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Afganistán
Afganistán: la ‘guerra buena’ cumple 16 años (II)
El triunfo de los yihadistas sobre las tropas soviéticas en Afganistán en los 80 fue todo un hito, dio inicio a una nueva era y a una guerra de nuevo tipo que ha traspasado todas las fronteras y que está aún muy lejos de terminar. Segunda parte de este reportaje sobre la larga guerra de Afganistán. Puedes leer la primera entrega aquí.
La habitual visión cortoplacista que ha caracterizado históricamente muchas de las aventuras militares de EE UU hicieron imaginar a sus dirigentes a inicios de los 90 que la atomización de la URSS y el derrumbe de los países del Este europeo auguraban a EE UU el comienzo de una etapa de hegemonía mundial indiscutible.
Menos de tres décadas después, la llegada de Donald Trump al poder simboliza claramente cómo esos planes se torcieron hace años. Trump es la expresión más clara del fracaso del modelo de globalización neoliberal y de la gradual pero imparable pérdida de hegemonía política, económica y militar de Estados Unidos.
De ahí que Trump eligiera como principal slogan y promesa electoral el “America Will Be Great Again” que tanta popularidad le ha dado.
Relación esquizofrénica con el yihadismo
Aquella Yihad a la que EE UU ayudó tanto a desarrollarse a partir de los años 80 contribuiría paradójicamente no poco a que el imperialismo estadounidense fracasara en varios de sus objetivos geoestratégicos en el llamado Gran Oriente Medio, y a que el mundo sea hoy aún más inestable y peligroso.Estados Unidos mantuvo una relación realmente esquizofrénica con el yihadismo. Muy poco después de haber tenido como aliado en la lucha contra la URSS en Afganistán a Osama bin Laden (miembro de la poderosa familia dueña del holding Bin Ladin Group, con fuertes inversiones en EE UU y Arabia Saudí), este creaba Al-Qaeda con muchos de los veteranos de esa guerra y volvía sus armas contra Estados Unidos.
Bin Laden no creía que necesariamente “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” y en 1993, durante la Administración Clinton, ya lanzó su primer ataque con explosivos contra las Torres Gemelas, con un saldo de seis muertos y 200 heridos.
Bin Laden, extremadamente austero y religioso, criticó duramente a la monarquía saudí por su corrupción y lujo y por permitir el asentamiento de tropas “infieles” estadounidenses en su territorio a partir de la Guerra del Golfo contra Sadam Husein de 1990-1991, lo que le valió la expulsión de territorio saudí.
En 1996 Al Qaeda cometía su primer atentado en Arabia Saudí contra un complejo de viviendas para militares de EE UU, en el cual murieron 19 soldados.
En esos mismos años 90, sin embargo, Clinton utilizaba los servicios del yihadismo para enviar nuevamente combatientes islámicos en ayuda de la Armija musulmana en su guerra por la independencia de Bosnia Herzegovina. Algo que repetiría luego en la guerra de Macedonia, apoyando al Ejército de Liberación Nacional, y en la de Kosovo, armando al ELK (Ejército de Liberación de Kosovo). Paralelamente, EE UU apoyaba a los talibán en Afganistán.Tras la derrota soviética en Afganistán, se desató una sangrienta lucha por el poder, se instauró el Estado Islámico de Afganistán, con numerosos feudos controlados por señores de la guerra y sus milicias disputándose el poder.
La entrada en escena en 1994 de los talibán (talib, estudiante coránico en la lengua pastún), un movimiento suní originado en las madrasas, las escuelas coránicas de Pakistán financiadas por Arabia Saudí donde se educaban miles de jóvenes afganos, lo alteró todo.
Los “estudiantes”, reivindicando ser los defensores de la ortodoxia y pureza del Islam, enfrentaron a los señores de la guerra a los que acusaban de corruptos e injustos y en solo dos años lograron hacerse con el control de de Kabul y otras importantes regiones del país.
Negociando un oleoducto con los Talibán en Houston
Estados Unidos, influido en buena medida por los consejos de su gran aliado regional, Arabia Saudí, volvió a confiar en el yihadismo. Vio en el arrollador avance de los jóvenes talibán una posibilidad para que Afganistán tuviera un régimen fuerte y centralizado que acabara con las luchas de los señores de la guerra y se convirtiera en un aliado de importancia estratégica en Asia Central.Michael Bearden, importante responsable de la CIA en Afganistán en los años 80 diría: “Esos chicos no eran los peores, jóvenes un poco fogosos, pero era mejor eso que la guerra civil. Ahora controlan todo el territorio entre Pakistán y los campos de petróleo de Turkmenistán. Quizá es una buena idea porque podremos construir un oleoducto a través de Afganistán y llevar el gas y las fuentes de energía al nuevo mercado que se va a crear. Por lo tanto, todo el mundo está contento”.
Con ese objetivo en 1997, solo un año después de tomar el control de la capital afgana, varios mulás talibán se reunían en Houston con miembros del Departamento de Estado y altos ejecutivos de Unocal (Union Oil Company of California).
Unocal, junto con la sociedad saudí Delta Oil, creó un consorcio llamado Central Asia Gas Pipeline (Centgás), al que luego se incorporarían con menor capital empresas de Pakistán, Turkmenistán y Japón.
El propio Henry Kissinger, secretario de Estado en esos años y premio Nobel de la Paz como Barack Obama, firmó el acuerdo para construir un gigantesco oleoducto de 1.271 kilómetros desde la frontera turcomano-afgana, atravesando territorio afgano y paquistaní.
Pocos años después de ser aliado de EE UU en Afganistán Bin Laden cometía su primer atentado contra las Torres Gemelas
Washington en aquella época calificaba al régimen talibán y al de Arabia Saudí como “islámicos moderados” mientras acusaba a Irán de extremista y terrorista, una acusación que ha vuelto a recuperar Trump con la misma virulencia en su empeño por justificar su rechazo al pacto nuclear con Teherán firmado por Obama.
El régimen talibán no logró finalmente que Unocal (principal accionista de Centgás) aceptara las condiciones que ponía para permitir el paso del oleoducto por su territorio, y las negociaciones se rompieron.
Paralelamente los talibán se integraron en 1998 en el Frente Internacional Islámico creado por Osama bin Laden, quien lanzó una fatwa llamando a realizar atentados contra intereses estadounidenses.
Al Qaeda cometió dos nuevos graves atentados, contra las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania, con un saldo de 229 muertos.
La Administración Clinton no pudo mantener más tiempo esa política contradictoria; recibía fuertes críticas tanto del Partido Republicano como desde el seno del propio Partido Demócrata y de la ONU.Clinton terminó reclamando al régimen de los talibán la extradición de Bin Laden, pero estos se negaron, ofreciendo como alternativa enjuiciarlo en Afganistán. Poco después lo declararían inocente.
Al-Qaeda había aportado miles de combatientes al movimiento talibán cuando este libraba una dura batalla contra otras milicias para hacerse con el control de Kabul, y seguía siendo un apoyo fundamental.
Clinton intentó destruir a Al Qaeda sin que ello afectara los negocios de EE UU con los talibán
A pesar de esa situación, con la llegada al poder de George W. Bush la ambigüedad de EE UU con los talibán se mantendría todavía más tiempo. El 27 de septiembre de 2000 pronunció una conferencia en los locales del Middle East Institute de Washington nada menos que el adjunto del ministro talibán de Asuntos Exteriores, Abdur Rahmin Zahidt.
Como se conocería años después de boca de Richard Clarke, uno de los principales expertos en terrorismo del Partido Demócrata, Clinton pretendía aniquilar a Al-Qaeda pero evitando que esto afectara la relación de Washington con los talibán. Según Clarke, la Administración Clinton traspasó un plan detallado a la Administración Bush entrante sobre el tema.
Meses antes del 11-S, Colin Powell anunciaba una ayuda de 43 millones de dólares a los Talibán
El 17 de mayo de 2001, menos de cuatro meses antes del 11-S Colin Powell, secretario de Estado de Bush, elogiaba todavía públicamente a los talibán “por su ayuda en la lucha contra el narcotráfico” y anunciaba una ayuda de 43 millones de dólares para esa tarea.En realidad era público ya entonces que los talibán, tras una primera etapa en la que persiguieron con dureza el tráfico de opio, pasaron a controlar su producción directamente, disparándose las cifras de exportación.
Todo valía para Washington con tal de hacer negocios con quienes controlaban el régimen de Kabul. La comunidad internacional se alarmaba por la destrucción de los colosos de Bamiyán y otros templos que llevaban a cabo los talibán; por la discriminación y el maltrato a las mujeres, la crueldad contra los adversarios, la intolerancia religiosa y la limpieza étnica que llevaban a cabo, pero Washington miraba para otro lado, los buscaba desesperadamente.
Menos de dos meses después del 11-S, el 7 de octubre de 2001, Bush terminaba con la ambigüedad y comenzaban finalmente los devastadores bombardeos de EE UU y sus aliados contra Kabul.
Los únicos tres países que mantuvieron relaciones diplomáticas con el régimen talibán hasta último momento fueron Arabia Saudí, Pakistán y Emiratos Árabes Unidos.
Washington impuso como nuevo presidente de Afganistán tras el derrocamiento del régimen talibán nada menos que a Hamid Karzai, un ex muyahidin que había combatido a las tropas soviéticas, y ex alto ejecutivo de Unocal, el gigante energético que quería construir el oleoducto atravesando suelo afgano.
Todo un símbolo de esa guerra. EE UU persistía en su objetivo, lo que no había podido lograr negociando con los talibán lo intentaba años después por la fuerza.
Trump no se resigna a perder el control de un país de importancia geoestratégica en Asia Central
El régimen de Karzai se caracterizó por su ineficacia y por la corrupción; miles de millones de dólares de ayuda extranjera para la reconstrucción se esfumaron; otros miles de millones ingresaron en las arcas de empresas extranjeras que se repartieron el botín de la reconstrucción.
Las principales de ellas eran estadounidenses, como Halliburton, el poderoso holding del que había sido uno de los máximos ejecutivos precisamente el vicepresidente de Bush, Dick Cheney. Todo quedaba en casa.
Al día siguiente de destruir el país entraban las empresas que supuestamente lo iban a reconstruir con dinero procedente de países donantes. Se enriquecían las empresas contratistas y se enriquecían las CPM (Compañías Privadas Militares) contratadas por el Pentágono, que aportaron decenas de miles de mercenarios para la guerra en Afganistán.
Primera parte: La 'guerra buena' cumple 16 años (I)
Tercera parte: La guerra buena cumple 16 años (III)
A pesar de la proliferación de medios independientes y redes sociales la batalla sigue siendo totalmente desigual. Este blog intentará con sus análisis, principalmente centrados en temas de geopolítica, estrategia internacional y derechos humanos, aportar en esa lucha desde esta trinchera de El Salto.
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