Opinión
No vendemos carne, vendemos un proyecto de vida

Ahora más que nunca se hace necesario que cuando compremos alimentos, compremos también proyectos que den vida.

ganaderia vacanegra
Andrés Muñoz Rico Marina, en la finca madrileña donde trabaja, limítrofe con las provincias de Ávila y Toledo.

Responsable de Soberanía Alimentaria de Amigos de la Tierra

17 abr 2020 06:08

A finales de febrero, en un día que amanece soleado y caluroso para las fechas que son, visitamos en Cenicientos a Marina y su hermano Rodrigo, ganaderos e impulsores del proyecto Vacanegra.

En estos días aún no ha llegado a nuestras vidas la crisis del coronavirus y pasamos una jornada conociendo el trabajo de esta ganadería ecológica y extensiva, que se desarrolla en 500 hectáreas de una dehesa de praderas y pastos en la Comunidad de Madrid, limítrofe ya con Ávila y Toledo.

Vacanegra es una ganadería familiar en extensivo que el padre de estos dos hermanos montó en los años 70. Rodrigo se incorporó el primero a trabajar, ayudando a llevar la explotación y a comercializar el producto. Marina, a la que siempre le había gustado el campo, se incorporó más tarde, tras terminar los estudios de Ciencias Ambientales. Juntos decidieron introducir una raza autóctona, la avileña-negra ibérica, y en el año 2000 se certificaron en ecológico.

Marina nos cuenta, mientras alimenta a los animales, que “las razas autóctonas son recias, robustas, con un instinto maternal muy fuerte y que van en manada”. Por contra, nos dice que otras razas como la Charolais, la prototípica vaca a la que estamos acostumbrados en los anuncios, “son muy bonitas para una feria o un establo, pero no tienen condiciones para vivir en el campo”.

“La clave es llevar la carne del campo al consumidor sin intermediarios”

Según afirman y podemos comprobar, este proyecto de ganadería ecológica y extensiva es una forma de vida completa, donde integran todo el ciclo productivo y reproductivo del campo. Desde la cría de animales, la producción de pastos y forrajes para su alimento y la conservación de los montes, hasta el sacrificio de los animales y su venta directa a grupos de consumo, a través de la tienda online o en su propio puesto en un mercado de abastos de Madrid.

Su trabajo en la finca pone en evidencia lo poco que conocemos sobre las tareas y responsabilidades de las personas que cuidan el ganado. Marina asegura que “los consumidores no somos conscientes de que, con cada decisión de compra, influimos muchísimo en el modelo de producción de la agricultura y la ganadería”. Según ella, “la clave es llevar la carne del campo al consumidor sin intermediarios”. Las inclemencias climatológicas hacen que cualquier imprevisto encarezca el producto y el no tener intermediarios da margen para poder repercutir costes no previstos.

Su hermano Rodrigo señala que ellos no venden carne, que ellos venden un proyecto. “Un modo de vida, un modo de producir y consumir alimentos. Mantener una raza, mantener el campo. Al final es una filosofía, por salud, por conservación del medio ambiente y por el bienestar animal”.

En la actualidad, Marina es la encargada de la gestión de la empresa y de la comercialización de los productos. Una responsabilidad que compagina con la crianza de sus tres hijos, uno de ellos de ocho meses. Cuenta que “a la hora de conciliar se hace difícil”, ya que no ha podido disfrutar de un tiempo para la crianza en exclusiva, porque la prestación de baja por maternidad como autónomo no te da para contratar a otra persona. “Las tareas hay que hacerlas y si yo no las hago, alguien las tiene que hacer...”, relata. 

En el viaje de vuelta a Madrid puedo comprobar como las palabras de Marina que resuenan en mi cabeza son una realidad. El campo está abandonado por las administraciones públicas. Se ven tierras sin trabajar o zonas de bosque mal gestionadas, que ocasionan incendios como el que asoló el año pasado esta zona con cerca de mil hectáreas calcinadas. Marina nos comentaba que eso pasa porque “ya no se cuida el monte, no hay pastoreo, ya no hay ganadería porque es muy difícil y porque al final la rentabilidad es muy escasa y a la gente no le compensa”.

Pero este abandono no solo se refleja en sus paisajes, en los pueblos se aprecia también la escasez de medios, la falta de acceso a la sanidad, la inexistencia de colegios. La comparativa con las ciudades se torna insultante.

“Los consumidores no somos conscientes de que, con cada decisión de compra, influimos muchísimo en el modelo de producción de la agricultura y la ganadería”

Ya en casa, escribiendo este artículo me viene a la memoria la escena de una bandada de buitres que sobrevolaba la manada de vacas de estos dos hermanos. Recuerdo que Marina nos comentaba que desde la crisis de las vacas locas está prohibido dejar restos animales muertos en el campo y que, desde entonces, los buitres pasan hambre. Esta circunstancia ha hecho que los buitres hayan dejado de ser carroñeros, para convertirse en una amenaza para aquellas vacas más jóvenes o débiles, que pueden sufrir sus ataques. Es una verdadera preocupación en el campo, según me comentaba.

Estos buitres ilustran los efectos de la acción humana sobre la alteración de los ecosistemas y el arduo trabajo que realizan ganaderos y ganaderas, como Marina y Rodrigo, no solo en producir alimentos saludables, sino también en cuidar una biodiversidad muy frágil. En estos días de restricciones por la crisis sanitaria del coronavirus, esa fragilidad se hace más patente.

La lucha diaria de estas personas es la lucha por un sistema alimentario más justo y saludable para las personas y para el planeta. Ahora más que nunca se hace necesario que cuando compremos alimentos, compremos también proyectos que den vida. Es necesario apostar que la clase política apueste por este modelo y lo fomente en la Política Agraria Común (PAC). Apostemos por la agroecología y por las personas que la sustentan.

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