Energía nuclear
39 años de Harrisburg, el primer susto nuclear
El 28 de marzo de 1979 tuvo lugar el accidente de Harrisburg, en Estados Unidos. El primer susto de la energía nuclear, marcó su declive antes de Chernobil. 39 años después, este aniversario vuelve a poner sobre la palestra los problemas insalvables de esta energía peligrosa y nociva para la salud de las personas y el medio ambiente. 39 años después, debimos seguir apostando por un nuevo modelo energético más limpio, más democrático y, sobre todo, más seguro.

El 28 de marzo de 1979 se produjo el accidente de la Isla de las Tres Millas (Three Mile Island, en inglés), cerca de Harrisburg (Pensilvania). Este fue el primer gran susto de la industria nuclear occidental, pues supuso la demostración de que la reacción nuclear se puede descontrolar hasta el punto de fundirse el núcleo del reactor y hacer imprescindible la emisión de gases radiactivos para evitar una explosión.
Si bien el de Chernobil es el más conocido y el más grave de todos los accidentes nucleares, fue el de Harrisburg el que supuso un verdadero freno para la energía nuclear, pues el número de centrales proyectadas decayó espectacularmente en el mundo. Cuando se estudia la evolución de las centrales en funcionamiento, se ve que este número crece de forma constante hasta 1989, cuando se frena. Este parón se ha atribuido a Chernobil, que ocurrió en 1986, pero no es así. En realidad, el accidente de Harrisburg fue el que supuso un verdadero freno del crecimiento nuclear en el mundo. Hay que tener en cuenta que cuesta unos 10 años construir un reactor, por lo que el parón en los nuevos proyectos sólo se nota 10 años después del accidente.
Aquel 28 de marzo de 1979, el generador de vapor de la Unidad 2 de Three Mile Island, a 16 km de la ciudad de Harrisburg (Pensilvania), sufrió una fuga, conocida como LOCA (loss of coolant access) en el argot nuclear. Esta interrumpe la refrigeración del núcleo y permite que su temperatura aumente de forma descontrolada. Los operadores de la central solo pudieron saber que el núcleo estaba fundido 10 horas después, puesto que la fuga de refrigerante no fue percibida por ellos debido a un fallo en un indicador de un panel de control de la central. Este fallo sería considerado aún hoy como un Nivel 0 o 1 en la escala INES (poco importante) pese a la catástrofe en la que podría resultar. Debido a la alta temperatura que alcanzó el reactor, el agua se disoció en oxígeno e hidrógeno y se formó una gran burbuja de hidrógeno, con gran cantidad de tritio radiactivo, al igual que sucedió en los reactores de Fukushima. Sin embargo, en Harrisburg se evitó la explosión expulsando el gas radiactivo al exterior. La fusión del núcleo no se pudo evitar y fue necesario arrojar agua y arena al interior para controlar el accidente. Aunque esta concatenación de sucesos era improbable, acabó por producirse, con efectos catastróficos.
Los inspectores de la Nuclear Regulatory Comission (NRC, equivalente al Consejo de Seguridad Nuclear español) mantuvieron el accidente en secreto durante dos días, según reconoció uno de los operadores a una docena de congresistas que visitaron la central. El combustible gastado y el núcleo fundido se retiraron en 1990. Sin embargo, la otra unidad, TMI-I, que tenía permiso hasta 2014, consiguió que este se prorrogara hasta 2034, y sigue funcionando hoy en día.
Existe una controversia acerca de las consecuencias del accidente sobre la salud de la población, puesto que resulta muy difícil evaluar las dosis radiactivas a las que fueron expuestos los miles de afectados. Oficialmente se fugaron 10 millones de curios pero, según un informe independiente realizado por Steven Wing, la fuga fue diez veces mayor. Las acciones de emergencia que se pusieron en práctica fueron claramente insuficientes y consistieron en la evacuación de las mujeres embarazadas y de los niños en un radio de 8 millas en torno a la central, pero dos días después del accidente. Se han detectado aumentos de malformaciones congénitas, de cánceres y de enfermedades psicológicas debidas al estrés sufrido por la población. Según el informe anteriormente citado, los casos de cáncer de pulmón son de cuatro a seis veces más frecuentes en las zonas que recibieron mayor dosis (situadas a favor de viento) que en las que estaban contra el viento. Además, según este informe, hubo de dos a diez veces más casos de leucemia en adultos en zonas a favor del viento.
Como se ha comentado, el accidente de Harrisburg supuso el principio de la decadencia de la energía nuclear en el mundo. Por un lado, aquel accidente demostró que las centrales nucleares eran inseguras, lo cual reforzó las movilizaciones antinucleares y, por otro lado, los costes de las medidas de seguridad tomadas han encarecido notablemente las centrales, convirtiéndolas en poco competitivas frente a otras fuentes de energía.
Por desgracia, las enseñanzas de accidente de Harrisburg no fueron suficientes para evitar el accidente nuclear de Chernobil en 1986, el más terrorífico de los acaecidos hasta el momento, ni el de Fukushima en 2011, un verdadero Chernobil a cámara lenta. Pero, además, la industria nuclear española pretende prorrogar el funcionamiento de las centrales hasta los 60 años, aumentando el riesgo de forma inaceptable. La central más antigua hoy es Almaraz I, que cumplirá 40 años en 2021. El permiso de explotación de las dos centrales expira el 8 de junio de 2020 y lo más sensato sería no renovarlo. Tras el cierre de Almaraz, debería producirse el cierre escalonado de todas las centrales nucleares españolas según vayan caducando sus permisos de explotación, de tal forma que España esté libe de este peligro en 2024, cuando se cerraría la última.
La industria nuclear anunció, como hace después de cada accidente, que aprenderá de los errores y los corregirá para que las centrales sean más seguras. Pero el lobby pronuclear no ha aprendido lo principal: que la seguridad absoluta no existe y que los sucesos, por improbables que sean, acaban por producirse. Además, existen alternativas más limpias y más seguras. La pregunta que debe hacerse no solo la industria nuclear, sino toda la sociedad es: si podemos prescindir de la energía nuclear, ¿por qué seguir manteniendo ese inmenso peligro? ¿Por qué seguir generando residuos radiactivos que son peligrosos durante cientos de miles de años?
Este aniversario del accidente de Harrisburg es una nueva ocasión para recordar la necesidad de cerrar todas las centrales nucleares y reflexionar sobre la improrrogable puesta en marcha de un nuevo modelo energético más limpio y más justo, que no facilite el enriquecimiento de unos pocos a costa de toda la sociedad y del medio ambiente.
El movimiento antinuclear extremeño, además, recuerda en la misma fecha la muerte del compañero Guso. El 28 de marzo de 2011 le estuvieron esperando en la concentración por el aniversario de Harrisburg, a las puertas de la central de Almaraz, pero jamás llegó. Tampoco lo hará a las que realizaremos este años en varios puntos de la península; es triste, pero nos toca seguir sin él. No te olvidamos, Guso.
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