Cantando filosofía y bailando pensamiento crítico con Rigoberta Bandini

Es cantar desde el desasosiego, desde la alienación de una existencia dónde bailamos para que nos miren, cantamos para que nos oigan y seguimos los pasos de un baile que no es nuestro.
Rigoberta Bandini Benidorm Fest
Actuación de Rigoberta Bandini en el Benidorm Fest.
14 feb 2025 07:00

Esta tarde sonaba en mi Clio del 2001 algo más que un ruido raro desde dentro del capó que chirria “tía vas a tener que comparte un coche con los últimos 50 euros que te dio tu abuela por debajo de la mesa en navidad”. A más decibelios que el chirrido de la precariedad sonaba la nueva canción de Rigoberta Bandini, Kaiman. Mientras cantaba, la canción se ha quedado sin música y las letras han tomado la forma de una autobiografía nada especial, pesimista (no tanto como el futuro de mi coche, o de mi cuenta bancaria). La sonrisa que antes bailaba al ritmo de la música había olvidado las palabras de Ulrich Beck y caía en un pesimismo paralizante rodando barbilla abajo. Lo que tenía potencial de ser bailado en la ducha, ahora se había racionalizado tanto que se había tornado en un baño de realidad.

Y es que no se puede evitar palpar en la tonalidad de Rigoberta una ansiedad ya conocida. La canción de Kaiman es la versión bailable de la sociedad del espectáculo de Guy Debord. Es cantar desde el desasosiego, desde la alienación de una existencia dónde bailamos para que nos miren, cantamos para que nos oigan y seguimos los pasos de un baile que no es nuestro.

Se abre el telón y la Rigo canta “como un cartel del Corte Ingles, me gusta que te acerques a verme”, se cierra el telón. Justo cuando acaba el espectáculo, tu abres el móvil para asegurar que tienes los aplausos hechos like en la última historia de Instagram que colgaste sobre la obra de teatro llamada “tu vida”. Con ello, te aseguras de que tus colegas vean que eres una tía culta que lee algo más que las instrucciones para reconfigurar una existencia vacía de sentido y llena de incertidumbre. Como el Corté Ingles, rentabilizas tu blanqueo dental, todos te miran, el flash de la cámara es un panóptico. Y mientras mercantilizas tu malestar a través de psicología barata y narcisismo encubierto bajo el autocuidado, sonríes y bailas cada vez más rápido y más rápido, y más rápido, entrando en lo que Paul Virilio llamaría la tiranía de la velocidad o lo que Hartmut Rosa relacionaría con una lógica de productividad infinita. Y sigues bailando una canción que está en modo repetición, pero no puedes parar, porqué las luces de la pista de baile te mantienen frenética, y si paras de bailar, los focos dejan de enfocarte. Sonríe mi niña, que no se note que estas cansada, no vaya a ser que en lugar de una autobiografía pases a ser la protagonista de “La sociedad del cansancio” de Byung-Chul Han o “La vida intensa” de Tristán García.

Ya no basta con sonreír, tienes que contagiar sonrisas, dar vueltas como una bailarina de ballet dentro de una mimetización casi histérica para sentirte efímeramente completa

Y Bandini sigue, “dime si estoy guapa, y si lo hago bien, dime si te gusto o no me puedes ni ver, dime si me amas, si está todo okey, dime si soy alguien o si soy solo un fake”. Y probablemente sobre ello Gilles Lipovetsky destacaría la seducción como la lógica de la modernidad. Ya no basta con sonreír, tienes que contagiar sonrisas, dar vueltas como una bailarina de ballet dentro de una mimetización casi histérica para sentirte efímeramente completa. La prueba de ello es la semicircunferencia de tus labios cada vez que sonríes, “semi”, de “medio” o “casi”. Por ti misma no estas completa, la música sobre la que bailas es el sonido de los aplausos de tu público.

Y si no obviamos la perspectiva de género, podemos reír completamente disociadas al mencionar las teorías de Eva Illouz respecto la imposición de devenir algo bello o la explotación de las emociones feminizadas para merecer que alguien te saque a bailar. Paula Ribó, ¿se puede bailar sin sonreír? ¿Tú bailas? A mi es que ya me duelen los pies porque siempre que bailo, me pisan.

El cambio de ritmo al compás de las modas que impone el capitalismo frente a la incesante, persistente e infinita actuación, te garantiza esas risas enlatadas a las que estás enganchada

Y mientras las letras de Kaiman te ponen rígida, la vida sigue líquida y te tiras por el tobogán de la paradoja, porqué ese es el único ocio que te permites. El cambio de ritmo al compás de las modas que impone el capitalismo frente a la incesante, persistente e infinita actuación, te garantiza esas risas enlatadas a las que estás enganchada.

Ahora quieres parar la canción, pero ya no sabes si tan repentina necesidad es real, o si tu sensibilidad es fruto de una algoritmización que predice y condiciona tus comportamientos, como diría Shoshana Zuboff, y por lo tanto, el fruto pasa a ser una manzana envenenada. Sin embargo, tú eres Eva y muerdes, y por supuesto, luego nace en tu estomago la ansiedad, la culpa, pero frente a la responsabilidad individual, siempre puedes rezarle a Mark Fisher.

Rigoberta Bandini, yo quería bailarte en la ducha y ahora para hablar de tu canción escribo un texto en el que mezclo la primera y segunda persona del singular sin saber a cuál pertenezco de las dos. No solo escribo sobre Kaiman, también lo soy.

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