We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
No es ciega la justicia, es miope y adolece de falta de memoria. Los justos solo juzgan lo visible, ecuánimes, prudentes y perfectos. Varias cámaras han rodado la secuencia. “¡Vergüenza!”, le gritan a Begoña, que camina, encinta, sonriente y protegida por un escuadrón de guardaespaldas con pistolas. La crueldad de gritar a una embarazada. La prensa se hace eco. Es noticia.
No es noticia la tragedia 70.000 veces repetida.
No la tocarán, pero es violencia exponer a una mujer a esa situación doblemente embarazosa. Es cruel gritarla y es cruel usarla, a sabiendas de que iba a pasar exactamente lo que estaba anunciado hacía tres días.
Es violencia, pero no agresión, y ya sabían que hay un pacto explícito en la práctica de no violentar físicamente ni acercarse a más de dos metros de la interpelada. El escrache tiene reglas. Y se cumplen. Pero es normal que esto sea noticia.
Sin embargo, la tragedia repetida hasta 70.000 veces al año no es noticia y, por tanto, no se ve, ergo, no existe. Y no hay delito sin cuerpo, ser es ser percibido. Así desaparece la violencia.
No hay violencia porque no hay testigos en el despido a partir de los 50 años, en el familiar enfermo que te obliga a dejar de trabajar para cuidarlo y la Ley de Dependencia que no llega, en la cláusula que no leíste o no entendiste y confiaste en que no iban a engañarte, en el incremento de los precios en tu calle y la venta de tu vivienda a un fondo buitre.
No hay violencia en enfrentarse a la vergüenza y pedir dinero a los amigos, hasta que no quede ninguno, y a la familia, hasta que no les quede nada, y buscar ayudas y trabajo y un día llama por teléfono una voz que, sorprendentemente, no es una locución mecánica, pero mecánicamente te repite, sin escuchar tus razones ni esperarlas:
—Han cambiado las condiciones del contrato.
O bien:
—Tiene usted un impago de tres meses. A esto se le agregarán los intereses. Su deuda asciende.
No hay violencia en todas esas noches de no poder dormir, mirar al techo, tragar saliva que sabe a miedo y lágrimas. Y pedir consejo sin saber a dónde hasta que un día llega la carta. Y vas al banco para explicar tu situación, para intentar pactar las condiciones. Pero una voz, que sorprendentemente, no es la misma de la vez anterior, repite incólume:
—Han cambiado las condiciones del contrato.
O bien:
—Tiene usted un impago de seis meses. A esto se le agregarán los intereses. Si no lo puede pagar, puede ir a juicio.
Y en el juicio puede que otra voz, mecánica y contundente, le sentencie:
—Las normas están para cumplirlas.
O bien:
—Tiene usted un impago de ocho meses. A esto se le agregarán los intereses. Como es imposible que lo pague, le quitaremos la casa.
Y, menos importante:
— Algo se hará para que no se quede usted en la calle.
No hay violencia en la obligatoria privación de no gastar el dinero que no es tuyo. Y empezar a pasar hambre, y pasar frío, y a mirar a tus hijos y decirles que saquen los yogures del carrito. Así que, buscando, llegas a otra gente que sabe perfectamente de qué hablas, porque no son uno, ni dos, son varios miles. No es por tanto, una desgracia natural y sorprendente, es un grieta evidente en el sistema que desecha personas por dinero para gente que no lo necesita. Porque necesitar es una palabra seria. Y te organizas, y descubres tus derechos, y descubres las estafas intrincadas que capitalizan su miseria, y entonces pides la justicia que te deben.
Cinco obligaciones del Estado corroboradas por varios tribunales:
La de realojo por parte de las Administraciones Públicas en un plazo máximo de tres meses.
La de ofrecer alquiler social establecida en la Disposición Transitoria Única de la ley.
La de la Comunidad de establecer convenios de colaboración con los ayuntamientos y tomas medidas contra la pobreza energética.
La de la Administración de resolver en un plazo máximo de tres meses las solicitudes de ayuda que reciba.
La de la Consejería de Fomento de establecer todos los reglamentos y convenios necesarios para la plena aplicación de la ley no suspendida.
No hay violencia cuando rechazan toda interlocución y toda escucha quienes tienen la obligación de protegerte, quienes comen de la obligación de protegerte, y se niegan a verte temblando de congoja, con los nervios estallando de ansiedad. Y desprecian las 77.000 firmas no repetidas, una a una. Tanta calle, tanto esfuerzo para nada, y sepultan de un soplido y sin cautela la ILP del derecho a la vivienda, dejándoos despojados y vencidos.
No hay violencia cuando llega la carta del desahucio y buscas desesperadamente una salida, y te sacan del padrón los tribunales y los servicios sociales no te escuchan, porque nada acredita que existas como ciudadano, habitante y residente. Y solo te queda la amenaza inminente del terror repetido, conocido, invencible.
Así que no hay violencia cuando estas esperando que se cumpla la amenaza, y en la calle los coches policiales en hilera y los hombres de uniforme se aglomeran a las puertas de lo que nunca más será tu casa. Y la voz en el telefonillo que repite, también maquinal e intransigente: “Es mi trabajo hacer cumplir las normas”. Y la patada en la puerta, o los hachazos, y el momentáneo estruendo, y la embestida de la patrulla vestida para la guerra, reventando los pocos muebles que te quedan, y el “venga, vamos”, y la poca resistencia que te permite el pobre cuerpo extenuado, y el empujón, y el agarrón del cuello y los gritos delante de tus hijos, y los vecinos que apoyan, o que miran, y la derrota evidente, ineluctable y el salir a rastras de tu casa y de tu vida como si fueras una bestia, un criminal peligroso, un delincuente.
Y para hacer existir esa violencia, y así tal vez, ser capaces de aplacarla, se buscó una fecha en que estuvieran los representantes políticos del “No”, PP y Ciudadnos, y se hicieron difusiones y carteles, y se explicó el proceso y las demandas y las reglas del juego que incluían no tocar, no agredir, no tirar cosas. Y esperabais a Santiago Saura, porque nadie podía ser tan perverso de enviar a un escrache anunciado a una trabajadora embarazada.
Y por un momento la estupefacción de obligarte una vez más al silencio, pero pasea, protegida y sonriente, y os mira, confiando en sus escoltas, en las cámaras que sí saben su nombre, en el favor social de tener nombre. Y esa sonrisa que sabe lo que pasa es el último insulto que toleras, la última vez que te escupen en la cara y se te viene de golpe a la garganta todo el dolor, y la privación, y todo el miedo, como en una náusea que estalla en un brote de violencia impotente y estruendosa:
—¡Vergüenza! —y a voz en grito—. ¡No toleramos ningún desahucio más!
El escrache tiene reglas, y las cumples. Pero nadie sabe de qué habláis, para ellos no eres nadie, porque tu nombre nadie lo conoce, no existen las 70.000 tragedias anuales. Solo son cifras. Y entonces, los que ignoran el miedo, los miopes, los que viven sin contexto, se sublevan indignados, puros, calibrados, condenando la violencia imperdonable sobre la mujer encinta que conocen. La violencia que sí sale en la tele, la única que percibe su mirada. La única que existe, por lo tanto.
Bienaventurados los justos, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados aquellos que nunca han presenciado los infiernos.
Relacionadas
Escraches
Aclarando la confusión entre el escrache y el acoso
El ordenamiento jurídico español ha decidido hace tiempo que los escraches no son acoso. No legitimemos el acoso llamándolo escraches.
Escraches
Escraches: de Argentina a España
A seis años de la campaña por la dación en pago del movimiento antidesahucios, ponemos el foco en la herramienta colectiva contra la impunidad y la injusticia inmanentes a las estructuras de poder.
Hipotecas
Escrache al Supremo: “Algo huele mal en este tribunal”
Más de 200 personas han protestado ante el Tribunal Supremo por la decisión de revisar la sentencia que establece que la banca debe pagar el impuesto de actos jurídicos de las hipotecas.
Muy bueno el artículo. Hacía falta que alguien lo explicase claramente