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Feminismos
8 de marzo: 8 feministas por 8 feministas
Hemos pedido a ocho feministas que escriban de otras ocho, a ver qué pasaba. Esto es lo que ha salido.
Llega el 8 de marzo y los medios, las instituciones o los partidos políticos se suben al carro de la efeméride para no perder comba de algo con gran calado social. En el mejor de los casos se hablará de feminismo, se harán listas de escritoras, científicas, artistas; se pondrá en valor el papel de la mujer (así, en esencia) en la sociedad, la doble jornada o la discriminación salarial. En el peor, se potenciará la pura esencia femenina dejando de lado cualquier transfondo reivindicativo.
Mientras, muchas feministas piensan que “ojalá todos los días fueran 8 de marzo”. Sin embargo, es el momento de ser estratégicas y aprovechar la ventana de oportunidad para convocar un paro, denunciar los feminicidios, visibilizar las luchas feministas e intentar trascender la mera fecha.
Los restantes 364 días del año siguen marcados por las desigualdades o los asesinatos pero también por muchas mujeres que no han escrito libros necesariamente ni han descubierto nada célebre: agitadoras del cotidiano, de nuestro día a día con las que crecemos, hemos aprendido o luchamos y que, aunque no aparezcan en los libros (pensemos dónde estarían si fueran hombres blancos), sabemos con certeza que sin su manera de estar en el mundo, la vida de miles de mujeres no sería la misma. Hemos pedido a ocho feministas que escriban de otras ocho, a ver qué pasaba. Esto es lo que ha salido.
Mujeres que influyen
Por Justa Montero, activista feminista y social
Nombrar a mujeres, famosas o anónimas, forma parte de esa recuperación de una genealogía feminista, de la historia, personal o colectiva, que reclamamos desde el feminismo para romper con ese anonimato, ese manto de invisibilidad e individualidad que se extiende sobre las mujeres, mientras que sucede todo lo contrario entre los hombres. Así que, ¿cómo no poner nombre a una mujer importante en mi vida?
Rápidamente me vino a la cabeza un nombre…. y al poco rato otro y otro… La cosa se fue complicando y no resultaba fácil focalizarlo en una sola mujer. Confundida, lo dejé para otro momento y eso fue lo peor porque según le daba más vueltas, más rostros me aparecían.
Para tirar por la vía rápida pensé en una mujer del mundo cultural, una artista cuyas canciones me hubieran emocionado, inspirado, rescatado en momentos difíciles o acompañado en otros importantes. También cabía elegir una escritora, autora de una obra de esas que te marcan el pensamiento, que te dan claves para analizar y entender lo que sucede y ¡claro que salen muchos nombres de mujeres!
Desde Celia Amorós a Ángeles Rodríguez, Nerea Aresti y Miren Llona hay muchos mundos de conocimiento de los que he aprendido y sigo aprendiendo. Pero cuál elegir y por dónde empezar tampoco resulta fácil.
También podría haber recurrido a la familia, poblada de mujeres con las que he mantenido y mantengo fuertes vínculos.
Pero, en realidad, los rostros que me aparecían con más insistencia eran los de mujeres que han influido e influyen en mi vida por su compromiso individual y colectivo por cambiar este mundo repleto de injusticias. Y, muy particularmente, mujeres feministas, de todo pelaje, referentes en este camino compartido de pelea contra la podredumbre que genera este sistema, por otra vida y por otro mundo. Mujeres que me han hecho entender mejor la vida, situarme en ella y darle sentido.
Mujeres que, cuando era joven, iniciaron la andadura feminista rompiendo normas y sin concesiones se enfrentaron a lo que hoy llamamos capitalismo heteropatriarcal. Montse Cervera, Roser Rius, Lucía González, Empar Pineda o Llum Quiñonero, iniciarían esa lista como ejemplo de muchas otras que me influyeron en mi condición de activista feminista y social. Mujeres como las nicaragüenses Olga Mª Espinosa, Ana Criquiñón o la brasileña Tatau Goudinho que encabezarían otra lista de muchas otras.
Pero no hace falta haber muerto o tener más de 60 años para influir en ese devenir que es la vida, porque el camino sigue, y haciendo mi particular genealogía, encuentro nombres de mujeres jóvenes, de Feminismo Sol del 15M, Sua Fenoll y Haizea Miguela como ejemplo de muchas otras, o todas mis compañeras de la Asamblea Feminista con sus nombres y dos apellidos, y de la coordinadora de organizaciones feministas como Begoña Zabala y muchas otras. Se me vuelven a agolpar nombres.
También de mujeres de otros activismos y mujeres anónimas que protagonizan luchas y a las que otras como Teresa Rodríguez o Yayo Herrero les dan una potente voz. Todas ellas producen saber y fuerza, y a todas ellas, a las que he nombrado directa o indirectamente les debo una gratitud infinita.
Lo que yo a ti te quiero, Maite
Por Andrea Momoitio, periodista y coordinadora de Píkara Magazine
Eso no está escrito en ningún libro, por eso lo escribo aquí. En Bilbao, todas la conocemos como Maite Elorrio, pero se apellida Irazabal. No sé desde cuándo ni por qué su pueblo le sirve apodo, pero no vive allí desde que volvió de Inglaterra. Hace ya muchos años de aquello.
Si pones su nombre en Google no aparecen fotos suyas, pero sin él no podría entenderse el movimiento lesbofeminista de la ciudad. Es activista en la Asamblea de Mujeres de Bizkaia y forma parte de la Sare Lesbianista; sonríe con mucho entusiasmo a su gente y se pone seria cuando las circunstancias lo exigen. Ha leído todo lo que ha caído en sus manos sobre lesbianismo y resiste en la defensa de las identidades lésbicas más transgresoras y políticas en un momento en el que lo más habitual es cuestionar las etiquetas. Maite es bollera porque no podría ser otra cosa.
“Quiero hacer del lesbianismo mi forma de vida”, dice, para, entre otras cosas, ser consciente de lo interiorizado que tenemos el heteropatriarcado en el día a día. Para ella no es redundante, sino muy necesario, hacer evidente el prefijo hetero del patriarcado.
De ello escribían en Sorginak, una revista que editaban entre varios colectivos lésbicos de Euskal Herria entre 1986 y 1994. Luego, tras la desaparición de algunos grupos, las miembras del Colectivo de Lesbianas Feministas de Bilbo siguieron adelante solas con la publicación, hasta que desapareció definitivamente en 2000. Maite siempre cuenta con orgullo que, en su caso, lo lésbico precedía al feminismo. Toda una declaración de intenciones en un contexto de eclosión del activismo tras la dictadura. El grupo se disolvió en 2005.
Debatían sobre Wittig, Solanas o Rich y desgranaban los discursos lésbicos en un intento de demostrar que su condición de bolleras no respondía únicamente a una cuestión íntima sino que se trata también de una apuesta política por construir otro tipo de relaciones sexoafectivas. Esta manera de vivir lo lésbico les provocó encuentros y encontronazos con el incipiente feminismo y con el movimiento LGTB.
Unas porque no quería hablar de con quién follaban en las manifestaciones y otros porque no siempre estuvieron dispuestos a cuestionar sus privilegios como hombres. El Colectivo, sin embargo, sí que tenía muy buena relación con EGHAM, un grupo de “liberación gay en Euskal Herria” que abogaba por ello en un marco de izquierdas, feminista y anticapitalista. Compartían cervezas y debates en Txokolanda, un espacio del Casco Viejo bilbaíno, convertido ahora en el ya mítico gaztetxe 7katu.
Recuerda divertidas anécdotas de los años en los que el Colectivo estuvo más activo, como el día que la ciudad amaneció llena de pintadas con referencias lésbicas. El Ayuntamiento les atribuyó aquel grave delito sin pruebas. No han pagado la multa, claro. ¿Veinte años es suficiente para que prescriba? Lo que no parece tener fecha de caducidad es su entrega al activismo lesbofeminista, ni sus ganas de seguir aprendiendo. No alardea. Está demasiado ocupada compartiendo lo que sabe con quienes la queremos y admiramos.
Lourdes Benería
Por Astris Agenjo Calderón, feminista y economista extremeña, investigadora en la UPO
La economía es una disciplina profundamente androcéntrica. Las mujeres hemos estado históricamente invisibilizadas no solo como protagonistas de la vida económica, sino también como sujetos con voz e ideas propias. A este respecto, resulta fundamental recuperar la figura de importantes pensadoras como Jane Marcet (1769), Millicent G.Fawcett (1847), Rosa Luxemburg (1871) o Joan Robinson (1903), así como otras autoras contemporáneas cuyas aportaciones continúan escasamente reconocidas (no fue hasta 2009 cuando una mujer, Elinor Ostrom, obtuvo el erróneamente denominado Premio Nobel en Economía).
Asimismo es crucial visibilizar a aquellas economistas que tuvieron el valor de dar un paso adelante y emprendieron los primeros análisis feministas en este ámbito, sacando a la luz los sesgos de las teorías económicas ortodoxas y poniendo el foco en las desigualdades de género.
Una de estas pioneras es Lourdes Benería, economista catalana y referente teórico mundial en los análisis de la globalización, el desarrollo, los mercados de trabajo y las migraciones. He tenido el placer de conversar con ella sobre su trayectoria y su visión sobre la Economía Feminista (EF), y ojalá pueda impregnar este texto de su continuo entusiasmo y fortaleza.
Lourdes nació en el Vall de Boí, un pequeño pueblo del Pirineo (Lleida) en 1937, durante la Guerra Civil. Comenzó sus estudios de Economía en la Universidad de Barcelona, donde formó parte del primer grupo de licenciadas en 1961. Señala que en la carrera no tuvo ni una sola profesora y que solo eran 3 alumnas de un total de 70 (actualmente representamos el 39% del alumnado en Economía).
Obtuvo varias becas para continuar sus estudios en Inglaterra y en Estados Unidos, donde finalizó el doctorado en 1975 (con pausa para tener a sus dos hijos), y donde fue forjando su inquietud feminista en pleno auge de la Segunda Ola.
Trabajó en la Organización Internacional del Trabajo (1977-79) y se fue especializando en los campos de la economía internacional, el desarrollo y la reproducción social, consolidando su crítica feminista a la teoría ortodoxa y a la figura del homo economicus, y denunciando férreamente los efectos de las Políticas de Ajuste Estructural sobre la vida y el trabajo de las mujeres. Entre 1987-2009 fue profesora en la Universidad de Cornell (Nueva York), llevando a cabo una prolífica actividad investigadora, y donde actualmente es Catedrática emérita.
Ya de vuelta a su tierra, continúa escribiendo e inspirando a las que nos acercamos a su obra, aunque señala que no le gusta demasiado la etiqueta de economista feminista: “Soy economista y también feminista”, matiza. La pregunta sobre el término es casi obligatoria, ya que ella ha sido una de las protagonistas de su expansión desde los años 90, sobre todo tras la creación de la International Association for Feminist Economics (de la cual fue presidenta en 2003).
En cuanto a la evolución de la EF como rama de pensamiento, considera que los estudios recientes se han centrado mayoritariamente en los cuidados, prestando menos atención a otras cuestiones macro-estructurales urgentes como el cruce con la ecología, los conflictos emergentes provocados por la globalización neoliberal, la financiarización o el austericidio (cuyos impactos sobre el bien común son conceptualizados por Benería como crimen de lesa humanidad).
En suma, Benería es una de las referentes feministas a las que acudir para analizar las contradicciones del capitalismo en su etapa actual, y para pensar en otra economía posible basada en criterios de justicia y equidad.
Las jornadas feministas, esos lugares en los que perdernos y reencontrarnos
Por Miren Llona, historiadora y feminista.
Me han pedido que hable sobre personas feministas de referencia y aunque normalmente eso significa rescatar mujeres de generaciones anteriores que nos han dejado huella por su calidad intelectual o por su activismo ejemplar, incluso por el atractivo de su forma de vida, voy a empezar destacando la importancia de los referentes horizontales, de las mujeres con las que hacemos camino al andar, como decía el poeta.
La experiencia feminista del mundo es muy amplia y no se limita solo al activismo, se extiende por todos los espacios en los que vivimos. En todos ellos necesitamos la fuerza de la amistad, de los vínculos de fraternidad entre compañeras feministas sin los cuales no sería posible hacer del mundo un lugar más habitable para nosotras primero y, cómo no, también para los demás.
Muchas veces hemos señalado los encuentros feministas como acontecimientos emocionales que han marcado nuestras vidas de una forma definitiva. En mi caso, como en el de muchas otras mujeres que éramos jóvenes en el momento de la ruptura de la transición, jornadas feministas como las que se celebraron en Madrid (1975), en Barcelona (1976), en Euskadi (1976) o en Granada (1979) fueron el origen de vínculos feministas inquebrantables que han perdurado en el tiempo y que nos han ayudado a ser y estar en el mundo como hemos decidido hacerlo.
La magia que se respiraba en ellos y que contribuía a estrechar lazos se alimentaba tanto de la euforia de ser muchas mujeres rebelándose a la vez contra la opresión patriarcal, como de la infinita sensación de libertad que daba descubrir tantas formas no convencionales de ser mujer.
Fue muy importante encontrar otras mujeres con las que identificarse en la rareza que representábamos en nuestros barrios, pueblos y familias como mujeres algo anómalas que no acatábamos las normas. La impresión causada por el mutuo reconocimiento de nuestras singularidades resultó inolvidablemente grata, confortable y todavía duradera.
Las jornadas también influyeron en nuestro espíritu crítico. La experiencia de los fuertes debates que realizábamos entre feministas nos hizo ver que no había una sola forma de entender y de vivir el feminismo. Incluso, la lección que aprendimos de aquellos encuentros es que era preferible la ruptura y la disidencia a aceptar la uniformidad ideológica para garantizar la unidad del feminismo.
Lo que asimilamos en aquellos años, y creo que fue una experiencia colectiva, es que la libertad de pensamiento y la diversidad de corrientes feministas era una cualidad del movimiento y que donde había que buscar la unión era en la práctica política de las luchas feministas concretas.
Además de todo esto, las jornadas han sido siempre un pretexto para la fiesta y la diversión. Las recuerdo como una gran feria en la que era posible descubrir de todo: librerías de mujeres, esos espacios maravillosos donde encontrábamos los libros inaccesibles que no estaban en ninguna otra parte; carteles y posters de mujeres de las que solo conocíamos el nombre; comics, pegatinas, camisetas con los símbolos feministas y el color lila impregnándolo todo.
Allí empezamos a compartir una iconografía feminista: Simone de Beauvoir y la fascinación por las relaciones abiertas; Virginia Woolf y su Orlando que nos animaba a transitar por el sexo y el género; las cejas de Frida Kalho que eran un desafío a la belleza femenina convencional; la rotundidad de los cuerpos de Tamara de Lempicka… Son solo detalles de unos símbolos que tuvimos la oportunidad de estrenar en grupo en jornadas feministas y que nos ayudaron a ganar poder y a saber cómo romper moldes siendo mujer.
Nanina Santos: la alegría de ser feminista
Por Zelia García, periodista y activista del movimiento feminista.
La primera vez que estuve con ella fue en un debate, en un bar, un tema polémico y una red de mujeres, belicosas y enérgicas, de distintas edades, que tampoco conocía. Me sorprendió la capacidad que tenían sus palabras para remover lo que pensaba, abrir nuevos temas, y su obsesión por que nadie hablara en nombre de otras, subvertir órdenes y acuchillar lo políticamente correcto desde un feminismo plural y diverso.
Nanina Santos Castroviejo nació en Notaría (Padrenda) el 7 de enero de 1951, en una aldea en la raia entre Galiza y Portugal. Marcada por esta propia geografía, vivió siempre cruzando límites y fronteras en la vida y en el pensamiento, pagando peajes por la libertad peleada y deseada en todo momento.
Comienza su militancia política en la facultad de Historia, en Compostela, en la clandestinidad, en un Comité exclusivamente de mujeres, a las que llamaban “as chinas”. En 1970 entra a militar en la Federación de Comunistas, que se fusionaría con el Movimiento Comunista.
Entraba sola en bares de hombres, realizaba actividades clandestinas de riesgo, hablaba y peleaba en asambleas, y fue la primera representante femenina en el Comité nacional de esta organización, y la responsable de la estructura de mujeres en el MCG, trabajando el feminismo dentro, para perder el miedo, reflexionar sobre trabajo doméstico, luchar contra las expresiones del machismo, y en definitiva, empoderar a las mujeres.
No sé vivir lejos de la manada
Por Jamileth Chavarría, bruja migrante
En un mundo de hombres, ser mujer es un acto de resistencia y constante transgresión. Nos matan y controlan, solo porque somos mujeres y si nos quejamos somos “malas, putas, locas, brujas,…”.
Tuve la suerte, y me considero una privilegiada, de haber tenido una mamá rebelde. Se llamaba Carmen Mendieta, tenía 36 años cuando la asesinó la contra, en 1987, y siete hijos, de los que soy la mayor.
Solo tenía 15 años cuando dejé de verla. Mi vida cambió y me hice dura, y segura de seguir la lucha por los derechos humanos de las mujeres. Recuerdo el 8 de marzo del año que la mataron, hicimos una pancarta que decía “Sin la reivindicación de la mujer, no hay Revolución”.
Ahí algo me hizo clic, dentro de esos procesos las cosas no son fáciles para las mujeres. El tiempo me dio la razón. Cuando terminó la guerra, las mujeres dejamos de ser importantes y mi madre no pudo tener la suerte de ver en lo que se convirtió. No sé si, por consuelo, prefiero que haya vivido esos años intensos de lucha y no vivir la decepción ahora.
Mi primer aprendizaje fue el tener una madre transgresora que me enseñó a crecer dentro de su manada. Aprendí en su taller re-evolucionario, dentro de una la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua. Ella era la que organizaba AMNLAE (Asociación de Mujeres Nicaraguenses Luisa Amanda Espinoza) en Bocana de Paiwas, en el interior de Nicaragua.
Si la revolución no es feminista, está claro que no es para nosotras. Al acabar la revolución regresaron los hombres y se ocuparon de los cargos de poder, nosotras regresamos a las tareas domésticas.
Muchas mujeres como las del Movimiento Autónomo de Mujeres y otras feministas nicas, se separaron del proyecto revolucionario. Ya no era nuestro proyecto, ya no bailábamos su ritmo. El panorama actual está muy lejos de lo que fue. Aborto penalizado en todas sus causas y casas maternas llenas de niñas embarazadas. La agenda de las mujeres dentro de la izquierda no puede seguir posponiéndose, también tienen una deuda histórica con nosotras.
En 1992, cuando era profesora de primaria, acompañé a las mujeres de la Casa de la Mujer en la celebración del 8 de marzo. Y en noviembre del mismo año me quedé trabajando con ella, ya no sé vivir lejos de la manada. Me acompañe de ellas 20 años y luego salté el charco.
Donde vaya una defensora de derechos humanos de las mujeres, siempre encontrará muchas razones para seguir la lucha. Hace cinco años crucé el charco y organicé con otras compañeras las Brujas Migrantes (Grupo de mujeres en Madrid) con Alicia Pacas, Virginia Echeverry, Ana Moreira, Merche Rodrigues, Delia Pacas, Gilma Martinez, Karen Urquía. Somos saltarinas, sin territorios ni fronteras. Hablamos de muchos temas y recuperamos lo prohibido. Lo importante de este espacio de brujas es que somos mujeres abundantemente curiosas y diversas.
Josefina Piquet, “la niña del 36”
Por Montserat Cervera, activista feminista en Ca La Dona (Barcelona)
A Josefina Piquet, (1934-2013) la llamaban “la niña del 36” porque era la más joven de la Asociación de Mujeres del 36 que se creó en Barcelona en 1997. Todas mayores de 80 años excepto ella con 63.
Fue mi encuentro físico real con mujeres supervivientes de la guerra civil, activistas republicanas, exiliadas, encarceladas, milicianas militantes de diversos partidos políticos: POUM; CNT; Esquerra Republicana, PCE…
Algunas muy conocidas y queridas, por ejemplo Manola Rodriguez con la que compartí activismo feminista y fue una gran amiga y mentora. Pero me marcó Josefina: hija de anarquistas, exiliada a los cuatro años a Francia huyendo de los escombros donde una bomba había sepultado su casa. Cómo nos transmitió cómo pudo romper el silencio de tantos años y convertirlo en acción de esperanza para un futuro mejor. Su silencio convertido en palabras, como cuenta su libro, es el testimonio de sus vidas para las generaciones futuras.
En 2006, en las Jornadas Feministas de Barcelona les rendimos homenaje, reconociendo de dónde veníamos, rompiendo también nosotras el silencio de una genealogía que se nos había escondido durante el franquismo y del que todas éramos deudoras.
Sus palabras de esperanza, dignidad, resistencia y ánimo para seguir soñando un mundo mejor nos comprometieron con todas las mujeres feministas y activistas exiliadas de los campos de concentración, de las cárceles…, que habían sido nuestras madres, abuelas reales o simbólicas. Nuestro linaje estaba también en ellas y en sus vidas concretas: era el lazo de unión imprescindible con nuestras acciones con nuestra libertad.
Josefina Piquet pudo encontrar su voz cuando escuchó a algunas de las mujeres del 36 y se reconoció en ellas. Nos habló de su exilio de niña en un pueblo de Francia, con frío y hambre, despreciada como española de mierda, pero siempre con la mirada puesta en la esperanza, que dibujaba mirando cómo cada año llegaban las golondrinas.
Poder contar y entender su propio trauma como el de una generación que no quería ser perdida, utilizar su memoria como parte de la memoria histórica de un pueblo, de unas gentes que seguían queriendo cambiar el mundo. Y su generosidad de amor a la relación, de poner en práctica lo que las feministas tenemos como algo importante de nuestra política.
Josefina se dedicó de lleno a tejer lazos, recomponer hilos entre todas las mujeres del 36 con tantas diferencias y desencuentros en el pasado, sectarismos y heridas.
Ella me enseñó la importancia del cuidado entre nosotras, de cultivar las relaciones, de estar al tanto de la vida de cada una y de romper silencios siempre, del valor de la palabra de las mujeres.
Y dedicó la última parte de su vida a viajar a todos los pueblos donde la llamaban, a todos los institutos para hablar a las jóvenes de la memoria histórica para que no volvieran las guerras, a ser dignas y honestas y a poner la vida de las personas por encima de todo, con sencillez, con franqueza, con amor infinito. Gracias, amiga. Tu enseñanza siempre formará parte de mi vida.
Cuatro feministas que me han marcado
Por Juana Ramos, trabajadora social, activista trans y feminista.
A la hora de pensar en mujeres feministas que me han marcado, no he tenido que buscar en personas lejanas, de otras latitudes. Tan solo ha sido preciso mirar a mi alrededor y tirar del hilo.
Entre las muchas feministas que han marcado mi vida me quiero referir a cuatro que lo han hecho de una manera muy especial. Todas ellas lucharon contra el franquismo a través del Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), entre los años 60 y 80.
En algunas ocasiones, mi madre me había contado que, de joven, había participado en una organización feminista desde la que, entre otras acciones, iban a los mercados a tirar octavillas para compartir con las mujeres una conciencia feminista, en los espacios en que éstas eran accesibles.
Un buen día le pregunté sobre aquel movimiento y le dije que quería conocer a quienes habían sido sus compañeras. De esta manera, la madeja comenzó a desbrozarse y una historia que apenas conocía pasó a convertirse en una importante referencia feminista para mi activismo y mi vida.
El MDM se creó en 1965. Hacía pocos años que había dejado de ser legal que los maridos pudieran quitar la vida a sus mujeres adúlteras, según el “privilegio de la venganza de sangre”, incluido en el Código Penal español hasta 1963.
La figura del marido como “cabeza de familia” y la “licencia marital”, que necesitaban las mujeres para poder viajar al extranjero, pedir un crédito, abrir una cuenta en el banco y otras acciones, no desaparecieron hasta 1975.
El feminismo que practicaban estas mujeres consistía en participar en las asociaciones de “amas de casa” y en las asociaciones vecinales, visitar a las mujeres en sus casas, tirar octavillas en los mercados o en los semáforos, en acciones que denominaban “los saltos”; una suerte de feminismo comunitario que quería acceder a las mujeres que en aquella época permanecían gran parte del tiempo confinadas en sus casas, bajo la dictadura franquista.
Poco a poco fui conociendo a las compañeras de mi madre, y entre todas me contaron cómo se organizaban, cuáles eran sus principios y de qué forma se articuló, evolucionó y, finalmente, disolvió su organización. Juntas realizamos encuentros y actividades para recuperar la memoria histórica de su pionera lucha feminista. Aprovechando mi participación el el colectivo Las Raras, de investigación y experimentación sobre diversidades, pensé que la cámara con la que grabábamos nuestras acciones me podría servir también para grabar a las mujeres del MDM.
Muchas de aquellas mujeres han continuado participando en diversos movimientos políticos y sociales.
Charo, por ejemplo, actualmente está participando en Yayoflautas, colectivo de personas mayores creado en el contexto del 15M. Emilia participa en la Plataforma 7N, y recientemente está impulsando un proyecto llamado Resetea, de sensibilización contra las violencias machistas orientado a adolescentes. Merche se mantuvo en el grupo del MDM de Madrid hasta su disolución a mediados de los 80 y luego participó en la Federación de Mujeres Flora Tristán y en la Fundación CIFFE (Centro de Investigación y Formación Feminista), que se extendió hasta mediados los 2000.
Me impresiona la valentía con la que estas cuatro mujeres lidiaban contra un sistema tan fuertemente hostil, como era la dictadura franquista.
Podría seguir compartiendo muchas anécdotas y características de aquel movimiento, pero nadie mejor que ellas para contar su historia, grabada en diversos vídeos como el siguiente: