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Culturas
Más allá del cliché: la otra cara de Japón
“Todos los aspectos de la cultura japonesa tienen su lado oscuro, y glorificar la ‘cultura japonesa’ por x motivos es ignorar las experiencias de la gente cuyo sufrimiento puede estar relacionado con esos aspectos mitificados”. Así de contundente se muestra la escritora y activista Sachi Ishikawa cuando habla de la percepción occidental de la cultura nipona, y pone como ejemplos la extrema sexualización de mujeres y niños en el manga y el anime (sobre lo que desarrolló en Twitter un hilo al respecto que no tiene desperdicio), el tabú sobre la salud mental, el bullying y exceso de trabajo favorecidos por la cultura corporativa como ejemplos de ese lado oscuro que queda ensombrecido por los tópicos que manejamos en occidente.
Uno de los temas que sale a relucir siempre que se habla de Japón es el respeto a las normas, y es interesante ver que, durante la pandemia, el país se ha regido sobre todo por recomendaciones. María Roldán, corresponsal de EFE en Japón, explica que el gobierno no aprobó ningún decreto “para regular el comportamiento de la gente” durante la pandemia y esperó a marzo de 2020 para “enmendar la ley de enfermedades infecciosas del país. Incluso en estado de emergencia, lo único que podía hacer el Gobierno era recomendaciones para no salir de casa o para que los comercios acortaran horarios. El país ni siquiera contaba con multas para infractores, que se aprobaron el 3 de febrero de 2021, y que están orientadas a pacientes de covid que rechazan hospitalización, cuando se ha determinado que es necesaria, o negocios que, con una orden de por medio, se niegan a cerrar o adelantar cierre”. La decisión de quedarse en casa, explica, “era más bien personal”.
Pero ese orden que estamos acostumbrados a ver no se corresponde con la historia reciente del país, que se ha visto sacudido por movimientos revolucionarios de los que aquí sabemos poco o nada y que Ferrán de Vargas explora en el imprescindible Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (Ediciones Bellaterrra, 2020). “Si bien no se dan revoluciones exitosas, sí que se dan revueltas que ponen en jaque al sistema”, admite el autor. En buena parte, se trata de movimientos causados porque, al entrar en la sociedad de consumo, parte de la sociedad se siente alienada: “Los japoneses estaban acostumbrados si no a pobreza, sí a una sociedad con lo mínimo”, explica De Vargas. “Incluso después de la posguerra —añade—, hubo mucha escasez y a finales de los años 50 y de los 60 se encuentran en una sociedad en que se les incita a consumir masivamente. Eso puede que explique un poco la ferocidad de las revueltas en Japón en comparación con otros sitios del mundo, porque esa brusquedad entre dos sistemas capitalistas, entre un sistema no tan enfocado al consumo y otro totalmente consumista e individualista, ese choque, se produce con tal brusquedad en Japón que produce un sentimiento de alienación”.
El detonante fue la revolución china de 1949: “Es cuando Japón se convierte en el único reducto en Asia junto a Corea del Sur para contener el comunismo, entonces hay todo en esfuerzo cultural tanto de Estados Unidos como de los nacionalistas japoneses de fomentar esa imagen de un Japón modélico y armonioso”. No pudieron, sin embargo, contener el descontento social, que llevó a años de protestas y al nacimiento de lo que se dio en llamar la Nueva Izquierda, que tras las purgas internas que se produjeron hizo que “quedase muy estigmatizada” y que sus líderes, lejos de reivindicar su legado, pasaran página.
“Hay una desmemoria muy grande en Japón en relación a todo esto”, explica Ferrán de Vargas, que también apunta a la falta de desarrollo del movimiento feminista “porque Japón es el único país que no entra en crisis durante la crisis del petróleo y la mujer, a medida que los salarios crecen, puede permitirse quedarse en casa. En los 60 no era así y es curioso porque en Japón había más mujeres que en EE UU en el mercado laboral en los 60 y esto cambia en los 70, y que las mujeres dejen de estar tan presentes en el mercado laboral es un desincentivo para los movimientos feministas”.
Álvaro Arbonés es el responsable de la coordinación de Japón salvaje (Antipersona, 2020), que se agotó en una semana y hace hincapié en la violencia política del país a través de diversos artículos. Para Arbonés, “existe esta idea de Japón como país en que nadie se implica políticamente y que son todos un poco de derechas y lo aceptan todo, y Japón es muy ambiguo, tiene muchas ideas muy diferentes”, con “conflictos muy parecidos a los nuestros: tienen problemas de nazis, anarquistas, tienen comunistas, tienen un emperador al que no todo el mundo adora precisamente, y me interesaba hablar de estas cosas que quizás se pasan un poco por alto por no ser las más vistosas, como el artículo de Andrea Peñalver sobre las minorías de Japón”.
Para él, una de las claves es una prensa “muy controlada” y una censura que llega a la enseñanza: “Sobre todo, el partido de Shinzo Abe, el Partido Liberal, ha intentado cambiar sistemáticamente los libros de texto y por ejemplo no hay ninguna referencia a las mujeres de confort, que son mujeres a las que se esclavizaba en Corea y China para que practicaran la prostitución con los soldados japoneses. Una de las batallas más acérrimas de este hombre (Abe) fue borrar eso de los libros de texto”, explica a El Salto.
Arbonés cree que una de las barreras para conocer la cultura nipona, además de la idiomática, es que “no existe un interés de ver a Asia como una región que de verdad esté tan evolucionada como Europa y EE UU porque, al margen de la tecnología, siempre se hace hincapié en que son machistas, son misóginos, no tienen leyes LGTBQ,…”.
Sachi Ishikawa explica al respecto que “hay muchas organizaciones que promueven la igualdad social y la equidad y muchas mujeres luchando contra el patriarcado y creo que ahora el ‘mundo occidental’ se esta empezando a dar cuenta de que esta discrepancia es inhumana, y Japón también se está enfrentando a la idea de que el estatus quo es fuertemente criticado en el extranjero”. Ella señala un interés en perpetuar el cliché por la comodidad que le otorga a la gente en posiciones de poder. También acusa a los medios tradicionales de no hacer un buen trabajo a la hora de cubrir “la discriminación sistemática y el prejuicio” y a un público que no tiene interés en aprender “del lado oscuro de un país que a menudo es idealizado y fetichizado”.
Más allá de Ghibli y Haruki Murakami
Si hablamos de cultura japonesa, lo primero que viene a la mente suelen ser las novelas de Haruki Murakami, los animes de Ghibli o el arte pop de Yayoi Kusama y Takashi Murakami, pero se suele desconocer una cultura menos amable. Las películas de Takeshi Kitano y Sion Sono muestran una cara violenta, poco conformista y con un profundo humor negro. Otro Murakami, Ryu, es autor de novelas distópicas con personajes absolutamente nihilistas y amorales. El anime tampoco es siempre amable: Akira, Perfect blue y Ghost in the shell siguen siendo obras adelantadísimas a su tiempo.
La fotografía también va más allá de las mujeres en kimono hipersexualizadas de Araki, como dio buena cuenta Cristina García Pérez en estas páginas hablando de Provoke, movimiento fundado por Daido Moriyama. La música tampoco le va a la zaga: más allá del J-Pop, nombres como Ryuichi Sakamoto, Merzbow, Damo Suzuki, Melt Banana, Boris, Cornelius, Cibo Matto, Acid Mothers Temple o Yoko Ono (cuyos méritos están infravalorados) han traspasado fronteras con música innovadora y radical.