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Pueblo gitano
Ratatouille, un gitano en la cocina
Dedicado a Marek, el gran chef gitano.
Aprendí de Paco Vidarte que los dibujos animados pueden ser algo más que una diversión superficial. Pueden reflejar los prejuicios, los estereotipos, las esperanzas y los miedos de una sociedad; pueden expresar la lucha de clases, reforzar o criticar un mundo heterocentrado, fomentar o denunciar el machismo, el racismo o la homofobia. También pueden ser simplemente un instrumento de diversión, para pasar un buen rato y echarse unas risas.
Cuando vi por primera vez la película Ratatouille en el año 2007 recuerdo que simplemente la disfruté como una película encantadora, que además me recordaba mis tiempos de adolescente cuando trabajaba en la Provenza francesa de friegaplatos y de basurero, donde tuve que comer ratatouille muchísimos días durante todo el verano porque había un exceso de calabacines en el huerto del lugar donde trabajaba (La Baume-les-Aix, una especie de monasterio, hotel, restaurante en un precioso bosque en las afueras de Aix-en-Provence). La referencia a ese plato, del que acabé harto, y el hecho de que Lingüini, el chico protagonista, fuera friegaplatos (plongeur) como yo, me parecieron coincidencias divertidas.
La vi de nuevo hace unos días, y esta vez me saltaron algunas alarmas. La primera alarma saltó cuando apareció en la película el padre de Remy, la rata protagonista: el padre es descrito por la voz en off como “el patriarca del clan”; estas dos palabras, “patriarca” y “clan” se aplican muy a menudo en los medios de comunicación para describir a las familias gitanas y a los hombres de respeto, con esta costumbre que tenemos los payos de describir a las personas gitanas como si no tuvieran familias, como si fueran manadas de animales o grupos mafiosos (clanes). Además son exónimos, se trata de palabras que no usan las personas gitanas para referirse a sí mismas.
Es conocido el proceso de la deshumanización, un proceso por el que se describe a ciertos grupos humanos como animales y con el que se suelen preparar las condiciones de su exterminio
Desde el inicio, la película se divide en dos mundos: el mundo de los humanos, que viven en cómodas casas (como la casa de la ancianita en el campo, donde comienza la historia, o las casas de París, donde está el restaurante y donde transcurre gran parte de la película), y el mundo de las ratas, que viven en las cloacas, en almacenes abandonados, en lugares segregados e insalubres, aislados, en grandes grupos, y que a veces tiene que salir pitando en masa cuando son perseguidas por los humanos, aunque solo una de ellas haya hecho algo malo, como si se tratara de un pogromo.
Esto me llevó a otro hecho que me llamó la atención de la película: es conocido el proceso de la deshumanización, un proceso por el que se describe a ciertos grupos humanos como animales y con el que se suelen preparar las condiciones de su exterminio (al no ser humanos, al ser animales, se les puede asesinar sin culpabilidad). La comparación de ciertas personas con ratas se ha dado de forma muy frecuente con los judíos: en caricaturas de periódicos en los años 1910, 20 y 30 antes del nazismo, en artículos en prensa, en toda la tradición antisemita, desde hace siglos; esto tuvo su auge máximo en el discurso nazi, que también describía a los hombres y mujeres judíos, y a sus niños y niñas, como ratas. Adquirieron el estatus de no-humanos, lo que permitió su exterminio. En el laureado cómic Mouse, Art Spiegelman (judío) llevó este mecanismo al extremo, de forma irónica: los protagonistas de todo su libro, los judíos bajo el nazismo, son ratones. Pero otro grupo humano que ha sido también deshumanizado, con esa comparación animal, son los gitanos. A menudo se les denominaba ratas, plaga, cucarachas, perros... El alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, que acaba de revalidar en 2023 su mandato por mayoría absoluta, declaraba en 2010 que “los gitanos rumanos son una plaga”. Incluso hoy en día podemos leer esas palabras en los discursos de odio antigitanos en redes sociales.
De modo que, poco a poco, la película empezaba a tomar un cariz muy distinto al de la inocente historia de una rata apasionada por la cocina que enseña a un joven un poco atolondrado y bastante inútil. ¿Sería una simple coincidencia y yo estaba buscándole tres pies al gato (a la rata)? ¿Sería una paranoia mía de payo salvador que ve racismo por todas partes? Pero mi antena gitana se disparó del todo cuando escuché el nombre del padre de Remy (“el patriarca”): ¡se llama Django! Es sabido que Django es un nombre muy gitano en Francia y en Bélgica. El guitarrista de jazz más famoso de la historia, Django Reinhard, era gitano, manouche; creó una tradición musical y un estilo de tocar que todavía hoy utilizan muchísimos músicos gitanos en Francia y en otros países.
El número de indicios “romaníes” comenzaba ya a ser alarmante. Para colmo, en la escena siguiente me encuentro con que la hierba que elige Remy (la rata protagonista, amante de la cocina), cuando explica a su hermano cómo mejorar el sabor de un plato, es el romero. El romero ha sido tradicionalmente una hierba utilizada por algunos gitanos, sobre todo por las mujeres gitanas; estas lo vendían en la calle o en los mercados, o pedían una limosna a cambio de una ramita de esta olorosa hierba silvestre. Por cierto, no sé si es una casualidad, pero en catalán la palabra “romero” se dice “romaní”.
Vemos que la descripción que hace la película de los humanos y de las ratas es completamente distinta. Los humanos viven en casas, solos, o en familias pequeñas. En cambio, el “clan” de Remy es un montón de ratas, es un grupo enorme que vive y que se desplaza unido, es una masa amorfa, una multitud nómada, como se suele describir también a veces al Pueblo Gitano.
En otra escena vemos cómo se desprende el techo de la casa de la anciana, y lo que cae es precisamente toda esa multitud de ratas, que salen huyendo despavoridas ante los disparos de la mujer. Otro detalle que impresiona de esa escena es que la ancianita, que al principio parece tan tierna y tan dulce, aparece de pronto con una máscara de gas y un fumigador, que recuerdan mucho a los soldados de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, o al nazismo y sus prácticas de exterminio gaseando a las personas. No olvidemos que el Pueblo Gitano fue el otro grupo étnico víctima del Holocausto (Sierra, M. El holocausto gitano, Arzalia Ed., 2020), además del Pueblo Judío.
Siguiendo con estos detalles “gitanos”, otra escena nos lleva al lugar donde se ha instalado la familia de Remy. Viven en un almacén, y celebran una gran fiesta. Curiosamente, la música que toca la banda es música manouche. Es llamativo que, de las muchas tradiciones musicales francesas, en el momento musical principal se escucha música gitana.
La trama de fondo de la película trata sobre ese lugar intermedio de Remy, su vida entre esos dos mundos. Remy intenta “integrarse” en el mundo de los humanos, ante los recelos de su padre y de su familia, por una parte, y ante el rechazo del mundo humano, por otra parte. Esta división vital de Remy se muestra de muchas formas en la película. Su hermano, al comienzo de la película, cuando ambos van a la cocina de la ancianita a “robar” especias, se entera de que Remy sabe leer, y se queda sorprendido. “¿Sabes leer?” le pregunta; Remy contesta que sí, que tiene curiosidad y que ha aprendido a leer libros de cocina. Su hermano reacciona con reticencia, con desconfianza: “que no se entere papá de que sabes leer”. El diálogo entro los dos hermanos también traduce el estereotipo antigitano de que todos los gitanos y gitanas son personas incultas y analfabetas, y que no quieren estudiar.
La película mantiene continuamente esta tensión de Remy: por una parte, quiere caer bien a los humanos, aunque estos le desprecian, le amenazan y le persiguen numerosas veces durante la película; por otra parte, se enfrenta a la demanda de su familia, que le pide que no les abandone: “las ratas siempre vivimos en familia, la familia es lo más importante”, le dice su padre. Esta valoración intensa de la familia es muy característica del Pueblo Gitano. También aparecen numerosas referencias al robo, son esencialmente ladrones: “somos ratas, somos ladrones, es lo que hacemos”, afirma el padre. Otro estereotipo. Por ejemplo, en cuanto la familia de Remy se entera de que está trabajando en una cocina, van enseguida a robar al restaurante, esperando que Remy les abra las puertas para el saqueo.
Remy se mueve en esos dos mundos, hablando ambos idiomas, ambos códigos (habla “ratón”, y habla y entiende la lengua “humana”). Este detalle de los idiomas es importante: en la película, Remy entiende a los humanos, entiende su lengua, y también habla su propio idioma con sus congéneres. Es bilingüe. Sin embargo, los humanos no entienden la lengua de Remy; cuando habla ante ellos, estos solo escuchan una serie de suaves chillidos que no comprenden. Esta metáfora nos recuerda la capacidad de adaptación de los pueblos oprimidos, que pueden entender los códigos y las lenguas de la sociedad mayoritaria. Por el contrario, las personas payas no solemos conocer la lengua gitana (el caló, o los diversos dialectos del romaní), ni los códigos culturales gitanos, es decir, no somos bilingües en un sentido cultural. Por eso Remy tiene que explicar las recetas de cocina a Lingüini tirándole de los pelos, como si fuera una marioneta.
Aquí quien tiene el saber y la capacidad, el olfato y el gusto muy desarrollados, y el genio culinario es la rata, pero debe transmitirlo o utilizarlo por medio de esa especie de títere que es Lingüini; es decir, Remy necesita que un humano “dé la cara” (blanca), y desarrolle la actividad en su nombre, en su lugar, porque él, como rata, no puede tener voz, ni agencia, ni protagonismo, ni reconocimiento en el mundo humano. Remy vive en diversos armarios: en el gorro de cocinero, desde cuyo interior dirige a Lingüini y prepara sus exquisitos platos; en los áticos y tejados de París, desde donde observa las cocinas y las vidas de los humanos; en las cloacas; en los huecos de los techos y de las paredes por donde se desliza para huir y sobrevivir; en la buhardilla de Lingüini, donde observa un París que nunca será suyo, donde siempre será un extranjero.
Las escenas de la película donde aparecen ratas escondidas en áticos, buhardillas o sótanos, nos recuerdan a la persecución nazi de los judíos y de los gitanos. Miles de ellos y ellas tuvieron que esconderse en este tipo de espacios, como nos recuerda el famoso Diario de Ana Frank. Además hay una referencia escalofriante al genocidio en la película, cuando el padre, Django, le explica a su hijo, Remy, que no debe fiarse de los humanos, porque su tendencia natural es exterminar a las ratas. Para demostrarle esto le lleva ante el escaparate de una tienda de París. Se trata de una tienda de raticidas donde se exponen numerosas ratas muertas, colgando de cepos. Esta tienda existe realmente, recuerdo haberla descubierto paseando por París hace muchos años, y quedarme horrorizado ante el espectáculo de esos pequeños cuerpos muertos, atrapados en sus trampas.
La metáfora sobre el Holocausto es evidente: esos cuerpos colgantes nos remiten al genocidio nazi. Django le está explicando a su hijo cuál es la naturaleza humana: la intolerancia, la violencia, el racismo.
Decidí buscar quiénes eran el director y el guionista de la película, para ver si tenían alguna relación con el Pueblo Gitano, o con el antigitanismo. Encontré un dato interesante: el codirector y guionista es Jan Pinkava, un director de origen checo. No podemos saber si Pinkava añadió todas estas referencias gitanas de forma deliberada, o si fue algo inconsciente. La población paya de la República Checa es una de las más antigitanas y antisemitas de Europa. Conociendo esta realidad, no me extrañaría que Pinkava hubiera desarrollado la trama (anti)gitana de Ratatouille de forma inconsciente, como algo natural, porque para la mayoría de los checos payos los gitanos son seres inferiores.
El final de la película nos muestra que el destino de las ratas es el segundo plano, vivir sin agencia, sin visibilidad, sin poder decidir sobre su propio destino
Visto desde esta perspectiva, el final de la película no es tan feliz como parece: Remy, nuestro héroe culinario, acaba escondido en otro ático, dirigiendo de nuevo en la sombra la cocina de otro restaurante, que regentan oficialmente Lingüini y su “novia” Colette, la cocinera (triunfo de la blanquitud y de la heterosexualidad, otra vez). ¿Por qué no un final donde Remy ha abierto su propio restaurante y es chef a la vista de todos? ¿Por qué no hay un final feliz donde Lingüini y Remy viven juntos como pareja marica inter-especies? De hecho, el romance entre Lingüini y Colette parece un poco forzado, literalmente: su primer (y último) beso se produce porque Remy “fuerza” a Lingüini a besar a Colette, tirando de sus pelos una vez más, para salir de un apuro. En realidad, Colette aparece más bien como una lesbiana butch: es motera, feminista, fuerte, decidida y valiente, y está harta de que los hombres se lleven siempre la gloria y los mejores puestos, incluso en la cocina.
Una vez más, el final de la película nos muestra que el destino de las ratas es el segundo plano, vivir sin agencia, sin visibilidad, sin poder decidir sobre su propio destino. Esa armarización de Remy quizá hace que la película sea más digerible para un público payo (perdón, humano). Al final todo queda como debe ser: las ratas escondidas e invisibles, separadas del mundo humano, y los humanos disfrutando del espacio del ocio, de la buena comida, de los restaurantes y del vino.
Precisamente lo que hace agradable y entrañable la película es que no se deshumaniza a una persona convirtiéndola en rata, sino que se humaniza a una rata convirtiéndola en casi una persona, lo cual permite que nos identifiquemos con ella y valoremos su esfuerzo por “integrarse” en nuestro mundo, por cumplir sus sueños, a pesar de las barreras. Este es el mensaje explícito de la película: “todo el mundo puede cocinar”.
Sí, pero si eres una rata, igual tienes que cocinar desde un armario.