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Feminismos
La sororidad como proceso de sanación ante la violencia machista
Era domingo, el último del pasado mes de noviembre de 2023. Me dirigía a hacer la devolución de una lente que alquilé para realizar unas fotografías al hijo de un amigo que actualmente juega al fútbol con el Real Madrid. El lugar donde debía realizar la entrega estaba por la zona de Palos de la Frontera en Madrid y ahí iba yo, después del partido, caminando por la acera de calles semivacías. Llegué a un semáforo que estaba rojo para peatones y ahí estaba ella, con su preciosa hija, peinada muy delicadamente y vestida con un abrigo granate.
Era la segunda vez que nos encontrábamos por la calle y mira que Madrid es grande.
La primera ocasión también nos cruzamos caminando por la acera más o menos en el mismo punto, cuando la pequeña aún iba en su carrito. Hará unos siete años de eso. Nos miramos y seguimos andando. Supongo que no había llegado nuestro momento.
La escena parecía extraída de una película, las tres solas en la calle y paradas ante el paso de cebra, esperando que se pusiera el semáforo en verde para cruzar. Ella no me había reconocido, ya que estaba entretenida con su pequeña, que ya tiene unos seis años.
Yo pensé: creo que la vida quiere que nos volvamos a encontrar, ¿cuál será la razón?
No recordaba su nombre pero estábamos tan cerca que ella podía escucharme sin que alzara la voz. Nos separaban 30 o 40 centímetros máximo.
La miré y dije:
—Es la segunda vez que nos encontramos y hoy sí quiero saludarte.
Se giró y en cuanto me vio, me nombró.
—Julia, disculpa, no te había conocido. —En cuestión de segundos, las dos estábamos con los ojos llenos de lágrimas. No hacía falta que me dijera nada. Lo supe, lo supe desde el minuto en el que él salió de casa para no volver—. Quiero hablar contigo, quiero pedirte perdón, no te creí, pensé que estabas loca. No supe ver la verdad en ese momento. Me enamoré. No sabes cuantas veces me he acordado de tí en estos años. He querido llamarte, hablar contigo, pero no he tenido valor. No sabes cuantas veces ha salido tu nombre en nuestras discusiones. Mi experiencia me iba poniendo en tu piel, y la historia manipulada que él me contó se iba derrumbando para salir la verdad. Si aceptas, me encantaría que tomáramos un café o unos vinos. Intercambiemos los números, le he denunciado, tiene una orden de alejamiento y pronto saldrá el juicio.
Acepté su invitación a quedar.
Siempre tuve la intuición de que, como mínimo, la trataría como a mí.
Nuestra ya expareja fue la misma. Un machista, narcisista y maltratador psicológico. Las dos supimos al mirarnos a los ojos la tortura que ha sido estar con él
Nuestra ya expareja fue la misma. Un machista, narcisista y maltratador psicológico que hizo que por algunos meses nuestras relaciones se solaparan, pero eso ahora no importa.
Las dos supimos al mirarnos a los ojos la tortura que ha sido estar con él. Sus gritos, su manipulación, su capacidad de mentirnos a nosotras y a los demás sobre lo ocurrido en nuestras relaciones, en nuestras casas. Su habilidad para trasladarnos la culpa de cualquier cosa que sucediera, insultarnos hasta por coger un libro y leer, alegando que no vamos a aprender nada, que no hay nada en los libros que nos sea de interés.
En cualquier momento saltaba la chispa que encendía su ira. Empujones, amenazas, críticas hacia nuestro aspecto físico y un largo etc. No es necesario contarnos todo lo ocurrido, lo intuímos, lo sabemos.
Casualidad o causalidad, las dos tuvimos que pasar por la horrible experiencia de tener que tomar la decisión de no seguir adelante con dos embarazos cada una, por su incapacidad de amar, su maltrato psicológico, su desprecio, la falta de reconocimiento de la paternidad acusándonos de “putas promiscuas”, mientras nos empujaba y gritaba con la finalidad de que sintiéramos culpa y así dejarnos con la autoestima por debajo del nivel del mar, cuando era él quien tenía un harén en el que nosotras teníamos el beneplácito de compartir su vida. Asesinas nos llamó a las dos y él jamás se ha cuestionado porque nosotras, las dos, no quisimos ser madres de sus hijos.
¿Que se sentirá al llevar al menos cuatro abortos a su espalda?
Dimos con un narcisista, guaperas, con cara de buena persona y carismático, que nos puso cuerpo y mente del revés. Al que la gente aplaude en el escenario, mientras nosotras “Las Locas” le hacíamos la vida imposible. En casa, un déspota, machista e intolerante, que nos hizo sentir que el suelo se movía, además de ya no poder distinguir la realidad de la mentira.
Aquellas lágrimas en el paso de cebra y aquella noche de vinos en el bar La Esperanza nos hicieron revivir y por fin, sanar de manera conjunta algunas heridas de una historia compartida.
Aquellas lágrimas en el paso de cebra y aquella noche de vinos en el bar La Esperanza nos hicieron revivir y por fin, sanar de manera conjunta algunas heridas de una historia compartida.
Menos mal que los tiempos han cambiado y a veces los testigos se implican públicamente o se brindan a testificar en caso de juicio. No ha sido fácil, lo sé, me lo has contado durante estos meses que hemos estado en contacto, apoyándonos.
Es muy fuerte lo que nos ha pasado por el simple hecho de amar a alguien, ¿no crees?
Soberbio hasta cuando el solito se declaró culpable mientras negaba con la cabeza sus palabras delante del juez, probablemente aconsejado por su abogado.
Gracias amiga por tener el valor de sentarle en los juzgados, yo no lo tuve.
Sentencia del juez: culpable.
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