Opinión
Sentir miedo hasta que ellos sientan vergüenza

Ante algunas de las cosas que estamos presenciando, en esta marasma continua de ruido, hay que sentir urgentemente miedo. Pongamos una persona que cobra un sueldo público. Que habla vertical y segura desde un atrio sobre el que varias generaciones han depositado, con más o menos fe, un aura de legitimidad. Y desde ahí profiere descalificaciones a la altura de cualquier hilo de forocoches. Hay que tener miedo, no solo por la persona que recibe una vez más otra carga de desvalorización y odio. Miedo por todas y por todos, porque cuando el fascismo se crece no encuentra límites, empieza en el insulto y continúa en la agresión, pasa del lenguaje chulesco a justificarte cualquier barbarie.
Cambian los perpetradores y las víctimas, hay señoras altivas, caballeros vestidos de traje, que nunca darán un golpe a nadie, pero que activan con sus dosis diaria de odio, los músculos de otros. Quizás, a quien vemos recibir cada maldito día insultos no le llegue nunca la violencia en forma de agresión física, pero los insultos y desprecios que ella recibe laten ya en los golpes que recibirán otras mujeres. Basta con activar un solo resorte para abrir la veda a todas las violencias, en eso consiste la deshumanización como práctica política.
Para mucha gente Irene Montero solo es una antagonista, un personaje diseñado a la medida de su desprecio. Y su deshumanización, es la deshumanización de todas
No es necesario que seas fan de Irene Montero, votante, ni siquiera simpatizante para que la consideres un ser humano. Una mujer joven, una política perseverante, una madre de tres hijos pequeños que acumula probablemente toneladas de cansancio y frustración sobre sus hombros, que sienta, posiblemente, mucho miedo. Alguien que quizás cada tanto se pregunte si se ha equivocado, si merece la pena estar ahí, recibiendo golpes, tragando mierda. Para mucha gente Irene Montero no es nada de eso, solo es una antagonista, un personaje diseñado a la medida de su desprecio. Y su deshumanización, es la deshumanización de todas.
Los insultos que cada vez se profieren con menos timidez en el hemiciclo y las tertulias, que se hacen trending topic jaleados por bots, son insultos contra todas. Porque ese desprecio que busca objetivos visibles y simbólicos, como puede ser la ministra de igualdad, para exhibirse sin descanso, es el que sienten hacia quienes consideran antagonistas: feministas, migrantes, currantas, personas LGTBIq. Hay un parte bien nutrida de la sociedad, de la que Carla Toscano y otros como ella solo son desagradables portavoces, que palpita de desprecio. Es políticamente urgente sentir miedo.
Preocupa ver en la plaza pública a cada rato a esas personas que mastican desprecio, a veces como un deje de clase, o una pose adquirida de ciertas compañías, o simplemente un lenguaje no verbal conscientemente cultivado para intentar prevalecer. Basta ver cómo mueven los labios y miran con soberbia, parecen siempre muy seguras de sí mismas, cualquier atisbo de humanidad quebraría su solidez de tanque. Comparten el deje de quien nunca fue cajera, de quien está acostumbrado a mandar desde la cuna, y si no fue así, siempre soñó con ello: estar por encima.
La invalidación del sujeto antagonista es fatal, inhabilita cualquier debate, inhabilita la política misma, pues qué política se puede hacer desde la repetición machacona de insultos y arengas que no tienen otro fin que excitar el odio
Es cansino asistir día tras día al patético espectáculo de quienes quieren negarle a otras el derecho a la participación política, presenciar este recital sibilino de presuntas razones que incapacitarían a Irene Montero, y con ella a tantas otras, a ser siquiera digna interlocutora. La invalidación del sujeto antagonista es total y fatal, inhabilita cualquier debate, inhabilita la política misma, pues qué política se puede hacer desde la repetición machacona de insultos y arengas que no tienen otro fin que excitar el odio.
Montero se come la violencia política, pero la política misma se violenta toda a cada segundo que se sigue permitiendo que esto pase. Nos quedamos un poco más expuestas a las políticas del desprecio: con la violencia política visible y adoctrinadora, se alimentan todas las otras violencias machistas, las que se dan en los hogares, las que se sufren en los lugares de trabajo, las que se reproducen en las calles o en las noches de fiesta. Sí, es legítimo y necesario sentir miedo. Un miedo que nos active para señalar al fascismo, como ayer hizo Montero en el congreso. Tener miedo hasta que ellos sientan vergüenza de escupirnos a la cara su desprecio.
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