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Ecologismo
Finanzas
Este relato forma parte de la colección “relatos decrecentistas”, escrita por María y Luis González Reyes, ilustrada por Emma Gascó y con la dirección artística de la grabación realizada por Nelo Royner para Perifèries. La experiencia busca ser integradora, pues el relato se puede escuchar, leer o mirar. Además, se acompaña de una pequeña introducción de cómo sería la energía en un contexto decrecentista.
Relato
Ahora mucha gente vive en comunidades, pero cuando yo era pequeño no era así. Nuestra vida comunitaria en un edificio en derecho de uso era una rareza. Un experimento que en realidad se venía repitiendo de distintas formas en los últimos siglos, pero que solo cuando se desmoronó el capitalismo global y desmoronamos los capitalismos más locales que le sucedieron pudo volver a expandirse.
Pero no es eso lo que quería contar, sino una historia que me recordó mi madre hace poco y de la que yo guardo un recuerdo borroso. El caso es que en nuestro edificio, en la planta baja, habitaba un limonero, unas matas de fresas y una madreselva, entre otras plantas. Pero las que importan ahora son estas, porque eran las que estaban cerca de la pared en la que solíamos jugar al fútbol los chicos chutando con todas nuestras fuerzas, mientras quienes eran más peques, y en general las chicas, buscaban otros lugares. Como era de esperar, la pelota salía por donde podía y terminaba chafando la madreselva, pisotenado las fresas y podando con frecuencia el limonero.
Esto generaba no pocos conflictos en la comunidad entre generaciones, géneros y sensibilidades. Conflictos bonitos, que en nuestra comunidad las personas adultas eran mucho de vivirlos como una oportunidad y esas cosas (aunque a veces les salía un poco regular, todo sea dicho). Bueno, el caso es que en una de esas discusiones alguien dijo que por qué no se cambiaba el campo de juego al sótano.
En el sótano habitaban las bicis, pero, sobre todo, los coches. Los balonazos, en lugar de seccionar flores, cortarían retrovisores, y ya no aplastarían más ramas, sino que abollarían capós. Por supuesto, la propuesta se descartó, pero dejó preguntas abiertas en la comunidad. ¿Qué es lo que valoramos?, ¿cómo le damos ese valor?, ¿por qué le damos más importancia al cuidado de uno de los muchos millones de coches existentes, que un limonero en estos tiempos de emergencia climática?
Igual al principio pensabas que lo que te estoy contando no tenía nada que ver con la pregunta que me habías hecho, pero imagino que ya sabes por dónde voy. Mientras antes, en el capitalismo, el valor de la cosas venía determinado, lo quisiésemos o no, incluso en comunidades como la nuestra en la que nos queríamos salir del sistema, por su valor en el mercado, por su precio, por su contrapartida en euros… ahora ya no es así.
Este cambio ha sido una transformación cultural gigantesca a la que han contribuido muchos factores, pero uno de ellos son las monedas que usamos. Creamos nuestra cultura en gran parte a través de nuestros hábitos y el cambio de moneda generó nuevas formas de relacionarnos que mutó nuestros valores y qué valoramos.
Por eso, nuestras monedas no sirven como reserva de riqueza, sino que pierden valor con el tiempo, se oxidan. Por eso, son creadas por la población y no controladas por un banco central. Por eso, solo se puede generar dinero si hay una actividad detrás, no de manera artificial. Por eso, solo tienen valor en las comunidades que las usan, impidiendo que la riqueza de esa comunidad se pueda llevar a otro lado.
Nuestra moneda, el ATP, se basa en tres cosas: el tiempo de trabajo, su penosidad, lo duro que sea, y su necesidad. De este modo, valoramos los frutos del trabajo en función de lo que requieren de dedicación y esfuerzo, además de lo útiles que son para la vida. Para toda la vida, no solo la humana.
¿De dónde viene lo de ATP? Bueno, eso lo tendrás que averiguar estudiando un poco de biología, de metabolismo. Te lo dejo a ti.
De todas formas, en realidad lo del ATP tampoco es tan importante, porque mucho de nuestro trabajo no tiene contrapartida monetaria. Son como los trabajos que se hacían antes dentro de las familias que generaban unos bienes (como la comida rica) y servicios (como los mimos) sin intercambio de dinero. En las comunidades actuales esto es lo más habitual, solo que nos hemos currado bastante el tema del patriarcado, que antes era un desastre.
En resumen, por todo esto y más cosas es por lo que ahora jugamos al fútbol en verano dentro de los frescos garajes.
Pódcast
¿Cómo serían unas finanzas decrecentistas?
Unas finanzas decrecentistas requieren, ante todo, limitar el intercambio monetizado. También poner en marcha un sistema de crédito que no requiera un crecimiento económico para su restitución. Todo esto se puede acompañar de monedas sociales con características como que:
- Rompan con la lógica del valor. Una forma de hacerlo es no sirviendo como reserva de riqueza. Esto se puede conseguir haciendo que se oxiden (pierdan valor con el tiempo). Otra forma de conseguir que el dinero sea una mala reserva de riqueza es que sea creado por la población (como el cacao, la moneda maya). También que sea un dinero-mercancía basado en materiales relativamente abundantes (como las conchas de cauri, que se usaron desde el Índico hasta el Pacífico).
- Tengan topes en su creación. Por ejemplo, estén ancladas a los cereales o los minerales existentes.
- Utilicen sistemas como el LETS, de lo que va esta historia.