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Feminismos
Trans/formarlo todo (III). Pan, rosas y purpurina
Feminismos
Trans/formarlo todo (I). Notas degeneradas para la abolición del género
Nota IV 〜 Pan, rosas y purpurina: más allá del género, más allá de la familia
Nat Raha incorpora el concepto de reproducción social queer para definir el trabajo socialmente reproductivo en la medida que reproduce las vidas queer y trans (marcadas como excedentes), sus trabajos y sus mundos, más allá de la familia monogámica capitalista. Quisiera dedicar esta penúltima nota a desarrollar las formas en que los cuidados, a través de los cuales sobreviven las disidentes sexuales proletarias a la precariedad y la violencia del estado burgués, pueden contribuir políticamente a dar forma a la reproducción social comunista por venir. Asimismo, expondré las teorizaciones que compañeras trans marxistas han realizado en torno a las posibilidades que la existencia trans ofrece de poner el placer en el centro de una sociedad sin clases.
En el capitalismo, las personas queer y trans proletarias han aprendido a reproducirse socialmente, pues no les ha quedado otra, más allá de la reproducción biológica. Las familias escogidas queer, las denominadas creché, son una unidad reproductiva que surge desde los márgenes de la familia monogámica, y que, en cierto modo, suponen una semilla del futuro en la tumba del pasado capitalista (Lewis, H). No quiere decir esto que las creché, o los espacios de reproducción social queer, como fuera la casa S.T.A.R. regentada por Sylvia Rivera, sean revolucionarios, ni mucho menos que las personas trans y queer lo sean (en tanto trans y queer). De hecho, la reproducción social queer sólo puede entenderse como un proyecto de solidaridad, resistencia y supervivencia frente a las agresiones del capital, pero que se ha demostrado totalmente incapaz de transformar las relaciones sociales que reproducen un mundo transfóbico y heterosexista. Sin embargo, las experiencias de reproducción social queer sí sitúan, a mis ojos, a las disidentes sexuales del proletariado en una posición propicia para imaginar formas comunizadas de crianza que se articulen desde la solidaridad y no desde la producción de plusvalía.
Las experiencias de reproducción social queer sitúan a las disidentes sexuales del proletariado en una posición propicia para imaginar formas comunizadas de crianza, que se articulen desde la solidaridad y no desde la producción de plusvalía.
Leslie Feinberg, con su proverbio trans “el género es la poesía que escribimos con el lenguaje que nos enseñan”, sentaba las bases para imaginar una política dialéctica del cuerpo trans, donde se puede hablar de reproducción o resistencia (Missé), pero también de opresión y placer al mismo tiempo. De esta suerte, ¿acabar con las raíces de la opresión clasista podría conllevar la emancipación del placer de la experiencia trans? Por ponerlo en términos de Feinberg: ¿podría acabar con el capitalismo y dar lugar a formas más emancipadas de poesía? Es en esta misma línea que Kay Gabriel propone una perspectiva transexual que revela al cuerpo, incluyendo sus capacidades dentro de la significación de la diferencia sexual, como un espacio de lucha en la creación de una vida des-alienante para todas las personas. Incorporando el proceso de la transición, Jules Gleeson y Elle O’Rourke plantean que “nuestra lucha por la emancipación política se ha entendido como una progresión dentro de un proceso más amplio de la lucha de clases, y nuestras transiciones reorganizan las demandas de la reproducción social”. Estos planteamientos críticos, sin pertenecer estrictamente a una perspectiva revolucionaria, muestran las posibilidades de las corporalidades trans (en el sentido de poder mudar los cuerpos allá donde el desarrollo de la técnica humana lo permita) en una sociedad organizada más allá de las normas sexuales de la familia, más allá de la necesidad del capital de reproducir a los trabajadores como tal. Dichas propuestas corresponden con el espíritu utópico del tradicional poema del movimiento obrero, Pan y Rosas. Si la experiencia trans puede ser una fuente de placer estético o corporal, ¿por qué iba a privarse a la sociedad comunista de dicho placer, tras el desamarre de la reproducción social y la reproducción biológica (Belinsky)?
Las formas de reproducción social queer siempre han ido de la mano del placer, de generar espacios seguros donde ese placer pueda existir fuera de las normas sexuales que institucionaliza el capital, de comunizar refugios donde habitar una vida (aparentemente) menos alienada que aquella que la sociedad burguesa ofrece a las personas trans y queer de la clase trabajadora. Este proyecto es indudablemente contrario a cualquier posibilidad emancipatoria, pues los espacios seguros y de resistencia queer son el opio de las disidentes sexuales del pueblo, “el corazón de un mundo sin corazón” (Lewis, H / Marx). No obstante, eso no quiere decir, a mi parecer, que la clase obrera deba renunciar a los placeres, los cuidados y la solidaridad que la reproducción social queer añora y el capitalismo imposibilita. Sentenciemos a muerte los discursos obreristas que contraponen la justicia redistributiva a formas más plenas y placenteras de vivir, pues “lo queremos jodidamente todo” (Gabriel).
Compartamos las glorias de la vida; pan, rosas y purpurina.
Que las condiciones materiales que posibilitan nuestra emancipación política requieran la pertenencia a la clase productora, torna indivisible la emancipación de las personas trans de la revolución proletaria.
Nota V 〜 La revolución comunista: único horizonte en la emancipación trans
La emancipación de las personas queer y trans exige la revolución comunista; pues la revolución “es el proceso que destruye las relaciones sociales antiguas, y la solidaridad es el embrión de las nuevas relaciones que están contenidas en ella” (Lewis, H); e, igualmente, “el racismo, la misoginia y el sexismo oposicional se producen por una repetición basada en condiciones y contingencias de la organización de la producción y la reproducción bajo el capitalismo“ (Lewis, H). Se hace necesario comprender, como expone Holly, que “la clase social no es otro vector de opresión; es la mistificación de todas las relaciones sociales para ponerlas al servicio de la producción de plusvalía” (Lewis, H); así como que la revolución no implica únicamente la emancipación de la clase trabajadora, sino del género humano en su conjunto. Nadie es realmente libre bajo las estructuras de dominación capitalistas. Asimismo, las condiciones materiales para la emancipación de las personas queer y trans obreras están dadas (tomar parte de la producción social), pero ésta no se está llevando a cabo porque entra en contradicción con viejas instituciones sociales que le han sido legadas y sobre las que se erige el capital. Por arcaicas que estas sean, la burguesía no las ha revolucionado. El hecho de que las condiciones materiales que posibilitan nuestra emancipación política requieran la pertenencia a la clase productora, torna indivisible la emancipación de las personas trans de la revolución proletaria.
Numerosas pensadoras y militantes trans han relacionado la llamada abolición del género (familia capitalista) con la necesidad de la revolución. Así, Alyson Escalante concluye Beyond Negativity con el siguiente párrafo:
“La abolición del género sólo puede ser la consecución de la abolición de las condiciones materiales que lo refuerzan con sus ideologías de diferencia sexual. Esto implica la destrucción del sistema capitalista que produce la familia nuclear como estructura fundamental de la sociedad. Esto implica el derrocamiento del colonialismo y su supremacía racial, que se apoya en los discursos del género para justificar su violencia y así establecer ideologías de hipersexualización y desviación. Esto implica reconocer que todas estas cosas sólo pueden ser derrocadas mediante una política comunista que mire hacia el futuro”.
Del mismo modo, el editorial de la revista Invert resuelve que “en tanto que el género está mediado por todas las demás formas sociales que abarcan la totalidad del modo de producción capitalista, su abolición no puede darse de forma independiente, sino que es una parte esencial del verdadero movimiento que abolirá el estado presente de todas las cosas” (Cohen, Freedman and Monk). Finalmente, quisiera concluir este texto con las palabras de mis compañeras Jules Gleeson y Elle O’Rourke: “Emancipar a las personas trans requiere, por encima de todo, derrumbar las divisiones de clase, revertir nuestra separación para con los medios de producción, y desarrollar nuevas formas de crianza más allá de la familia (...) Lo que se ha hecho, puede deshacerse”. Nuestra emancipación tiene un único camino, romper con las cadenas de las relaciones sociales capitalistas que nos atan a una vieja institución familiar en la que nuestros cuerpos y nuestras formas de expresarnos nunca serán plenamente posibles. Dicha ruptura sólo puede llevarse a cabo a través de la revolución comunista que traiga consigo la abolición de la caduca sociedad de clases, para acabar, no sólo con la opresión histórica de las personas trans, sino con la de la humanidad en su conjunto.
Salvo el poder todo es ilusión.
- La revista Catarsi ha publicado el presente texto en catalán. Celebramos, con Ira Hybris y con las compañeras y compañeros de la revista, la colectivización de los medios de producción.
Filosofía
Marxismo, interseccionalidad y la trampa de la unidad
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