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Lo medieval es el ruido de los cascos de caballo, gentes con capucha y portando antorchas, espadazos, siniestros cantos gregorianos, peste, herejes y brujas a la brasa, más espadazos, superstición y fanatismo religioso, todo envuelto en una espesa niebla y colores grisáceos. Pero también nos hemos nutrido de una Edad Media de caballeros intachables y princesas puras de corazón, de ambientes mágicos en los que el bien lucha sin ambigüedades y triunfa sobre el mal, y en los que merece la pena morir por honor o por amor. La Edad Media es una época histórica que, al menos en nuestro imaginario popular y a pie de calle, no parece dejar indiferente a nadie: o es objeto de desprecio y ridiculización, o suscita fascinación y se convierte en un escenario perfecto para la evasión.
Diversas publicaciones han matizado esta imagen exagerada y en tantas ocasiones desprovista de fundamento que se ha atribuido a la Edad Media. Pero ¿Qué nos queda de ese mundo situado entre los siglos VI y XV? En nuestro mundo occidental, la Edad Media de princesas, armaduras y castillos ha sido una de las representaciones que más ha perdurado, pero también la asociación del período medieval con una actitud ante la vida: el imperio de la pasión y de los sentimientos sobre la razón. La escuela, el arte y los medios de comunicación han contribuido a transmitir y a mantener en el tiempo ese tipo de representación que tanto ha indignado a algunos historiadores. Y es que la literatura y el cine acerca de espadazos y mazmorras han servido a escritores, realizadores e ideólogos con mensajes contrapuestos.
Así, la existencia de una época pasada supuestamente dominada por las pasiones irracionales y la violencia ha sido, por un lado, un inmejorable contraejemplo para los defensores de un espíritu racionalista y científico que pretenden mostrar lo que ocurre cuando la ciencia y la razón son subyugadas por la religión.Por otro lado, ese mismo escenario ha sido reivindicado por aquellos desencantados con nuestro mundo contemporáneo materialista y narcotizado, dominado por el cálculo y el dinero, que anhelan un tiempo mágico en el que existían gentes puras de corazón, preparadas para la acción, para luchar por el bien y proteger a los indefensos. Con todo ello, creo que podemos sostener que aquella simplificada imagen de la época medieval que tanto se difundió ha contribuido a la construcción tanto de una “leyenda negra” como de una imagen romántica e idealizada de la Edad Media. Claro que este esquema dicotómico no es completamente fiable para analizar todo el cine de la Edad Media, pues se antoja complicado que una película de ficción se ajuste al 100% a uno de los dos modelos y siempre contendrá matices y zonas grises. Sin embargo, dicha contraposición puede resultarnos útil como punto de partida para identificar ciertos tópicos sobre este período histórico que también el cine ha contribuido a difundir.
La leyenda negra: la Edad Media como escenario de lucha entre el oscurantismo y las Luces
El desprecio o la mirada condescendiente hacia la amplia franja de tiempo situada entre la caída del Imperio Romano y el descubrimiento del Nuevo Mundo no son nuevos. La ridiculización de estos siglos e incluso su clasificación como “Edad Media” se llevaron a cabo ya en época renacentista. En ocasiones es necesario recordar que los hombrecillos y mujercillas que habitaban Europa entre los siglos VI y XV no llamaban a su época “medieval” ni podían imaginarse los estereotipos que construirían de ellos en el futuro. El reducido porcentaje de la población que contaba con formación humanística (especialmente aquellos pertenecientes al alto clero y algunos aristócratas) admiraba la cultura grecorromana. Ello no significaba que consideraran que su tiempo fuera el pozo negro que seguía tras una era dorada. Para muchos, aquella tan admirada cultura grecorromana continuaba: su legado era conservado por la Iglesia y el Imperio Romano latino no había muerto, sino que se había trasladado (translatio imperii) y restaurado bajo la forma de Imperio Carolingio primero, y de Imperio Germánico después. Sin embargo, a partir del siglo XIV los humanistas italianos se lamentarían de que aquella supuesta continuación del legado clásico no había tenido lugar: las invasiones bárbaras del Imperio en los siglos V-VI habían supuesto una ruptura. Deseosos de recuperar los textos clásicos en su pureza y autenticidad filológicas, Petrarca y otros sostuvieron que estaban separados de su adorada Antigüedad clásica por una etapa intermedia (medium tempus) en la que los escolásticos se habían dedicado a embarrar y alterar aquellos textos con sus glosas. Más tarde, los protestantes también se apuntarían a mirar con desprecio aquella “etapa intermedia”, en la que para ellos se había perdido la esencia del cristianismo primitivo por acción de una Iglesia romana corrupta que había traicionado el mensaje evangélico.Poco a poco, la división tripartita de la Historia (Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna) se fue consolidando y perfeccionando, reservándose las caracterizaciones negativas para la época medieval. Los intelectuales del siglo de las Luces volverían la vista con frecuencia al pasado para poner en valor la renovación científica y del saber que estaba teniendo lugar. Voltaire en su Ensayo sobre las costumbres (1756) celebraba la victoria de la Ilustración sobre aquella barbarie y oscurantismo medieval.
La idealización: la Edad Media heroica
No obstante, aquella generalizada descripción de la Edad Media como época en la que el espíritu científico, racionalista y tolerante estaba siendo oprimido por el irracionalismo y el fanatismo de una omnipresente Iglesia, no impidió el desarrollo de un gusto artístico por lo medieval, y más tarde, de una visión menos peyorativa de dicho período.En el propio siglo XVIII, usualmente caracterizado sin matices como el “siglo de la razón”, surgiría un movimiento crítico contra lo que consideraban tendencias exageradas del espíritu racionalista dominante de la época: el romanticismo. Y frente a la ridiculización de lo medieval por parte de los philosophes ilustrados, los románticos comenzaron a ver en la Edad Media un escenario de evasión, de un tiempo mágico anterior a aquel nocivo “desencantamiento” del mundo que había llevado a cabo el pensamiento de las Luces, con su obsesión por reducir todo a modelos científicos y matemáticos. Si en el presente en el que vivían los románticos dominaba el frío cálculo racional y la voluntad de convertir todos los fenómenos de la realidad en leyes, fórmulas o cifras, en la época medieval dominaban las pasiones. Pero ese predominio de las pasiones no significaba necesariamente para los románticos el imperio del fanatismo o la intolerancia religiosa, sino el valor del honor y lo heroico: una época violenta pero protagonizada por grandes hombres que eran capaces de entregar su vida por honor, por amor o por salvar a su pueblo.
El salto de la Edad Media a la pantalla
Quizá sería esta última imagen de la Edad Media la que en mayor medida sería explotada en los siglos posteriores. Así, a lo largo de los siglos XIX y XX, distintos Estados europeos se sirvieron también de hazañas medievales para educar a sus ciudadanos en un nacionalismo heroico y belicista, siempre movilizado para defender sus fronteras: el culto francés a Juana de Arco, el III Reich como heredero natural del Sacro Imperio Romano Germánico, o incluso Stalin y su rememoración de la victoria rusa sobre los caballeros teutónicos en Livonia en 1242. Los medios de comunicación de masas serían un medio efectivo a través del cual difundir esa visión romántica y nacionalista de la Edad Media.
El cine hollywoodiense se encargó de llevar a la gran pantalla a héroes medievales con películas repletas de anacronismos y con mensajes propagandísticos. Robin de los Bosques (1922) de Allan Dwan, Las Cruzadas (1935) de Cecil B. DeMille, Las aventuras de Robin de los Bosques (1938) de Michael Curtiz, y Ivanhoe (1952), Los Caballeros de la Tabla Redonda (1954) y Quentin Durward (1955) de Richard Thorpe o El Cid de Anthony Mann (1960) exhiben aquel prototipo de héroe viril que lucha por liberar a los oprimidos.
Asimismo, otros tipos de géneros o subgéneros cinematográficos y literarios de menor tono heroico y belicista se servirían de un escenario medieval para desarrollar películas como El león en invierno (1968) de Anthony Harvey o Los caballeros de la mesa cuadrada (1975) de los Monty Python. Dramas familiares, comedias y también thrillers podían tener cabida en el Medievo, entre los cuales destacó la novela El nombre de la rosa de Umberto Eco (1980), llevada al cine en 1986 por Jean-Jacques Annaud, o Los pilares de la tierra (1989) de Ken Follett. El fenómeno de Juego de Tronos (2011-?) ha demostrado cuán atractivo resulta un ambiente medieval (o pseudomedieval en este caso) para desarrollar diferentes tipos de tramas. ¿Y qué hay de Harry Potter o Star Wars? ¿No son también deudores de la imagen romántica de la Edad Media con sus luchas de espadas-láser, sus mazmorras, sus magos, sus castillos…?
Y sin embargo, una de las creaciones culturales que más han perdurado en la ficción occidental y cuya gestación se produjo en la Edad Media es, sin duda, el romance. Mezcla de epopeyas clásicas y relatos céltico-germanos de aventuras con la tradición del amor cortés del siglo XII, se trata de un tipo de relato profundamente insertado en nuestro imaginario -¿Posible origen del amor romántico?- y que constituye la estructura básica de miles y miles de novelas y películas: el héroe (masculino) que ha de superar una serie de obstáculos y luchar contra sus enemigos para reunirse finalmente con su amada.
Todas estas caracterizaciones, en las que predomina el honor, la guerra y la figura del caballero nos han proporcionado una imagen parcial y poco interesada en divulgar información acerca de la vida cotidiana de los sectores populares o de otras culturas de la misma época. En el siguiente artículo, abordaremos algunas películas que tratan otros aspectos de aquellos “siglos oscuros” (o no tan oscuros) quizá desprovistos de ese aura de heroicidad pero que nos resultan necesarios para comprender ese milenio.
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No sé si me estoy adelantando al volumen II del artículo, pero también existe la visión europea, ahí tenemos a Bergman, Tarkovsky o Vlácil, por poner tres ejemplos de cine medieval muy bueno.