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Ecuador
Poo Pink, Fido y la Gónzalez Suárez
Edu León hace un retrato de la avenida González Suárez —zona exclusiva de la ciudad de Quito—, habitada por políticos, banqueros, algún que otro artista bohemio y antiguos aristócratas venidos a menos que con el nuevo poder adquisitivo eligieron esta avenida en lo alto de una colina.
El 26 de junio de 1972 se extrae el primer barril de petróleo del oriente ecuatoriano. El por aquel entonces presidente del país, el militar de la ‘dictablanda’ ecuatoriana Guillermo Rodríguez Lara, le rinde honores en la ciudad de Balao, región de gente afrodescendiente olvidada hasta ese momento de la historia. Al día siguiente el primer barril de petróleo llega a Quito, donde es escoltado por las calles de la capital encima de un tanque de guerra.
En esa década, Ecuador experimenta el crecimiento económico más rápido de su historia y el ingreso por habitante se incrementa un 77,9%. Así empieza la era petrolera del Ecuador y surge una nueva clase burguesa que emana del oro negro amazónico y de su bonanza.
El aristócrata y melancólico sir Winston Churchill amaba a los perros, y entre muchos tuvo uno llamado Poo Pink, que lo acompañó siempre y que acabó ‘tomando el poder’ los últimos cinco años de la existencia de su dueño, cuando este vivía sumergido en la apatía. Se dice que los perros comían con el resto de la familia y la cena no comenzaba hasta que el mayordomo no servía a los perros su ración sobre la alfombra persa de la sala.
En 1855, Abraham Lincoln, menos sir y más autodidacta, adoptó un perro callejero al que llamó Fido mientras vivía en un pueblo cerca de Springfield. Fido lo acompañaba a todos lados y le traía el periódico. Ambos personajes tienen el honor de tener un espacio en la avenida González Suárez —zona exclusiva de la ciudad de Quito—, habitada por políticos, banqueros, algún que otro artista bohemio y antiguos aristócratas venidos a menos que con el nuevo poder adquisitivo eligieron esta avenida en lo alto de una colina —que antes de los años 70 no era más que potreros— para empezar a mirar desde arriba.
La descentralización de las ciudades latinoamericanas y de la capital ecuatoriana llevó a las clases altas de la ciudad a nuevas zonas donde sustentar su poder y decoro. La González Suárez empieza a edificar su primer ladrillo de poder cuando en las calles de Quito un barril es agasajado a lomos de un tanque, como pleitesía de toda una sociedad que mira hacia el símbolo con la esperanza de ir escalando donde blancos, mestizos, afros e indígenas quieren llegar. Nace el boom petrolero y con él una sociedad que busca referentes identitarios lejos de sus fronteras, que renuncia a su pasado kitu, yumbo, inca, para poner esculturas de presidentes gringos y europeos.
Las clases altas de Latinoamérica raramente han sido fotografiadas desde una mirada documental, salvo por las revistas del corazón, o a principios de siglo en retratos que suponían una ostentación de poder y una herramienta pictórica accesible únicamente a la escala más alta de una sociedad europeizada. En aquella época se borraba a los indígenas de las fotos que querían mostrar a Europa una ciudad de Quito “civilizada”. A partir de la mitad de siglo XX la fotografía latinoamericana empieza a dejar de retratar a las clases acomodadas y comienza a documentar sectores sociales marginales urbanos, clases populares e indígenas. Pero esta visión estaba muy alejada de la denuncia social, y respondía más al deseo de lo “exótico” que motivaba a los europeos.
No son solo las características que elegimos para definirnos las que construyen nuestra identidad, sino también aquello que marcamos como diferente, eso que cada época y sociedad designa como anormal. En procesos de homogeneización y colonialismo, las identidades se dibujan, se borran y se disputan en una ciudad llena de contrastes sociales. Las identidades visten a los sujetos contestatarios, a los marginales, pero también a las clases altas, que aún pugnan por un poder y un capital simbólico lejano para la mayoría: unas clases sociales en su mayoría mestizas que tienden a borrar toda huella prehispánica para mirar como referencia de estatus a otros continentes.
Schnauzer hípster de corte cuidado, cocker a juego con su empleada, pequineses con abrigo de piel, sir bulldogs añejos y sin aliento, caniches con calcetines, yorkshires terrier en carritos por los que asoman lacitos que los adornan, algún husky hiperventilando en los calores capitales, pequineses estridentes como el tráfico, bulldogs, boxers, chihuahuas, pomeranias, mastines, westies y algún que otro colado mestizo o runas, como dicen por acá, ataviados con atuendos y dueños deportivos que los hacen pasar desapercibidos. Todos ellos ladran en inglés y utilizan un castellano muy “español” cuando se enfrascan en las disputas de este barrio.
En un país donde existe un deseo de “blanqueamiento” en general, donde el mestizo quiere ser blanco y el indígena quiere ser mestizo, donde los negros son aceptados dependiendo de los resultados de la selección de fútbol, la “identidad” viene determinada más por el clasismo, un clasismo material que intenta borrar todo origen cultural.
Los perros de la González Suárez son un objeto más de poder, y una excusa para fotografiar a esta parte de la ciudad donde vivir como un perro es comer bien, hacer ejercicio en clubs privados, pasear por zonas arboladas y vigiladas, respirar la paz y seguridad de una clase social elevada que nació de la bonanza del petróleo y la acumulación de las ganancias en manos de unos pocos.
Los perros que habitan las ciudades se parecen a las sociedades que los acogen, y como decía Galeano: “Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres”. En Quito sigue habiendo perros callejeros, perros sabios por el hambre y pulgas que consiguieron sus perros a base de ensuciar sus patas de oro negro.
Habrá que dejar de fotografiar la “miseria” de las desigualdades lejanas, reflejada siempre en los medios capitalistas, para empezar a mirar y reflexionar sobre nuestras miserias más cercanas.
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Muy bueno el reportage ,lo malo como dice el petroleo fue aprovechado por los mas vivos.
Buen reportaje gráfico acompañado de su correspondiente reflexión.