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Egipto
El colectivo LGBTIQ+ de Egipto se levanta por sus derechos diez años después de la Revolución
Cinco de la tarde. Una cafetería chic del centro de El Cairo. Llega sonriendo y disculpándose: “Siento el retraso”, dice jadeando y dejando su bolso de cuero sobre la mesa. Tras pedir un cappuccino y coger aire, comienza su narración, como si se estuviera preparando para bucear en apnea. “Por donde empezar… es una persecución sin precedentes”.
Las variaciones de tono marcan el ritmo de sus palabras. De manera casi inconsciente, cada vez que pronuncia términos como “régimen”, “dictador”, “homosexual” y “prisión” lo hace una octava por debajo, como si estuviera interpretando “la partitura de los oprimidos”. De repente se calla. Echa un vistazo a sus espaldas y decide cambiarse de sitio. “Tengo la impresión de que pueden oírme”, murmura señalando con la cabeza a un grupo de amigos que comparten una tarta de chocolate. ¿Paranoia? No. O quizás sí. No importa. Se trata de una técnica de supervivencia en el Egipto del Mariscal Al Sisi.
Por razones de seguridad no revelaremos la verdadera identidad de nuestro protagonista. Le llamaremos Letrado Mohamed. Este abogado penalista, que se define a sí mismo como activista, ha elegido ejercer una función tan valiente como peligrosa: defender a los miembros del colectivo LGTBIQ+ en los tribunales de El Cairo, detenidos por crímenes que datan de otra época. A menudo se les acusa de “libertinaje”, la acusación favorita de la Policía para designar a los egipcios que se atreven a desear a una persona de su mismo sexo.
“No existe una ley que prohíba la homosexualidad en sí, así que las autoridades utilizan sobre todo los crímenes de prostitución y el término libertinaje para acusar a los gais, aunque sea mentira. En algunos casos, los policías que llevan a cabo las detenciones afirman que durante una relación sexual se ha producido un intercambio de dinero, pese a que no sea cierto”, destaca el abogado. En 2019, Bedayaa, una organización egipcia de defensa de los derechos de las personas LGBTIQ+, registró un total de 92 detenciones. En la gran mayoría de los casos, los sospechosos fueron absueltos. Sin embargo, el mal está hecho: traumas, eventuales maltratos sufridos durante el arresto, divulgación pública de la orientación sexual de los detenidos —ya sea real o supuesta— y un montón de vidas rotas.
“Todos éramos muy optimistas”
La cafetería donde nos damos cita se sitúa a un paso de la mal llamada Plaza Tahrir (“liberación” en árabe). Fue aquí donde el 25 de enero de 2011, hace justamente 10 años, miles de egipcios se reunieron para reclamar la dimisión de Hosni Mubarak, en el poder desde hacía 30 años. El levantamiento popular acogió a El Cairo y se propagó por los cuatro rincones del país, congregando a egipcios de toda índole: laicos, islamistas, feministas, comunistas, conservadores, burgueses, clases populares… Cada uno proyectaba sus propias fantasías en este movimiento. Para muchos homosexuales, lesbianas y transexuales —y todos los que no se reconocían en la sociedad del momento— este periodo fue vivido como la promesa de más libertades individuales.
LGTBIAQ+
La comunidad trans en Egipto: entre la represión y la lucha
El espacio de libertades abierto en el país en 2011 fue aprovechado por el colectivo para mejorar su organización, y a pesar de haberse cerrado brutalmente, aún consiguen hacer oír su voz y cuentan con algunas victorias en el terreno médico y social.
“Creamos nuestra ONG justo antes del principio de la Revolución. Muchos de nuestros miembros se dijeron: “Es el momento de obtener nuestros derechos”. Allí estábamos, en la Plaza Tahrir, y por aquel entonces todos éramos muy optimistas”, recuerda Nur (seudónimo), directora ejecutiva de Bedayaa.
Tras casi tres semanas de movilización popular, Mubarak anunció su dimisión. Podría haber sido la llegada de una nueva República, pero en 2013, después de algunos sobresaltos, la esperanza democrática se apagó con la ascensión al poder del Mariscal Abdulfatah Al Sisi. Hoy, en la Plaza Tahrir, un ejército de policías vestidos de uniforme y en civil ocupan el lugar donde hace años se juntaban los manifestantes. Durante la noche, oscura, las luces giratorias bañan la plaza de una tenue luz azul.
Homofobia de Estado
“Bajo el mandato de Mubarak, nuestra comunidad ya estaba en el punto de mira, pero no tanto como hoy. El lema de la época era: si sois discretos y no hacéis ruido, os dejaremos en paz. Con los Hermanos Musulmanes y Mohamed Morsi (presidente de 2012 a 2013), se puede hablar de un periodo oscuro para el colectivo LGTBIQ+. Cuando Morsi fue destituido y Al Sisi tomó el poder, muchos se sintieron aliviados, incluso felices. Sin embargo, hoy constatamos que la situación es peor que nunca”, asegura el Letrado Mohamed, con un ápice de amargura en su voz.
“Es una persecución sin precedentes en la historia del país. El fenómeno no es completamente nuevo, pero la represión se ha vuelto sistemática”, afirma Rasha Younes, especialista de derechos LGTBIQ+ en Human Right Watch (HRW). Rasha constata un aumento del número de discursos de odio al más alto nivel dentro del poder.
“Esta homofobia de Estado emana del propio Al Sisi, pasando por ministros y funcionarios de bajo rango y llegando hasta las fuerzas del orden, policías y jueces; la retórica del Gobierno permite a los individuos actuar con total impunidad”
“Esta homofobia de Estado emana del propio Al Sisi, pasando por ministros y funcionarios de bajo rango y llegando hasta las fuerzas del orden, policías y jueces; la retórica del Gobierno permite a los individuos actuar con total impunidad”, analiza esta investigadora al otro lado del teléfono desde Berlín. “La influencia de Al Sisi tiene un impacto enorme sobre lo que la sociedad considera permisible o no”, concluye. La represión no se limita al colectivo LGTBIQ+; en un país que cuenta con decenas de miles de prisioneros políticos, toda forma de disidencia es silenciada y los activistas, encerrados.
La comunidad LGTBIQ+ egipcia puede identificar exactamente cuándo comenzó esta ola de represión particularmente perversa: el 22 de septiembre de 2017. Aquella noche, 35.000 personas asisten al concierto del grupo libanés Mashrou’ Leila, cuyo cantante, Hamed Sinno, es homosexual. En cada canción, en cada estribillo, el público canta tan fuerte que apenas se escucha a los músicos. De repente, dos personas se suben a hombros de sus amigos y ondean un par de banderas arcoíris. El público aplaude.
“Cuando se habla de lo que ocurrió, a menudo se omiten esas ovaciones, pero después de todo, los espectadores estaban en el concierto de un grupo con un vocalista abiertamente gay”, escribirá un tiempo después Hamed Sino en Frieze. “Durante el resto de la noche, nos sentimos en seguridad, nos sentimos todos amados. Las personas que sacaron las banderas eran Sarah Hegazy y Ahmed Ala, y por una noche, El Cairo era suyo. Podía incluso decirse que la comunidad había ganado la Primavera Árabe”, concluye.
“Una victoria”
La euforia durará muy poco. Desde el día siguiente comenzaron a circular en las redes sociales y en medios locales rumores delirantes acerca de una supuesta “orgía satánica”. Las amenazas de muerte comienzan a llover. Decenas de personas son detenidas, entre ellas Ahmed Ala y Sarah Hegazy, militante feminista, lesbiana y comunista. Violada y torturada durante su arresto, encuentra refugio en Canada, donde finalmente se suicidó el verano pasado.
Ahmed Ala también se vio obligado a exiliarse en Toronto. Contactado por teléfono, prefiere mostrarse optimista sobre los eventos que cambiaron su vida por completo: “Después de lo ocurrido en 2017, de repente nos convertimos en parte integrante del discurso público, a menudo para mal, por parte de gente que consideraba que deberíamos estar muertos. Pero también para bien, por parte de quienes defienden el derecho de las personas LGTBIQ+ a vivir libremente. El debate se extendió por las redes sociales y las ONG comenzaron a implicarse. Y eso, fue una gran victoria”, asegura, convencido.
“Algunos podrían oponerse al uso de la palabra ‘victoria’, tras haber visto la campaña de acoso que todo esto ha provocado, lo cual ha provocado la detención de muchas personas. Pero yo también estuve en la cárcel. Publicaron mi dirección personal en internet; mi nombre apareció en todos los medios junto a amenazas dirigidas hacia mi persona, así que tengo derecho a considerar que no todo está perdido”, añade.
La activista transgénero Malak Elkashif, con cerca de 50.000 seguidores en Facebook, se ha convertido en uno de los rostros de la resistencia. En 2019, cuando apenas tenía 19 años, fue detenida por “pertenecer a un grupo terrorista”
El destino trágico de Sarah Hegazy podría haber marcado el fin del militantismo a favor de los derechos LGTBIQ+ en Egipto… si no fuera por la perseverancia de la comunidad. Un ejemplo es la activista transgénero Malak Elkashif quien, con cerca de 50.000 seguidores en Facebook se ha convertido en uno de los rostros de la resistencia. En 2019, cuando apenas tenía 19 años, fue detenida por “pertenecer a un grupo terrorista” y por “perturbar el orden público”. Encarcelada y violentada durante cuatro meses en una prisión de hombres, también fue sometida a un examen anal para demostrar una “sexualidad desviada”. Una práctica que implica tortura y que no tiene ningún valor médico ni legal.
Pese a todo, Malak sigue su combate y afirma que no abandonará ni Egipto ni su lucha. Y no es la única. Si bien la campaña de represión es inédita, también lo es la ola de activismo. Desde el frente de batalla, los activistas que hemos conocido confían en que la llegada de una sociedad donde sus identidades no sean reprimidas está por llegar. “Quiero expresarles mi más profunda gratitud. Sus luchas tendrán un impacto en nuestra comunidad para las generaciones venideras”, nos dice con esperanza Hamed Sinnno, el cantante de Mashrou’ Leila.
“Finalmente, los labios fusionan en un beso”
Una decena de egipcios y otros tantos extranjeros, casi todos homosexuales, se encuentran en un apartamento sublime de un barrio de clase alta en El Cairo. En la terraza, la conversación gira en torno a sus condiciones de supervivencia. “No me creo que hayas dado el paso de salir del armario, ¡eres muy valiente!”, exclama uno de los invitados, de veintitantos años, dirigiéndose a otro de los presentes que ha elegido vivir su homosexualidad públicamente, algo muy poco común, inimaginable para el joven. “Para mí la única solución es emigrar a Europa”, concluye con una sonrisa triste. Sin embargo, después de medianoche, la tristeza da paso a la diversión.
En la pista de baile, el alcohol desinhibe y Lady Gaga se encarga del resto. Don't hide yourself in regret. Una sonrisa, una mano busca una cadera. Just love yourself and you're set. Los torsos se rozan y los dedos se infiltran bajo la camisa. Escalofríos. I’m on the right track, baby. En un movimiento tímido y después apasionado, los labios fusionan en un largo beso. I was born this way. El grupo de amigos se despide al amanecer, con el espíritu más ligero que el día anterior. Una suave brisa acaricia las calles vacías. El Cairo está a sus pies.
El exilio es la opción más segura, pero para ello es necesario disponer de los medios suficientes. En ocasiones, los menos privilegiados optan por casarse con una persona del sexo opuesto con el fin de salvaguardar el honor familiar
En una sociedad donde las diferencias de clase son tan marcadas que se asemejan a un sistema de castas, algunos miembros del colectivo LGTBIQ+ son más privilegiados que otros. Los barrios más modernos ofrecen espacios de libertad y de encuentro fuera del alcance de la mayoría de los egipcios. “A veces tus vecinos te denuncian a la Policía basándose solamente en tu apariencia física; estiman que no eres una persona cisgénero y heterosexual. Últimamente estamos constatando que hay más denuncias en los barrios populares que en aquellos donde viven las clases más altas, donde se pueden organizar fiestas privadas y encuentros de manera más fácil”, explica Nur, la directora de Bedayaa. “La cuestión de las clases sociales se refleja en los casos: la mayoría de las personas LGTBIQ+ a quien ofrecemos asistencia provienen de los medios más desfavorecidos”, añade.
El exilio es la opción más segura, pero para ello es necesario disponer de los medios suficientes. En ocasiones, los menos privilegiados optan por casarse con una persona del sexo opuesto con el fin de salvaguardar el honor familiar. “A menudo recibimos mensajes de personas que nos piden ayuda para escapar. La mayor parte no dispone de los fondos necesarios para salir del país. Yo misma he pensado varias veces en emigrar definitivamente”, admite Nur, activista y en la actualidad amenazada. “Cada mañana me despierto y me digo: puede que hoy sea el día de mi arresto”.
Cuando las fiestas más selectas y la inmigración no son una opción, solo quedan las aplicaciones para conocer gente, que, sin embargo, se han convertido en el terreno de caza favorito de los policías. Con la ayuda de perfiles fraudulentos, las fuerzas de seguridad “atrapan” a muchos gais en citas falsas. Pese al peligro existente, estas aplicaciones rebosan de hombres en busca de nuevos encuentros. Cada uno pone en práctica su propia técnica de supervivencia. “Nunca quedo con personas que tienen perfiles sospechosos y solo me doy cita en lugares públicos, y nunca en medio de la noche”, testimonia un usuario. “Si en la calle te muestras como un heterosexual, nadie vendrá a molestarte”, asegura otro. “Para tener encuentros más seguros, solamente frecuento turistas y expatriados”, reconoce un refugiado sirio que vive en Alejandría.
“No me arrepiento de nada”
Sin embargo, existen algunos signos de apertura en la sociedad que dan motivos para el optimismo. Es el caso de Nur Selim, el hijo del célebre actor Hesham Selim. El año pasado, la estrella del cine anunció durante una emisión de televisión que su hijo era transgénero. Contra todo pronóstico, el público reaccionó con benevolencia: Ni Nur ni su padre fueron objeto de una temible campaña de acoso. Dentro del colectivo, algunos vieron un motivo para alegrarse: “Tras la declaración de mi padre”, cuenta Nur Selim, “varias personas LGBTIQ+ me contactaron para decirme que gracias a sus palabras, sus propios padres habían dado un gran paso para aceptarlos.”
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Mandíbula marcada, barba generosa, voz grave y bastantes músculos. Nur seduce. O al menos, corresponde a los cánones de belleza masculina definidos por la sociedad. Puede que sea trans, pero sobre todo es un hombre heterosexual, miembro de una élite económica y cultural, condición que le permite vivir más tranquilo que otros. “Si hubiera sido una mujer transgénero, mi vida habría sido completamente diferente porque vivimos en una sociedad patriarcal y misógina”, -recuerda. A la espera del cambio, Nur reflexiona en cómo utilizar mejor sus privilegios y su notoriedad.
“¿Me considero un activista? No, porque para eso tendría que hacer mucho más. Todavía pienso en cómo voy a llevar a cabo mi compromiso con la causa. Para ser sincero, tengo miedo…” -confiesan sus ojos negros. “Veo muchos documentales sobre activistas para inspirarme” -añade, riendo a carcajadas. Tras un instante de duda, afirma: “lo que está claro es que quiero aportar mi granito de arena para provocar un cambio real en este país”.
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