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Franquismo
Todo por la patria: piernas, manos y peldaños

La profesora Stephanie Wright, de la Universidad de Lancaster, estudia las políticas aplicadas durante el franquismo y la Transición a los veteranos discapacitados de la Guerra civil. Wright ha publicado una serie de artículos en los que analiza el trato recibido por los soldados españoles y las tropas marroquíes del bando rebelde y prepara en la actualidad un libro sobre este tema. La situación desesperada de los veteranos discapacitados de la República, empujados a la indigencia por la falta de asistencia, a menudo agravada por la persecución política, contrasta con la situación de sus antagonistas que, sin embargo, dista de ser homogénea. Los veteranos del bando franquista se beneficiaron de una serie de ayudas reglamentadas en función del grado de discapacidad, su nacionalidad y su condición militar o civil. Esta asistencia, que abarcaba desde pensiones a beneficios sociales y empleos adaptados, hasta en detalles nimios pero que realzaban su consideración social —como la reserva de plazas en el transporte público— fue más generosa para los españoles, encuadrados en una destacada organización política del nuevo régimen, el Benemérito Cuerpo de Mutilados de la Guerra por la Patria (BCMGP), que se refería a ellos como caballeros mutilados. Por el contrario, los militares marroquíes, sujetos al poder colonial del Protectorado, recibieron una asistencia de menor entidad económica y menos diversa.
La situación desesperada de los veteranos discapacitados de la República, empujados a la indigencia por la falta de asistencia, a menudo agravada por la persecución política, contrasta con la situación de sus antagonistas que, sin embargo, dista de ser homogénea.
A través de esta gradación de tratamientos de la discapacidad se pone de manifiesto un panorama complejo en el que los privilegios mayores se concentran en los veteranos españoles, y, dentro de ellos, en los militares de carrera. Son principalmente estos quienes se benefician de los privilegios económicos y del reconocimiento social, y quienes se convierten en personajes destacados del relato ideológico de la Cruzada. Sus cuerpos mutilados se presentan como testimonios vivientes del sacrificio por la Patria, simbolismo que encuentra su máxima expresión con el establecimiento de la Cofradía del Santísimo Cristo Mutilado, que procesiona en Málaga una figura parcialmente desmembrada en el asalto a una Iglesia durante la guerra. Otros símbolos buscan anclar al caballero mutilado en un glorioso pasado militar y cultural con la apelación a Cervantes, el manco de Lepanto, como primer mutilado, cuya imagen se utiliza profusamente en publicaciones, bustos y retratos.
Al final de la guerra buena parte de los caballeros mutilados comparten con entusiasmo este discurso del sacrificio y la redención. Tal y como recoge Wright en uno de sus artículos, Enrique López Sánchez, mutilado al que se le amputó una pierna, habla en sus memorias de cómo en el hospital el deseo de superar el sufrimiento se combinaba con la competición entre los heridos por mostrar quién se había sacrificado más por la Patria: uno se enorgullecía de haberle ofrecido una mano, otro una pierna, y estaba también quien había perdido los dos brazos y quien había quedado ciego, pero todos se mostraban felices de su sacrificio. El propio BCMGP adopta como lema de sus semioficiales memorias, tituladas Caballeros mutilados, la expresión Soldados viejos y estropeados. Como parece apuntar Wright, esta asunción pública del sufrimiento, ejemplificada por la procesión del Cristo Mutilado, supondrá una invitación a la sociedad a aceptar las pérdidas que acarreó la guerra (sociales, económicas, de derechos y libertades) como otras tantas gozosas amputaciones, y a someterse a las restricciones y condiciones impuestas por el nuevo régimen.
Wright se detiene en las patologías siquiátricas de los veteranos y los desórdenes postraumáticos, que resultan especialmente reveladores del sometimiento de los veteranos a un relato ideológico extremo. En cuanto que la guerra es una experiencia liberadora que encuentra su culmen en una Cruzada de orden sagrado, no parece razonable pensar que pueda acarrear trauma alguno. Los desórdenes mentales de los veteranos son condiciones patológicas previas a la guerra que, como mucho, esta desencadena o reactiva. Las limitaciones presupuestarias se dan la mano con el relato ideológico para dejar sin asistencia a quienes sufren el atroz impacto sicológico de la guerra. Para acomodar la falta de consideración del trauma bélico se permitirán durante el franquismo comportamientos patológicos de extrema violencia contra la tropa por parte de oficiales veteranos que nunca fueron confrontados con la gravedad de sus actos de guerra ni con los daños irreparables que provocaron en su propia salud mental.
Como parece apuntar Wright esta asunción pública del sufrimiento, ejemplificada por la procesión del Cristo Mutilado, supondrá una invitación a la sociedad a aceptar las pérdidas que acarreó la guerra (sociales, económicas, de derechos y libertades), como otras tantas gozosas amputaciones, y someterse a las restricciones y condiciones impuestas por el nuevo régimen.
Una muestra reveladora de la consideración subordinada que recibe el veterano discapacitado puede encontrase en la visita de Carmen Polo a la sede del BCMGP. La institución tenía su sede en un situado en el número 107 de la calle Velázquez de Madrid que constaba de 3 plantas de gran altura: la planta baja con una entrada de carruajes y un espacioso patio interior, la primera planta, donde se encontraba el despacho oficial del Director General y su vivienda, y la segunda planta, en la que estaban instaladas las oficinas del Cuerpo. Según recoge Wright en una conversación con el hijo de Ángel López, que fu Director General del BCMGP -Nicolás López, que vivió en el palecete- la mujer de Franco se disponía a visitar al general Millán Astray, fundador del BCMGP, que se encontraba convaleciente de cierta consideración, cuando el ascensor quedó detenido entre dos pisos. Para desesperación del general el percance tardó en resolverse, dejando a Carmen Polo encerrada en un estrecho cubículo suspendido en el vacío. Cuando por fin se consiguió liberar a la mujer del jefe del Estado, Millán Astray ordenó que se suprimiese el ascensor del edificio, amenazando a quien cuestionase su decisión en favor de opciones más razonables, como repararlo o substituirlo. En un estilo que parece acorde con otros testimonios del personaje, su voz tronó desde el lecho del dolor por los pasillos del palacete:
«¡Si todavía está ahí el ascensor cuando me levante
de la cama, pasaré a cuchillo al primero que vea!».

Foto del palacete de Velazquez, sede del BCMGP. (C) Stephanie Wright
Durante años los soldados viejos y estropeados que acudían a solucionar los trámites derivados de su incapacidad se preguntaban por qué tenían que subir cojeando, cuando no se les tenía que aupar por las escaleras. El pequeño destacamento militar asignado al palacete se las veía y se las deseaba para subir y bajar sillas de ruedas, cuando no colocar a los caballeros mutilados en sillas normales que luego levantaban y bajaban entre varios. No es difícil imaginar el estupor y las quejas de los discapacitados, incapaces de entender que un edificio dedicado a resolver sus problemas no contase con un sencillo ascensor.

El tratamiento utilitario de los veteranos discapacitados muestra su completa dependencia del relato oficial de la Gloriosa Cruzada y de los intereses que la animan. Esos soldados están bien estropeados, narrativamente estropeados cabría decir, y el régimen los quiere así porque su condición refuerza la finalidad por la que cayeron, la difusa e implacable gloria de España. Es inevitable pensar que de forma creciente los caballeros mutilados, pese a los privilegios de que gozaban, empezaran a desconfiar del papel que el régimen les asignaba. Los peldaños de mármol no eran sino un recordatorio más de que estaban condenados a participar como figurantes en un relato esperpéntico y cruel que los discapacitaba, y lo hacía en aras de una gloria a menudo más particular y crematística que patriótica.
El pequeño destacamento militar asignado al palacete se las veía y se las deseaba para subir y bajar sillas de ruedas, cuando no colocar a los caballeros mutilados en sillas normales que luego levantaban y bajaban entre varios.
Que se compense el sofoco de la mujer del jefe del Estado y la ira de su estrafalario general restringiendo de forma permanente el acceso de la población a los recursos que se pretende poner a su disposición nos muestra una Cruzada vieja y estropeada. Es esta condición la que los veteranos, que suben a duras penas las escaleras blancas del palacete de Velázquez, devuelven peldaño a peldaño al régimen que tanto presumió de brindarles apoyo, pero, sobre todo, redención.
Ginebra, enero, 2025.
—“Caballeros Mutilados y mujeres deshonradas. Cuerpo, género y privilegio en la posguerra española”. Historia y Política: Núm 47 (2022) enero-junio.
—“Heroes to anonymous pensioners“: Francisco Franco's ‘mutilated gentlemen’ and the erosion of veteran privilege in Spain's transition to democracy, History: The Journal of the Historical Association 101:377 (2022), pp. 765-788.
—“Of maiming and privilege: rethinking war disability through the case of Francoist Spain, 1936-1989“ , Past and Present 255:1 (2022), pp. 317-350.
—”My husband… is an authentic psychopath’: Spanish Civil War veterans, mental illness and the Francoist regime" , Social History of Medicine 34:4 (2021), pp. 1236-1255.