcados en activar virtualmente los 22 grupos de ayuda que tienen organizados en 16 ciudades, en sesiones a través de la aplicación Jitsi, que permite la conexión simultánea por videoconferencia de hasta 25 personas.
“Recolocarnos en la novedad puede llevarnos un tiempo y tener gracia al principio, pero vendrán momentos duros cuando veamos que esto se alarga”
Angustia y personas sanas
Ante la pregunta de qué ocurre con las personas mentalmente sanas en una situación extraordinaria como es un estado de alarma sanitario, Leire Erkoreka ha realizado una revisión bibliográfica. Le resulta llamativo que aún no se haya publicado un artículo sobre las consecuencias en la población psiquiátrica del aislamiento de casi dos meses en China, pero ha hallado un artículo, en la revista Lancet del pasado 14 de marzo, de epidemias anteriores con confinamiento. “En general, se muestra que aumentan los síntomas de tristeza y ansiedad, así como depresión, cuadros de estrés post traumático y adaptativos”, indica.
La psicóloga Estela Buendía, del centro Borobil, considera que la mayor herramienta para mantener a raya la angustia de la incertidumbre es “organizar solo cada día, sin proyectar el futuro”. “Planificar una rutina diaria, pasar tiempo con los nuestros —de forma presencial o con llamadas—, buscar también tiempos de soledad, cultivar las aficiones, evitar la sobreexposición a las redes sociales y acudir a medios con fiabilidad contrastada para informarnos”, recuerda.
Coronavirus
Una pandemia con sesgo de clase
Se dice que el covid19 puede afectar a todos, aunque las consecuencias son graves en personas mayores y con algún tipo de enfermedad o deficiencia respiratoria. Sin embargo, en realidad no es tan universal. Más bien estamos ante una pandemia con un claro sesgo de clase.
En el caso de los pacientes con patologías con tendencia al delirio, se agudiza la necesidad de no sobreexponerse a las noticias, ya que pueden tener un efecto negativo, alertan Leire Erkoreka y Hernán Sampietro. “El bombardeo del discurso del miedo permanente, y que el virus sea un terror invisible, puede incidir negativamente en las personas más vulnerables de salud mental”, añade el coordinador de Activament.
Por su parte, la psicóloga Paola Fernández, que atiende trastornos mentales graves en la Clínica San Miguel de Madrid, considera que “recolocarnos en la novedad puede llevarnos un tiempo” y, que al principio, “podemos verle su gracia, pero vendrán momentos más duros, cuando veamos que esto se alarga, y será entonces cuando tendremos que poner más recursos personales para afrontar el estrés”, advierte.
Para Laia Lluna, el batacazo emocional vino a los dos meses de confinamiento, cuando pensaba que estaba lista para volver a su casa y su neumóloga se lo prohibió durante un mes más, hasta que el cultivo de esputos dio negativo y confirmó que ya no era una persona contagiosa.
“Solo espero que este episodio sea significativo en la vida de todas nosotras, que sirva para algo, ver cambios a nivel social”
El estado de alarma le ha “impactado” y le ha hecho revivir las emociones anteriores con gran sorpresa. “No podía creerme que lo que viví durante tres meses lo íbamos a vivir todos, y que yo iba a vivirlo de nuevo”, indica. Y aunque esta vez lo asume individualmente de forma más positiva, se muestra socialmente expectante. “Me gustaría ver que esta parada sirve para que nos replanteemos lo fundamental de la vida, desde la precariedad de los sueldos hasta la importancia de los cuidados”. Pero se muestra escéptica al respecto, ya que considera la política como un “escaparate de cada partido político”, a los cuales “les hace falta mucha humildad y más escucha”.
Esa falta de conexión entre las clases dirigentes y las trabajadoras pudo verse reflejada de nuevo en el discurso del rey y en el paquete de medidas aprobado por el Gobierno de Pedro Sánchez, más pensado para las empresas que para los trabajadores, más cuidadoso con arrendadores que arrendatarios.
Como ya ocurrió en la crisis de 2008, la psiquiatra Leire Erkoreka prevé “un aumento en la incidencia de cuadros adaptativos, depresivos y ansiosos” en quienes, a consecuencia del estado de alarma, se vean abocadas a una situación de precariedad.
Salud mental y confinamiento
“Muchas patologías mentales arrancan en la infancia, adolescencia o primera juventud y repercuten en la vida adulta con una tasa de paro de hasta el 75%” en este colectivo, que les aboca a la exclusión social, y con una red afectiva y familiar que puede ser escasa y fuente de conflictos, sostiene el activista de la salud mental Hernán Sampietro. Por ello recuerda que el problema “no es el confinamiento, si no el aislamiento”, en su sentido menos literal.
“La pandemia afecta a diversos ejes de opresión. No es lo mismo una cuarentena en una casa con jardín, o al menos un piso con balcón, que pasarla en un espacio muy pequeño sin apenas luz natural”, recuerda Sampietro
Laia Lluna es consciente de su situación. Del bienestar de su red afectiva, de su situación laboral y económica estable, de su salud. Mes a mes los pulmones en proceso de regeneración le aprietan menos y respira mejor. Aún así, desde la pasada semana vuelve a manejarse con su vieja amiga la incertidumbre, y la rabia, y la frustración. Se revuelve cuando sus amigos, los mismos que fueron su salvavidas emocional durante los tres meses del primer confinamiento, no se toman en serio las medidas de prevención, y se siente impotente con el “gigante con el que convivimos y hacemos como si no existiera, esas situaciones de soledad y desigualdad, que están ahí cada día y que necesitan que las apoyemos. Solo espero que este episodio sea un poco significativo en la vida de todas nosotras, que sirva para algo, ver cambios a nivel social”.
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Precisión a mi comentario anterior: no conozco ningún caso en que el aislamiento por tuberculosis haya durado más de un mes. Y eso es teniendo en cuenta que la verificación de los esputos, una vez por semana, debe dar negativo dos veces. En el hospital avisan: entre tres y seis semanas. Puede que haya casos como el de Laia Lluna, pero son excepcionales.
Y los pacientes pueden recibir visitas, con la debidas medidas de protección, tomar el aire en zonas previstas para ello, con lo cual su sensación de encierro es algo menos difícil de sobrellevar.
Aislar a una persona con tuberculosis es una medida inútil e innecesaria, además de un peligro para su salud mental. Acompaño a personas migrantes, algunas de las cuales han llegado o han desarrollado aquí la tuberculosis. De lo que hay que asegurarse es de 1) comenzar el tratamiento y asegurarse de que el paciente lo respeta los 4-6 meses que dura 2) aislarla en medio hospitalario controlado durante el tiempo que dure la fase de contagio (se verifica en los esputos) 3) comprobar que las personas que han estado en contacto no están infectadas.
Lo demás es histeria, como la que vivimos, colectiva, en este momento.