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Neoliberalismo
Reciclar el conservadurismo nos sienta como un guante
Tenemos la obligación de ser limpios. No manoseemos la fruta con las manos, nadie la ha tocado antes de nosotros, ha viajado por un mundo aséptico hasta la balda estéril del supermercado. Debemos usar los guantes de plástico para realizar el trabajo de servirnos a nosotros mismos por el módico precio de 0 euros. Y tras 10 segundos escogiendo la manzana más perfecta, desechando las que tienen una tara tan ínfima que nadie la había apreciado hasta ese momento, tirar el guantelete plástico a un cubo creyendo ciegamente que desaparecerá en el reciclaje de los justos, donde a los plásticos se les dará una nueva vida, un cielo limpio, un paraíso hermoso, lleno de dioses y diosas que reencarnarán los cuerpos de los desechos en troqueles calientes.
Que mentiras más grandes esparcen todas la religiones a los seres ávidos de seguridad y respuestas. Y la del reciclaje es un dogma religioso, un autentico enjuague de imagen con el que las empresas, que nos han enseñado a tirar y tirar embalajes para que ellas ganen más y más a costa de producir un problema descomunal, han conseguido que nos parezca que hay una manera lícita de consumir, y es echando nuestro plastiquito al contenedorcito y no al suelecito.
Algunos guantes, yo lo he visto, y si fijamos nuestra mirada más allá del móvil o de nuestros zapatos todas y todos habríamos logrado verlo, no consiguen llegar a ese paraíso prometido, o quizá si nos acercamos y comprobamos su semblante averigüemos la voluntad rebelde de hacerlo, por lo tanto puede que no haya sido un accidente. El viento los eleva desde el contenedor, o directamente desde suelo y desaparecen arrastrándose como un animal transparente por el asfalto hasta cruzar la esquina, otros ascienden en remolinos que antes se formaban con hojas de plátanos de sombra, a la brisa le gusta más este nuevo material más liviano y juguetón.
La lógica, o la experiencia que enseña más, me dice que se han marchado a buscar un palmo de tierra o de mar que no haya sido todavía colonizado por su familia de polímeros sintéticos. Cada cual encuentra el paraíso donde puede o le dejan, y un guante como cualquiera también tiene derecho a demandar el suyo.
Sin embargo, la mayoría de los guantes consiguen mantenerse aferrados al destino anhelado. Son la cuota conservadora que conforma cualquier sociedad, muy bien aleccionados en la misma fábrica antes de ser introducidos en una caja con el logo de reciclables. Pero en seguida advierten, la misma noche después de haber sido utilizados que su vida efímera no mereció la pena, que su adoctrinamiento sirvió solamente para llevarles por el camino que les habían marcado. Ese conjunto de normas marmóreas eran el troquel de la infelicidad y a ellas se debieron como buenos individuos del “esto se ha hecho así de toda la vida”.
Al precipitarse al camión chorreando aceites, zumos, sustancias pestilentes que mancillaban su aséptica esencia mezclados con objetos variopintos, de repente se acumuló un aire diáfano en sus cerebros que les hizo contemplar el mundo con claridad (la mejoría antes de la muerte), advirtieron la impersonalidad de su fabricación, de su nula utilidad, realmente nadie los quiso, son un efímero objeto, ninguna mano los sintió necesarios, nadie advirtió su personalidad, su valor es despreciable, la reciclabilidad prometida y el nulo precio con el que fueron lanzados al mundo son el principal enemigo para desarrollar cualquier expectativa. Son la masa que nunca ha importado a los que manejan el cotarro, seres indispensables y protagonistas de la cerrazón y la inmovilidad, que se mueven sin rechistar por los caminos que les han construido. No merecen ni nombre en la historia. A pesar de que siempre les hicieron creer que su sacrificio sería recompensado, o inventándose un dios con regalos a posteriori, o una supuesta seguridad que es mala protectora del miedo.
Piensan, ellos como guantes y nosotros como manos, que ya está todo muerto, que es demasiado difícil ponerse a imaginar soluciones, que estar vivos es un accidente que se pasará, que nos podían haber puesto cualquier nombre, y lo asumimos, somos reciclables (gran mentira), mano de obra, consumidores, un puntito en una multitud, una célula en una placa de Petri, que dejarse llevar por el viento de la historia, o por la mano que mece la cuna forma parte de libertad. La energía que nos mueve nos la suministran las frases hechas, la drogadicciones, los temores inoculados, las palabras escuchadas y salidas al unísono por millones de bocas como si fuesen un estribillo. Nuestro modus operandi es sobresalir ahondando más en lo aprendido, es decir, intentando con ahínco no movernos y ver con recelo a los diferentes, y a los que nos pueden recordar que somos nadie.
Adherirnos al camino de la masa hoy en día se llama apuntarse al liberalismo económico que promete pulcritud, encerrarnos en nosotros mismos se nos venden como ser libres. Actitudes demasiado dirigidas para considerarlas libertad. Es suficiente con la pertenencia a una red social que nos ría las gracias, o que nosotros se las riamos. Que nos repita lo que pensamos, o nosotros repitamos lo que alguien piensa. El inmovilismo se retroalimenta. Reciclar guantes era ya antes de generalizarse un concepto anticuado. No contemplamos ir con las manos desnudas, abandonando el consumo efímero. Tirar y acallar la conciencia ya forma parte de la cultura, de la tradición, de lo que hemos hecho siempre. Cada acto se parece al anterior como un guante, a eso se le llama reciclar, lo llevamos haciendo desde que somos personas, los problemas de hoy son los de hace mil años.
La esperanza se encuentra en la imaginación, ella es la que a veces nos ha salvado, hagámosle caso, toquemos con las manos desnudas y vacías, no busquemos la manzana con tara cuando nadie es perfecto, seamos individu@s que cuidan a otr@s individu@s, las sociedades más igualitarias son más felices, echemos al contenedor de restos al fachomacho y sus guerras, y sus consumismos, y sus avasallamientos…
Dejemos de reciclar lo que nunca fue necesario.
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En nuestro Estado, ya muy afectado por la sequía, casi un 80% de los recursos hídricos los acapara el sector agrícola-ganadero. Además de los desastres permanentes sobre las Tablas de Daimiel y Doñana, ríos de Málaga y Almería usados para cultivo de aguacates, olivos y frutos tropicales, ya están secos. Cuando el agua del grifo dejó de ser potable, fue debido a la contaminación del mismo sector que chupa casi todo el agua, a mayor gloria de grandes corporaciones, pero no se hizo nada para remediarlo y aceptamos ir al súper a por agua embotellada, al principio de garrafas de PVC y ahora PET, aunque todo es plástico que tragamos y orinamos: https://www.rtve.es/noticias/20240217/agricultura-consume-80-agua-espana-sequias/15972242.shtml#:~:text=Los%20datos%20son%20claros%3A%20un,la%20agricultura%20y%20la%20ganader%C3%ADa.