Podemos no quiere ser un juguete roto

Las encuestas siguen situando a Unidas Podemos por debajo del 15% de los votos, lo que limitaría sus posibilidades de participación en el Gobierno. La dirección del proyecto presentó el sábado una campaña para mejorar sus expectativas.

Pablo Iglesias mitin precampaña 28A 2019
Dani Gago Pablo Iglesias en el mitin de vuelta a la actividad pública en Madrid, el 23 de marzo de 2019.
25 mar 2019 07:20

Había expectación en la vuelta de Pablo Iglesias a la actividad pública, pero la plaza del Reina Sofía en Madrid no estaba llena hasta la bandera. En Youtube, miles de personas se conectaron al acto. En la plaza, un par de miles largos de personas entregadas, esperaban en un ambiente de incertidumbre. El desgaste de Podemos, la persistente sensación de hundimiento, afecta también al rocoso suelo del partido. Abundaron los aplausos, se siguió cantando que sí se puede, pero el tono era bajo y no se contagió a las últimas filas.

El entusiasmo que el partido morado desplegó en enero de 2015 no volverá a reproducirse. Eso no quiere decir que Podemos esté muerto. Como se ocupó de recordar la diputada Noelia Vera en los primeros compases del mitin, enterrar a Podemos antes de tiempo sale muy barato. Aún así, la noche transcurría un poco lenta, sin demasiada gracia.

La ráfaga de discursos cortos se llenó de agradecimientos. Una pensionista, un afectado por los fondos buitre y una estudiante conmovieron con la certeza de sus denuncias. Las confluencias —PCE, IU, Iniciativa, En Comú, En Marea, Equo— agradecieron también. Llamaron a la no resignación. 

Ausentes y no nombrados

En la vuelta de Pablo Iglesias a los escenarios se destacaron dos hechos. Un ramillete de diputados y excandidatos, de personas del equipo inicial del partido, y quizá del electorado, ha roto definitivamente con el centro de mando del partido. Las rupturas más evidentes, aunque distintas la una de la otra, son las de Íñigo Errejón y Pablo Bustinduy. Ninguno de los dos fueron nombrados en el mitin. Ni en el escenario ni en los alrededores hubo gente de la disidencia interna, de Anticapitalistas, o ya extramuros. El mensaje era que la remontada —en la que, a día de 24 de marzo, confía la dirección del partido— se hará sin ellos, incluso a pesar de ellos. Por más que la campaña abrirá un periodo de tregua cortés y con fecha de caducidad.

El discurso de Iglesias tuvo ritmo. Empleó retóricas ajustadas a la ocasión e introdujo emociones sin ramplonería. Hubo calambrazos pero nada sonó estridente, todo funcionaba en base a una lógica y a un ritmo, menos musical, menos teatral que en anteriores ocasiones. El ambiente era propicio, pero Iglesias confirmó que la sensación plomiza tenía sentido, que no se podía fingir mucho tiempo más que la del sábado era una noche como otra cualquiera hace cuatro años.

El secretario general de Podemos reconoció la vulnerabilidad del equipo dirigente: los errores cometidos han lastrado el proyecto cuando sus posiciones políticas tenían efecto (moción de censura, salario mínimo). Pero tanto él como su equipo han recorrido demasiado camino en una cuesta abajo organizativa que siempre se ha resuelto a favor de las demandas de cierre y concentración de las decisiones en un entorno reducido. De nuevo, la campaña, y la suspensión de la autocrítica que ésta demanda, se supedita a las soluciones en el nivel organizativo. Es posible esperar que el reconocimiento de esos errores, de esas vulnerabilidades, permitan una apertura en términos democráticos del partido. Habrá que verlo. Sobre eso hubo pocas pistas el pasado sábado. El secretario de organización, Pablo Echenique, no dio ninguna.

El programa es el mensaje

Entre la masa de votantes que se ha mantenido en torno al secretario general, el personalismo funciona, o eso se aseguró cuando unos y otros decidieron que la cara de Iglesias era más reconocible que el logo de Podemos para las Europeas de 2014. Funciona en la medida en que, los otros cuatro partidos que concurren a las elecciones en todo el territorio, han optado por el mismo esquema: núcleos pequeños en torno a un líder carismático y organizaciones empequeñecidas en el día a día, especialmente con respecto a las “baronías” territoriales. Más comunicación que cuadros. Podemos no es más personalista hoy que PP, PSOE, Ciudadanos o Vox, es que el sistema de partidos está programado así.

El mensaje del sábado sitúa al posible electorado de Podemos donde se cruzan los caminos entre la indiferencia cosechada desde 2015 —quizá por ese personalismo, quizá no— y el vértigo de una mayoría de derechas que abra una fase de involución, apuntada por PP y Vox con líneas rectas: intervención bestia de Catalunya, amenazas y desprecios a otras comunidades históricas, antifeminismo, antiinmigración, y recrudecimiento de la dialéctica de los impuestos bajos y los permisos de armas.

La línea del discurso de Iglesias, consecuentemente, fue de confrontación con el “poder” puro, no con sus intermediarios. Se desarrolló desde una denuncia de “las 20 familias” que tienen más capacidad de decisión que los diputados, y la promesa de que el voto a Unidas Podemos devolverá el control del país a la gente a través de la justicia social. Un mensaje republicano que tiene corto recorrido sin organización y movimientos que lo encarnen pero que, según insistió Iglesias en su discurso, se presenta como una oferta constituyente ante el bloqueo de régimen producido en torno a la gestión del 1 de octubre.

El programa, que recoge una melodía antisistémica que emparenta a Unidas Podemos con el origen del proyecto en 2014 más que con la experiencia de gobierno de Syriza, queda supeditado al objetivo de la entrada en el futuro Gobierno. Campaña de perfil radical, más orientado hacia las periferias y los barrios empobrecidos —por la devaluación salarial, del poder adquisitivo de las pensiones, el precio de los alquileres y los recortes de servicios públicos— que al fantasma de las clases medias.

Es un plan que desembocará —si Unidas Podemos consigue cumplir con su parte— en una encrucijada para el PSOE y, en mayor medida, para Ciudadanos, que puede ser reprogramado para evitar la llegada de Iglesias al Gobierno aun a costa de incumplir la promesa electoral de no pactar con Sánchez. 

“Estamos más cerca que nunca”, repitieron en la noche del sábado Irene Montero y Pablo Iglesias. El plan: alejarse del centro durante la campaña para optar a entrar con vigor en un Gobierno de Sánchez o, al menos, devolver la crisis de régimen al interior del PSOE. El desenlace, el 28 de abril. 

la calculadora

Desde febrero, el Centro de Investigaciones Sociológicas sitúa a Unidas Podemos (desglosada en Unidos Podemos, En Comú, Compromís y En Marea) por debajo del 15%, a seis puntos de su resultado en 2016. Se trata de un límite importante por cuanto, en el sistema de circunscripción única actual, la mediana de obtención de un diputado por provincia es del 15,74%. Es decir, por encima de ese porcentaje en el cómputo global, cualquier partido se asegura un suelo de representación de entre 40 y 50 diputados. Un resultado inferior a eso envía al partido a la zona que ocupó Ciudadanos desde 2016, con 32 diputados, el 13% de los votos, y fuera del reparto en 32 de las 52 circunscripciones.

Actualmente, los sondeos de El País (con una muestra de 1.500 encuestas) y GAD3 (mil encuestas) sitúan lejos de esos dígitos a Unidos Podemos, en el 12,3 y el 11,8 respectivamente. El CIS de febrero, con una base de casi tres mil encuestas, también situaba a UP por debajo de ese umbral, en el 14,5%.

Con la entrada de Vox en el escenario electoral, el escenario para Unidos Podemos se complica aún más, no por el trasvase directo de votos al partido de Abascal —escaso— sino por la dificultad extra para entrar en posibilidades de representación en provincias de las dos Castillas, Extremadura y varias circunscripciones de Andalucía. Son territorios clave para una victoria del PSOE de Pedro Sánchez —lo que aumentará las llamadas al “voto útil contra la derecha”— y también aquellos puntos en los que los socialistas impidieron el rebasamiento por parte de Podemos en 2015. En 2016, Unidos Podemos no consiguió ningún escaño en 15 circunscripciones electorales. El PSOE solo falló en tres, Lleida y las dos ciudades autonómicas, donde solo se reparte un escaño.

Si es difícil recuperar una opción de escaños en esos territorios, la clave más bien será no perder pie —mantenerse en torno a ese 15%— allí donde Unidos Podemos entró en el reparto en 2016. Diputados por provincias como Burgos o Badajoz, donde obtuvo representación, parecen perdidos a comienzo de la campaña. De esta manera, la confluencia sería extremadamenre dependiente de sus previsibles buenos resultados en Catalunya —aunque En Comú puede ceder votos al PSC-PSOE— y País Vasco —donde el PNV apunta como ganador—, así como en Valencia, Baleares, Sevilla o Cádiz.

Dos territorios que en 2016 fueron propicios, Madrid y Galicia, son claves para comprobar si Unidos Podemos supera el desencanto que lo lastra desde comienzos de año, ya que se trata de los principales focos del desmembramiento de la organización.

El espacio que comenzó a dibujarse con el nacimiento de Alternativa Galega de Esquerda (AGE) en 2012, en el que estuvo implicado el propio Iglesias, ha quedado roto en Galicia, donde las disputas internas han dado lugar a varios episodios imposibles de seguir para el ojo humano entre los espacios dentro de Podemos, de las confluencias y del sector municipalista. En Marea es la confluencia que más pierde en los sondeos con respecto a los resultados de 2016.

En Madrid, el adelanto electoral evita a Unidas Podemos depender excesivamente de la revalidación de resultados en locales y autonómicas. Aún así, entraría dentro de lo sobrenatural que Iglesias consiguiese repetir como segundo candidato más votado. Sánchez apunta como el ganador en la circunscripción y la campaña determinará qué partido se hace con el “voto útil” de la derecha. Pablo Casado parte con ventaja.

¿Se puede o no se puede?

Podemos no quiere ser el juguete roto de la izquierda española del siglo XXI. Sin embargo, la pregunta no es tanto si puede apurar la campaña electoral para auparse por encima del 15 o 16% si no si el artefacto político, tal y como se propuso en 2014, tiene capacidad para una regeneración no traumática (que no termine con un “el último que apague la luz”) o si siempre va a depender de estados de ánimo, alertas y decisiones de último recurso. Una circunstancia que, como el estrés excesivo o trabajar los domingos, acorta la vida.

La primera premisa, mantener los resultados de 2016, es una condición a corto plazo para que se pueda producir la segunda: que la organización se transforme en algo distinto a una trituradora de cuerpos, espíritus y proyectos. Quizá por eso Iglesias se esforzó en reaparecer en plena forma, dispuesto a dar su mejor discurso. En la noche, que pintaba plomiza, el “sí se puede” volvió a sonar en cientos de gargantas. Algo más cascadas y dubitativas que hace cuatro años, eso sí.

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