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Gobierno de coalición
De amnistías, valentía y políticas de lo cotidiano
Una joven extremeña que conozco compartió hace unos días en sus stories uno de los vídeos más vistos de la semana, el del periodista deportivo Josep Pedrerol diciendo que el Presidente del Gobierno “mercadea” con España por siete votos. Me sorprendió. Ella nunca se ha interesado mínimamente por nada que tenga que ver con la política. Por eso le pregunté qué le había llamado la atención de las palabras de Pedrerol, sin intención de debatir, solo de saber por qué esta joven camarera, que tiene mejor sueldo a día de hoy gracias a las subidas del SMI, decidía que el primer vídeo político que compartía en su perfil era un mensaje en contra de la amnistía y Pedro Sánchez, a quien después me contó que estuvo a punto de votar en las últimas elecciones.
Hablando con ella me di cuenta de que tampoco importaba mucho eso. Ni siquiera supo explicarlo muy bien: una mezcla de sensación de falta de igualdad, hartura y desafección política, aunque dicho con la típica expresión: “es que son todos iguales”. De la amnistía fiscal de Montoro, por cierto, ella no tiene ni idea.
Solo es una joven extremeña más, y su sentir no es general –o sí -, pero para mí lo importante fue: ¿qué genera la amnistía para que importe más esta medida que una mejora de salario y consecuente mejora de calidad de vida? Hay algunas razones que se encuentran en la movilización del bloque reaccionario, la polarización emocional y rechazo al adversario. Otras razones tienen que ver con cómo el discurso de que ‘la amnistía rompe España’ ha sido ampliamente difundido en programas de entretenimiento e influencers (de esto habla de maravilla Ángeles Caballero). Y otras en los propios errores del PSOE: en los tiempos y en la falta de una explicación sobre por qué la amnistía es una buena decisión política. Pero ni siquiera todo esto es suficiente.
El dilema de amnistía y democracia o PP + Vox y barbarie ha sido válido para la investidura, pero no lo será para la legislatura. No se puede gobernar para que los otros no gobiernen
Continúo hablando por mensajes con esta chica y me dice que sí, que se alegró –e incluso se emocionó- con las sucesivas subidas de salario, pero que a pesar de ellas este año tuvo que salir del pueblo para ganar más dinero en la costa. No ahorra, no tiene poder adquisitivo para comprarse una vivienda y está inmensamente cansada de no tener tiempo. Y yo creo que aquí está la cuestión de lo que viene. El dilema de amnistía y democracia o PP + Vox y barbarie ha sido válido para la investidura, pero no lo será para la legislatura. No se puede gobernar para que los otros no gobiernen. No se puede gobernar a base del miedo -pero tampoco con miedo-.
El discurso de Pedro Sánchez durante su investidura ha marcado las coordenadas del Gobierno y señala al continuismo. Es decir, a que la legislatura que viene será una ampliación de la legislatura pasada. Que está bien, pero no es suficiente porque se necesita mucha más y mejor democracia. Igual que el bloque reaccionario tienen clara su prioridad, la nación, el bloque progresista debe tener clara su prioridad: los avances de derechos humanos y sociales. Defender España, sí, pero no de viejos fantasmas, sino de los reales males de nuestra sociedad: la precariedad, la falta de futuro, el cambio climático, el patriarcado, el odio hacia el diferente, la lgtbifobia, el racismo, la aporofobia, el clasismo, la explotación.
Medidas que se consideran valientes, como el impuesto a los beneficios extraordinarios de la banca o la subida del salario mínimo, no han sido en absoluto suficientes
Por delante hay cuatro años, y me atrevo a decir que, si no hay en este tiempo una gran transformación política y social, el bloque progresista no volverá a gobernar en España mucho tiempo. Y una gran transformación no es lo que se ha planteado. Medidas que se consideran valientes, como el impuesto a los beneficios extraordinarios de la banca o la subida del salario mínimo, no han sido en absoluto suficientes. Tampoco lo son las que se incluyen en el programa del PSOE y Sumar, ni siquiera la reducción de la jornada laboral. Como dijo la gran @rayomcqueer: “37 horas es como quedarte de cobarde. Yoli, un poco más, por favor.”.
En parte por esto, a pesar de varias políticas valientes, se ha seguido sin conectar con una gran parte de la población que no se siente interpelada por la política, gentes que no están interesadas en lo que se hace porque nunca salen de la precariedad. Aquellas que sienten que, pese a todo lo que se haga en Moncloa o en el Congreso, seguirán siendo pobres, sin tener derecho a una vivienda digna, sufriendo violencias y sin tener tiempo para la vida. Y lo sienten porque esas son sus realidades, porque esa es su cotidianeidad.
El horizonte debe cambiar, ser transformado: poner en el centro la democratización de la vida, el tiempo, los cuidados
En el Parlamento fue Yolanda Díaz quien más interpeló a esto, habló de ciertas distancias con el PSOE e incluso lanzó una mirada al futuro, recordando propuestas como la herencia universal. Sin embargo, ¿cómo nos emocionamos cuando sabemos lo que ha costado sacar adelante determinadas leyes en la pasada legislatura? ¿Por qué tenemos que creer que en algún momento se va a resolver el gran problema actual de nuestra sociedad, la vivienda, si la parte socialista del Gobierno se negó a ello estos cuatro años atrás? ¿Por qué tenemos que creer que ahora se van a tomar en serio la salud mental si las palabras de Pedro Sánchez sobre este problema fueron casi las mismas que cuando presentó en 2021 el Plan de Acción de Salud Mental 2021-2024? ¿Cómo se consigue un Gobierno diferente con la correlación de fuerzas actual?
Más allá del decisivo papel que tendrá Sumar y cómo decida este espacio político encajar en esta nueva etapa, todos los actores del Ejecutivo deben salir del positivismo absoluto y mostrar algo que todas sabemos: no llegamos a tiempo a las transformaciones que la globalización y el futuro nos piden. Esto tiene mucho que ver con lo que Daniel Innerarity plantea en su artículo El futuro de la democracia, y es que hay que hablar de qué futuro nos ofrece nuestra democracia para poder asimismo reforzarla. Necesitamos saber qué proyección de futuro tenemos para las próximas décadas y salir de la incertidumbre porque ahora mismo nuestra democracia no nos está ofreciendo seguridad ni esperanza. El horizonte debe cambiar, ser transformado: poner en el centro la democratización de la vida, el tiempo, los cuidados, nuestros cuerpos, los espacios en los que habitamos, nuestros deseos. No hay nada más material que esto, cambiar lo cotidiano para construir un planeta habitable y sostenible, para vivir mejor. Porque al final, de eso va, de ser iguales y libres, pero también felices.
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Yo echo en falta abrir el debate sobre la unidad de España. Muchos ciudadanos tienen un concepto místico, religiosos, fantasioso, sobre el concepto de España, y ahí la razón no entra. Si les importa más la unidad de España que su bienestar y el de sus seres queridos, es porque valoran más sus fantasías que su bienestar. Por ello, debería abrirse un debate: y si España se rompe, ¿qué más da? Las naciones son inventos, la gente se mata y muere por la nación, separan a la Humanidad, y siempre cambian: toda mi vida he visto nacer o desaparecer naciones, variar sus fronteras, independizarse territorios. Las naciones no son sagradas, ni eternas. Los pueblos deben tener la capacidad de cambiarlas, siempre que sea de manera democrática y legal. Abramos el debate.