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De haberlo sabido
Marcianas y princesos
Hace tres décadas no existían las payasas asesinas. Los piratas no llevaban eyeliner, no había bruja sin su escote y no solían acudir a las fiestas los princesos ni las cazafantasmas. En Halloween y Carnaval, el catálogo de opciones para las niñas y los niños estaba claramente diferenciado en dos secciones prácticamente inamovibles, una de color rosa y otra de color azul. Y para los adultos también.
El primer año que tuve uso de razón le pedí a mi madre que me llevase a una fiesta disfrazada de El Zorro en la que estuve rodeada de niñas vestidas de de princesas y niños vestidos de guerreros
Recuerdo el primer año que tuve uso de razón y voluntad propia y le pedí a mi madre que me llevase a una fiesta disfrazada de El Zorro. Recuerdo mi capa, mi espada, mi sombrero y mi bigote, pero también me acuerdo de estar rodeada de niñas vestidas de Blancanieves, de muñecas, de brujas, de mariposas, de princesas… y de niños vestidos de guerreros, de villanos, de monstruos y fantasmas. También de la envidia que me daban.
Y es curioso, porque las personas de mi edad no se cuestionaban demasiado si yo “iba vestida de chico”. Al contrario, las niñas me ignoraban y los niños luchaban conmigo entrechocando nuestras espadas, igual que en el recreo cambiaban conmigo tazos o me invitaban por la tarde a las carreras de coches teledirigidos y a jugar al Tekken.
Sin embargo, los adultos sí se sentían con la libertad de comentarle a una cría de 8 años que “si no prefería disfrazarme de algo más de niñas”, “que me iban a confundir con un niño” y una larga retahíla de apreciaciones que, gracias a que tengo la cabeza dura como una piedra, nunca consiguieron hacer que dejase de disfrazarme de lo que me daba gana.
Con 10 años, tuve la suerte de que mi madre me regalase un disfraz de marciano y es fuerte darme cuenta dos décadas después de que yo era una privilegiada porque mi madre no me obligase a disfrazarme “acorde con mi género”
Con 10 años, tuve la suerte de que mi madre me regalase un disfraz de marciano. Era todo verde, con una careta, unas manos y unos pies de plástico horrorosos. Me encantaba. Y es fuerte darme cuenta dos décadas después de que yo era una privilegiada y era muy afortunada porque mi madre no me obligase a disfrazarme “acorde con mi género”. Porque me compró un disfraz de marciano, aunque los marcianos verdes y horrorosos sean imaginarios y no tengan género.
Ahora, en 2023, veo en TikTok los mismos disfraces en niñas y niños. Momias, esqueletos, calabazas y mini Mike Myers. Marcianas y princesos. Personas que pueden elegir. Porque eso es lo único que importa.