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Filosofía
Coños de alquitrán
Para Sofía.
“Mais laisson, il y a là un pli apocalyptique.”
(“Déjalo, hay ahí un pliegue apocalíptico”)
Jacques Derrida
El cielo se cae, nos dice Davi Kopenawa, chamán, militante e intelectual yanomami, en un tono escatológico y profético que nos alerta de un posible final de los tiempos. Se desmorona ante nosotros, se viene abajo y nos engulle. Nuestro trágico y vulgar destino parece irremediablemente condenado a un derrumbe garantizado, en el que seremos sepultados por residuos y fragmentos de contaminación, basura interestelar, desechos que flotan en la atmósfera. La profecía yanomami del desmoronamiento del cielo nada tiene que ver, sin embargo, con cierta culpa o castigo sobrevenido por los abusos del hombre en la naturaleza. Hay que pensarla, más bien, a modo de ciclos, de reordenamientos espacio-temporales de las capas y estratos que conforman el universo. Dichas conmociones y desplazamientos se deben, fundamentalmente, al desgaste y envejecimiento de un mundo cargado de cuerpos.
El cielo se cae, se viene abajo, por el peso de los muertos: pesan los cadáveres que acumulamos en la tierra, en todo tipo de tumbas, mausoleos y criptas; pesan sus almas que moran en las capas celestes. El fin del mundo es entonces relatado en un tono apocalíptico, pero no aterrador ni punitivo. Tendrá lugar cuando la frontera entre vivos y muertos se difumine y las almas de nuestros antepasados se derramen como cascadas sobre nosotros. En una suerte de reordenamiento espacial, ante el desfondamiento de las esferas celestes sobre las terrestres, los vivos se verán obligados a habitar espacios subterráneos, las concavidades y pasadizos secretos del inframundo, mientras las almas de los muertos, como polvos estelares, se irán apropiando de la tierra.
Hemos fantaseado con el fin del mundo en todos los escenarios posibles, dislocando el tiempo y el espacio, acelerando la caída. Hemos sacado al mundo de sus goznes, de quicio, por injusto, por dis-yunto. Out of joint. Nunca, sin embargo, fuimos capaces de presagiar un apocalipsis tan aséptico y esterilizado como el que se ha instalado entre nosotros. En apenas unos días, el aislamiento y confinamiento higiénicos no solo nos ha retirado del mundo, del espacio público, sino que se ha propagado incontroladamente por nuestras venas, tejidos y tendones. Limpiamos compulsivamente la carne, nuestra carne, con sus restos, desechos y escamas. Lejos quedan esas narraciones escatológicas en las que cierta animalidad o regresión canibalística parecían apropiarse de una humanidad que no había sabido hacerse cargo del mundo. En este ominoso apocalipsis vírico, hemos terminado por transformarnos en mónadas aisladas y compartimentalizadas, obligadas a desinfectarse cada vez que atraviesan un umbral.
Ceci n’est pas un monde, nos dice Viveiros de Castro, es un pseudomundo, un sin-mundo, en el que los cuerpos-frontera con su carne-profiláctica, sus fluidos contenidos en mascarillas y guantes, se desplazan silenciosa y apáticamente por las arterias de una ciudad fantasma. ¿Qué aspecto tendrán los supervivientes del último día en la tierra? ¿Cómo será este mundo sin nosotros, escenario que ya hemos dejado de habitar? ¿Es posible acaso preguntarnos si cabe un mundo por venir? O hemos alcanzado tal grado de desencanto vital y de apatía existencial que ni siquiera el fin del mundo nos toma ya por sorpresa, pues en el fondo somos conscientes de que nuestra civilización y sus voraces modos de vida está irremediablemente condenada a un cataclismo de magnitudes insólitas.
Y hay noches extrañas, inquietas, soñadas, en las que tienen lugar encuentros onírico-apocalípticos. Hay en la urbe contaminada, por el virus y las excrecencias, parcelada y fragmentada, agujeros y fosas, oquedades en las que esconderse de la vigilancia profiláctica. Auténticos abismos erótico-somáticos, político-deseantes, sumideros y desagües en los que tu cuerpo y el mío se encuentran y resuenan, vibran y se estremecen. Me follas, en los estratos subterráneos de la tierra, rodeadas de coches, apestadas de monóxido de carbono y gasolina. Me lames y muerdes, recorres mi cuerpo con tus manos perfumadas de gel hidroalcohólico. Arrancas torpemente mis pantalones y bragas. Me follas, con tus pequeños dedos, mal pintados de laca roja, resecos y cansados de una larga jornada laboral. Muerdes mis pezones y mi clítoris, mientras empujas tu lengua hacia mis concavidades secretas. Me corro, en tu mano, en tu boca, en un sucio coche, en un parking, bajo capas y capas de moléculas de virus, muertos y fantasmas. La ciudad entera cae sobre nosotras, agotadas y exhaustas, sudando miedos, incertidumbres, soledades, precariedad y curros de mierda en las periferias suburbanas. Te abrazo y al acercarme percibo, en tu pelo revuelto, ese dulce perfume que caracteriza tu piel, mezclado con el olor de mi sexo, olor a noche y a alquitrán. Un conocido sabor a melaza y a infancia invade por completo la cavidad de mi boca.
Follar pandémicamente, apocalípticamente, como si el mundo se acabara y solo quedáramos tú y yo, escondidas en esa cueva subterránea que nos acoge en su seno. ¿Somos acaso las últimas supervivientes del colapso? Follar en un antro, en el entre, en el hiato del tacto que se quiebra, mientras el mundo se desmorona, se desfonda, estalla en pedazos. Correrse en las entrañas del monstruo, en no-lugares sórdidos y mugrientos, contaminando con nuestros besos y sudores todo espacio de asepsia social. Tocar, palpar, penetrar, mojar, chupar. Todo parece plegarse, detenerse cuando lubrico en tus labios. Y quedo suspendida y en suspenso. Difiero el mundo, lo paro, lo saco de sus goznes, en un orgasmo apocalíptico que nos viste de asfalto y brea. Me hundo en tus manos, tus axilas, tus senos. Me invagino en la superficie de tus heridas. Repolitizando el pliegue, las membranas y tejidos que conforman nuestros cuerpos; resignificando esos fluidos que han devenido abyectos: flujo, semen, sangre, sudor y saliva, cargados de virus y patologías, investidos de resistencia somatopolítica. Creamos de este modo mundos paralelos, comunidades erótico-afectivas, refugios secretos en los que desactivar los dispositivos de poder con sus técnicas de neutralización, opresión y colonización de nuestros deseos.
Y al follarnos, al encontrarnos y tocarnos, nuestros cuerpos entran en comunión con otros cuerpos aislados, proletarizados, precarizados, colonizados, espectralizados y olvidados en la distopía necrocapitalísica que estamos viviendo. Viene a nuestro encuentro, como esas almas errantes de la cosmogonía yanomami, “un vasto conjunto de cuerpos mineralizados, vegetalizados, animalizados, feminizados y racializados que realizan el trabajo devaluado de la reproducción energética, sexual, emocional y social de la tecno-vida en el planeta Tierra” (Preciado, 2020). Y es así como devenimos horda, masa, multitud, desafiando los procesos de aislamiento y descoletivización que se han puesto en marcha durante la extraña pandemia.
Follar pandémicamente, apocalípticamente, como si el mundo se acabara y solo quedáramos tú y yo, escondidas en esa cueva subterránea que nos acoge en su seno. ¿Somos acaso las últimas supervivientes del colapso?
El mundo se desmorona ante nuestra mirada. Y andamos con la cabeza hacia abajo, con un abismo bajo nuestros pies. Ese profundo abismo político-existencial ha sido activado y se ha acentuado en este nuevo relato apocalíptico. Como si la tierra se hubiera abierto y las grietas se hubiesen amplificado: las fracturas y fisuras de clase, género y raza parecen haberse multiplicado a grados extremos. Es sin embargo en esa grieta, en esa hendidura, que cual espasmo se hace presente entre nosotras, donde puede producirse, como un destello, toda la fuerza subversiva y revolucionaria de nuestra potencialidad política.
Abgrund: sin suelo, sin tierra, sin fundamento. Asomadas al borde del mundo, dispuestas a invertirlo y trastocarlo con nuestras prácticas, deseos y cuerpos. Puesto que, como advierte Preciado, es en esa ruptura micropolítica donde reside nuestra única oportunidad. Atravesadas por el apocalipsis. Asediadas por el posible fin de este, nuestro mundo herido: habitamos el katechon, esto es, el tiempo antes-del-fin, para deslizarnos, casi sin percibirlo, hacia el eschaton, el fin de los tiempos, “la desaparición ontológica del tiempo: el fin del fin” (Danowski y Viveiros de Castro, 2019: p. 51). ¿Cómo entonces asumir esta epocalidad sin dejarnos atrapar por relatos paralizantes? ¿Qué tipo de sueño emancipatorio proponer y enunciar ante tanto descontento? ¿Cómo escapar de esa melancolía pobre en mundo, estado vital que neutraliza y silencia toda desobediencia, toda lucha o subversión? ¿Qué sujeto político, micro y somatopolítico, saldrá de esta mutación? “¿Cómo podemos pensar en tiempos de urgencia ―señala Haraway― sin los mitos autoindulgentes y autogratificantes del apocalipsis, cuando cada fibra de nuestro ser está entrelazada en, y hasta es cómplice de las redes de procesos en los que, de alguna manera, hay que involucrarse y volver a diseñar?” (Haraway, 2019: pp. 66-67).
Pues la verdadera revolución, nos recuerda Preciado, solo se producirá en el seno de nuestros cuerpos vivos, vulnerables y heridos, precarizados y empobrecidos. Cuerpos que es preciso expropiar a las fuerzas colonizadoras y explotadoras.
De todos los posibles significados de la palabra apocalipsis, destaca Derrida aquellos que tienen cierta relación con el cuerpo, el deseo y la sexualidad. Apokekelummenoi logoi son aquellos textos que tratan de propósitos indecentes, que guardan secretos, que giran en torno a los llamados pudenda. Apokalupsis no es otra cosa que un desvelamiento, como si descubriéramos un velo, levantando aquello que tapa el sexo masculino o femenino, pero también las membranas de los oídos, ojos o párpados. El glande que se desliza tras la retirada del prepucio, el himen que se retira en una penetración. Todo tono apocalíptico tiene en definitiva esa pretensión desveladora, en la que se anuncia la verdad de un fin, la predicción escatológica ante la inminencia del desastre. Apokaluptô es también una pequeña parte del cuerpo, secreta, escondida, oculta a nuestra vista. Cierta a-létheia o doble juego de la verdad en la que el mundo y lo que somos aparece y se esconde, se muestra y encubre en los secretos de la carne, los cuerpos y deseos.
¿Y si resignificáramos esas minúsculas concavidades que nos constituyen? ¿Si hiciéramos refugios subterráneos en los pequeños pliegues de nuestras cartografías somáticas? Grutas, membranas, pabellones auriculares, lenguas y paladares, rodillas y corvas, nucas y entrepiernas en las que escondernos y protegernos de este temporal. Antro / Caverna / Cavidad. “Tejido sobre el que se escriben tantas metáforas del cuerpo” (Derrida, 1997: p. 322). Y si es precisamente ese texto-somático lo que más ha sido acatado por el virus, será en esa trama, en los vínculos que me ligan y unen al otro, donde encontremos la posible salida emancipatoria a estas nuevas modificaciones de la subjetividad que parecen imponerse. De este modo, podríamos producir relaciones amorosas transferenciales que den lugar a condiciones de auténtica imantación (aimantation), a umbrales de transformaciones y mutaciones somático-políticas, resignificando emplazamientos de resistencia micropolítica que generen otras condiciones de vida colectiva.
Pues la verdadera revolución, nos recuerda Preciado, solo se producirá en el seno de nuestros cuerpos vivos, vulnerables y heridos, precarizados y empobrecidos. Cuerpos que es preciso expropiar a las fuerzas colonizadoras y explotadoras, para convertirlos en receptáculos de otros cuerpos, lugares de acogida y de albergue que nos permitan enfrentar la intemperie del mundo. Hacer de nuestros cuerpos-expoliados y heridos verdaderos cuerpos-khôra que, como úteros y matrices, funcionen como espacios de refugio, no de hostilidad, violencia o destierro. Así, en este sentido, Rolnik y Guattari nos hablan de cultivar y practicar una “nueva suavidad”. Frente a las semióticas sexuales hegemónicas de dominio de la naturaleza, de colonización y penetración de los cuerpos, de expropiación del deseo del otro, la nueva suavidad sería la invención de otra relación con el cuerpo, presente en los devenires animales, musicales, vegetales, que nos permita “salir de todos esos modos de subjetivación del cuerpo desnudo, del territorio conyugal, de la voluntad de poder sobre el cuerpo del otro, de la posesión de una franja de edad sobre otra, etc.” (Guattari y Rolnik, 2006: 329). También, Bini Adamczak propone el término circlusion en el sentido de envolver, enroscar, abrazar: cir, esto es, alrededor, en torno y claudere, cerrar, ceñir, bloquear.
Frente a las connotaciones de poder y sometimiento que posee la penetración, la circlusion nos invita a pensar una relación sexual sin jerarquías entre penetrado-penetrador, sin la violencia del acto de entrar en un cuerpo ajeno, sin distinción dentro-fuera. Nada más hospitalario que una mano que nos envuelve con su caricia o una vagina que hace de lugar acogedor para el objeto u órgano que entra en ella; resignifiquemos pezones, ingles, anos para convertirlos en espacios de recogimiento y placer; transformemos nuestras bocas en verdaderos hogares cálidos donde calmar nuestros miedos. Y que las pieles que se entrelazan a las nuestras en actos erótico-políticos nos acojan, envuelvan, sostengan, para así volver a enroscarnos al mundo. Amorosamente, amatoriamente, invistiendo de eros y querencia (aimance) toda pulsión thanática, toda desposesión y violencia, toda estrategia política de aniquilación y sometimiento.
Filosofía
Casa tomada: ¿y si nuestras pesadillas anuncian la revolución?
- Preciado, P. B. (2020): “Nous étions sur le point de faire la révolution féministe… et puis le virus est arrivé”, Liberátion (27 de abril de 2020).
- Danoswki, D. y Viveiros de Castro, E. (2019): ¿Hay un mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines, Buenos Aires, Caja Negra Editora.
- Haraway, D. (2019): Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chtuluceno, Bilbao, Consonni.
- Derrida, J. (1997): La diseminación, Madrid, Editorial Fundamentos.
- Guattari, F. y Rolnik, S. (2006): Micropolítica. Cartografías del deseo, Madrid, Traficantes de Sueños.
Este texto forma parte del libro de la autora Sueño y revolución (Madrid, Continta Me Tienes, 2021) con ilustraciones de María Maquieira (algunas de las cuales acompañan el presente texto)
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Grande Meloni!!!! Has pasado directamente a mi top-ten de escritorxs malditxs preferidxs!!! Grandes también Danowski y Viveiros de Castro y grande el sexo circlusivo en tiempos de pandemia!!! Abajo la criminalización vírica de los cuerpos y larga vida a la hospitalidad del por venir, aunque sea apokalíptica!!!!