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Durante la última retransmisión de la gala de los Oscars en Movistar+, el periodista Juan Sanguino aludió a La red social (2010) como el mejor retrato generacional de la sociedad hiperconectada, hipócrita y pantallofílica de nuestros días. El décimo aniversario de esta película, dirigida por David Fincher y guionizada por Aaron Sorkin, ha propiciado multitud de análisis y revisionados sobre el escrutinio que dispuso la industria de Hollywood en torno a la génesis de Facebook.
No en vano, y bajo esa guía, Ignasi Franch plasmó en un artículo para esta casa el cambio de paradigma socioeconómico que supuso el advenimiento de las redes sociales. Todo ello pone fechas, luces y contexto a lo que ya se viene a llamar colapsología, un ideario que prevé el colapso de nuestra civilización debido a las muchas crisis simultáneas y entrelazadas que hay actualmente: ecológica, energética, democrática, demográfica, financiera y, con ahínco tras la pandemia, obviamente de salud pública.
El ejército de Silicon Valley ha acelerado cada crisis, o directamente ha creado algunas, hasta el punto de invocar condicionantes más propios de finales del siglo XIX que de inicios del XXI. El libro homónimo Colapsología (ed. Arpa) es de vistazo recurrente para intuir cómo va el marcador ahora. El también periodista Pedro Vallín lo enarbola a veces desde su cuenta de Twitter, igual que hace con clips o frases lapidarias de El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006) y The Newsroom (2012-2014).
Sorkin alumbró The Newsroom mientras facilitaba el palmarés de cintas como Moneyball (2011) o Steve Jobs (2015), mientras digería el tremendo legado de El ala oeste y mientras barruntaba su salto a la dirección con Molly's Game (2017). Luego convirtió Matar a un ruiseñor (2018) en libreto de Broadway e impulsó a su elenco actoral en los Premios Tony. Y como guinda hasta el momento, El juicio de los 7 de Chicago (2020) ha paseado este otoño-invierno su querencia por radiografiar la idiosincrasia estadounidense.
Esta incesante radiografía, definitoria del mal llamado Occidente, es tan afilada como alarmante; porque, en serio, es alarmante ver cómo se ha cumplido cada hoja de ruta en la última década, desde lo 'geek' más pomposo hasta lo etéreo más ridículo entre teletrabajo y criptomonedas. Todos te dicen que tan válido eres tú como tan válido sea tu algoritmo, y tú vas y les sigues el rollo subiendo chorradas a tus perfiles o promocionando banalidad con patatas fritas.
Facebook, Twitter, Instagram, TikTok... y la que aparezca mañana, da igual. Las redes sociales han sido el siguiente paso evolutivo en los medios de comunicación de masas, su lenguaje domina el relato de la actualidad y maquilla la colapsología a su antojo. Una 'influencer' normalucha tiene más poder de convocatoria que un líder de opinión periodístico, por muy vacuo que sea lo que haga la 'influencer'. Hay legiones de prosélitos detrás de su foco, de su vídeo, de su 'gif', de su anuncio, de su meme.
La mala estampa de Sweat
En esta línea se enmarca Sweat, película recién estrenada en España y que aborda la soledad de una monitora de 'fitness' llamada Sylwia Zajac. La paradoja es que Sylwia se enorgullece de tener más de 600.000 seguidores en redes sociales. Su empleo le ha granjeado un piso enorme y con bonitas vistas, un sueldo holgado a base de patrocinios, una salud cuidada a rajatabla, un cuerpo envidiable, una buena reputación y un futuro sin agobios financieros.
Pero Sylwia no tiene a nadie con quien compartir su éxito laboral. Trata a su perro más como a un hijo que como a una mascota, su continua exposición en Instagram atrae a gente de mala calaña y además va perdiendo empatía por sus pocas interacciones 'in situ'. A través de una pantallita no se puede medir la intensidad de un abrazo, la intención de una mirada, la profundidad de una conversación, los matices de una confesión ni el disfrute de un coito.
Sweat es el alienado reverso de los 'smoothies' energéticos, los chándales de lujo, el 'unboxing' de pacotilla y los falsos mensajes motivacionales. El film, dirigido por Magnus von Horn, sigue durante tres días a Sylwia tras abrir una fisura en su burbuja de tonos pastel; una confesión desencajada, admitiendo lo solitaria que es su vida, se vuelve viral y no gusta a uno de sus patrocinadores, complicando su visita a un programa televisivo de gran audiencia en Polonia.
Con Magdalena Kolésnik en el papel de la protagonista, llevada al límite de los nervios durante la escena familiar del cumpleaños, Magnus von Horn reflexiona sobre el precio de la viralidad para una civilización hipertrofiada a base de cables y wifi. ¿Hay mucha diferencia entre la Sylwia 'on-line' y la Sylwia 'off-line'? ¿Qué ha ocurrido exactamente desde que nació Facebook hasta el día de hoy? Piénsalo mientras se carga la batería de tu teléfono móvil.
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Más allá de l@s influencers, youtubers y demás marionetas cibernéticas, las Redes Sociales han explotado de manera masiva porque se han convertido en un patio de vecinas virtual, esto es, hasta el que no sabía ni encender un televisor de tubos de rayos catódicos, tiene Facebook o Instagram para ver las fotos que han subido familiares, amigos y vecinos. La compra de Whatsapp por parte de Facebook o Youtube por Google, convierte a la Red de Redes en un monopolio de "seudo-comunicación global". El progreso nos está aislando, volviéndonos más inútiles (ineficaces) y dependientes de todo este entramado tecnológico que está dejando una huella inborrable en el Planeta. Nos hemos olvidado de lo que nos rodea, casi de respirar, de charlar con naturalidad, de mirar el cielo cada vez más contaminado...junto a una generación que no tiene ningún otro referente más allá del que le han marcado los gigantes tecnológicos, que sin necesidar de instalarnos un micro-chip, se han colado en nuestras casas, coches, trabajos, en definitiva en nuestra vida privada. El "Show de Truman" del S.XXI, una irreversible plaga que lo invade todo.
Será porque mola y es el progreso del que tu también te beneficias comentando en un medio digital no con señales de humo sino desde un dispositivo tecnológico. Todos los avances son criticados en sus inicios y abrazados después si funcionan como la norma. Para algunos pintar en las cuevas seria una distracción comunicativa sin sentido que distrae de lo tradicional que es no hacerlas. Venga saludos!