Opinión
El shock ha cambiado de bando

De la crisis del covid19 vamos a salir siendo una sociedad muy diferente, y hay motivos para pensar en que ese cambio va a ser positivo para las grandes mayorías. Si estados de shock colectivo como este se han venido utilizando para endurecer la dictadura neoliberal, esta vez la tendencia parece estar dirigiéndose hacia la solidaridad comunitaria y la colocación de la vida en el centro de la acción política.


Coronavirus y mascaras Madrid 16 marzo 01
Byron Maher Mujer aplaude junto a la gente de los balcones en homenaje al trabajo de los sanitarios, cuidadores.

La doctrina del shock es una estrategia política que consiste en aprovechar momentos de fragilidad para instalar en una sociedad una serie de reformas que cambien radicalmente sus estructuras. Históricamente ha sido monopolizada por el capitalismo más fundamentalista, que la ha perfeccionado hasta el punto de lograr provocar esas etapas de debilidad a su antojo, por medio de crisis sistémicas diseñadas por las mismas personas que, a la postre, se repartirán los beneficios resultantes del nuevo régimen socioeconómico implantado.

Su complejidad es extensa, pero existen dos pilares fundamentales sobre los que empezar a colocar el resto de piezas: llevar el sufrimiento hasta cotas que rayen en lo insoportable y bombardear la opinión pública con propaganda para que los dogmas del libre mercado sean concebidos como la única salida posible del abismo. De esta forma, la ciudadanía quedará despojada de toda capacidad de respuesta ante las reformas propuestas, inmersa en un dolor que obliga a agarrarse a cualquier asidero. Convenientemente, el otro precepto hará que la única mano tendida sea la del neoliberalismo.

“Esta crisis histórica llega en un momento en el que el progresismo está notablemente presente entre las ideas que flotan en el pensamiento colectivo”

Sin embargo, estos carroñeros del dolor ajeno se han visto sorprendidos por la aparición del Covid-19 y todo lo que ha supuesto. El desolador panorama que ha dibujado este microscópico virus es inalcanzable para los ingenieros del sufrimiento y, por ende, un escenario ideal sobre el que representar, por enésima vez, su obra de teatro particular. Por desgracia para ellos, esta crisis histórica llega en un momento en el que el progresismo está notablemente presente entre las ideas que flotan en el pensamiento colectivo. Es cierto que vivimos un intento de reencarnación de los fascismos que asolaron el mundo en los años 30, pero tampoco se pueden ignorar los sólidos movimientos antifascistas que han surgido en respuesta a este auge de la extrema derecha, incluso entre el conservadurismo en lugares como Francia y Alemania.

Una oportunidad irrepetible

Concretamente, España vive su primer Gobierno con verdaderos tintes izquierdistas desde hace más de ocho décadas, y la sensibilidad del pueblo tiende a la apertura, a la inclusión y a la transigencia. Lo público gana fuerza en los debates referidos a la educación o la sanidad, el movimiento feminista es inmenso y transversal —pese a quien le pese—, la crudeza de las políticas inmobiliarias criminales ha creado un tejido antidesahucios fuerte y, en líneas generales, el progresismo está muy presente.

Teniendo en cuenta que crisis de este calibre suelen desembocar en nuevos órdenes sociales, se presenta una oportunidad inmejorable para exigir al Gobierno que deje constancia de su compromiso con el establecimiento de una vida digna para la gran mayoría. El paquete de medidas que va a movilizar hasta 200.000 millones de euros para paliar los efectos más duros de esta crisis es un paso importante, pero si se observa con suficiente perspectiva se trata de un parche diseñado específicamente para un momento como el actual. De esta forma, cuando todo pase, el funcionamiento del sistema podría mantenerse incólume, generando la misma esclavitud precaria que hasta ahora.

“Teniendo en cuenta que crisis de este calibre suelen desembocar en nuevos órdenes sociales, se presenta una oportunidad inmejorable para exigir al Gobierno que deje constancia de su compromiso con el establecimiento de una vida digna para la gran mayoría”

Las ayudas están destinadas, principalmente, a evitar el hundimiento de grandes empresas. Lógicamente esto beneficia de forma directa a la clase trabajadora, pero hace falta tomar decisiones de carácter microeconómico que permitan a tantos miles de familias dejar de sobrevivir y empezar a vivir con un mínimo de dignidad. Es decir, se debe poner todo el énfasis en no abandonar el cambio de enfoque gubernamental que este paquete de medidas representa: del laissez-faire más inhumano a la asunción de que el Estado tiene responsabilidad en el bienestar de las personas sobre las que recae su gestión. En este sentido, la mejor noticia posible es la existencia de ministros del PSOE que confrontan con la idiosincrasia de Nadia Calviño, hija predilecta de la doctrina de Washington encarnada en el FMI.

La batalla enfrenta a los devotos de la dictadura de la deuda con aquellos que consideran que, más que las estadísticas financieras, lo relevante es la vida de las personas. Si se piensa en frío, parece inconcebible que existan cerebros en los que los platos de comida, el calor de los radiadores en enero, el pago del alquiler o la tensión irrespirable que se palpa en cualquier hogar que atraviese problemas económicos sean solo cifras de gasto en las que recortar; pero lo cierto es que no solo se dan casos reales de este fenómeno, sino que muchos de ellos se encuentran en puestos desde los que se toman decisiones que afectan al rumbo de la sociedad humana al completo.

El Gobierno tiene la oportunidad de dar un paso adelante y colocar la vida en el centro del debate político. ¿A quién le importan las advertencias del FMI cuando hay cientos de miles de personas al borde —cuando no se han precipitado ya— del abismo de la pobreza más cruda? Es innegable que existe una infinidad de obstáculos que hacen de esta decisión un auténtico suplicio para quien debe dar la cara ante ciertas instituciones, ¿pero acaso es menos evidente que se trata de una dicotomía en la que solo un psicópata optaría por abandonar tantas vidas a una existencia miserable? ¿Cuánto dolor, cuánta muerte más vamos a permitir en nombre de la sagrada deuda?

El miedo no cabe cuando hay solidaridad

La solidaridad es, para la izquierda, el equivalente a la manipulación y el shock para la derecha; es decir, una suerte de pegamento que permite fijar con firmeza los cambios que modifican, en mayor o menor medida, el orden social, económico y político que rige a una población en concreto. Por eso es tan importante poner en valor ese sentimiento de unidad que está floreciendo en los hogares españoles. Unidad como concepto que acoge, apoya y empodera, frente a esa unidad de pulsera que quiere definir un “nosotros” para justificar la humillación de “ellos”. Cabe preguntarse para qué sirve ese orgullo patrio, supremacista y xenófobo en estos días, cuando Hazal, la vecina de abajo a la que siempre miras con recelo por su procedencia, se ofrece a cuidar a los más pequeños del edificio mientras los padres y las madres vais a trabajar, obligados por un jefe tan español como vosotros al que poco le importa el riesgo de contagio.

Una dosis suficiente de shock provoca un sufrimiento del que se deriva el caldo primigenio para el neoliberalismo: la debilidad social. Si no hay cohesión en la ciudadanía, es muy probable que se pueda tomar cualquier decisión, por fatídica que sea, sin que exista una resistencia popular a la que enfrentarse. Pero el Covid-19 está siendo una crisis diferente. Y bendita diferencia.

De pronto, todos y todas estamos en el punto de mira, la fragilidad de nuestros cuerpos expuesta, y no hay un chivo expiatorio sobre el que fijar las miradas. Sin culpable, no hay rabia, pues esta es un sentimiento irremediablemente ligado a aquel. Sin rabia, lo que queda es miedo, y la búsqueda de refugio lleva a nuestras mentes a lo más profundo de su naturaleza, un lugar en el que necesitamos del calor social para sentirnos seguros. Es ahí, en esa esencia siempre ignorada por la desazón vital de esta superficialidad angustiosa, donde aparece la solidaridad. Y su poder es inmenso: nada ni nadie sería tan capaz de retenernos en casa como lo está haciendo el sentimiento de responsabilidad por el bienestar ajeno. 

La clave ahora está en consolidar todo este tejido social que se está construyendo y que, si queréis, podéis imaginar como una mascarilla —si aún no han agotado todas las existencias también en vuestra imaginación— ante el mortal virus del capitalismo neoliberal. Lo que hoy son calles vacías, mañana serán ríos de cauce imparable ante la enésima ofensiva neoliberal. Lo que hoy son aplausos a los auténticos héroes y heroínas de esta historia, mañana serán gritos contra los villanos que tanto tiempo llevan gobernando. La sociedad española —y la de otros muchos lugares— se ha unido contra un enemigo externo, demostrando que la unión nos convierte en imparables; ¿qué nos impide ahora unirnos contra el enemigo interno?

El miedo lleva demasiado tiempo siendo la herramienta hegemónica para los cambios sistémicos. El shock, su shock, ha funcionado a las mil maravillas a la hora de pulverizar la conciencia comunitaria de naciones enteras; sin embargo, la naturaleza —en un alarde de justicia poética, pues en solo tres días de confinamiento, la contaminación ha descendido en un 50% en Madrid y Barcelona— ha querido que, en este caso, el shock no sea pactado en lujosos despachos para afectar solo a las mayorías más desfavorecidas. El shock ha cambiado de bando; y este, el nuestro, une en lugar de dividir. Solidariza en vez de aterrorizar. 

Coronavirus
Coronavirus y lucha de clases

La expansión de la pandemia del coronavirus, que ha provocado la declaración en nuestro país del Estado de Alarma, la intromisión más acusada en los derechos individuales de los ciudadanos desde la caída del franquismo, está mostrando, en su más palmaria brutalidad, las contradicciones sociales principales del capitalismo terminal. 

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