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Culturas
Podcast, web y otras herramientas para romper tu burbuja de cristal
Raro es el día que no asistimos al linchamiento de una minoría o a la persecución de un colectivo marginado, y sin embargo, nunca ha sido tan fácil hacerse con herramientas para luchar contra las desigualdades o, cuando menos, aprender a empatizar. Podcasts, listas de lecturas y música, libros… la red está llena de recursos para (in)formarse.
A menudo vemos las noticias o leemos en diagonal como si la cosa, en realidad, no fuera con nosotros. Podemos cerrar la pestaña del navegador, buscar otro trending topic o cambiar de canal y seguir con nuestra vida como si nada estuviera pasando. Puede, incluso, que antes decidamos tuitear algo para demostrar al mundo y a nosotros mismos lo concienciados que estamos, que optemos por sacrificar el selfie por el cuadrado negro para apoyar el movimiento Black Lives Matter (en realidad, solo contribuyó a ocultar mucha información por el uso incorrecto de los hashtags). Tiene un nombre: solidaridad performativa.
Muchos activistas se quejan de que no deja de tratarse de un gesto de cara a la galería que quita la voz y el protagonismo a esa misma minoría a la que se alega querer ayudar a la vez que se busca la palmadita en la espalda del oprimido. Un caso reciente lo tenemos en todos esos selfies de mujeres mostrando su mejor perfil en Instagram con bajo el hashtag #womensupportingwomen y que han terminando enterrando los posts en los que las mujeres turcas denunciaban la violencia de género en el país.
Tomemos un ejemplo aún más cercano y fijémonos en todos esos aliados que cada 8M se empeñan en hacer un mansplaining del feminismo. Puede que pongamos el cuadrado negro con la mejor intención, pero son muchos los activistas que se quejan de la “performatividad” y reclaman que, en su lugar, se cambie esa gesto transaccional por una solidaridad auténtica, aunque eso suponga sentirse incómodo, como decía el activista y comisario Erkan Affan en el podcast Solidarity on the Dancefloor.
El primer paso, el más importante, pasa por romper la burbuja de nuestro privilegio, y ese es un ejercicio que no siempre es cómodo: supone hacer autocrítica, enfrentarse a lo que uno cree que está bien y es lo mejor, y obligarse a escuchar verdades incómodas, aunque usen el humor como hizo la artista Mykki Blanco en Wypipo. Entre gags que parodian a gente blanca que dice que “no ven razas”, se cuelan declaraciones reales en las que Mykki Blanco empezó a sentir racismo en el momento en que alcanzó la adolescencia y la gente comenzó a mirarle con temor en la calle.
“El antigitanismo sigue siendo el racismo más socialmente aceptado, y esto no lo digo yo, lo dice la Agencia Europea de Derechos Fundamentales”, explica Nicolás Jiménez
Cuando se trata de racismo, no hay que irse siquiera a Estados Unidos, basta con quedarse en casa. “El antigitanismo sigue siendo el racismo más socialmente aceptado, y esto no lo digo yo, lo dice la Agencia Europea de Derechos Fundamentales”, explica Nicolás Jiménez, sociólogo e investigador que hace unos años puso en marcha el blog Pretendemos gitanizar el mundo con el objetivo de buscar las causas del racismo que sufre el pueblo gitano.
“Se han buscado causas internas dirigiendo la mirada hacia los gitanos, diciendo que nos hace falta mayor desarrollo, más educación, más integración… ese ha sido el discurso habitual —indica Jiménez—, pero llevo muchos años reflexionando en contra de ese discurso y creyendo que por ahí no se encuentra una solución porque, precisamente, eso contribuye a perpetuar el supremacismo de la blanquitud”.
Lo que empezó como un blog, y gracias a la incorporación de Silvia Agüero al proyecto, ha terminado convertido en una asociación con una fuerte presencia en las redes, que imparte formación, participa en conferencias internacionales, milita en asociaciones antirracistas y prepara su primer anuario para finales de año.
Ambos echan en falta una implicación real de los poderes públicos —“todas las decisiones que se toman en relación con nuestra vida están en manos de payos y payas”, recuerda Jiménez—, pero creen en la responsabilidad de autoeducarse: “Se trata no solo de las herramientas que haya disponibles, sino de pensar el qué estás diciendo y cómo lo estás diciendo, como cuando nos dicen ‘eres muy guapa para ser gitana’, ‘hablas muy bien para ser gitana’, ‘no se te nota nada que eres gitana’… Todas esas frases que las dices porque las has dicho desde siempre se acaban cuando tú eres consciente de que lo que estás diciendo es una barbaridad”.
Sería fácil pensar que la atención recibida por el movimiento BLM les habría ayudado, pero siguen siendo los grandes incomprendidos
Sería fácil pensar que la atención recibida por el movimiento BLM les habría ayudado, pero siguen siendo los grandes incomprendidos. “Aquí ni siquiera el movimiento antirracista entiende el antigitanismo, porque no depende del color de la piel, no depende de una migración, no depende de estar regularizado o sin regularizar, no depende de si eres más blanco o más oscuro, entonces no entienden por qué decimos que sufrimos antigitanismo, y dentro del movimiento antirracista no hay presencia porque es muy difícil explicar si no hay una escucha activa”, apunta Silvia Agüero.
Una escucha activa es lo que plantean también los podcasts que conduce la comisaria Sonia Fernández Pan, Feminism under Corona, dirigido por Chus Martínez para el Institut Kunst de Basel, y Corona under the Ocean, la serie lanzada por la TBA21-Academy dentro del extenso programa Life for Beginners comisariado por Martínez como una respuesta a la pandemia.
Fernández Pan pone de manifiesto que “las dos series de podcasts se entremezclan por la conexión entre feminismo y respuestas a la crisis ecológica y por cómo incluso unas invitadas citan a otras”. “El océano es un espacio donde se unen las rutas de esclavitud, el colonialismo de internet con los cabes de fibra óptica que lo atraviesan y su situación como actual ingente basurero de todos los deshechos humanos, desde lavadoras a vagones de metro”, añade.
Ella entiende los podcasts como “un ‘pensar con’, porque me gustaría romper esa mitología absurda que asume que son los libros la gran fuente de inspiración. En mi vida, las mejores ideas aparecen escuchando y hablando con gente. Los podcast son como un texto oral en el que yo soy editora y ‘anfitriona’ y quiero reivindicar la dimensión oral del conocimiento, tan importante como la escrita. Es más, yo misma consulto más entrevistas que libros y pienso en la gran generosidad —de conocimiento y tiempo— que hay en ellas. Pero ese valor debe traducirse en remunerar estas conversaciones”.
Con la llegada de la pandemia, se dio cuenta de que seguían dando espacio a las voces de siempre en los espacios públicos de habla anglosajona, e hizo lo posible porque se escucharan otras: con la artista Ran Zhang abordó la sinofobia, con Brigitte Vasallo discutió qué pasa con los sujetos queer cuando “la familia y la pareja son la zona de confort, con la que te puedes abrazar” durante una pandemia, con Lou Drago, artista y dj, abordó la cultura de la cancelación y la necesidad de construir un diálogo en vez de linchar públicamente, con la artista y activista Ana Garzón abordó la brecha social entre gente con dinero y gente que vive de economías sumergidas y que no puede permitirse el lujo del confinamiento en países como Colombia…
Aunque se plantea los podcasts como un diálogo abierto y se preocupa por invitar a gente diversa, se cuestiona la dimensión excluyente del habla, entre quienes tienen herramientas para elaborar un discurso bien articulado y quienes no, así como ese “ansia de conocer al otro, bajo un impulso extractivista en el pensamiento occidental que se traduce en el derecho de conocerlo todo con respecto a otras culturas y desde las mejores intenciones feministas… pues hasta qué punto es legítimo archivar a las otras”.