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Literatura
Scarface, el rostro cortado que siempre vuelve
Los aficionados al cine de gánsteres de los años 30 guardan en la memoria las impactantes imágenes de Scarface, el terror del Hampa (Howard Hawks, 1932), uno de los títulos mayores del género, y la turbiedad que desprende el rostro cortado de Paul Muni (en el papel de Tony Camonte) mientras se pasea por los bajos fondos con su metralleta y sus trajes bien planchados. Quizás otros recuerden más una película que muy pronto cumplirá cuarenta años, El precio del poder (Brian de Palma, 1983), y a un desatado Al Pacino (ahora Tony Montana) en plena espiral autodestructiva antes de hundir su nariz en una montaña de cocaína, esa mítica escena que resume a la perfección los excesos de un tipo devorado por la ambición y la violencia. Pero seguro que pocos se habrán leído la novela que sirvió de base para el argumento de ambas películas, Scarface (1929), hasta ahora inédita en castellano en España. La escribió Armitage Trail (1902-1930) —seudónimo de Maurice R. Coons, autor norteamericano fallecido de forma prematura—, y acaba de ser publicada por la editorial Tésera.
Apoyándose en el conocimiento de la mafia que se le atribuye al escritor, de cuya biografía se tienen pocos datos, Scarface nos cuenta la historia de Tony Guarino —sí, cada vez que aparezca en la pantalla cambiará de apellido— y su rápido ascenso hasta la cúspide de los ambientes gansteriles. Hablamos del corazón más negro de Chicago, durante los años 20, y del negocio del alcohol en la época de la Prohibición, con las bandas enfrentadas y el dinero brotando a chorros por las esquinas. Y de Al Capone, el sanguinario aristócrata del crimen, cuya figura es fuente de inspiración para el autor. En consecuencia, la novela opta por ofrecernos un retrato muy realista la sociedad norteamericana de la época, donde la corrupción, el arribismo y las violencias estructurales están al orden del día. La pluma nerviosa del joven Armitage Trail —antes había publicado The Thirteenth Guest (1929)— no se corta en el detalle de la fotografía: el sistema hace aguas y, a tenor de lo que refleja la historia, está podrido desde los cimientos hasta lo más alto de los edificios de oficinas. Una impugnación del poder que sorprenderá a quienes comparen el argumento de la novela con el Scarface de Howard Hawks, que evita meterse en esos charcos y exalta el peso de la acción.
La novela es un reflejo de su contexto social y, de acuerdo con lo que apunta en el estupendo prólogo Gerardo Sánchez, director de Días de Cine, así debemos leerla casi cien años después de su primera publicación. “Tony Guarino, destinado a ser el más grande de todos los capos americanos, tenía 18 años cuando cometió su primer crimen serio. Y la causa, como ocurre a menudo, fue una mujer”. Haciéndolo de otro modo, sería imposible asumir en estos tiempos un arranque de esas características, donde queda bien claro que el juego se desarrolla en unas coordenadas donde masculinidad y violencia extrema son vasos comunicantes. Con una cuidada traducción de Javier e Isidoro Rodríguez García, hay que destacar el acierto en las instructivas notas a pie de página, muy útiles para quienes deseen alimentar sus conocimientos en todo tipo de referencias relacionadas con el género. No olvidemos que la novela aparece en el mismo año que la magnífica Little Caesar, de William R. Burnett, y que la más discreta Louis Beretti, de Donald Henderson Clarke, ejemplos primerizos las tres de crook-story, subgénero de la novela negra que adopta el punto de vista del criminal en detrimento del investigador.
Una nota sobre el guion de la película de Howard Hawks. Al parecer, Ben Hecht logró terminarlo en poco más de una semana con la colaboración de Fred Paisley (que se inspiró en el libro Al Capone. Biografía de un hombre hecho a sí mismo) y del citado William R. Burnett (cuya Little Caesar, estrenada en España como Hampa dorada, fue llevada al cine en 1931 por Mervyn LeRoy). La pareja formada por John Lee Mahin y Seton I. Mille también dejó su huella en una historia que tuvo serios problemas con la censura y que, como apuntamos más arriba, difiere bastante del original de Armitage Trail. Y una curiosidad: en 1941, Frank Woodruff dirigió un remake de Wanted! Jane Turner (Edward Killy, 1936) que apostó por una alternativa femenina a Tony Camonte, aunque con una trama demasiado inclinada hacia la comedia. La película se tituló Lady Scarface, con Judith Anderson en el papel principal. Ahora, el director Luca Guadagnino nos promete rodar una nueva versión de las andanzas del personaje con Diego Luna poniendo rostro a su legendaria cicatriz.