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Cine
‘La trinchera infinita’
[Crítica] El repunte de los fascismos obliga a revisar nuestro pasado más reciente con películas como ésta de Jon Garaño, Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga.
Otra película de la Guerra Civil. La enésima, sí. Y las que hagan falta. Porque el repunte de los fascismos en toda Europa, con su eco en lugares clave del mapamundi, obliga a revisar y revisitar nuestro pasado más reciente. En el caso de España, aumenta en su Parlamento el espacio que ocupan los franquistas indisimulados. Antes también había, y en varios partidos, pero carecían del estatus que disfrutan en pleno 2019 con sillones propios y con atriles reservados en cada debate televisivo.
Para que la dictadura de Francisco Franco no se blanquee entre tanta cortina electoral, son necesarias La trinchera infinita y otras cintas predecesoras. Si encima se añade una historia empatizable, un trío talentoso de directores y un elenco certero de intérpretes, el resultado es un filme que va a por todas en la temporada de premios. En particular, nadie descubrirá América viendo la inminente consagración de Belén Cuesta más allá de la comedia.
Kiki, el amor se hace (2016) y La llamada (2017) brindaron a la actriz sevillana sus dos primeras nominaciones al Goya, que se unieron a la popularidad y al reconocimiento de su rol en la serie Paquita Salas. Desde que fichó a finales del año 2013 por En el aire, programa dirigido y presentado por Andreu Buenafuente, el rostro de Belén Cuesta se ha integrado en el ideario colectivo de la carcajada. Sin embargo, sus recientes trabajos en la gran pantalla indican que hay otros caminos en su horizonte y parecen fiables.
Jon Garaño, Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga le confían a ella su personaje de Rosa, que lleva pocos meses casada con Higinio cuando estalla la Guerra Civil. La vida de él, un concejal de izquierdas interpretado por Antonio de la Torre, pasa de inmediato a estar amenazada por el bando nacional. El miedo a posibles represalias, así como el amor que sienten mutuamente, les condenará a un encierro físico y emocional que superará los 30 años.
Es el tercer largometraje dirigido al alimón por Garaño, Arregi y Goenaga. Con los anteriores, Loreak (2014) y Handia (2017), conquistaron a la Academia en euskera y ahora buscan el triplete en castellano. Eso sí, un castellano con acento profundo de Andalucía. Y hasta lo más profundo del matrimonio llega la trama de La trinchera infinita, donde la supervivencia ideada a corto plazo hipoteca el porvenir de una relación en pareja llena de incertidumbres.
Una senda por el desasosiego
Su única pega, ínfima, son los 147 minutos que dura. Luiso Berdejo y el propio Goenaga rebasan con su guion el canon de los 120 minutos, lo que puede ser contraproducente cuando en ese tiempo añadido no hay otro estímulo llamativo. A pesar de que suene manido, contrasta mucho el ritmo vertiginoso del principio, entre tiros y campeadas, con la parsimonia que después atenaza a Higinio y Rosa hasta el Decreto-ley que entró en vigor el 1 de abril de 1969.
Ese dictamen, por el que prescribieron todos los delitos anteriores al 1 de abril de 1939, es la orilla hacia la que nadan juntos en la peli los dos protagonistas y su familia. El trío de directores guipuzcoanos plasma la senda de un topo a través del desasosiego, plasma vidas truncadas al calor de cualquier escondrijo o argucia. Pero Rosa ve mutar el mundo de afuera, mientras que su marido se aferra al imaginario del día que la Guerra Civil atravesó su pequeño pueblo.
La distancia entre ellos se hace enorme, conforme se percatan de que la solución provisional ya ha alcanzado las tres décadas. El amor, en forma de reminiscencia, es lo único que sujeta un matrimonio corrientucho y con el que Belén Cuesta dota a su Rosa del aplomo que no se le presuponía. La valentía y el temor intercambian personajes, en otra actuación primorosa de Antonio de la Torre. El duelo de ambos, aunque estén de duelo, es de órdago a la grande.