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Imaginemos que la historia, en estos últimos diez años, no se hubiese convertido en una apisonadora de exclusión, pérdida de derechos y estrechamiento de mundo. Que las experiencias de las plazas del 15M de 2011 no hubiesen quedado sepultadas por la turbina del “realismo político” y que, quienes las vivimos, hubiésemos sabido mantener un puñado de nociones compartidas que sostendrían luchas y vidas, así como alimentarían la memoria.
Creo firmemente que la memoria construye, la nostalgia entierra. Nunca pude afiliarme a los aniversarios del 15M, mientras que intenté poner mi granito diario para no tener que “celebrarlos”. Más allá de los desmantelamientos, los cortos recorridos o las anécdotas que nos podemos contar alrededor del fuego (virtual), me he preguntado muchas veces qué nos queda de aquella experiencia. Me he contestado que algunas cosas resisten: un puñado de sentidos susurrados en conciliábulos, murmurados en los márgenes. Sostenes de sentido. “Lo llaman democracia y no lo es”.
Muchas de las inercias posteriores pusieron a un lado ese “politizar” básico, que es muy parecido a polinizar, y que describe el mero hecho de hacer cosas juntos: sin guía, sin tutela, sin líderes
Moreno-Caballud lo llamó culturas de cualquiera, López Petit (en El gesto absoluto) escribía que el 15M supuso “una síntesis entre política y politización, entre ‘hacer política’ y el verbo ‘politizar’”. A mi modo de ver, fue (corríjanme) la primera gran movilización en que se discutió públicamente de cuidados, supuso una reorganización feminista que estalló más tarde e impulsó la construcción de proyectos de barrio y pueblos de inspiración libertaria. Existen innumerables lecturas del 15M en términos de fracaso por su carencia de resultados, corriendo a enterrar cualquier vestigio. Y yo podría darles la razón, pero porque muchos abandonaron rápido la ambición básica de la construcción colectiva de sentido. Muchas de las inercias posteriores pusieron a un lado ese “politizar” básico, que es muy parecido a polinizar, y que describe el mero hecho de hacer cosas juntos: sin guía, sin tutela, sin líderes. Somos responsables de que aquella noción de politización se abandonase como asunto del día a día y dejásemos huérfana a la imaginación política: que está, hoy, atontada de dar vueltas en la turbina de la realpolitik.
En Lujo comunal (Akal, 2016), Kristin Ross insiste en presentar la potencia de la Comuna de París al margen de los logros o consecuencias directas —que fueron básicamente el exilio o el fusilamiento—, sino asentada en el cúmulo de producciones de sentido que tuvo lugar ahí, en su “propia existencia fáctica” (que escribía Marx). Ross pone a un lado el “resultadismo” y traza las líneas maestras, subterráneas, que se generan en el interior del acontecimiento. Mientras leía pensaba en una frase que fue meme para algunas hace diez años: “Lo que pasa no despasa”.
A una década, en medio de esta turbina feroz, para articular sentidos que alimenten luchas y vidas, quizá hemos de bajar la voz: porque hace diez años no estaban ahí quienes tienen ahora 20 o 25. Cuando hago ese ejercicio, escucho guerrilla. Escucho disidencias. Escucho reclamaciones de identidad, de reconocimiento y hambre de derechos que son tan materiales como la redistribución de la riqueza. Los jóvenes a quienes nadie quiere comprender están politizados y haciendo pasar cosas. Vuelvo a Ross cuando escribe: “Son las acciones las que producen los sueños y las ideas, no a la inversa”. No es muy distinto de lo que decía Marga Padilla: “Lo que pasa no despasa”. Vale para hace diez años, hace 150, y cada día que nos toque vivir en este mundo.
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apenas hay comentarios en las noticias sobre el décimo aniversario del 15M, es aterrador el silencio, un ejemplo de como el sistema capitalista se reconstruye y se refuerza en cada crisis, hoy el cambio es más impensable que hace 10 años. Hay que superar esta parálisis. ¿Por qué no estamos hoy en la calle?