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El Chelsea FC recibía el pasado miércoles al Real Madrid en Stamford Bridge en su camino en busca de una nueva final de la Champions League y rodeado de unas circunstancias excepcionales desde que el 20 de febrero se iniciara la invasión de Ucrania por el ejército ruso. Roman Abramovich, propietario del club inglés, sabía que sus vínculos con Putin podían traerle problemas y trató de evitar cualquier incidencia sobre el club cediendo su control a la fundación del Chelsea y, más tarde, anunciando que ponía sus acciones a la venta. Aun así, las sanciones por parte del gobierno de Boris Johnson llegaron y desde entonces el equipo londinense tiene prohibido fichar jugadores, así como vender o renovar a los que ya tiene en plantilla. Tampoco puede vender entradas para los partidos y se le permite un gasto máximo de 20.000 libras para los desplazamientos como visitante. Una cifra muy baja si tenemos en cuenta que, para partidos de Champions, el coste total puede rondar el doble de esa cantidad.
En los años 90, Abramovich se valió de sus contactos próximos a Yeltsin para amasar su fortuna. Pero entonces los oligarcas rusos eran bienvenidos en toda Europa y a nadie parecía importarle de dónde había salido su dinero o cuáles eran sus vínculos con el poder político
Realmente, la relación entre Abramovich y el Kremlin viene de lejos. De hecho, ya en los años 90 se valió de sus contactos próximos a Yeltsin para amasar su fortuna. Pero entonces los oligarcas rusos eran bienvenidos en toda Europa y a nadie parecía importarle de dónde había salido su dinero o cuáles eran sus vínculos con el poder político.
En Reino Unido pudieron hacerse esas preguntas en 2003, cuando Abramovich compró el Chelsea por 200 millones de libras aproximadamente. De haberlo hecho, hubieran sabido que en 1992, cuando era un empresario del petróleo, se le vinculó con el robo de un tren cargado de gasóleo. Hubieran sabido también de las acusaciones de soborno y fraude después de que en 1995 su asociación con el empresario Boris Berezovsky le facilitara el apoyo político para salir victorioso en la subasta por la petrolera de propiedad pública Sibneft, empresa que compró por 250 millones de dólares aproximadamente y que vendió de vuelta al Estado ruso, diez años más tarde, por 1.300 millones. Y hubieran sabido también que los informes de la investigación relativa a esa compra fueron enviados desde los juzgados directamente al Kremlin, donde fueron puestos a buen recaudo. Sí, no les hubiera costado demasiado saber todo esto. Al fin y al cabo, desde la invasión de Ucrania, la BBC no ha necesitado preguntar mucho para informar de todos estos hechos. Y fue el propio Abramovich quien reconoció en los juzgados británicos haber hecho estos pagos cuando debió declarar, en 2011, por la denuncia de Berezovsky.
Lo cierto es que tanto la Premier League como el propio gobierno del Reino Unido miraron para otro lado en numerosas ocasiones. Lo hicieron en 2003, cuando Abramovich adquirió la propiedad del Chelsea. En ese momento, el club londinense estaba un peldaño por debajo de quienes eran los dos grandes dominadores del fútbol inglés, el Arsenal y el Manchester United. Y fue gracias al dinero de Abramovich como llegaron futbolistas de la talla de Hernán Crespo, la ‘Bruja’ Verón o Makelele. Un año más tarde llegarían Drogba, Robben, Carvalho o Peter Cech. En muy poco tiempo, el Chelsea se convirtió en uno de los equipos más poderosos de la Premier League y de Europa, finalista de la Champions League en 2008 y ganador en 2012 y de nuevo la pasada temporada.
2003 hubiera sido también un buen momento para que la Premier League se preguntara cómo podía afectar a la competición la entrada de tanto dinero proveniente de una fuente ajena al fútbol
2003 hubiera sido también un buen momento para que la Premier League se preguntara cómo podía afectar a la competición la entrada de tanto dinero proveniente de una fuente ajena al fútbol o para que el gobierno del laborista Tony Blair investigara el origen de la fortuna de Abramovich. Sin embargo, fue el entrenador del Arsenal, el francés Arsene Wenger, quien denunció con mayor insistencia la adulteración de la competición provocada por el presupuesto infinito del Chelsea. La UEFA trató de limitar este tipo de prácticas con la implantación en 2010 del Fair Play Financiero, aunque no ha logrado frenar la inflación del mercado de fichajes provocada por la inyección de dinero proveniente de propietarios millonarios o de los llamados “clubes-Estado”.
El gobierno británico, por el contrario, puso en marcha en 2008 el programa Investor Visa, por el que cualquier persona que se comprometiera a invertir en el Reino Unido, primero un millón de libras, que más tarde se amplió a dos millones, accedía a un permiso de residencia especial, que, en el plazo de unos años, podía convertirse en permanente, si las inversiones eran suficientes. Abramovich fue uno de los beneficiarios de este programa y, en ese momento, las autoridades británicas tampoco quisieron preguntar por el origen de su fortuna. Como tampoco preguntaron por la de los más de 2.500 rusos a los que se les aprobó esta “visa dorada” en los 14 años que ha estado vigente el programa. En 2020 un informe del Comité de Inteligencia del Parlamento alertó del riesgo de la influencia rusa en la City londinense y de lo que ya se empezaba a conocer como Londongrado o Moscow on Thames, pero nadie pareció inquietarse. De hecho, este programa de “visas doradas” ha estado disponible hasta el pasado febrero, cuando la invasión de Ucrania ya era inminente.
Abramovich decidió trasladar su residencia a Israel en 2018, después de que se produjera en Londres el envenenamiento del agente ruso Serguei Skripal y su hija
Este cambio, sin embargo, no ha afectado a Abramovich, quien decidió trasladar su residencia a Israel en 2018, después de que se produjera en Londres el envenenamiento del agente ruso Serguei Skripal y su hija. Ahí temió que sus vínculos con Putin pudieran ponerle en peligro, aunque finalmente no se llegó a tomar ninguna medida contra el empresario, más allá de la no renovación del visado. No pudo estar presente en Wembley el día que su equipo venció al Manchester United en la final de la F.A. Cup gracias a un gol de Hazard, pero la propiedad del club no estuvo en riesgo. Abramovich se limitó a cambiar el frío de Londres por las playas de Tel Aviv.
Desde el inicio de la invasión de Ucrania, las cosas han cambiado en el Reino Unido. Rusia se ha convertido en un peligro para toda Europa y se mira con lupa cualquier vínculo con Putin. Abramovich anunció que los beneficios obtenidos por la venta del Chelsea los destinará a todas las víctimas de la guerra y ha estado presente como intermediario en las negociaciones de paz. Allí denunció un intento de envenenamiento, del que se ha acusado tanto a agentes ucranianos como al sector más duro del Kremlin. Mientras trata de ganarse la confianza del mundo occidental, ya no pasan por alto sus ocho años como gobernador de la región de Chukotka, al frente del partido de Putin. Tampoco la compra en 2002 de la petrolera Slavneft, en la que se benefició de la retirada de la puja de otra empresa rival, de origen chino, cuando su representante fue secuestrado al llegar a Moscú.
En Stamford Bridge siguen escuchándose cánticos en favor de Abramovich por parte de una hinchada que no olvida los 19 títulos que han ganado desde su llegada; en el estadio sigue luciendo la pancarta que define al Chelsea como “The Roman Empire”, pero su futuro en el Reino Unido cada vez está más complicado y las mismas acciones que le permitieron amasar una fortuna con la que aterrizar en la Premier a bombo y platillo le cierran ahora todas las puertas y le convierten en un invitado incómodo.
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