Culturas
Festival Vudú en Benín: la religión demonizada en Occidente muestra todo su vigor

Como cada 10 de enero desde hace más de 25 años, en el sur de Benín, un pequeño país del occidente africano, se celebró el Festival Vudú que congrega a centenares de turistas y miles de seguidores de este culto ancestral demonizado en Occidente. Bailes, tambores, colores, espiritualidad, corporalidad, gestualidad, una exhibición de la resistencia cultural de un pueblo, y también de las paradojas de los proyectos de patrimonialización de la (pos)modernidad.
Festival vudú en Benín 2
Representación de Zangbeto, el espíritu protector de la noche, que vigila que no haya criminales ni actos de brujería. Juan Ignacio Incardona
24 ene 2023 06:00

Las industrias culturales de los grandes centros de poder han hecho un gran trabajo para intentar moldear las mentalidades de los países periféricos según prácticas, costumbres, saberes, gustos y formas de ser y estar en el mundo toleradas por las cosmovisiones dominantes. En Occidente, Hollywood fue (o es) uno de esos grandes polos de creación de productos tendentes a uniformizar las miradas y formas de relacionarnos con el más allá. Con héroes que siguen ciertos patrones tolerados y aceptados por el sistema, y villanos que se conducen por los caminos oscuros de los demonios, películas, series y hasta relatos historiográficos fueron definiendo un sentido del bien y del mal.

El caso de la religión vudú es un claro ejemplo de ello, de cómo se demoniza lo otro, lo desconocido, lo que no responde a los parámetros o preceptos imperantes en la moral occidental (cristiana, capitalista, individualista, etcétera). Esos muñecos de tela en donde se clavan alfileres para infligir dolor en las víctimas son el fiel reflejo de esas imágenes deformadas que se transmitieron por las grandes pantallas para generar confusión, miedo, rechazo frente a unas prácticas asociadas a la oscuridad de la magia negra.

¿Cómo llegó el vudú desde las costas occidentales africanas al otro lado del Atlántico? A través de la trata transatlántica de esclavos, que arrancó de África al menos 12 millones de personas para explotarlas en las plantaciones de los imperios europeos en el “nuevo mundo”

El vudú es el sistema religioso predominante en el sur de Benín (declarado oficialmente religión en 1996), Togo, y algunas regiones de Nigeria. La ciudad de Ouidah (en Benín), donde cada año se celebra el Festival Internacional del Vudú, es considerada la “cuna” de este culto. Como dice Alfredo, un “iniciado” en este credo, este sitio es el “vaticano del vudú”. Lo curioso es que también podemos encontrar gente que practica esta religión en las Américas, sobre todo en Brasil y en Haití. ¿Cómo llegó el vudú desde las costas occidentales africanas al otro lado del Atlántico? A través de la trata transatlántica de esclavos, que arrancó de África al menos 12 millones de personas para explotarlas en las plantaciones de los imperios europeos en el “nuevo mundo”.

Pese a los intentos de sus secuestradores de quitarles todo rastro de humanidad a estas personas que se convirtieron en bienes muebles, los esclavos llevaron su culto en sus almas, y lo siguieron practicando en sus nuevos destinos, en lo que quizá haya sido el acto de resistencia cultural más extraordinario de todo este proceso de comercio negrero que se extendió durante cerca de cuatro siglos. Pese a todo intento de evangelización, los esclavos que partieron de las costas de Ouidah (uno de las principales zonas de embarque de la “costa de esclavos”, desde donde se “exportaron” cerca de un millón de cautivos), siguieron adorando a su único dios —Mawu, creador de todo el universo— y a sus decenas de divinidades que los conectan con la naturaleza y con sus ancestros, que no mueren mientras haya alguien que recuerde que sus espíritus siguen habitándonos.

La palabra “vudú”, o “vodoun”, o “voodoo” (u “orissa” como se lo denomina en la lengua yoruba, una de las etnias mayoritarias del sur de Nigeria) significa “alma” o “fuerza”, y según explica el antropólogo Joan Riera, es una religión (catalogada peyorativamente de “primitiva” o “tribal”) cuyos principales preceptos son que la vida continúa después de la muerte, que se puede contactar directamente con los espíritus (vinculados a los muertos y también a los fenómenos naturales), que existe la posibilidad de que nuestras almas abandonen nuestros cuerpos a través de trances o sueños, que hay personas sagradas (como sacerdotes o videntes), que se pueden hacer expiaciones a través de ofrendas o sacrificios (suelen matarse animales como pollos, gallinas, palomas o cabras) y se suelen fusionar conceptos como individuo-comunidad, presente-pasado, objetos-símbolos.

Al no haber un Corán, una Biblia o una Torá, el vudú se convierte en un credo muy difícil de comprender. Todos los saberes se transmiten desde los ancianos a los “iniciados”, que deben atravesar tres ritos de pasaje para convertirse en “babalawo”. Gyslain, un joven de 29 años, va en ese camino, le falta pasar por el tercer ritual, en el que se internan en los bosques durante dos semanas y los sacerdotes más experimentados les ofrecen a los jóvenes sus consejos para elevar sus almas y poder ser videntes, pero no para predecir el futuro, sino para comprender el oráculo ifá, y poder interpretarlo y así poder ayudar a los creyentes a responder sus preguntas y conocer algunos aspectos de sus destinos que el oráculo les muestra (los videntes no opinan sobre esto, solo “leen” lo que el ifá les muestra y lo transmiten a las personas, como si fuesen mediadores).

Festival vudú en Benín
Las máscaras y disfraces del Festival Vudú en Benín tienen como objetivo acercar los hombres a los espíritus, y dan consejos a las personas. Juan Ignacio Incardona

Culto de esclavos negros, con decenas de divinidades (como “Sakpatá”, el hijo mayor de Mawu, el vodun de la tierra, o Dangbé, la deidad del mar, representada con una serpiente, símbolo de todo lo que da vida, o “Egúngún”, el espíritu de los ancestros), rituales nocturnos en los bosques (lugares sagrados por excelencia, donde se entra en contacto con lo sobrenatural), con sacrificios de animales (uno de los aspectos más criticados de esta religión en la actualidad), con tambores como elemento central (la música y las danzas frenéticas son una de las características principales de todos los rituales, por eso algunos la llaman “la religión bailada”) y con los espíritus de los muertos viviendo entre nosotros (a diferencia de la creencia de que van al cielo o al infierno), el vudú tiene todos los componentes para ser denostado y demonizado.

Desde el primer festival celebrado en 1993, cada 10 de enero se desarrolla en Ouidah el Festival Internacional del Vudú, con la intención de atraer el turismo cultural y rescatar los cultos tradicionales de los pueblos de esta región del occidente africano. Es una especie de exhibición grandilocuente de este credo. Es la espectacularización de la cultura local y su mercantilización también. Es un show montado para turistas y diplomáticos de muchos países donde aún hay fieles que practican el vudú (se calcula que 60 millones de personas en todo el mundo), una celebración que busca desarmar la visión negativa sobre esta religión.

El festival puede entenderse como un mecanismo —de propaganda— contrahegemónico de un país del tercer mundo —donde la mayoría vive con salarios que rondan entre los 50 y los 100 dólares— que busca rescatar su tradición del lugar negativo al que fue arrojada por los discursos y cosmovisiones dominantes

Así como Occidente montó sus shows para construir los preconceptos y prejuicios sobre el vudú, desde el gobierno de Benín —con la colaboración de algunas instituciones internacionales— están procurando deconstruir esa idea y mostrar el color, las danzas y las creencias de este culto que lejos está de ser algo demoníaco, sino todo lo contrario. El festival es un día en que abren la puerta de su cosmovisión para los flashes de los blancos (en otros contextos son un poco más celosos y rechazan las fotografías o vídeos). Para algunos, puede resultar algo muy “artificial”, una banalización de un culto y de unos saberes milenarios con rituales que fuera de su contexto y su aplicación cotidiana quedan vaciados de sentido, ya que no están vinculadas a un momento trascendental de la vida o algún acontecimiento divino, sino a su mera exposición pintoresca, carnavalesca. Pero también puede entenderse como un mecanismo —de propaganda— contrahegemónico de un país del tercer mundo —donde la mayoría vive con salarios que rondan entre los 50 y los 100 dólares— que busca rescatar su tradición del lugar negativo al que fue arrojada por los discursos y cosmovisiones dominantes.

Más allá de esa discusión difícil de resolver, lo más atractivo del festival es la algarabía local; la ciudad está alegre, los niños corren detrás de esas personificaciones de los espíritus que los persiguen con movimientos estrafalarios y disfraces coloridos, los tambores retumban por las calles en las procesiones del jefe local que recorre algunos de los templos más importantes (como el del mercado Zobé, donde está el santuario del vudú “Aizan Dodo”, el protector del mercado y las personas), y las distintas congregaciones o clanes que adoran a las diferentes divinidades preparan todo su repertorio de bailes y cantos parda mostrarle al resto sus mejores atributos.

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Ritual previo al festival en el “bosque sagrado” para venerar al vudú “Gambada”, para tener protección de los malos espíritus. Juan Ignacio Incardona

En el festival oficial estuvieron presentes autoridades locales (los jefes o reyes de las distintas ciudades y regiones, que aún ostentan el poder real) e internacionales (diplomáticos de Sudáfrica y de Haití entre otros), y consistió en una especie de exhibición de distintas asociaciones locales y regionales, que adoran a distintos dioses o espíritus y cada cual tiene sus propios trajes, templos, cantos, bailes y rituales.

Pese al desborde de gente y algunos problemas organizativos, todo se desarrolló en paz, con el cierre del festival en la Plaza Chacha, el lugar donde otrora —a mediados del siglo XIX— Francisco Félix de Souza (alias “Chacha”), el famoso comerciante de esclavos local de origen brasileño, subastaba a los cautivos entre los compradores europeos, bajo la atenta mirada de los emisarios del Rey de Dahomey, la autoridad principal de la región en estos años de trata de esclavos. Ese espacio infame, donde las clases dominantes de uno y otro continente traficaban seres humanos (más allá de si las fuentes historiográficas prueban o no que en Ouidah había subastas públicas de esclavos) al menos por un día se resignificó por completo, fue ocupado por las mayorías que mostraron su cultura, que expusieron sus creencias, que invitaron al foráneo a acercarse a ellas.

Más allá de toda la parafernalia oficial, el vudú está vivo en las calles de Ouidah, con templos, rituales, creencias, y formas de entender la vida y muerte totalmente distintas a las de Occidente, pero que conviven en perfecta armonía con cristianos y musulmanes

Más allá de toda la parafernalia oficial, el vudú está vivo en las calles de Ouidah, con templos, rituales, creencias, y formas de entender la vida y muerte totalmente distintas a las de Occidente, pero que conviven en perfecta armonía con cristianos y musulmanes que también disponen de sus templos en la ciudad. Una muestra de que el vudú no es tan malo como nos contaron. Una muestra de la resistencia cultural de los pueblos esclavizados (más allá de que los reyes locales también practicaban el vudú). Una muestra de lo que cada rincón de África tiene para contar pero seguimos sin escuchar en otros continentes.

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