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Todo el mundo sabe que lo que no es verdad es falso o mentira, pero lo que no parece tan común es conocer qué es lo que diferencia a la falsedad de la mentira. Para aclararlo empezaremos por explicar qué es la verdad. Dejaremos al margen todas las distinciones filosóficas del concepto de “verdad” (de hecho/de razón, subjetiva/objetiva, absoluta/relativa...) y nos centraremos en la que tiene que ver con la comunicación humana, es decir, en lo que transmitimos a otras personas.
En este caso, podemos distinguir dos tipos de verdad: la verdad empírica, es decir, aquella que tiene que ver con los hechos observables, y la verdad moral. La primera consistiría en el acuerdo entre lo que decimos y la realidad de lo que decimos, como cuando digo “voy en coche” y en la realidad voy en coche. La segunda requiere el acuerdo entre lo que pienso que es verdad y lo que manifiesto, por ejemplo, si digo que creo que dios no existe y pienso que dios no existe.
Lo contrario de la verdad empírica es la falsedad, que ocurriría si afirmo que la velocidad del sonido es mayor que la de la luz, mientras que lo contrario de la verdad moral es la mentira o falsedad moral, que se daría si afirmo que creo que dios existe cuando pienso (creo) que dios no existe. En el lenguaje corriente, muchas personas utilizan erróneamente la palabra “mentira” para designar lo que sería una falsedad. Esto ocurre cuando alguien dice lo que cree que es verdad pero está equivocado y se le acusa de mentir.
A la vista de lo anterior, cabe preguntarse qué hacen las personas políticas que afirman lo que no es verdad empírica. La respuesta sería que mienten si saben que lo que dicen no es verdad, y cometen un error, si dicen algo falso pensando que es verdad. En esta exposición, sin embargo, falta un elemento muy importante desde el punto de vista moral, que es el de la responsabilidad. Al respecto, afirmo que en el caso de la mentira siempre y sin excepción existe una responsabilidad moral personal, porque se hace consciente y voluntariamente, y dicha responsabilidad es directamente proporcional al daño que esa mentira pueda causar, llegando incluso a la responsabilidad penal.
La responsabilidad moral/legal de quienes mienten en el ejercicio de sus funciones políticas debería suponer una sanción proporcional al daño causado
Aplicado a la política, la responsabilidad moral/legal de quienes mienten en el ejercicio de sus funciones políticas debería suponer una sanción proporcional al daño causado, llegando hasta la pérdida de los puestos que dichas personas desempeñasen. ¿Y qué ocurre en los casos en los que lo que se afirma es erróneo desde el punto de vista empírico y, por tanto, no hay mentira sino falsedad? En este caso existe una responsabilidad moral en función de las posibilidades de acceso a la verdad. Quien teniendo esas posibilidades no las utiliza por desidia, comodidad o por delegar en otras personas la búsqueda de la verdad, es responsable de su falsedad y su responsabilidad es también proporcional a la influencia que esa persona y lo que dice tienen en la sociedad; es decir, que cuanto mayor sea cuantitativa y cualitativamente la influencia de una persona, mayor será su responsabilidad moral y mayor igualmente la sanción que se le debería imponer.
Para terminar, y aplicando lo dicho a lo que acostumbra a ocurrir en la política y para acabar con la mala costumbre de mentir, sobre todo en campañas electorales, habría que decir que la responsabilidad de las mentiras recae no solo en quienes, por ejemplo, elaboran datos falsos sabiendo que lo son, sino también en quien tiene mayor responsabilidad en el uso de esos datos, que son las personas candidatas de los distintos partidos o coaliciones. No cabe escudarse en el desconocimiento o en que los datos manejados son incorrectos porque así se los han transmitido. Cuando no se sabe algo con seguridad lo que procede es callarse y reconocer la ignorancia. Aceptado esto, se concluye que, en política, todo lo que se afirma, sea verdad o no, es responsabilidad de quien lo afirma, con todas las consecuencias que ello debería tener.
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El mayor y más grave problema de la política española, es la asunción por parte de los ciudadanos, de que mentir forma parte de la lucha política (incluyo a los medios de comunicación), y es legitimo y normal. Hay que ser gilipollas.