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Filosofía
Ego confeso: el coronavirus en los bordes de lo político y lo púdico
¿Sabremos construir vínculos partiendo de las ruinas en que nos ha sumido la crisis actual? ¿Con qué palabras y con qué gestos contamos? Y sobre todo, ¿seremos capaces de hacerlo en común, sin que nadie quede atrás?
“Tú yaces hacia fuera
sobre ti”
Paul Celan
Los primeros días de cuarentena no me duché. Los primeros días de cuarentena no tuve cuerpo. Conmovida como estaba por el shock y su relato. Aceptando la suciedad que poco a poco se posaba sobre los muebles y la intimidad, entre mis uñas. Y sin embargo la pureza, la higiene, la profilaxis habitando cada rincón del afuera. Y yo quieta. Se me resistían las palabras, los alimentos, la luz y el jabón. Aún hoy, escribiendo esto, reflexiono a través de palabras que no son sino detritus y a las que me cuesta encontrar el latido semiótico, el código que me permita alcanzar un decir. Sirva esta introducción como disculpa. Sirva esta introducción de ego confeso.
A las ocho de la tarde. A las ocho en punto de la tarde
En 1930 Bertolt Brecht escribió para la actriz Carola Neher un poema en el que detallaba cómo le había enseñado a lavarse la cara, pues ella se lavaba exclusivamente para no estar sucia: intolerable, claro está. Lavarse la cara implicaba para Brecht tal perfección de movimientos que pudiera ser filmada, escenificarse, convertirse en Gestus, gesto despojado más allá del texto. Leo el poema una tarde, unos minutos antes de las 20:00, momento de sacar medio cuerpo anfibio y sucio por la ventana, en la oscuridad de una periferia envejecida. Es la performance de las 20:00, el primer, segundo y tercer día, lloré. Ahora que me asomo duchada, con el pelo brillante y suave, no siento nada. Establezco, eso sí, conversación diaria con algunos de los vecinos. No sé si aplaudir nos torna comunidad, como he leído estos días, o sencillamente es un subterfugio político para nuestra necesidad de acción, apaciguados los animales en sus casas de látex. Pero creo sin duda que sí teje comunidad lo que sucede después, cuando los aplausos amainan y se escucha nítidamente el ¿cómo estáis? a gritos, de piso en piso, las preguntas y respuestas atravesando la plaza a la que dan nuestras casas. Paquita, la vecina de abajo, siempre cierra la ventana con un: “hasta mañana, niña”. Y ahí sí, la fragilidad y la belleza de la urdimbre social me aprietan el pescuezo. ¿Dónde termina mi ventana y comienza la tuya? El parentesco de este Chthuluceno, que diría Haraway, esparce sus tentáculos en torno a los árboles, los picos de los pájaros, los gemidos de los gatos, los insectos, Paquita, la Nina. Sopa de murciélago, animales y humanos compartiendo fiebre en los estertores de un mundo que ya no.
Se trata de encontrar un otro hacer, que se articule necesariamente a través de la preposición “con”, entre nos.
Entiendo que se trata de encontrar un otro hacer, esa sim-poiesis que se articule necesariamente a través de la preposición “con”, entre nos. Algo que se opone a ese “contra nos” que también rabiosamente ha nacido a raíz de esta crisis y su gestión disciplinaria y paranoide de la biopolítica. Las miradas recelosas en el supermercado, la policía de balcón, el auge del racismo, el abuso policial sistemático, el mirar hacia otro lado cuando la realidad material queda descubierta, cual emperador con traje nuevo. “Si algo define al COVID-19 ha sido su potencialidad de transformarnos en abyectos”, reflexiona Carolina Meloni al señalar el tacto como incontestable sustrato de nuestra ética. ¿Cómo gestar comunidad desde lo intocable? se interroga. ¿Cómo apelar a una alteridad sin piel? ¿Cómo vamos a ocupar ahora las plazas? En la última década se han articulado multitud de movimientos espontáneos, repletos de disidencias, como la “Primavera Árabe”, Occuppy Wall Street o la toma de las plazas en Europa, específicamente nuestro 15M, donde muchos de nosotros acampamos la vida en la calzada. Todos implicaban pisar la calle, chocar los cuerpos, como si de un mismo tejido revolucionario se tratara.
Desde este confinamiento me pregunto, en línea con Hannah Arendt, qué sucede entonces con nuestra libertad política, que para la filósofa radicaba necesariamente en la conquista reiterada de la res pública, en la habitabilidad de la polis. Arendt refiere, en Los orígenes del totalitarismo, que la libertad “es simplemente la capacidad de movimiento, que no puede existir sin espacio”, subrayando que lo único que puede acabar por completo con ella es el terror. El vínculo que establece entre terror e ideología es verdaderamente lúcido al amparar en el terror todas las prácticas de dominación totalitaria. El terror es el surco que hace que los objetivos últimos de la supremacía de la historia o la naturaleza resbalen entre nosotros sin encontrar oposición. El terror es un ius naturale que prima a la especie por encima del individuo, que sigue hacia delante con los ojos vendados en aras de fabricar y perpetuar “una humanidad”. ¿Nos suena de algo? ¿A cuánta gente estamos dejando atrás? Trump, Boris Johnson, el austericidio de la Unión Europea, la llegada del virus a los campos de refugiados, la facilidad edadista con la que hemos asumido que nuestros mayores han de morir. Deo volente. Afortunadamente en España ahora no nos encontramos bajo el yugo del totalitarismo. No obstante, el horizonte se torna borroso y algo aciago, me temo, cuando la realidad de este cuerpo político queda constantemente fragmentada por determinadas medidas estatales y una oposición carroñera que nos insta a agitar banderas, utilizando una semántica bélica muy alejada de las semánticas comunes que necesitamos para enfrentar esta crisis en común. Comunidad condensada en nuestra doble dimensión de bíos (comunidad política) y zoé (nuda vida), como reunifica Agamben (1995), y cuya dualidad no pueda desgajar ningún estado de excepción. Por eso cuando cierro la ventana, cada noche a las 20:05, retorno de un lugar al que no sé si he ido, volviendo a otro en el que no puedo habitar.
Quédate en casa
Agamben, al esbozar su homo sacer, incide precisamente en la distinción clásica entre oîkos y polis, lo interno y lo externo, el hogar de la nuda vida y el de la política, algo que tanto Foucault como Arendt habían explorado con anterioridad. Arendt, en La condición humana, trataba este pretendido binomio aristotélico como un falso binario al entender que la condición política del sujeto deviene necesariamente de un oîkos. En ese sentido el bios politikos deviene necesariamente de la zoé (nuda vida). Lo que plantea también un problema moral al hablar de la vulnerabilidad de esas diversas vidas. Quédate en tu casa, si es que tienes casa. Lávate las manos, si es que tienes agua. Participa en la política si es que tienes casa y puedes aún pagarla, si es que sigues vivo, si es que tu vida importa, vendría a ser la traducción vírica actual.
Para Arendt la espacialidad de la política queda retratada en una Atenas en la que el ágora funciona como lugar de reunión, de celebración ritual y política. No obstante, me gustaría incidir en la porosidad que la filósofa le otorga al espacio al escribir: “siempre que se juntan hombres ―sea privada, social o público-políticamente― surge entre ellos un espacio que los reúne y a la vez los separa” (Arendt, 1997). A ese espacio es al que denomina Zwischen-Raum, “espacio entre”, espacio intermedio, plural y diverso, constituido por la materialidad de los cuerpos pero también por la materialidad del logos. La pluralidad como premisa para esta nuestra “vida activa” y la posibilidad de nuestro discurso apela necesariamente a ese ágora perdida o quizá nunca alcanzada. El desafío que la Modernidad no aprovechó fue precisamente ocupar ese espacio, irrumpir en él. Y ahora, en estas postrimerías posmodernas aquejadas de neumonía, me pregunto por el desafío que afrontamos y si esta pluralidad y sus discursos podrán configurar ese espacio híbrido desde el purito oîkos, desde un confinamiento mediado por el shock y el trauma.
Gestus
Las 20:00 de la tarde es una obra al revés. Estamos Paquita, la Nina, y rostros de los que desconozco el nombre, incógnito cuerpo de cintura para abajo. Primero aplaudimos: a los servicios sanitarios, las reponedoras, las limpiadoras etc., todo lo que paradójicamente sostiene este nuestro sistema de malestar crónico, herencia de años de necropolítica. Suena “Resistiré” y me cala el terror entre las uñas, ya limpias, porque es un dúo pero la canción no es plural. Porque “Resistiré, erguido frente a todo. Me volveré de hierro para endurecer la piel” es una declaración de intenciones de lógica neoliberal y porque mi piel, nuestra piel, es fina, frágil, penetrable, mortal. Por último llevamos a cabo la función, la función fática, digo, “la orientación hacia el lenguaje” que identificó Jakobson y que implica la sencilla necesidad de comunicar, silabeo sin mensaje, Gestus sin texto. En ese sentido la función de las 20:00 se ajusta también a la categoría de teatro épico que estableciera Brecht, pues todos actuamos, interrumpiéndonos, gesticulando, adheridos al papel y a la vez, sin embargo, habitando otro plano, la alienación.
¿Podemos introducir un hiato en esta narrativa? ¿Podemos pararnos a pensarnos de otra manera, interrumpir el proceso de subjetivación y crear una otra comunidad entre las ruinas?
No obstante la ventana nos permite permear las paredes, comunicarnos, insertar nuestro logos en el afuera. Esta situación de excepción nos coloca ante una nueva articulación de lo real. No obstante así funcionan también las ventanas de internet, hipertrofiadas de tanto adentro y tanto afuera. Así funcionan las redes sociales, esa nueva “ontología de cultura-red”, siguiendo a Zafra, varada en el ocularcentrismo capitalista y heteropatriarcal. En estos repositorios infinitos de conocimientos y distracciones, ¿podemos seguir manteniendo la ficción de una comunidad de aplausos? ¿Puede twitter, instagram, ser nuestro ágora? ¿Os han subido los followers? Porque a mí sí y lo observo entre complacida y repugnada, mientras comparto fotos de plantas, libros, películas. ¿Para qué? ¿Para quién? A diario acariciando la pantalla hacia abajo, toco con la yema del dedo fotos de personas que no son yo. Dialogía interna. Toco el afuera, sus caras, sus ojos, sus perros, sus casas, sus senos, sus libros. Like. Seguir también. Don y deuda. Enviar reacción rápida. Juego del vértigo, que diría Caillois. Voracidad, consumo de la imagen. Pérdida del pudor. Introyección de todas las interioridades que no son la mía y que nos cercaban ya en un canibalismo prevírico (¿hay un antes del virus?), una necrofilia que ahora se evidencia. La nueva edad oscura, nombra Bridle. Y sin embargo transparente hasta la obscenidad, pornográfica, miríada de egos desaforados alimentándonos de otros. Angustia atravesada por la somato-política, desmadejada, un oîkos de vida nuda, ágalma cruda, envasada al vacío en recipientes de plástico inmaculado. Click. Día 15 de cuarentena os enseño mi biblioteca. Día 43, en streaming me extraen los molares. El sujeto deviniendo objeto de manera espectral. Una y otra vez. Consúmeme. Consúmame. Como entendía premonitoriamente Baudrillard al escribir El otro por sí mismo (1988), tornamos nuestro ser pantalla, insertos en el flujo fantasmático de la afectación externa.
Como señala Benjamin, la fundamental forma del teatro épico es el shock pues al superponer fragmentos conduce a la reflexión política. En el shock estamos inmersos, no sólo a través de las ventanas físicas de este nuestro con sentido cautiverio, sino a través del flujo constante de las vidas que no estamos viviendo. No obstante, pensemos también en el ciclo de Brecht Terror y Miseria del Tercer Reich. Rememoración. Reparación. Empatía. Pensemos que esas otras vidas pueden también acercarnos a una cacofonía terrorífica, ver al Otro, los otros, reconocernos en su fisura, acompañarla.
¿Es posible subvertir esta lógica desde su propio código fuente? Pues si el espacio es político y relacional, si “la polis, propiamente hablando, no es la ciudad-estado en su situación física; sino organización de la gente tal como surge al actuar y hablar juntos” (Arendt, 2005), ¿podemos introducir un hiato en esta narrativa? ¿Podemos pararnos a pensarnos de otra manera, interrumpir el proceso de subjetivación y crear una otra comunidad entre las ruinas? Sergio Vega planteaba aquí su “revolución de las pantallas cálidas”, como un otro topos de convergencia afectiva en el ágora virtual. El teatro épico también apuntaba hacia el cambio y la revolución, en una amalgama semiótica en la que se diluyeran jerarquías, fronteras entre actores y público. La escena como tal tampoco existiría y el escenario podría ser cualquier espacio. Pensemos en esa potencia que habita también en estos cuerpos en red nuestros, en esta comunicación y sus nuevos escenarios de posibilidad. Quizá podamos invertir la curva, Paquita. Hasta mañana, niña.