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Fotogalería
Rescate en el Mediterráneo
El fotoperiodista Olmo Calvo retrata con su cámara un rescate de migrantes en alta mar.
Son algo más de las doce del mediodía cuando Kepa avisa de que ha visto a través de los prismáticos algo en la lejanía que podría ser un bote de goma repleto de personas migrantes. La distancia no permite confirmar que esa mancha que apenas se aprecia en la inmensidad del mar sea una embarcación.
Entonces, y después de hablarlo con sus compañeros del barco de rescate en el que se encuentran, se preparan los equipos para acercarse a las inmediaciones. Por mínima que sea la duda, las organizaciones desplegadas en la zona lo comprueban. Están en juego muchas vidas.
Kepa, un fotógrafo asentado en Tarragona, fue a ayudar al Golfo Azzurro, el barco que Proactiva Open Arms tiene actualmente para salvar a las personas que intentan cruzar el mar para llegar a Europa desde Libia. A día de hoy existen fundamentalmente tres rutas migratorias en el Mediterráneo: de Turquía a Grecia, de Libia a Malta e Italia, y de Marruecos a España.
En 2015 más de 800.000 personas, principalmente sirias, afganas e iraquíes, llegaron a las islas griegas procedentes de las costas turcas, hasta que, en marzo de 2016, Europa y Turquía firmaron un acuerdo conocido como el “pacto de la vergüenza” para bloquear esa vía. Esto provocó que durante ese año la cuota de llegadas al país heleno descendiera hasta las 173.000.
Paralelamente, 180.000 migrantes alcanzaron Italia por sus propios medios o rescatados por alguna de las ONG que trabajan a pocas millas de Libia.
Precisamente ahí, en el Mediterráneo central, fue donde el 12 de enero de 2016 las lanchas de Proactiva Open Arms encontraron un bote de goma con más de 130 personas a bordo, después de que Kepa los avistase.
El motor no resistió y pasaron horas a merced de las olas, hacinadas, bajo la incertidumbre de no ganar la batalla al mar y alargar la lista de vidas y sueños ahogados en la gran fosa común en la que se ha convertido el Mediterráneo, que solo el año 2016 se llevó por delante a 5.000 personas, según Acnur. Pero aquello, por fortuna, no ocurrió.Cuando llegó el servicio de rescate de Proactiva, lo primero que hizo fue repartir chalecos salvavidas a quienes viajaban en tan precarias circunstancias. No solo estaban nerviosos, también exhaustos, descalzos y con lo puesto. Aun así, recuperaron energía para facilitar la operación de salvamento a la ONG catalana.
Uno de los tres botes encontrados tuvo que ser remolcado durante dos horas. Una maniobra que fue posible gracias a una cuerda a la que se agarraron con fuerza sabiendo que, así, se alejaban de la muerte.
Finalmente embarcaron un total de 242 personas en el barco Golfo Azzurro, originarias de Mali, Togo, Guinea Conakry, Costa de Marfil y Senegal. Muchas de ellas presentaban quemaduras muy graves provocadas por la mezcla de gasolina derramada de los bidones y el agua salada que entraba con las olas en las inseguras embarcaciones en las que viajaban.
Esta combinación abrasó principalmente los cuerpos de mujeres y niños, dejándoles llagas en carne viva. Inmediatamente los atendieron Guillermo y Marta, los asistentes sanitarios de la misión. Estas eran solo las heridas visibles de una travesía que, probablemente, nunca olvidarán.
Aunque ya estaban en buenas manos, todos querían terminar aquella pesadilla y pisar la tierra de las oportunidades por la que habían arriesgado sus vidas: Europa. En este caso, el lugar indicado por el Centro Nacional de Socorro Marítimo de Roma era el puerto de Augusta.
Tardaron más de 36 horas en llegar. La primera noche fue muy dura. El médico y la enfermera atendieron sin descanso a los heridos y el viento provocó grandes olas que agitaban el barco de 43 metros de eslora como si fuese de juguete.
El hospital de la nave, situado en la bodega, fue elegido como área de descanso para mujeres y niños, a quienes les suministraron pijamas azules, secos y limpios con los que sustituyeron sus ropas empapadas. Como Idris, de tres añitos, y su madre, Aicha Keita, de 30, tumbadas una junto a la otra, tratando de paliar el agotamiento del infernal camino que dejaron atrás.
Todos y todas recibieron mantas térmicas, agua y comida. Y aunque el mar embraveció, poco a poco recuperaron el aliento. Los lazos de afecto se estrecharon entre tripulación y rescatados, algo que contrasta con las políticas migratorias trazadas desde los despachos a puerta cerrada en Europa.
Los pasajeros huían de conflictos o situaciones de máxima necesidad y vivieron un auténtico calvario para poder embarcar, sometiéndose a los abusos de las mafias que controlan estos flujos migratorios desde Libia.
Dumbia, una adolescente de Costa de Marfil, fue rescatada junto a sus cuatro hermanas de entre cinco y 15 años, que viajaban solas desde Trípoli huyendo de la ablación. “Nos amenazaron con no dejarnos ir a la escuela”, confesaba al equipo de Proactiva. “Pedimos ayuda a Europa para poder continuar nuestros estudios”, decía bajo la atenta mirada de sus hermanas. Aquella súplica la repetiría el 14 de enero, cuando, junto al resto del grupo, desembarcaron en tierra firme.
Una vez en puerto, tuvieron un aséptico recibimiento por parte del personal de Cruz Roja, Acnur y Frontex, algunos de ellos ataviados con monos blancos, mascarillas y guantes. Pero antes de adentrarse en la siguiente fase de incertidumbre y deshumanizada burocracia en el Viejo Continente, la despedida del equipo de Proactiva estuvo envuelta en abrazos y cariño. Piel con piel, celebrando la vida.
Este es tan solo un episodio que afectó a 242 supervivientes en busca de refugio. En el recuerdo, y a veces en el silencio, quedan quienes no lo consiguieron.