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Energía nuclear
Cientos de científicos toman medidas contra el programa nuclear del gobierno francés
Artículo publicado originalmente en Reporterre.net.
El 11 de febrero de 1975, en las columnas de Le Monde, 400 científicos invitaron a la población francesa a rechazar la instalación de centrales nucleares “hasta que tengan una clara conciencia de los riesgos y consecuencias”. Recordando la naturaleza potencialmente espantosa de un accidente nuclear, señalaron que “el problema de los desechos se trata a la ligera” y que: “sistemáticamente, minimizamos los riesgos, ocultamos las posibles consecuencias, tranquilizamos”.
La relevancia de este llamamiento, que hoy podría repetirse casi palabra por palabra, ha sido ampliamente confirmado en las últimas décadas:
• Presentados en su momento como imposibles, los accidentes graves o mayores se han multiplicado, dando lugar a emisiones masivas de materiales radiactivos. Afectaron núcleos de reactores (Three Mile Island, Chernobyl, Fukushima) así como depósitos de residuos radiactivos o plantas de combustible (Mayak, Tokaimura, WIPP, Asse).
• Vastas áreas geográficas se han vuelto así tóxicas para todos los seres vivos y la radiación y la contaminación radiactiva siguen cobrándose numerosas víctimas, incluso en torno a instalaciones en funcionamiento “normal”.
• La industria nuclear ha acumulado oficialmente más de 2 millones de toneladas de residuos radiactivos en Francia, incluidas 200.000 toneladas peligrosas durante largos períodos de tiempo, un volumen muy subestimado que no incluye los residuos de roca y minería abandonados en el extranjero, ni los “materiales” destinados a una hipotética reutilización (combustible gastado, uranio empobrecido, uranio reprocesado, etc.).
• Los trabajos de desmantelamiento y descontaminación de emplazamientos ya contaminados apenas han comenzado, se prevé que sean excesivamente largos y costosos y agravarán aún más el balance de residuos.
Está claro que después de medio siglo de desarrollo industrial, todavía no dominamos los peligros del átomo, y solo hemos pospuesto problemas anunciados durante mucho tiempo. Sin embargo, fuera de cualquier debate democrático, y sin haber hecho una evaluación real de las elecciones pasadas y las opciones disponibles hoy, nuestros gobiernos se preparan para relanzar un nuevo programa de energía nuclear.
Con el pretexto de una emergencia climática, y sobre la base de argumentos truncados, simplistas e incluso gravemente erróneos, cabilderos de importantes medios de comunicación están trabajando para organizar la amnesia. Recordemos que, para almacenar sólo una fracción de los residuos más peligrosos producidos hasta ahora en Francia, residuos que según algunos “caben en una piscina olímpica”, nos estamos preparando para excavar 300 km de galerías bajo un solar de 29 km2, a un coste estimado provisionalmente entre 25 y 35 mil millones de euros, y esto sin certeza sobre la durabilidad de este depósito a las escalas geológicas requeridas, del orden de al menos 100.000 años.
Con el pretexto de una emergencia climática, y sobre la base de argumentos truncados, simplistas e incluso gravemente erróneos, cabilderos de importantes medios de comunicación están trabajando para organizar la amnesia.
Recuerden que las consecuencias de grandes accidentes como el de Chernobyl y Fukushima no se pueden reducir a un pequeño número de muertes “oficiales”. El hecho de que aún no se haya establecido una evaluación sanitaria y económica seria del drama de Chernobyl debería desafiar a cualquier mente científica. Una amplia gama de morbilidades afecta a los habitantes de los territorios contaminados: la degradación de las condiciones de vida, el empobrecimiento y la estigmatización serán su suerte durante siglos.
Dos grandes hechos de nuestras noticias deberían alertarnos más que nunca: el cambio climático, que se está acelerando, y la guerra en Ucrania. La escasez de agua dulce y la reducción del caudal de los ríos vinculados a una próxima sequía crónica en Francia, así como los riesgos de inmersión de las zonas costeras debido al aumento del nivel de los océanos y la multiplicación de los fenómenos climáticos extremos hará que el funcionamiento de las instalaciones nucleares sea muy problemático.
Apostar por nuevos reactores, el primero de los cuales, en el mejor de los casos, se pondrá en marcha en 2037, no nos permitirá en modo alguno reducir hoy de forma drástica nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, como exige la emergencia climática. Además, más allá de los horrores de la guerra, la vulnerabilidad de la central eléctrica de Zaporizhia amenaza a toda Europa. En tal contexto de inestabilidad geopolítica, ¿cómo vamos a garantizar la paz eterna que requiere la energía nuclear?
En el futuro inmediato, el esfuerzo industrial y financiero que representaría este nuevo programa desviaría por mucho tiempo los medios necesarios para enfrentar los desafíos combinados de la crisis climática, el colapso de la vida, la contaminación generalizada y el agotamiento de los recursos. El sistema de energía nuclear es inseparable de un modelo económico basado en el productivismo y el despilfarro, que debe ser revisado de forma prioritaria.
Hoy, cualquier crítica a la tecnología nuclear, sujeta tanto al secreto industrial como militar, se ha vuelto extremadamente difícil dentro de las escuelas, laboratorios e institutos vinculados a ella. Pero las ciencias de la ingeniería no tienen el monopolio del conocimiento ni la legitimidad para decidir nuestro futuro. Las ciencias de la tierra y de la vida, las ciencias de la salud, sociales y económicas, las humanidades y las letras producen encuestas, análisis y contrarrelatos sin los cuales hoy no sabríamos nada de las verdaderas consecuencias del átomo en las sociedades, los entornos de vida y las poblaciones, humanas y otras. humano.
Es por eso que nosotras, mujeres y hombres científicos, médicos, docentes, ingenieros, académicos e investigadores, lanzamos este llamado a rechazar cualquier nuevo programa nuclear. A una elección impuesta que comprometería nuestro futuro a muy largo plazo, oponemos la necesidad de desarrollar democrática y descentralizadamente, desde los territorios y las necesidades, propuestas rompedoras de políticas de sobriedad, transición energética y justicia ecológica.
Traducción de Cristina Rois.