Terrorismo
De la mascarilla al chaleco antibalas: un análisis del terror(ismo)

La pregunta no es si habrá, en los próximos meses o años, un atentado terrorista yihadista y/o ultraderechista, la pregunta correcta es cuándo y dónde.
Proud Boys
Miembros del grupo ultraderechista Proud Boys en Sanford, EEUU. Foto: Anthony Crider

Recientemente se cumplen tres años de la evacuación internacional de Afganistán, tras la ofensiva talibán de mayo de 2021 y grupos aliados como Al Qaeda, con la toma final de Kabul. En dicha operación se evacuó del país centroasiático a más de 100.000 personas, entre personal civil, militar y afganos/as que colaboraron con los países de la coalición. Ahora, de nuevo, los talibanes controlan Afganistán. ¿De qué han servido dos décadas de guerra y muerte si hoy están en el poder los talibanes y si Osama Bin Laden estaba en Pakistán?

Hoy las afganas sufren al mismo monstruo de 2001. Porque es el mismo. Por mucho que tengan una mejor campaña de marketing. Desde 2001, el fenómeno terrorista ha ido transformándose y mutando a través de sus diversas afiliaciones. Hace diez años, Abu Bakr al-Baghdadi partió en dos a Al Qaeda en Irak y se autoproclamó califa desde Mosul con un Rolex en la muñeca. Ahí nació el grupo terrorista wahabita Dáesh, también conocido como ISIS o Estado Islámico. Las trasformaciones de los grupos y doctrinas fundamentalistas islamistas a lo largo de estos años ha ido descentralizando cada vez más la ideología del odio, que no se puede combatir exclusivamente a base de bombas. Quien crea que va a acabar con una idea mediante el uso de misiles de crucero es un ingenuo.

Hoy Dáesh controla el 45% de Burkina Faso, el 20% de Nigeria y el 10% de Níger. Al Qaeda el 40% de Mali y, a través de su filial Al-Shabaab, el 50% de Somalia (Hans-Jakob Schindler, ex responsable del Equipo de Vigilancia de las Sanciones contra ISIS, Al Qaeda y los talibanes del Consejo de Seguridad de la ONU).

El comportamiento de los movimientos terroristas es como el de las movilizaciones. Permanecen en periodos de latencia y emergen en periodos de apertura. A comienzos de la Covid-19 el movimiento terrorista internacional, encabezado por la ultraderecha y el fundamentalismo islamista, entró en un periodo de latencia, sobre todo este último. Tras la Covid-19 el movimiento terrorista internacional se ha reorganizado.

Los talibanes, como grupo irregular yihadista, no controlan todo el territorio. Afganistán es un hervidero de movimientos insurgentes, donde ISIS-K comienza a tener un papel destacado. También fuera de las fronteras afganas, como se vio con el reciente atentado en Moscú que dejó más de 140 muertos. Dáesh y Al Qaeda se encuentran debilitados a nivel operativo, sobre todo éste último, y más centrados en reorganizarse y expandirse en los territorios que ocupan, especialmente en África. Pero eso no evitará que a Dáesh o al Mando Central de Al Qaeda les dé por encontrar la oportunidad para una respuesta sonora con algún atentado en suelo europeo. Lo que más debería preocupar son el perfil del terrorista individual o el de los lobos solitarios. Pero no hay que bajar la guardia con el peor de los escenarios: la organización en células. Y una célula activa a otra célula. Aunque no se conozcan entre sí. Tampoco hay que buscar al enemigo en el diferente, porque el terrorista es blanco y europeo.

Por otro lado, el movimiento ultraderechista global se reorganiza como nunca antes había ocurrido desde la segunda guerra mundial. La matanza de Anders Breivik en Oslo, Noruega, o el atentado en Charlottesville, Estados Unidos, entre otros atentados y asesinatos, muchos de ellos maquillados bajo el concepto de ‘delito de odio’, además del auge político o el movimiento misógino ‘incel’, muestra que el terrorismo de extrema derecha está en apogeo.

La violencia colectiva se sitúa en periodos de visibilidad y latencia. La visibilidad es la violencia propiamente dicha. La fase de latencia es aquella en donde se dan los ingredientes generadores de dicha violencia, hasta que alguien o algo la reactiva. Las recientes oleadas feministas y la diversidad sexual y de género, por ejemplo, han despertado una contra-reacción de su estado de latencia que ve en estos movimientos y transformaciones una amenaza a sus condiciones tradicionales de vida.

Las organizaciones terroristas durante el periodo de latencia, organizan su discurso y sus acciones grupales seleccionando objetivos y fines, en un rearme de recursos materiales y humanos. Una vez realizada la organización durante este periodo, se realiza la acción directa, siendo ésta la fase de visibilidad. La acción directa de la ultraderecha puede ser desde pequeños daños materiales con fines propagandísticos, pasando por peleas y agresiones tipificadas como delitos de odio, hasta actos de carácter terrorista. El paso de la latencia a la visibilidad se produce cuando un actor considerado como enemigo de sus ideales políticos se encuentra en la esfera pública – y, por tanto, en visibilidad – y cuando las oportunidades proclives al éxito son más seguras.

Entre 1972 y 2016, de los 310 actos de terrorismo individual en Estados Unidos, 198 se circunscriben al terrorismo de extrema derecha, lo que supone un 63,8% de los casos

Los datos muestran como en Estados Unidos se producen más atentados de extrema derecha que de cualquier otra índole. Entre 1972 y 2016, de los 310 actos de terrorismo individual en Estados Unidos, 198 se circunscriben al terrorismo de extrema derecha, lo que supone un 63,8% de los casos, frente a un 23,3% que se corresponde al fundamentalismo islamista y un 12,9% a la extrema izquierda (Arias Gil, 2018).

Esta incipiente escalada terrorista de corte ultraderechista se muestra amparada por el discurso político posfascista de individuos públicos que legitiman su violencia, como son el caso de Donald Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia o Alvise Pérez en España. El paso para consumar actos violentos con fines políticos requiere de un proceso mental firme y de principios dogmáticos férreos y de una comunidad receptiva a ciertos mensajes que puede ser el punto de partida necesario para el ejercicio de la violencia colectiva. Este tipo de actuaciones genera una dispersión de responsabilidades y un incentivo a la desaparición de complejos, lo que facilita a su vez la formalización de un discurso criminalizador de determinados colectivos. Esta normalización política de determinados discursos de extrema derecha genera una espiral que lleva a una radicalización de la agenda política, a un desplazamiento hacia posiciones posfascistas y a generar un ambiente de mayor hostilidad hacia determinados colectivos. El sesgo fascista es un elemento intrínseco en la ultraderecha y la violencia es una característica indisoluble del fascismo.

En Occidente, el terrorismo de extrema derecha ha aumentado su actividad en un 320% en los últimos años, alcanzando en 2017 el mayor número de incidentes de los últimos cuarenta años (Pauwels, 2019; Ariza y Castro, 2020). En virtud a cómo evolucione la doctrina del odio, veremos atentados ultraderechistas como los de Christchurch, en Nueva Zelanda, contra mezquitas; en Hanau, Alemania, contra sinagogas; o asesinatos como el del político conservador y defensor de los refugiados Walter Lübcke.

El peso del fundamentalismo cristiano en el terrorismo ultraderechista no es una cuestión baladí. Los fundamentalismos religiosos, sean islamistas, cristianos o judíos, como en el atentado de un ultraortodoxo judío en Jerusalén en 2015 contra la marcha del orgullo gay, se sitúan, en el gráfico político de Nolan, en la extrema derecha.

Estamos en una guerra contra el odio y en el sistema de seguridad están, precisamente, involucrados sujetos del bando del odio

Los sistemas de seguridad deberían poner el ojo en los retornados de extrema derecha que van a combatir a Ucrania, en un bando u otro, y regresan a las ciudades europeas con entrenamiento militar de combate. No obstante, el sistema de seguridad mundial no funciona. Estamos en una guerra contra el odio y en el sistema de seguridad están, precisamente, involucrados sujetos del bando del odio.

Es probable que veamos atentados de gran magnitud de corte yihadista y, también, ultraderechista. Ambas motivaciones comparten nexos ideológicos y métodos de acción análogos en sus estrategias comunes del odio. Son las dos alas del terrorismo del siglo XXI, que, tras la Covid-19, se han reestructurado. Estamos en un mundo al borde del abismo en donde el odio avanza. La pregunta no es si habrá un atentado terrorista, la pregunta es cuándo y dónde.

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