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Feminismos
Precursoras en una genealogía insumisa: cuando las feministas tomaron las cámaras y salieron a las calles
“Si reunimos todo el material que producimos las mujeres nadie podrá negar nuestra fuerza”, señaló en una entrevista la actriz y videasta Delphine Seyrig. Comenzaba la década de 1980 y, junto a la también videasta Carole Roussopoulos y la traductora y videasta Ioana Wieder, acababa de crear en París el primer archivo audiovisual feminista de la historia. Un espacio, en palabras de ellas mismas, “para conservar la memoria colectiva de todas las luchas de mujeres que han sido grabadas por mujeres, para que estas imágenes sean referencias y no se olviden”.
El Centre Audiovisuel Simone de Beauvoir abrió sus puertas en 1982 con un fondo único que no dejó de crecer a partir de las cintas que las propias fundadoras venían grabando hacía una década. Conformó así un mapa visual de los feminismos dentro y fuera de Francia, dimensionándolos en un conjunto de particularidades transnacionales hacia el futuro. Medio siglo después, aquella iniciativa pionera sigue activa, llevando consigo la corriente del impulso que la hizo posible. Una exposición en la Filmoteca de Catalunya nos invita a encontrarnos con el legado vivo de estas precursoras, en una genealogía tangible que atraviesa el tiempo.
Manifestaciones, asambleas, la clandestinidad feminizada haciéndose visible ocupando calles, prácticas, iglesias, el plano y la narración. En estos vídeos encontramos trabajadoras en fábricas, escritoras, prostitutas, actrices, madres, mujeres jóvenes y mujeres mayores, mujeres presas y activistas, lesbianas y personas queer conformando sus propios relatos. “Nuestro archivo demuestra hasta qué punto existe una resonancia en las luchas feministas actuales con su pasado”, señala Nicole Fernández Ferrer, comisaria de la exposición junto a Nataša Petrešin-Bachelez y copresidenta del centro.
“Los vídeos que conservamos plantean un diálogo fértil. Nos recuerdan que el feminismo no es una confrontación entre nosotras. Eso es lo que siempre quisimos transmitir”, dice Nicole Fernández Ferrer, copresidenta del Centre Audiovisuel Simone de Beauvoir
Fernández está vinculada a él desde el principio: fue su primera archivista, labor que resultó también su primer trabajo. “En casa me habían transmitido un gran entusiasmo por el cine y el feminismo. Quería hacer algo con ello, pero tardé en encontrar la forma porque al principio no había nada”, recuerda. Cuando aún pocas personas lo hacían, estudió Archivo y Documentación Audiovisual. Hoy subraya: “Los vídeos que conservamos plantean un diálogo fértil. Nos recuerdan que el feminismo no es una confrontación entre nosotras. Eso es lo que siempre quisimos transmitir”.
Para hacerlo fue preciso una gran lucidez, pero también un esfuerzo físico y económico que desestabilizaba la tarea. Con la tecnología acelerándose, si las primeras cintas habían sido sencillas y baratas, adaptar su contenido a los formatos que cambiaban sin parar no lo era. Todavía hoy sigue sin serlo. Parte de la historia, en este sentido, corre un riesgo permanente de desaparecer, y es la propia historia de los márgenes. “Estábamos haciendo algo nuevo, había que inventar todo”, apunta Fernández, que asumió la responsabilidad con ilusión. “Fue un sueño que estas mujeres a las que admiraba confiaran en mí. Era muy joven, pero estaba feliz porque por fin hacía lo que quería”, reconoce. Ese sueño responde a la inercia de una época en la que unirse se volvió imperativo.
Roussopoulos, Seyrig y Wieder lo sabían. Habían tomado las cámaras hacía una década. Con ellas se unieron en 1974 creando uno de los primeros colectivos de vídeo feminista: Les Muses s’amusent/Les Insoumuses, un juego de palabras que apunta su carácter subversivo. Querían aprender, como no habían podido hacer antes, a narrarse a sí mismas. Querían enseñarlo. Aquellas pequeñas herramientas —no tanto como las cámaras de hoy— acababan de aparecer, y hacían posible “un medio que los hombres aún no habían colonizado”, como lo definió Roussopoulos. Fue la segunda persona en comprar una en toda Francia.
En los trabajos de Carole Roussopoulos encontramos la primera secuencia grabada de un aborto clandestino, las primeras manifestaciones LGTBIQ en Francia o a Jean Genet denunciando públicamente el arresto de Angela Davis
Documentó así las luchas sociales que siguieron a 1968. Antes de conocer a Seyrig y Wieder, formó con su marido el primer colectivo de vídeo (Vidéo Out). Se acercó al Black Panther Party, al Mouvement de libération des femmes y al Front homosexuel d'action revolutionnaire con la voluntad de enseñar la práctica a las personas integrantes, para que pudieran crear sus propias imágenes y expresarse sin intermediarios. En sus trabajos encontramos la primera secuencia grabada de un aborto clandestino, las primeras manifestaciones LGTBIQ en Francia o a Jean Genet denunciando públicamente el arresto de Angela Davis. Era 1970.
Cuatro años después, llegaron a su taller Seyrig y Wieder. Seyrig venía luchando contra el estatus en el que la industria del cine la quiso recluir como una dama etérea y entregada a los estereotipos feminizados que los directores de la vanguardia replicaron. Ella, que saltaba sobre esa imagen distanciada de musa y estrella y sobre su cuerpo fragmentado en la gran pantalla para hallarse, halló en el feminismo una revelación.
En 1971 participó en un manifiesto en el que cientos de trabajadoras de la cultura declararon haber abortado, con el fin de conseguir la despenalización en Francia. Mientras tanto, ofreció su vivienda como espacio seguro para aquellas que quisieran abortar, apoyó al Movimiento de mujeres negras y a las presas políticas de dictaduras como las de España y Brasil, y comenzó a trabajar con directoras al tiempo que aprendía a grabar su propio punto de vista.
Frente al juicio mediático, acudió como Roussopoulos a “mezclarse” con las demás. “Las tres entendieron que el contexto sociopolítico y económico marcaba la lucha de cada mujer en el mundo”, destaca Fernández, que las conoció en la frontera con España, donde madres de presos del franquismo se estaban manifestando. Muchas francesas se desplazaron para ofrecerles apoyo, entre ellas Roussopoulos y Seyrig. Habían encontrado la forma de desarticular el discurso hegemónico patriarcal: cogiendo la cámara y saliendo a la calle.
Cada una tenía sus motivos para utilizar estos aparatos, pero existía uno que los reunía todos: “Ninguna imagen en la televisión podrá reflejarnos. Es a través del vídeo que contaremos nuestras propias historias”, exclamaron en 1976 en una de las primeras cintas que realizaron juntas: Maso et Miso vont en bateau. La ONU había declarado 1975 el “Año Internacional de la Mujer”, y la televisión francesa emitió un programa en el que un grupo de hombres se quejaba de ello. A partir de una grabación íntegra, estas insumisas intervinieron aquel discurso cortándolo, comentándolo con cartelas llenas de sarcasmo, y alterando el sonido con sus risas. Es uno de los vídeos más vistos del movimiento feminista de la década.
El otro es Scum Manifesto, con el que pedían la reedición del libro así titulado de Valerie Solanas y, de paso, lo transmitían en un ejercicio sin precedentes. “Lo único que podemos hacer las mujeres es derrocar al gobierno, eliminar el sistema monetario y destruir a los hombres”, escribió la estadounidense en 1967. En 1976, Seyrig lo leía en alto mientras Roussopoulos transcribía a máquina este eco. Sentadas una frente a otra y obviando la cámara, pusieron a dialogar aquellas palabras con la realidad. En medio de todo, una televisión emitía sucesos del día: “70 heridos en Beirut. Todos civiles”, decía el presentador.
A estas piezas le siguieron muchas más: grabaron junto a colectivos de prostitutas la ocupación de una iglesia en la ciudad de Lyon en protesta contra la represión policial, o un documental en el que Seyrig dialoga con otras actrices acerca de las limitaciones que los hombres habían marcado sobre su oficio, reconociendo el cine como “la gran fantasía masculina”. Dieron forma a un nuevo lenguaje repartiéndose las tareas de creación, estimulando en grupo sus ideas, acompañándose y acompañando con la cámara, buscando encuentros desde la conciencia de sus propios privilegios.
“Al abrir el centro, tenían claro que debían poner en movimiento ese encuentro de material. Un archivo cerrado no sirve de nada”, señala Fernández. Establecieron para ello un sistema de trueque: “Siempre había gente, venían a traernos sus cintas y a cambio ofrecíamos material para seguir grabando, salas de montaje, de visionado y todo tipo de actividades”, recuerda. Ahora, aquella idea ha tomado forma de talleres y una exposición itinerante que, desde 2019, vienen adaptando a diferentes espacios y enfoques. Precursores: feminismes, càmera en mà i arxiu a l’espatlla puede verse en Barcelona hasta el 17 de noviembre.