En el margen
Quinny Martínez Hernández: “Si entro en la Biblia y analizo el Cantar de los Cantares de principio a fin, es el libro más erótico que he leído”

Tras pasar por el internamiento en el CIE de Zapadores en Valencia, y salir después de una relación tóxica, la afrocolombiana Quinny Martínez empezó a escribir poesía erótica. Siete años después publica su segundo libro, ‘Las prostitutas de mi imaginario’.
Quinny Martínez
La autora Quinny Martínez Hernández. Foto: Abdiel D. Segarra Ríos
21 abr 2022 06:00

Periodista y escritora de poesía erótica; tras el éxito de Umami, Quinny Martínez Hernández acaba de publicar su segundo poemario, Las prostitutas de mi imaginario con el que nos demuestra que “queda escritora para rato”.

Afrocolombiana raizal, madre de una adolescente de 17 años, residente desde hace años en Barcelona, es la creadora y editora de Plataforma Cero, un proyecto que pone en el foco la escritura de corporalidades migrantes. También imparte el Taller de Escritura Creativa Hologramas, un espacio de creación literaria para explorar diversos géneros literarios desde la memoria de las emociones.

Explosiva, certera y luchadora, ha pasado durante su experiencia migratoria en España, por momentos verdaderamente difíciles, como su internamiento en el CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de Zapadores en Valencia, durante 52 días.

¿Cómo es el archipiélago caribeño de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Colombia) donde naciste, y qué tipo de población hay de manera mayoritaria?
Las Islas del Caribe de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, donde nací, están ubicadas a 700km al Noreste de la Colombia continental. Se tarda 2 horas en avión desde Bogotá, o una semana aproximadamente en barco. Es un territorio especial; una isla de 27km cuadrados. Hablamos criollo, también conocido como inglés caribeño, y nuestra denominación es la raizal. Somos una excolonia británica dentro del Caribe con una lengua especial, una gastronomía que dista mucho de la colombiana, y toda nuestra música y bagaje cultural, es una mezcla de África, y lo que nos dejaron los ingleses.

En la actualidad, la mayoría de la población de las Islas es negra, en su gran mayoría descendiente del mestizaje producto de la migración. Hoy en las islas el 25% es población nativa raizal pura y el 75% es producto del mestizaje.

¿Cómo llegas de las Islas a Bogotá?
Yo terminé bachillerato a los 15 años, siempre he sido una niña muy precoz. A los seis meses de haber terminado, empecé a estudiar administración de servicios turísticos, en el Servicio Nacional de Aprendizaje, (SENA), hice los cuatro semestres de formación y el de prácticas. Cuando terminé, a los 17 años, me fui a Bogotá y estudié Redacción y Periodismo en “Código de Acceso”, el proyecto de comunicación para jóvenes de Casa Editorial El Tiempo y Fundación de Restrepo Barco, cuya escuela se desarrolla dentro del mismo periódico y te forma de cara a la vida laboral.

¿Cómo es aterrizar en Bogotá con 17 años para una mujer negra que viene de un contexto insular tan alejado? 
Soy activista juvenil desde que tengo 13 años, para ese entonces ya había viajado muchísimo por Colombia, asistiendo a diversos encuentros. Fue una gran oportunidad, con aciertos y desaciertos de mi yo más joven. Tenía muchos amigos que había sumado durante esa época tan bonita.

Llegué sin un duro a la fría capital. Para irme a estudiar a Bogotá, dejé el trabajo que tenía en la Gobernación Departamental asesorando desde la oficina de la juventud, entre otras actividades, con el programa presidencial “Colombia Joven”. Un par de años después, conocí en persona a Juan Manuel Galán, con el que trabajé posteriormente en el Gobierno de la República como asistente de prensa del programa. Después de que una tesis que escribí acerca de jóvenes y medios de comunicación fuera laureada en Cuba, por el Convenio Andrés Bello.

Bogotá siempre será una ciudad muy difícil para quien viene del Caribe y migra con la intención de crecer, pero para mí es y será la ciudad de mi despertar. Siempre he sido una mujer con un grado de adaptabilidad bastante fuerte. Además, yo era hermana cabeza de familia y responsable de mis hermanos, tenía que trabajar para seguir ayudando en casa. Pasé muchísima hambre en Bogotá, muchísima necesidad, pero no me arrepiento de nada.

Y frío, ¿no? “La nevera” la llamáis allí, ¿no?
No solo frío, ¡hambre! Hasta que, me dieron ese trabajo en Presidencia de la República, e hice parte de toda la onda que se organizó trabajando en “Maloka”, el primer encuentro de jóvenes. Luego seguí trabajando en el periódico El Tiempo, me gradué, me fui a trabajar a San Andrés nuevamente y, gracias al Ministerio de Cultura y la Universidad de Cartagena, hice el diplomado en Cultura, Radio y Participación Ciudadana.

Me gusta el periodismo, mi especialidad siempre ha sido la crónica. Allí le llamamos crónica periodística, porque reúne todo en un solo concepto; sea política, social o la misma crónica roja, o crónica negra en la que me especialicé después como directora del periódico El Extra, en las islas durante dos años. Durante aquellos días, los reductos del narcotráfico en el interior del país y los atentados en San Andrés, empezaron a tener muchas consecuencias sobre la comunidad, no solamente política y económica, sino también socialmente.

Estuve en un centro de internamiento de extranjeros cincuenta y dos días, cosa que me ha marcado, pero que también me ha hecho la mujer que soy hoy

¿Y después volviste a Bogotá?
Después volví a Bogotá. En medio de todo eso me casé, tengo una hija que va a cumplir 17 años, y esos años están marcados por muchas complejidades y rupturas, pero seguí adelante a pesar del retroceso emocional y físico. Seguí en otras facetas, también con el gobierno, fueron diez años de “ardores”.

En 2012 lo dejé todo y me fui a trabajar a un banco, me ofrecieron venir a España y me vine pensando que las cosas serían menos difíciles, pero no salieron como esperaba. A finales de 2014 y todo el 2015 atravesé por una crisis aún más complicada. Estuve en un centro de internamiento de extranjeros (CIE) cincuenta y dos días, cosa que me ha marcado, pero que también me ha hecho la mujer que soy hoy.

¡Madre mía! Pero ¿qué me dices, hermana?
Sí, el de Zapadores, en Valencia.  Después de salir del CIE empieza mi lucha para tener papeles, y la pugna legal con la gente con la que trabajaba para que me respondiera por haberme tenido en situación irregular y la afrenta de aquel encierro.

He limpiado, he cuidado niños, he sido empleada del hogar en régimen de interna.

A finales de 2015 termino con una relación muy tóxica y en medio de esa desazón nace la escritora. Me fui a la biblioteca del pueblo de Tarragona donde vivía, abrí mi blog, que ahora se llama “Eros en guardia” y empecé a escribir poesía. Al final de esa relación mi cuerpo decía una cosa y mi cabeza otra. Sabía que estaba mal, pero mi cuerpo tenía deseos y reacciones encontradas. Fue entonces cuando empecé a escribir poesía erótica, cosa que no había hecho nunca hasta ese momento de una forma tan consciente.

En seis meses ya tenía casi doscientos seguidores. El 2016 me lo pasé trabajando, buscándome la vida. En 2017 me presenté a una convocatoria de una editorial mexicana y quedé seleccionada para una Antología. En 2018, ese libro pasa por la Feria del Libro de Guadalajara, México. Mientras tanto, yo trabajaba de interna cuidando a una persona mayor, pero seguía nutriendo mi blog y participando en concursos, hasta que la editorial Diversidad Literaria en Madrid, me selecciona para dos de sus Antologías. Tras eso llegó la propuesta para la edición de Umami. Decidí publicar mi poesía, pero me gusta tener control de las cosas que escribo, les hice una contra propuesta, me dijeron que sí y lo hicimos.

Entonces, ¿qué tipo de libro es ese primer libro, Umami?
Mi libro recoge la alegría, la desgracia, y las emociones de un cuerpo que vibra, que ama, que se enferma, que crece, que se encoge y que quiere desde lo erótico; alejada de todas esas otras cosas que tienen que ver con la exotización y la hiper-sexualización. La poesía que escribo habla desde la verdad del cuerpo de una mujer negra. Un cuerpo que al final es orgánicamente el cuerpo de cualquier otra mujer frente al deseo, pero, atravesado por una sucesión de sentires de una raza sufrida y maltratada como la nuestra. No es sencillo ser mujer, mucho menos sencillo ser una mujer negra, leída como la “insensible del súper coño”. Porque esta sociedad nos ha adjudicado unas dotes que no hemos pedido, y que difícilmente nos representan.

Mi libro recoge la alegría, la desgracia, y las emociones de un cuerpo que vibra, que ama, que se enferma, que crece, que se encoge y que quiere desde lo erótico; alejada de todas esas otras cosas que tienen que ver con la exotización y la hiper-sexualización

Entonces, Umami es un libro de poesía erótica desde el punto de vista de una mujer negra, reivindicando, además, la no exotización e hipersexualización de los cuerpos de las mujeres negras.
Sí, el origen de mis primeros poemas es el desenlace y la inestabilidad que me produce el fin una relación con un hombre blanco que fue muy tóxica. Ese hombre me entendía como una mujer negra, desde una orilla equivocada. Todavía estando en esa relación, no me daba totalmente por enterada y escribir poesía me ayudó muchísimo.

No sabía nada acerca de mi cuerpo, no lo conocía, no lo comprendía porque no me había detenido a escucharle. Mi propósito desde ese momento era empezar a reescribir aquellos versos desde un amor distinto, escribir una poesía más humana y pedirle al universo que el próximo hombre que me pusiera por delante, fuera del color que fuera, de la religión que fuera, del país que fuera, fuese un hombre consciente que me ayudara a deconstruir todas esas cosas con las cuales yo había crecido, esa moral inducida tan sumisa y enfermiza. Vengo de la insularidad, de crecer en la Iglesia, con una sociedad católica, puritana, entendiendo el cuerpo y la sexualidad de la mujer de puertas para adentro. De puertas para afuera nada. O sea, siempre hablando en secreto y criándonos a nosotras, las mujeres, con la idea de que nuestros cuerpos deben estar al servicio de los hombres. Nosotras estamos para dar placer a los hombres, más no tenemos derecho a sentirlo con la misma libertad que ellos…

Empecé a deconstruir todo eso y el universo me premió. Conocí a mi pareja actual. Fue un riesgo bastante controlado porque estaba cansada de todo.

Él tiene mucha relación con el título del libro
¡Así es! se convirtió en mi Umami, así se llama mi poemario, como un regalo para él. Empecé a deconstruirme, a entender mi sexualidad, a recibir y a dar placer de otra manera, a pedir ser tocada como era justo, a entender y a masturbarme, que yo nunca lo había hecho, a comprender dónde estaba mi placer, de qué estaba compuesto mi órgano sexual reproductivo, leyendo y estudiando. Así fue como se hizo grande la curiosidad de nunca más dejar de sentir, de desear y de querer. Me introduje en lo hondo de todas las sensaciones descritas allí. Por eso mi poesía es en su mayoría es intimista, con ella hablo mucho acerca de mis experiencias. Tiempo después me doy cuenta, cuando empiezo a compartirla a través del blog y de mi cuenta de Instagram, de que hay muchas mujeres que se sienten identificadas. Me escriben con gratitud y cariño por todo lo que les genera.

El nombre de tu primer poemario, Umami hace referencia al quinto sabor, ¿no?
Sí, el quinto sabor, eso que se te deshace en la boca y se queda, prolongándose en el tiempo. Eso fue lo que me pasó en mi segunda encamada con Fernando, ese hombre que se convirtió en mi marido, mi Umami. Nunca había sentido un orgasmo tan real. Yo no sabía lo que era eso. Entonces aquella cosa deliciosa se convirtió en: “¡Buuuuf…!” 

Para ese momento, tímidamente había empezado a experimentar con la masturbación. Nunca había tenido un juguete sexual propiamente dicho; con él empecé, a descubrir eso, y lo que me quedaba era la sensación de una vagina palpitante y muchas ganas de más. Te vuelves insaciable porque te gusta lo que sientes. Yo estoy con eso de “dame, dame, dame” y, bueno, han pasado casi cinco años y sigo igual… 

En Umami he visto que hay muchísimo de lo que dices sobre la religión, del catolicismo y el puritanismo. O sea, como de reivindicación contra eso, pero que sí que se nota en algunos poemas la educación religiosa de la que me estabas hablando. 
No riñe ser cristiano o un entendido de la religión con tener un buen orgasmo o con querer follar. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? No sé si es que María, después de parir a Jesucristo, nunca se acostó con José, eso la Biblia no me lo dice. Pero si entro en la Biblia, y analizo el Cantar de los Cantares, de principio a fin, es el libro más erótico que he leído en toda mi vida. Nadie va a escribir nunca como está escrito el Cantar de los Cantares, porque para descifrar las metáforas y los símiles que hay dentro, hay que sentirlo.

Crecí entendiendo que todo lo que se nos da es erotizable, y el cristianismo nos enseña que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Entonces, todo dios es erótico, desde un sermón religioso, hasta el olor del restaurante en el que te sientas a comer, el supermercado, el vecino que pasa con el culito apretado, el niño que te gustaba desde la infancia y esos recuerdos febriles…

El problema de la Iglesia es que nos ha enseñado a escondernos, pero mal, porque al final terminamos estropeándolo. Eso del celibato es un castigo, porque el hombre no puede llevarlo a cabo. Somos carne, y la carne es débil. Yo no conozco al primer cura célibe. Mentiroso sí. 

Mi poesía trae un poco de eso, “Perdóname, Jesús” o “En el Nombre del Padre” o “Este polvo Santo”

Tienes un poema llamado “Quiero más que quererte” en el que dices: “Estoy juntando todas estas piezas para con fuego poseerte”. Me parece bellísimo este verso.
Cuando yo le escribí este poema a Fernando, a mi Umami, fue porque siempre usaba la frase: “Quiéreme, pero quiéreme bien. No me quieras tanto, quiéreme bien”. Yo siempre le decía: “Te quiero mucho” y él callaba, como con esa reserva de cuando empiezas una relación. Soy de esas personas que cuando siente algo, lo dice, porque no sé si habrá otra oportunidad. Empecé a sentir muchísimo por él y nacen versos como: “Estoy juntando todas las piezas para con fuego poseerte, saber si hacen juego y al final un para siempre que no quiere dejar de tenerte…” Era ese deseo sexual que yo quería materializar para por fin tenerlo y ver si todo lo que yo estaba sintiendo en principio era real. Todas esas piezas, esos besos que me gustaban, esa mirada, esas cogidas de mano, las idas a ver la luna; ¿realmente iban a funcionar? Era mezclar el deseo presente con el deseo futuro de una cosa que no sabes si va a pasar o no.

Dices algunas palabras malsonantes, tacos, en el libro. También utilizas mucho el concepto de macho o de masculinidad. Explícame en qué sentido las utilizas. 
Ya no puedo callarme las cosas. Uso muchos tacos por romper con eso que te dicen de “calladita estás mejor”. ¿Por qué no puedo decir lo que me sale del coño?

Es esa rabia que queda ahí condensada, acumulada, es “este hijo de puta, este desgraciado, este maldito”. Todas esas expresiones salen de manera natural. Es la euforia que deja de reprimirse. Utilizo muchísimo el tema de la masculinidad porque soy una mujer heterosexual y mi concepto de macho está muy alejado del concepto de macho que tienen los hombres en el sentido de esa posesión constante. Cuando uso el término macho, evoco al hombre fuerte y potente que hay en el contexto sexual y erótico, pero, también, subyugo a ese hombre. Le digo que no puede conmigo, que su masculinidad se reduce a esa presión de “narciso desvalido” y en muchas ocasiones carente de sensibilidad. Realmente pienso que hay hombres cuyo pene nunca se conectará con el verdadero placer. Ese placer que nace en una cabeza consciente, duro, sutil, pero ardiente.

Cuando uso el término macho, evoco al hombre fuerte y potente que hay en el contexto sexual y erótico, pero, también, subyugo a ese hombre. Le digo que no puede conmigo, que su masculinidad se reduce a esa presión de “narciso desvalido” y en muchas ocasiones carente de sensibilidad

Hasta el pasado noviembre has sido editora del Colectivo Masticadores Eros, del que forman parte varios escritores y escritoras y ahora tienes el proyecto “Plataforma Cero”. Cuéntame un poco más sobre estos colectivos y qué hacéis en ellos
De “Masticadores Eros” nació la primera publicación que edité con Diversidad Literaria como parte de un futuro que ya he materializado: Masticando el deseo, una antología de relato, poesía y epístola erótica de diecisiete escritores y escritoras de poesía alrededor del globo.

Ahora estoy con un proyecto propio, de nombre Plataforma Cero, que nace del mismo concepto, pero que va mucho más allá, buscando proyectar y editar la primera publicación de escritores noveles que quieran seguir el camino de la escritura, sin importar el género en el que se desempeñen. Queremos forjar un proceso de formación de tres años a escritores con talento, excluidos de las grandes plataformas editoriales. Lo importante es que sean mujeres migrantes, sobre todo. La cuota más alta es un 70% de mujeres africanas, afrodescendientes o migrantes, y el otro 30% hombres, también migrantes. En esta aventura me secundan cinco amigos del alma: Edgardo, Alejandro, Diego, Lucero y Paz.

Recientemente editamos a Karessa Malaya Ramos, que hizo parte de Masticadores, migrando a la nueva experiencia, que presentó su primer poemario en noviembre en la Fundación Entredós, y que seguirá la ruta por otras ciudades del país.


Tu segundo libro, Las prostitutas de mi imaginario, salió en febrero. ¿Qué podemos leer en él y cuál es la evolución como escritora de poesía? 
¡Mi evolución es bárbara! Mira que para darme cuenta de ello… Tengo un maestro, hermano, asesor, amigo, al que siempre consulto, Alejandro Rabelo García. Es un escritor mexicano, para mí es un alma gemela en materia de escritura. Un día me dijo: “Te estás quedando en lo llano, ahonda en tu tropo metafórico, tienes que buscar más”.

Eso fue hace como dos años, yo me daba muy duro, me cuestionaba: “¿Dónde está la hondura de mi uso metafórico? ¿A qué se refiere Alejandro? si es que con Umami ya me había quemado la última neurona”. Todo esa “comedera de coco” en medio de la pandemia me hizo despertar; por eso durante el encierro para mí lo más importante fue escribir. 

Este poemario tiene que ver con mi experiencia personal. Casi me meto a puta en mis días difíciles y siempre me imaginaba cómo era serlo. Acudí a una amiga trans, a la que quiero mucho y que estuvo conmigo durante los días de internamiento en el CIE, a la que también le dedico el libro: Buba Bozon. Durante esos días llegué diciéndole que quería trabajo en el sitio que ella administraba, y me dijo: “Uy, no. No, tú no vas a trabajar, tú vienes a dormir conmigo, que te doy un plato de comida, porque tú eres muy inteligente”. Cuidó de mí y me hizo sacar fuerzas para seguir luchando. Por eso terminé nombrando al poemario Las prostitutas de mi imaginario, es el dibujo de mujeres en las que yo pensé tendría que convertirme ejerciendo la prostitución, oficio que tiene un sinfín de aristas…

Las prostitutas de mi imaginario es una revelación. Descubrí con él a una Quinny que no sabía que tenía por dentro, que sobrepasa las fronteras de todo lo que conocía escribiendo y que se adentra en ella para sacar todo su sentimiento, apoyada en las metáforas que ahora cunden en mi escritura. La narrativa es muy potente y la mayor revelación en todo esto, es que hay escritora para rato. Me di cuenta de que estaba hecha para ser escritora, es lo que soy y es lo que quiero ser de aquí en adelante.

¿Qué aporta tu condición de mujer negra y afrodescendiente a tu poesía? 
La sensibilidad y musicalidad. Porque nosotras las mujeres negras, escribimos diferente. Estamos permeadas por otras cosas, por otras costumbres, que las mujeres blancas no alcanzan a dimensionar, y esa ancestralidad que no remite solo al pasado, que fluye constante y que no deja de latir. Va de poros abiertos y de cuestionarlo todo. Ahora con más fuerza desde lo sexual, porque para nosotras el placer es rigor. Es imperativo sentir placer y no cualquier placer. Ya no nos quedamos con la boca cerrada. Durante mucho tiempo nuestros cuerpos han sido servidos en bandeja de plata para esos hombres que nos han hecho sentir como objetos. Se nos ha despojado de un placer que estamos decididas a recuperar.

Estamos cansadas de los machirulos que creen que pueden llegar y controlarte, cansadas de que se crean machos a costa de un placer que no saben prodigar. Así que: “Si te metes a coger caimanes, prepárate para el mordisco”.

Impartes desde hace casi tres años un Taller de Escritura Creativa, que desde hace uno lleva el nombre de “Hologramas”. Cuéntame un poco más sobre este proyecto.
Sí, llevo impartiendo este Taller desde hace tres años de manera virtual, y ahora lo hago de manera presencial. El nombre “Hologramas” nace por el concepto de la palabra en sí misma. “Hologramas” tiene muchísimas formas de luz y se refleja desde muchísimos aspectos, explorando desde lo emocional la narrativa individual de cada corporalidad.

Se aprende a escribir, pero lo primero que tocamos no es ni gramática, ni ortografía. Tiene cuatro niveles: El primero es la exploración, el segundo es aprender a escribir descubriendo cuál es el género que más puede gustarte, el tercero es la práctica, que va de escribir, escribir y escribir y el cuarto es el de exposición, en el cual desarrollamos la producción editorial con todos los elementos aprendidos.

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