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Filosofía
Mil máquinas de guerra para los votantes
Tras los recientes acontecimientos dentro de Podemos y entrando en el periodo electoral que se avecina, nos interrogamos por la deriva institucionalista que asume la izquierda y por los instrumentos que a día de hoy nos pueden resultar útiles para la intervención política.
Institucionalización de la lucha política
Tras los recientes acontecimientos dentro de la organización política Podemos y encarando el periodo electoral que quedó inaugurado con las elecciones andaluzas, nos interrogamos por la deriva institucionalista a la que queda abocada a día de hoy la lucha política en el Estado español y tratamos de reflexionar sobre los instrumentos que a día de hoy nos pueden resultar útiles para la intervención política.
Tiempo hace ya que Podemos apeló a la «máquina de guerra electoral», en un momento en que no contaba con estructuras de partido fuertes, con una organización que todavía estaba en construcción. El objetivo era conseguir aglutinar en una candidatura a todos aquellos que, sin pertenecer a un mismo partido político, pudiesen participar de un común que era más ancho que las identidades políticas mismas de sus participantes. Con ello se pretendía recoger la potencia política que había en las calles gracias a los movimientos sociales y, sin la necesidad de construir fuertes vínculos identitarios, reunir lo que quedaba en los márgenes, fuera de las identidades políticas fuertes.
Cinco años después, Íñigo Errejón, quien utilizó este concepto, empieza a trabajar en un proyecto conjunto con Manuela Carmena bajo el cuño de Más Madrid. Esta plataforma se presenta como un supuesto intento por sumar más de lo que las identidades políticas serían capaces de hacer, asumiendo, por tanto, que Podemos ya no es un instrumento útil para la intervención política, dado que no es capaz de producir sujetos que desborden los márgenes y que, por tanto, sean transformadores.
El objetivo era conseguir aglutinar en una candidatura a todos aquellos que, sin pertenecer a un mismo partido político, pudiesen participar de un común que era más ancho que las identidades políticas mismas de sus participantes.
Quizás Errejón lleva razón en esto último, y tampoco parece que en la coyuntura actual Podemos sea un instrumento capaz de articular a la multitud para dotarla de un potencial revolucionario. Más al contrario, parece que Podemos se ha replegado ante los hachazos que le ha devuelto el Régimen del 78, y los movimientos sociales que un día se disolvieron en aquella máquina de guerra electoral ahora se encuentran meramente diluidos dentro de una organización que tiene fuertes carencias democráticas y que es incapaz de seguir el pulso que le lanzan las fuerzas reaccionarias. Pero no parece la propuesta de Errejón con Más Madrid sea, de hecho, un retorno al 15M, y mucho menos al modelo de máquina de guerra que, a diferencia del pasado periodo electoral, no puede hacerse cargo de la multitud más que mediante la representación.
Como venía diciendo, uno de los elementos que me parece que se vuelve central en esta discusión es la relación que mantiene este instrumento que pretende representar a la multitud con las instituciones. Para tratar de pensar esta cuestión seguiremos a Deleuze y Guattari, de quienes se ha hablado en este blog en múltiples ocasiones, quienes utilizan el concepto de máquina de guerra en referencia a dispositivos (agencements) de intervención política no centralizados, que se organizan de manera rizomática y en los que la máquina misma se identifica con sus componentes.
No parece la propuesta de Errejón con Más Madrid sea, de hecho, un retorno al 15M, y mucho menos al modelo de máquina de guerra que, a diferencia del pasado periodo electoral, no puede hacerse cargo de la multitud más que mediante la representación.
La máquina de guerra
Compuesta de afectos, de simpatías, de resonancias disyuntivas pero articuladas en un agenciamiento o dispositivo desindividualizador, la máquina de guerra es el instrumento mediante el cual el común podría inventar nuevas formas de vida. Todavía no sabemos lo que puede el cuerpo: primero el mito del sujeto y después el del organismo biológico han estratificado cada mónada del universo en su proyecto de «mejora del ser humano». A cada órgano una función, a cada organismo un afecto. La máquina de guerra, por el contrario, no es una estrategia, no es un organismo de la administración del poder. No hay un programa, ni hay vanguardia, ni pastor. Es una tentativa de producir un devenir-revolucionario sobre la Tierra. ¿Qué intensidades, qué afectos podrá arrastrar? ¿Qué técnicas e instituciones traerá al mundo? Dependerá de los afectos que se puedan inventar en el seno de estas comunidades.
¿Pero qué es un afecto? El afecto es la manera como lo vivo se relaciona con la vida, por lo que podríamos decir que la vida misma no es más que los afectos. La necesidad de vivir en común se corresponde con la vulnerabilidad del individuo. Si hay vida es precisamente porque hay afectos, y no hay tal cosa como un individuo si no hay bajo él un pueblo, una multitud, un común, que son esos mismos vínculos que los afectos establecen.
«El sujeto es un constructivismo» (Deleuze y Guattari) y el cuerpo es una máquina de guerra. Los afectos lo expresan y dejan completamente al descubierto las relaciones de poder que lo sujetan: es un conjunto de afectos que siempre llega hasta donde puede, insiste en sus relaciones, lidiando al mismo tiempo con este conjunto de relaciones de poder que lo atraviesan. He aquí que no hay vida sin la posibilidad de afectar y ser afectado, pero no toda la vida puede afectar de igual manera. Inventar otras manera de afectarse es la tarea política que tenemos por delante, y para hacerlo es necesario transformar las técnicas de gobierno que definen la organización material de los afectos.
La máquina de guerra no está constituida por individuos, y mucho menos por partidos. Recurre a restos y fragmentos, simulacros y minorías, para forjar un dique de contención al capitalismo. La máquina de guerra, en esta medida, siempre llega hasta el final de lo que puede para hacer frente a la máquina totalizadora del capital. Pero dice Artaud: «Si a todos nos importa comer inmediatamente, mucho más nos importa no derrochar en la sola preocupación de comer inmediatamente nuestra simple fuerza de tener hambre». La máquina de guerra no usa toda su potencia para salvarse, sino que también es un laboratorio de prácticas artísticas y afectivas, orientadas a inventar otras sexualidades, otros cuidados, otra crianza, etc., que exigirían nuevas formas de institucionalidad, o dicho de otro modo: otras maneras de vivir en común.
La máquina de guerra no está constituida por individuos, y mucho menos por partidos. Recurre a restos y fragmentos, simulacros y minorías, para forjar un dique de contención al capitalismo.
No será posible la construcción de máquinas de guerra sin la creación de un común. Eso significa que la máquina de guerra es, antes que una máquina de guerra, una máquina de afectos, que no habría, por otra parte, que reducir al espectro de afectos que nos ofrecen las comunidades tradicionales. Y asimismo existe un peligro: no sabemos qué puede una máquina de guerra, ni podemos saber a priori hasta dónde conducen sus líneas de fuga. Los riesgos que comporta incluyen la posibilidad de devenires reaccionarios en el seno de la sociedad que respondan implacables a esta tarea de minería que llevan a cabo las máquinas de guerra. A cada movimiento revolucionario le responde un movimiento reaccionario. Y más que eso, también la máquina de guerra, en tanto que línea de fuga, puede acabar en un punto de abolición, en una reconfiguración de los componentes que la vuelva reaccionaria y que detenga el movimiento incesante del deseo, suplantándolo con una simple representación mediante la normalización de un sistema de justicia.
En esta medida, solo es posible un compromiso político colectivo cuando se constituye un común que, en la practica, se vuelve desindividualizador (¿no es esto lo que torna revolucionaria una clase social?). ¿Acaso será la máquina de guerra el nuevo Príncipe? En ella se trata de conjurar la suerte con la inteligencia: la fortuna cae de parte de quien la prepara, por lo que no hay ningún mesianismo por esta parte, ni tampoco rastro de teleología. La máquina de guerra es, al mismo tiempo, el ariete que resquebraja el muro y la herramienta mediante la que el pueblo se pone a la altura de los acontecimientos: el Príncipe, el Anarquista Coronado.
La cuestión es si tanto Podemos como Más Madrid podrán volver a servir como una plataforma para los movimientos sociales como lo podía ser aquella máquina de guerra para arrebatar el control de los dispositivos de gobierno institucionales que nos destruyen, o si por el contrario será siervo de su propia organización y sus estructuras de poder, encerrándose y replegándose en su propia identidad política.