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Artículo publicado originalmente en Far-Near.
Viene de la primera parte.
El Estado japonés empleó la resiliencia como herramienta pseudoterapéutica, elaborando estratégicamente visiones de superación elegante de la aniquilación -pareciendo tener un caso de amnesia selectiva de su propio papel en la creación de las circunstancias de devastación nuclear. Esto permitió al Estado alimentar una sumisión colectiva a una realidad existente de contaminación radiactiva: una «sumisión al sufrimiento».
Al tiempo que utilizaba un lenguaje idealista y visiones de futuro, el Estado japonés no proporcionó servicios básicos, vivienda, recursos ni apoyo al pueblo japonés, que se había convertido básicamente en refugiado nuclear. El Estado categorizó a los evacuados como «obligatorios» o «voluntarios» en función de la proximidad de sus hogares al lugar de la fusión nuclear, aunque se ha demostrado que los niveles mortales de radiactividad persistían mucho más allá de las zonas obligatorias.
Utilizando parámetros obtusos y designados apresuradamente para definir políticas que definen la vida, los evacuados obligatorios (que es en sí mismo un término contradictorio, ya que supone que las personas de la categoría «voluntaria» no corrían riesgo de exposición letal) se vieron finalmente obligados a «elegir entre el retorno y la reubicación sin ayuda del gobierno», según el experto en derecho de catástrofes Mishi Ishimori. Aparentemente, los evacuados están «facultados» para elegir; sin embargo, la elección implica capacidad de decisión. La decisión entre regresar a paisajes tóxicos o mudarse a hogares nuevos y desconocidos sin ayuda económica no es una elección con capacidad de decisión.
Aparentemente, los evacuados están «facultados» para elegir; sin embargo, la elección implica capacidad de decisión. La decisión entre regresar a paisajes tóxicos o mudarse a hogares nuevos y desconocidos sin ayuda económica no es una elección con capacidad de decisión.
El pueblo japonés sufrió como resultado de la negligencia del gobierno; y en su inmensa pérdida, las comunidades forjaron lazos colectivos, extendiendo el apoyo mutuo, la curación y los recursos. La resistencia de la gente resonaba en el dolor de sus cuerpos y corazones, una resistencia encarnada por el cuidado y el amor mutuo. Kohso retrata vívidamente el formidable levantamiento de la gente que resiste a la radiación y a la nación nuclear-capitalista. Los bautiza como la «multitud radiactiva», reflejando la trágica realidad de su condición y el profundo daño que han sufrido debido a la radiación, al tiempo que alude a la poderosa unidad de su resistencia.
Cientos de miles de manifestantes formaban parte de la multitud radiactiva, desmintiendo el estereotipo occidental común que describe a los japoneses como dóciles y poco dispuestos a resistirse a la autoridad. Los medios de comunicación ignoraron el movimiento de resistencia, desestimando la anticipación y ansiedad generalizadas del público ante futuros accidentes nucleares, y en su lugar se plegaron a la línea del gobierno de que la energía nuclear es segura.
La resistencia impulsada por la comunidad y dirigida por activistas se centró en una amplia gama de preocupaciones, como el anticapitalismo, el feminismo y el ecologismo. A la cabeza de esta resistencia estaban las madres y quienes trabajan para cubrir las necesidades cotidianas, organizando incansablemente redes de intercambio de información y apoyo. Por el bien de sus hijos y seres queridos, quienes desempeñaban funciones asistenciales cuestionaron los opacos informes del gobierno sobre los niveles de radiación, aunque a menudo fueron tachadas de «histéricas» y «paranoicas» por las autoridades y otros familiares, según Kohso. Dentro de los confines de la sociedad patriarcal japonesa, que a menudo socava el valor del conocimiento de las mujeres, las activistas subvirtieron normas que «las liberaron de cierto grado de control social, dándoles mayor libertad para movilizarse».
Dentro de los confines de la sociedad patriarcal japonesa, que a menudo socava el valor del conocimiento de las mujeres, las activistas subvirtieron normas que «las liberaron de cierto grado de control social, dándoles mayor libertad para movilizarse».
La autora Nicole Frieiner documenta cómo las mujeres movilizaron la resistencia en espacios digitales informales, como un grupo de Facebook llamado «Red Fukushima para Salvar a los Niños de la Radiación» y un blog titulado «Connecting Mother's Blog». Crearon espacios seguros y accesibles que sirvieron de puntos de conexión alternativos para personas de todo el mundo. Los artistas también fueron cruciales para la resistencia nuclear de Fukushima.
Project Fukushima! fue un colectivo lanzado para ayudar a revitalizar las artes, la cultura y la comunidad de la región de Fukushima. Se organizaron talleres, festivales de danza, exposiciones de arte y actuaciones políticas para reunir un diálogo local y global y una comunidad de artistas, músicos y activistas, según describe el etnomusicólogo David Novak. Las escenas de baile y canto eran aparentemente menos controvertidas para los medios de comunicación que las acaloradas protestas, y esta cobertura permitió que los mensajes de resistencia del Proyecto Fukushima viajaran internacionalmente y obtuvieran un reconocimiento y un apoyo sustanciales.
Project Fukushima! fue un colectivo lanzado para ayudar a revitalizar las artes, la cultura y la comunidad de la región de Fukushima. Se organizaron talleres, festivales de danza, exposiciones de arte y actuaciones políticas para reunir un diálogo local y global y una comunidad de artistas, músicos y activistas, según describe el etnomusicólogo David Novak.
Se formaron nuevas redes de activismo a través de experiencias compartidas de violencia por la exposición a la radiación. La activista antinuclear feminista Mari Matsumoto identifica la forma en que las trabajadoras nucleares y las trabajadoras del sexo desempeñan papeles similares en el mantenimiento de la producción capitalista, al tiempo que son excluidas de ella. La resiliencia post-Fukushima se centra en un activismo arraigado en las experiencias corporales de las personas afectadas y revela cómo el Estado nuclear está inextricablemente vinculado al Estado capitalista, entrelazado en un aparato de beneficios.
El Estado japonés pregonaba narrativas muy idealizadas de una lucha quijotesca y de un futuro rico en resiliencia, pero se negaba a comprometerse con las políticas de seguridad de la vivienda y el apoyo respaldado por recursos necesarios para hacerlas realidad. La resiliencia significaba algo más para el Estado: fomentaba «una comprensión de sentido común de los problemas urbanos y soluciones empapadas de bromuros neoliberales», tal y como la caracteriza el experto en urbanismo Timothy Weaver, mientras que la resiliencia de la comunidad alimentaba infraestructuras informales de atención.
El Estado japonés pregonaba narrativas muy idealizadas de una lucha quijotesca y de un futuro rico en resiliencia, pero se negaba a comprometerse con las políticas de seguridad de la vivienda y el apoyo respaldado por recursos necesarios para hacerlas realidad.
Los eslóganes de la resiliencia en la reconstrucción social y espacial de las ciudades y comunidades tras las crisis suelen ocultar las circunstancias antinaturales del desastre e «impiden que nos preguntemos por qué se pide a los habitantes urbanos que sean resilientes en primer lugar», como señala Slater. El poder suele estar confinado en manos de quienes pueden escribir sus propias versiones de las historias que se comparten con el mundo y se aceptan como autoridad y verdad. El concepto de «poder simbólico» del sociólogo urbano Loic Waquant describe el potencial determinista del discurso performativo para tergiversar el pasado de forma que permita que las agendas neoliberales se conviertan en realidad.
Los supervivientes de Fukushima deben vivir no sólo con el trauma causado por el terremoto, el tsunami y la fusión nuclear, sino también con el que siguió en la ambigua secuela: años de una violenta falta de reconocimiento, dignidad y respeto por parte de las autoridades públicas. En cuanto al trauma nuclear agravado por las genocidas bombas atómicas de la Segunda Guerra Mundial, Kohso señala que «ya no había simple ira». Más bien, imágenes de fantasmas y signos impresos con el carácter de maldición (呪) se filtraron en el etos de la multitud radiactiva. Bōkyaku (忘却) describe el «olvido sin olvido» de los japoneses de la «existencia en, a pesar del olvido», como describe Novak. Los fantasmas que se dejaron para el infierno y se olvidaron volvieron como la maldición nuclear de Japón para atormentar a la multitud radiactiva. Existe un camino hacia la liberación y el alivio del sufrimiento al seguir adelante con sus vidas. Aun así, es necesario cierto tipo de amnesia para imaginar un futuro positivo.
Perdonar, pero no olvidar; la capacidad de recuperación de la población se encuentra en esta tensión. Su perdón se opone activamente al olvido selectivo por parte del Estado de su propia responsabilidad: es la liberación autodefinida y autoiniciada por la población la que permitirá la curación del sufrimiento. Las palabras tienen la poderosa capacidad de trivializar la violencia y, al mismo tiempo, perpetuarla. Pero también tienen la capacidad de invertir esta dinámica de poder. A medida que Japón avanza hacia la recuperación, la pasión y el cuidado se encarnan en las experiencias viscerales de la vida como lucha, vidas en las que el sufrimiento no se olvida, sino que coexiste con la felicidad.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.