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Green European Journal
Joëlle Zask: “Nos resulta difícil pensar que el fuego pueda limitar nuestras posibilidades de supervivencia”
Los incendios de una magnitud nunca antes vista, también llamandos megaincendios, se están extendiendo peligrosamente por todo el planeta. Estos fenómenos se han convertido en el símbolo dantesco de un mundo natural que se encuentra más amenazado que nunca. Arrasan con todo lo que encuentran a su paso y, sin embargo, siguen brillando por su ausencia en el discurso político.
Algunos científicos han empezado a describir nuestra época geológica con el término “Piroceno” en lugar de Antropoceno. Joëlle Zask, autora del libro Cuando el bosque arde: pensar el nuevo desastre medioambiental, habla al respecto.
¿Cómo surgió tu interés por los incendios y los megaincendios?
Una vez vi un bosque recién arrasado por el fuego y su destrucción me hizo reflexionar sobre el significado del paisaje para las personas. La pérdida de un paisaje genera una especie de impotencia, y es que el paisaje no es solamente un decorado al que mirar, sino un elemento esencial de nosotros mismos. El fuego destruye retazos de historia que nunca volverán y esa irreversibilidad es lo que provoca la angustia que sienten sus víctimas. También me ha sorprendido que un fenómeno tan trascendental como los incendios forestales no se haya debatido con la suficiente profundidad ni entre la comunidad científica y ecologista ni ante la opinión pública.
¿Son los incendios una cuestión política?
Son más bien indicios de la existencia de un mal funcionamiento de la representación, cuyas consecuencias son sumamente políticas. La única manera de controlar o prevenir los incendios es cambiando esta situación. Hoy en día se nos plantean numerosas cuestiones sociales y políticas en torno a los incendios forestales, pero seguimos hablando de ellos como si fueran una noticia cualquiera. ¿Por qué? Creo que en nuestras mentes se esconde un miedo, una reticencia.
En el pasado hubo incendios catastróficos como el gran incendio de Lisboa, que destruyó la ciudad en el año 1755. Los incendios de hoy en día son “catastróficos” y “políticos” en la medida en que revelan el nivel de desequilibrio planetario y el terrible protagonismo de la humanidad en esta situación. Se trata de una responsabilidad que debe explicitarse de forma clara y detallada, puesto que no todo el mundo es responsable por igual. Esta responsabilidad es tan crítica que basta con encender una cerilla para provocar un incendio. Del mismo modo que no podemos detener un tsunami o un terremoto, tampoco podemos detener un gran incendio forestal. A principios del año 2020 fuimos testigos de la impotencia de las personas afectadas por estos grandes incendios en Australia, al igual que en California y Siberia en el año 2019.
Esta responsabilidad es tan crítica que basta con encender una cerilla para provocar un incendio. Del mismo modo que no podemos detener un tsunami o un terremoto, tampoco podemos detener un gran incendio forestal.
¿Cuál es la diferencia entre un incendio y un megaincendio? ¿Por qué no podemos detenerlos?
No existe una definición estándar de megaincendio. Se trata de un fenómeno reciente que adopta muchas formas y se caracteriza por el hecho de que no podemos detenerlo. Conviene diferenciar este tipo de incendios de los incendios estacionales y las quemas controladas, que son relativamente fáciles de controlar. Los megaincendios guardan una relación manifiesta con el calentamiento global y cada vez son más intensos y frecuentes conforme aumentan las temperaturas y los periodos de sequía se prolongan. Un fuego requiere la presencia de combustible, un ambiente muy seco y viento. Hoy en día, estas tres condiciones se combinan de forma alarmante y las temporadas de incendios que antes duraban de dos a tres meses ahora pueden durar hasta seis meses. Así sucedió durante el verano de 2017 en California y en el norte del Mediterráneo, en países como Portugal, España, Grecia y el sur de Francia.
¿Cuál es el papel de la humanidad en el aumento del número y la intensidad de los megaincendios?
Más allá del calentamiento global, la destrucción de los bosques está vinculada al éxodo rural y a la desaparición de las técnicas forestales tradicionales. Los nuevos habitantes no entienden los bosques, se descontrolan, no los gestionan como es debido y los acaban destruyendo.
Cuando los bosques no se gestionan, se acumula la madera muerta, que es muy inflamable, lo que los hace más vulnerables ante los incendios. Además, el aumento de las temperaturas trae consigo nuevas plagas que matan los árboles y multiplican aún más el volumen de materia seca. A esto hay que añadir la tala de bosques y los bosques industriales, que de bosques solo tienen el nombre. Estos entornos se fumigan con productos fitosanitarios y son especialmente frágiles. Cuanto más homogéneos son los bosques y más árboles alóctonos se plantan, mayor es su riesgo de incendio. Este es el caso de Suecia, por ejemplo, donde el 70% de sus bosques son industriales y donde los incendios se extendieron con virulencia durante el verano de 2018. La elección de los árboles, el espacio que hay entre ellos y la falta de diversidad hacen que los bosques sean especialmente inflamables.
Los incendios forestales son un claro ejemplo de la interrelación de los problemas actuales y muestran hasta qué punto los ecosistemas sufren daños y destrucción.
Los megaincendios han suscitado una mayor preocupación, pero todavía se habla muy poco de la relación que existe entre los incendios y la crisis climática en su conjunto. ¿Cómo se explica esta paradoja?
El fenómeno de los megaincendios no acaba de calar en la conciencia de la población, a pesar de que los expertos constaten su propagación y de que los bosques boreales (aquellos situados en las zonas más frías) también estén ardiendo ahora. La NASA ha publicado unos pronósticos escalofriantes que prevén incendios en todos los continentes a medio plazo.
Algo que también llama la atención es su carácter repentino. Los científicos medioambientales saben detectar las evoluciones climáticas que se producen con relativa lentitud o a medio plazo. Sin embargo, ¿cómo encaja un fenómeno tan repentino en la línea temporal del avance del cambio climático?
Este fenómeno ha aparecido mucho antes de lo previsto. En la actualidad, el megaincendio se ha convertido en una realidad tangible, en un fenómeno natural a escala global e indiscriminado que, al ser provocado por el hombre, invierte la relación con la naturaleza. Algo que también llama la atención es su carácter repentino. Los científicos medioambientales saben detectar las evoluciones climáticas que se producen con relativa lentitud o a medio plazo. Sin embargo, ¿cómo encaja un fenómeno tan repentino en la línea temporal del avance del cambio climático? Incluso el Antropoceno se contempla en una escala temporal relativamente larga. Ahora bien, no hay nada que avance más deprisa que un megaincendio, pues destruye millones de hectáreas en cuestión de días. Todos estos factores explican por qué aún no hemos conseguido catalogar los megaincendios como un fenómeno relacionado con la crisis medioambiental.
Cuando imaginamos el fin del mundo, a menudo lo asociamos con terremotos y tsunamis, tal y como nos muestra el cine de catástrofes de Hollywood, pero rara vez implica incendios. Los incendios forestales apenas guardan relación con el fin del mundo en el imaginario colectivo.
Esta percepción también se debe a que el fuego es sinónimo de hogar, de cobijo y de bienestar. Existe todo un imaginario paradójico en torno al fuego, pues es, al mismo tiempo, la esencia de la vida y la mayor fuerza destructora. Nuestra evolución e historia biológica están ligadas al uso del fuego, a su domesticación. Por esta misma razón nos resulta difícil pensar que el fuego, un elemento clave para el desarrollo de la humanidad, pueda perjudicar las posibilidades de supervivencia del ser humano en el planeta.
¿Qué nos revelan estos fenómenos sobre nosotros mismos y sobre nuestra relación con la naturaleza?
Debemos cuidar la naturaleza, tanto de forma interesada como desinteresada. Esta postura contraviene el extractivismo, la idea de que la naturaleza está a nuestro servicio y que debemos explotarla al máximo para obtener todo cuanto podamos. Pero también se opone a la idea de que la naturaleza es bondadosa por definición y que hemos de distanciarnos de ella para no dañarla ni degradarla. Las narrativas conservacionistas que defienden que la naturaleza se las arreglaría muy bien sin los humanos también son nocivas para la naturaleza. A la hora de hablar sobre la naturaleza, hay que hablar de una naturaleza que valoremos, que nos sea útil, cuya configuración (ya sea estética, filosófica o material) tenga sentido para nosotros. No conozco ninguna naturaleza que sea independiente de la especie humana. Lo que a mí me interesa son esas relaciones entre el ser humano y la naturaleza en las que podamos tomar cartas en el asunto, aun cuando este equilibrio se encuentre en constante evolución. Es inevitable que exista una visión antropocéntrica de la naturaleza, y por ello es tan importante cuidarla y custodiarla.
Nuestras relaciones interpersonales serían mucho más democráticas si tuviéramos más consideración con el mundo no humano, llámese ecología o naturaleza. ¿Quién soy yo como persona en una sociedad que se alimenta de animales?
El nexo entre los derechos de los animales y la crisis climática está ganando terreno en el ámbito del ecologismo y nos obliga a reimaginar nuestra relación con los seres que no son humanos. ¿Deberíamos hacer lo mismo con los árboles y los bosques?
Se trata de una analogía acertada porque cuando los seres humanos se relacionan entre sí involucrando a otros seres no humanos, como animales o árboles, sus interacciones no son las mismas. Nuestras relaciones interpersonales serían mucho más democráticas si tuviéramos más consideración por al mundo no humano, llámese ecología o naturaleza. ¿Quién soy yo como persona en una sociedad que se alimenta de animales? Por otra parte, no pretendo vincularme directamente con los árboles o los animales, ni concederles un estatus equivalente al de los seres humanos. Me parece absurdo.
En cambio, ¿no deberíamos considerar a los árboles como sujetos de derecho en el marco del problema que plantea el megaincendio?
No lo considero así. Los megaincendios no son seres sino consecuencias, al igual que los animales que criamos para alimentarnos. En primer lugar, debemos examinar el marco interhumano de la cuestión. Yo no suscribo la hipótesis Gaia, sino que pienso como Noé, que no concedió derechos a los animales, pero sí los acogió en su arca e hizo lo que Dios le ordenó. Tengo mis dudas sobre el hecho de conceder el estatuto de sujeto a seres que no se consideran como tales. Corremos el riesgo de recaer en la misma idea que nos hace perder la razón, la idea de que para respetar a todos los seres y conectar con ellos es necesario considerarlos como iguales e idénticos. En vez de eso, habría que incorporar esta pluralidad a nuestras relaciones y eso es lo que propuse en La démocratie aux champs (La democracia en el campo). Es absurdo conceder derechos a las lombrices. Cultivar la tierra supone escuchar a la naturaleza, cuidarla, observarla sin destruirla y garantizar que se den las condiciones necesarias para su supervivencia. Podemos hacer todo esto sin recurrir a la ley.
¿Cuál es el mensaje principal de tu libro?
Sostengo que para salvar los bosques hay que valorar, comprender e identificar los medios para cuidar de la naturaleza, además de prohibir las actividades que contribuyen al calentamiento global y que destruyen los bosques y los hacen vulnerables. En definitiva, hay que limitar la actividad de las grandes multinacionales. También deberíamos replantearnos nuestra visión romántica y contemplativa de la naturaleza.
Un mensaje importante desde el punto de vista político es que hay que dejar de pensar que las soluciones vendrán desde arriba y que es necesaria una clase experta que asesore a quienes toman las decisiones. Esta idea de la experiencia ha aislado a la sociedad civil y le ha privado de su derecho a expresarse. Hace años que a los pequeños agricultores se les considera unos patanes y unos don nadies. Ahora nos damos cuenta de que las personas que han sido subestimadas son las más indicadas para encontrar las soluciones adecuadas.
El descubrimiento tardío de los antiguos saberes forestales es de suma importancia desde el punto de vista político pues es precisamente ahí donde se hallan las soluciones más apropiadas para cada zona. El incendio es un fenómeno global, pero las soluciones han de ser locales. El libro parte de esta relación resituada (sobre el terreno, entre el ser humano y el bosque) y la convierte en un marco, un paradigma de la mejor forma de habitar el planeta y de distribuir el trabajo en torno al bosque.
Para ello habrá que adoptar una visión política común. ¿No cabría pensar también en una política forestal de ámbito comunitario, en el seno de la Unión Europea?
Europa está llamada a desempeñar un papel fundamental a la hora de atajar los principales focos del calentamiento global (como el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero), unos focos a los que es casi imposible hacer frente de forma individual o en grupo. En Francia, la Oficina Nacional de Bosques y los organismos que se ocupan de su gestión dependen del Ministerio de Agricultura. Esto plantea un auténtico problema, ya que el Ministerio de Agricultura lleva un gran retraso en lo que se refiere a la transición ecológica. La gestión de los bosques debería transferirse al Ministerio de Medio Ambiente.
En la Amazonía ha sucedido algo interesante. El ex presidente brasileño Jair Bolsonaro considera la selva como propia, y lo mismo ocurrió con el presidente Suharto en Indonesia, que vendió “su” bosque en Sumatra a la empresa surcoreana Daewoo. Estos jefes de Estado de corte neofascista en mayor o menor medida se consideran los dueños y señores de sus países y, como tales, los venden al mejor postor.
Los Estados, que supuestamente han de proteger el interés público, deberían seguir el planteamiento de Elinor Ostrom y empezar a considerar los bosques como parte de nuestro procomún
Es imprescindible desarrollar una política europea que reconozca los bosques como un bien común que hay que preservar. También debería existir una política de protección de los bosques frente a las plantaciones que no sean adecuadas. Los Estados, que supuestamente han de proteger el interés público, deberían seguir el planteamiento de Elinor Ostrom y empezar a considerar los bosques como parte de nuestro procomún.
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Aunque sin duda bienintencionada la autora y con el mérito de señalar uno de los grandes problemas del colapso eco-social en marcha, es una lástima que no sea capaz de salir del estrecho marco del antropocentrismo (y el eurocentrismo) y no asuma el cambio drástico que ha supuesto el umbral que hemos atravesado a nivel climático y estructural: la vieja gestión campesina de los recursos forestales no volverá, ya el sólo hecho de llamarlo recursos es un índice del error en que persistimos. La 'madera muerta' no es un problema en los bosques, es un recurso para reiniciar la sucesión ecológica, los bosques no son un procomún para los humanos sino una comunidad compleja de la que tenemos que aprender mucho (biomimésis) y sí: si no somos capaces de desprendernos de los sesgos extractivistas y depredadores implícitos en el exclusivismo humano lo mejor es que dejemos a los bosques y la naturaleza en paz. Estos enfoques en el fondo productivistas e instrumentales tan caros a las ingenierías forestales y de montes neodarwinianas y capitalistas contienen recetas inútiles y perjudiciales para la situación catastrófica que atravesamos... Necesitamos otra visión menos prepotente, menos egoísta, más humilde para aprender de la naturaleza y sus procesos de reparación y adaptación... Y eso es lo que plantea la Teoría de Gaia, que no hipótesis (al igual que no hablamos de hipótesis de Darwin-Huxley), hace bien la entrevistada en desmarcarse de ella, porque efectivamente aunque diagnóstica bien el problema no es capaz de dar con una solución al seguir en un marco caduco de pensamiento. Escribo esto desde una montaña en que he asistido al 'abandono' por parte de los humanos, se fueron los agricultores y los rebaños, se fueron los taladores de árboles, los que quemaban y sonrepastoreaban, los que erosionaban... Y en unas pocas décadas el bosque ha recuperado terreno y protegido-creado suelos y fertilidad, ha fijado millones de toneladas de CO2, ha aumentado la biodiversidad, ... Es verdad que es más vulnerable a la posibilidad de que algún psicópata le meta fuego, pero eso no se soluciona 'gestionando' el bosque (desde esa prepotencia del homo capitalista que cree saber más que Gaia) sino 'gestionando' las sociedades humanas, sus sesgos extractivistas y su enfermedad mental individual y colectiva...