Estados Unidos
Esperando la tormenta

Trump ha perdido el control. El presidente de Estados Unidos huye de la realidad e intenta, por todos los medios, mantener la esperanza de la reelección. El coronavirus se ceba con los Estados del sur profundo y las consecuencias económicas y sociales amenazan a millones de personas. Mientras, Joe Biden anuncia a Kamala Harris como candidata a vicepresidenta intentando conectar con los tiempos a través de la falacia de la representación.

Reparto Comida EE UU
Una de cada cinco criaturas sufre inseguridad alimentaria en EE UU. UM News
Profesor adjunto en Fordham University (Nueva York)
17 ago 2020 10:00

Vivimos días extraños. El calor húmedo de cada verano neoyorquino, pero este año empapado en miedo e incertidumbre. La tensa calma antes de la tormenta. Quizás sea esa paradójica calma en el ojo del huracán, mientras el cielo arriba se arremolina y esperamos el resquebrajamiento. Por las noches, en todos los barrios de la ciudad, suenan fuegos artificiales. No tienen un carácter festivo, sino más bien catártico. Una forma de estar en la calle y conjurar el miedo, o de canalizar la violencia latente en la repetición mecánica, hipnótica e hipnotizada, del fuego, la explosión y el dibujo efímero en un aire cargado. Una forma entre otras de esperar a la tormenta.

El doctor Fauci, responsable del comité gubernamental sobre el covid-19, lo decía en una entrevista a mediados de julio: “Estamos viviendo en la tormenta perfecta”. Fauci se refería a los aspectos de salud pública: brotes disparados en diferentes ciudades, descoordinación entre Estados, falta de iniciativa del gobierno federal. Decir “falta de iniciativa” es, en realidad, un eufemismo. Trump lleva dos meses sin reunirse con Fauci y, de hecho, ha alentado públicamente y entre el entorno de la Casa Blanca, una verdadera campaña de desprestigio contra el científico. Mientras tanto, ha programado eventos electorales masivos, ha promovido concentraciones contra las medidas de confinamiento y ha jugado a la continua autoexculpación infantiloide y a la división entre el interior suburbano y rural del país, supuestamente a salvo del virus, y las grandes ciudades de las costas, más densa y diversamente pobladas, y por eso mismo (en clásico dog whistle racista) más expuestas al virus. El epicentro del virus, sin embargo, hace unas semanas situado en Nueva York, se ha trasladado a Texas y Florida, y los casos se disparan por toda la geografía del país, incluido el interior de la América rural y “auténtica” que Trump declaraba a salvo hace algunas semanas.

Muchas moratorias de alquiler expirarán también a lo largo de los próximos meses, dejando a más de 20 millones de estadounidenses en riesgo de desahucio

Esperando la tormenta. Una tormenta que es también, obviamente, social y económica. En EE UU estos días se viven, entre una población exhausta y desmoralizada, en un exasperado compás de espera. Una espera parcialmente ficticia, o marcada por desigualdades de clases. Para muchos, sobre todo entre la población negra y latina, los trágicos efectos sociales y económicos de la pandemia ya hace tiempo que se están dejando notar, revelando las segregaciones urbanas. Si hablo de espera es porque las mínimas medidas gubernamentales de apoyo social aún mantienen algunos de sus escasos efectos. El aumento de 600 dólares a los subsidios de desempleo, sin embargo, dejará de funcionar el 1 de agosto. Los números varían, pero todo parece indicar que los niveles de desempleo estarán alrededor del 20%, si no por encima (para hacernos una idea, el paro en la Gran Recesión se situó en torno al 10-12% en 2009).

Muchas moratorias de alquiler expirarán también a lo largo de los próximos meses, dejando a más de 20 millones de estadounidenses en riesgo de desahucio. Ha habido campañas por la cancelación de los alquileres, apoyadas por figuras como las congresistas demócratas Alexandria Ocasio-Cortez o Ilhan Omar, pero de momento no han surtido efecto. Millones de pequeños negocios van a tener que cerrar, profundizando en un ya extremadamente desigual paisaje económico y comercial, poblado casi monopolísticamente —frente al supuesto ideal smithiano de la “mano invisible”— por las grandes corporaciones de cada sector. Es aquello que se suele decir de las crisis: no son sino oportunidades para que el dinero vuelva a sus verdaderos dueños. 

Huida hacia adelante

La cuestión es que, simplemente, no hay plan. Hay una parálisis institucional total, cuando no algo mucho peor. El Congreso retomó su actividad el lunes 20 de julio, pero parece improbable que, en su actual configuración, con un Senado mayoritariamente republicano, apruebe medidas para continuar esas u otras ayudas. Mientras tanto, el ridículo ocupante de la Casa Blanca, en modo electoral puro, pero ya sin argumento alguno que sostenga su reelección, prosigue en una huida hacia adelante, una particular estrategia del caos basada en una polarización suicida y gratuita. Trump usa también sus propios fuegos de artificio, pero con efectos peligrosamente reales. Primero con medidas antiinmigración, que afectaban principalmente a cientos de miles estudiantes e investigadores extranjeros en universidades y centros de investigación. Se trata, sin duda, del clásico antiintelectualismo fascista.

Pero en los términos más concretos de estas semanas, como una pirotecnia desesperada: agotada la primera salva de invocación de “Antifa” como enemigo interno hace unas semanas, el sistema universitario —epitomizado imaginariamente en las elitistas instituciones de la “Ivy League”, aunque la medida afectaba a cientos de miles de estudiantes de universidades de todo tipo— aparecía como otro tentador frente de polarización. La medida fue finalmente revocada el 14 de julio.

Agotados los fuegos de artificio, parece volver la estrategia represiva en nombre de “la ley y el orden”. La noche del jueves 16, en Portland, unos agentes uniformados genéricamente acorralaban a manifestantes y los metían en coches sin identificación alguna. Según contaban los manifestantes, fueron conducidos a un edificio federal, se les leyó la declaración Miranda (“tiene derecho a permanecer en silencio, etc.”) y, tras negarse a declarar, se les liberó. En ningún momento se les indicó por qué se les detenía ni a qué cuerpo pertenecían los agentes. Horas después se ha sabido que eran agentes de la Border Patrol y que su actuación forma parte de una estrategia deliberada de contrainsurgencia, sostenida —conviene recordarlo— por legislación existente desde tiempos de Obama, y que ya había sido puesta en práctica, por ejemplo, contra los activistas indígenas de Standing Rock en 2016, todavía bajo la anterior presidencia.

Esta táctica abre inquietantes posibilidades. Por un lado, la pregunta acerca de cuál es el grado de penetración de la extrema derecha en las fuerzas de seguridad, y qué márgenes de actuación van a tener éstas. Por otro, que sucesos como los de Portland, en Oregón, uno de los Estados con mayor presencia de milicias de extrema derecha, anime a éstas a actuar por su cuenta. 

Movimientos, dilemas y elecciones

En este contexto, Black Lives Matter parece haber desaparecido del foco principal. Sin embargo, algunos estudios apuntan que las movilizaciones de las últimas semanas, en las que habrían participado, en todas las ciudades del país, entre 15 y 26 millones de personas, constituyen el movimiento más grande jamás acontecido en la historia del país. Cifras aparte, es difícil subrayar más el profundo cuestionamiento que este movimiento supone para EE UU en su totalidad. La cuestión de la brutalidad policial conecta con los fundamentos mismos de la historia nacional, la estructura social, el sistema económico, la vida cotidiana en Estados y ciudades, y sus sistemas de representación política. En Black Lives Matter late una verdadera dimensión constituyente. 

Al lado de un Trump histérico, la impotencia de Biden le hace aparecer como todo un Sun Tzu: “Cuando veas a tu enemigo cometer errores, no le interrumpas”

Por eso mismo, resulta difícil calibrar cómo un movimiento de semejante profundidad puede relacionarse con el deprimente panorama que aguarda para las elecciones presidenciales de noviembre: elegir entre un payaso fascista y un candidato ausente y balbuceante incapaz de avanzar una medida ya no honestamente progresista, sino siquiera una que tenga la apariencia de querer abordar mínimamente la altura de los tiempos.  

La elección por Biden de Kamala Harris como candidata vicepresidencial encierra la inanidad y el hastío de la continuidad demócrata. ¿Cómo responder a un movimiento histórico masivo que grita desesperadamente por las vidas negras, en contra de la criminal interconexión entre las estructuras económicas, judiciales, policiales y políticas que las amenazan cada día? Pues poniendo a una senadora y fiscal afroamericana. Pero en la forma de una figura oportunista que, mas allá de la diversidad de su historia familiar (padre jamaicano-americano y madre india tamil americana) tiene un largo historial de medidas criminalizadoras y punitivas (en cuestiones que van desde la posesión de marihuana hasta el absentismo escolar), especialmente sufridas por las comunidades negras y migrantes. Una figura con profundas conexiones con Wall Street y sobre todo con Silicon Valley.

Su posible vicepresidencia supone, de hecho, la definitiva puesta de largo política de ese sector del capital estadounidense en lo mas alto de la política nacional. Es cierto que ahora ya no queda más que votar lo que sea contra Trump. Pero es significativo que el Partido Demócrata no haya salido todavía de esa falacia de la representación literal, la del político que supuestamente representa, política, simbólica y demográficamente, a un sector de la población, asimilado en sus características personales. Una suerte de paradójico carisma tecnocrático, manufacturado mediante herramientas demoscópicas y apuntalado por todo tipo de relatos aspiracionales. Una ilusión que ya quedó desmentida con Obama.

Es significativo que el Partido Demócrata no haya salido todavía de esa falacia de la representación literal, la del político que supuestamente representa, política, simbólica y demográficamente, a un sector de la población

La ya proverbial ausencia de Biden, motivada seguramente para prevenir deslices de una figura que no convoca ningún entusiasmo, ha adquirido no obstante un matiz ligeramente diferente en las últimas semanas. Al lado de un Trump histérico, la impotencia de Biden le hace aparecer como todo un Sun Tzu: “Cuando veas a tu enemigo cometer errores, no le interrumpas”. Mientras tanto, por debajo del nivel presidencial, hay desarrollos importantes.

El duelo por el vacío dejado por Bernie Sanders ha dado paso a una nueva oleada progresista y multirracial de candidatos en muchos estados: Nueva York (Jamaal Bowman, Mondaire Jones), Pennsylvania (Nikil Saval), Kentucky (Charles Booker) o incluso Texas (Jose Garza, Candace Valenzuela y Mike Siegel), a sumar a la ya conocida squad formada por Alexandria Ocasio Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib. Más allá de los nombres individuales, hay que prestar atención a las infraestructuras políticas en construcción y crecimiento: Justice Democrats, Democratic Socialists of America, Brand New Congress, entre otras, hablan de un ecosistema organizativo con fuerza y capacidades crecientes. 

Pero por supuesto, la oficialidad demócrata hace y hará todo lo posible por arrinconar esa alternativa. “Medicare for all” la propuesta de Bernie Sanders por una sanidad pública, fue tumbada en las discusiones para la confección del programa electoral demócrata, a pesar del masivo apoyo que la propuesta recibe entre las bases. El martes 12 de agosto se anunciaban detalles sobre la cercana convención nacional del partido, en la que figura como invitado el republicano John Kasich, que disfrutará de una intervención especial en el evento. La congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez tendrá que contentarse con un espacio de un minuto – literalmente, 60 segundos.

Es difícil saber cómo se modularán las energías sociales y políticas alrededor de la elección de noviembre. Angela Davis, preguntada hace unas semanas sobre la cuestión, nos daba tal vez una pista: votar a Biden, simplemente porque es mejor luchar contra Biden que contra Trump. Más allá de la respuesta circunstancial, y de la gesticulación purista a la que dio lugar, se trata de articular una inteligencia política capaz de no perder tiempo ni energías en un dilema inútil. Si, votar a Biden. Y dejar la eterna discusión —la política representativa vivida como paralizante chantaje— sobre la adecuación de ese voto, para enfocarse en construir movimientos fuertes y preparados para el día de su inauguración, capaces de forzar la agenda social y política para los próximos años. Y poder así, de una vez por todas, ignorar los fuegos de artificio, los rojos y los azules. Y poder así, algún día, construir refugios frente a la tormenta.

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#67621
17/8/2020 13:45

Me voy a permitir que a Angela Davis la conteste el propio Malcolm X en sus propias palabras:
“A man/woman who stands for nothing will fall for anything.”
To Ms. Angela Davis with regards, Malcolm X

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#67638
17/8/2020 18:26

+ Con respecto a los 60 segundos de @AOC en la Convención, me permito sugerirla varias opciones y le sobraría tiempo:
.- Fuck Biden/Harris (3 s.)
.- M4A (2 s.)
.- Hey Biden, remember, remember, your electability is at risk in November (5 s.)
.- Not Corporate, Us (2½ s.)
.- ...

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#67615
17/8/2020 11:33

Esta argumentación no hay por dónde cogerla... Por eso la gente vota cada vez menos. El #NeverTrumping además de ser ineficaz y gatopardiano es un deporte de riesgo
Que estalle la tormenta en el corazón del Imperio es lo mejor que le puede pasar al resto de la humanidad y al planeta. Así que adelante, que estalle.

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#67641
17/8/2020 19:27

En esa ensoñación del cuanto peor, mejor, llevamos media vida acumulando nada. Una cosa es sucumbir a la lógica inane de la representación y el posibilismo cutres, pero fiar al desastre el futuro es desistimiento de la acción política, es profundamente peligroso, es jugar a la ruleta rusa con el enemigo.

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#67700
18/8/2020 11:34

Personalmente, me importa entre cero y nada en absoluto Biden, Trump o una trucha asalmonada. En ningún caso siento responsabilidad por la manifiesta decadencia del Imperio estadounidense y simplemente trato de constatar una realidad que salta a la vista de cualquir persona observadora.
Trump y el trumpismo son una consecuencia, no un accidente, del que son responsables tanto el Partido Demócrata como el Partido Republicano, los dos teloneros sostenedores del poderoso complejo imperial industrial-militar (bendecido por el mismísimo Dios [SIC]) al que ha puesto de rodillas un bitxito invisible.
Un EE.UU. profundamente enfermo está en la encrucijada en la que se encuentra por sus propios méritos que tendrán que resolver en su propio diván y mientras prueban su propia medicina, dejarán de joder al resto de pueblos del mundo... No creo que sea una 'ensoñación', si no más bien justicia poética.

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