Opinión
Voces desde el aula: la huelga asturiana como grito por la educación pública

Escribo desde mi aula. Hoy suena más vacía que nunca. Sus pupitres sin ocupar, sus estuches sobre las mesas, los dibujos colgados en las paredes, sus libros... Hace solo una semana, la huelga educativa en Asturias —ese grito colectivo por la educación pública— parecía un incendio imparable. Y, sin embargo, ahora ya nadie habla de ella. Las pancartas están dobladas, las camisetas negras con la Cruz de la Victoria cuelgan en los armarios y en la tele, en la radio, en los bares, el tema ha cambiado: toca hablar de fútbol, del tiempo, de lo de siempre. Como si no hubiera pasado nada.
Pero yo, una maestra interina de primaria, sigo entrando cada mañana a mi aula, donde 18 pares de ojos me miran, con sus mochilas cargadas de sueños y sus mundos pequeños que pesan tanto. Me siento en mi silla, miro sus caritas y me pregunto: ¿De verdad sirvió de algo? ¿A quién le importa la educación pública?
La Consejería decidió quitarnos la jornada reducida de junio y septiembre. Una hora menos al día, ‘no es para tanto’ dijeron algunos
La huelga comenzó el 27 de mayo de 2025 con una chispa que parecía pequeña: la Consejería decidió quitarnos la jornada reducida de junio y septiembre. Una hora menos al día, ‘no es para tanto’ dijeron algunos. Pero quienes estamos dentro del aula sabemos lo que significa: nos pedían más trabajo con menos tiempo. En septiembre, esa hora menos al día es vital para el periodo de adaptación de los niños. Vienen de las vacaciones, nerviosos, con los ritmos desajustados, y necesitan tiempo para aterrizar en el cole, para reconocerse en el aula y sobre todo, para sentirse seguros. Y en junio, después de un curso entero, están agotados y lo que necesitan es jugar y moverse. Esa hora ‘extra’ que los docentes teníamos no era para irnos a tomar un café. Era para terminar el papeleo que nos ahoga: reuniones con familias, actas, informes, programaciones que nadie lee pero que hay que entregar impecables. Sin esa hora, el trabajo se acumula.
Pero aquello solo fue la gota. El vaso ya venía rebosando desde hace años: aulas con 25 alumnos, burocracia que nos quita horas de sueño, sueldos que no llegan mientras en otras comunidades cobran mucho más. Y en mi caso, la incertidumbre constante de no saber si el curso que viene trabajaré o no.
¿Qué conseguimos? Palabras. Promesas a largo plazo. 45 millones en tres años, 300 especialistas que llegarán —con suerte— de forma escalonada hasta 2028, una ratio que bajará algún día, a 23
Tres mesas de negociación, tres desilusiones. La primera, fue un ‘vamos a estudiarlo’ que sonaba a burla. La segunda, acabó con la dimisión de la consejera Lydia Espina. Por un momento, sentimos que habíamos ganado algo. La tercera, trajo un preacuerdo que desconvocó la huelga el 9 de junio. ¿Qué conseguimos? Palabras. Promesas a largo plazo. 45 millones en tres años, 300 especialistas que llegarán —con suerte— de forma escalonada hasta 2028, una ratio que bajará algún día, a 23. Y una subida salarial de 140 euros… estirada hasta 2027. Un preacuerdo firmado a espaldas de las asambleas, un papel que huele a humo, a engaño, a “tomen esto y cállense”.
Vuelvo al aula y el cansancio me pesa como nunca. La burocracia es un ladrón sigiloso: cada informe, cada programación, cada acta me roba tiempo que debería dedicar a preparar una clase o a escuchar a ese niño que hoy llegó callado porque algo pasa en casa. Mis 18 alumnos no son solo un número; son historias, son risas, son preguntas que merecen respuestas. La falta de especialistas —en Pedagogía Terapéutica, en Audición y Lenguaje— es un agujero que tapo con mi propia vocación, pero la vocación no es infinita. Se gasta, se quiebra, se agota.
Hace una semana se desconvocó la huelga, y el silencio volvió. Nos callaron con un caramelo que se deshace en la boca, con palabras bonitas y promesas de un futuro mejor. La educación pública no es un edificio. No es solo un horario, ni un plan de estudios. La educación pública son ellos y también somos nosotros.
Hace una semana se desconvocó la huelga. Y ya nadie habla de ella.
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