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Green European Journal
Al límite: la salud mental de los agricultores europeos en el punto de quiebre
“Estoy en el peor estado psicológico en el que haya estado nunca. Me siento insegura y tengo deudas”, dice Maria Vardouli, de 30 años, una de las pocas mujeres agricultoras de la región de Tesalia, en la Grecia central, conocida como el “granero” del país.
Vardouli dejó la fisioterapia en 2019 y desde entonces cultiva legumbres, espinacas, tomate y algodón en la tierra de su padre. A través de un programa europeo, consiguió financiación para invertir en su negocio, con la condición de trabajar exclusivamente en la agricultura hasta 2027. Lo que no podía prever era cómo acabaría el año pasado.
En septiembre de 2023, lluvias torrenciales azotaron el centro del país y provocaron inundaciones que sumergieron pueblos enteros y destruyeron cultivos y equipos agrícolas. Desde entonces, casi 50.000 hectáreas han permanecido bajo el agua. Cinco meses después, los campos de Vardouli todavía estaban cubiertos de barro y escombros. Después de las inundaciones, la mujer experimentó un estrés extremo y trastornos psicosomáticos. No es la única. La mayoría de las personas entrevistadas que trabajan en agricultura reportaron insomnio, pesadillas relacionadas con el agua y la lluvia y un sentimiento de desesperación. Según Eurostat, en 2020 las fincas agrícolas gestionaban el 46,4% de la superficie de la UE. A medida que los impactos del cambio climático se intensifican en Europa, los agricultores están sintiendo las consecuencias.
Durante ocho meses, un equipo de seis periodistas profundizó en los impactos del cambio climático en la salud mental de estos profesionales en Grecia, España, Rumania, Chequia y Polonia. A través de entrevistas a más de 50 agricultores, fuentes expertas en salud mental y especialistas en clima, y analizando los datos disponibles, las periodistas revelaron una realidad inquietante: los patrones climáticos extremos están cobrando un precio particularmente devastador entre los agricultores de los países más vulnerables de Europa. Y los gobiernos no parecen dispuestos a abordar esta preocupante realidad.
“Esto nadie lo puede sostener”
Un hombre golpea fuertemente el árbol con un palo mientras una máquina lo sacude, provocando que las aceitunas caigan sobre una red tendida en el suelo. “Es bueno para el estrés”, dice al terminar.
Ignacio Rojas, Nacho para los amigos, 46 años, es productor de aceite de oliva, cereales y pistachos en Jaén. Es responsable de los proyectos internacionales de Jaén para COAG, la organización profesional agrícola más antigua de España, y padre de una niña de siete años. Rodeado de olivos en la finca que su familia compró hace ochenta años, bajo un sol imponente que hace que la temperatura de la mañana otoñal alcance los 16 grados, explica el impacto de los inviernos secos de los últimos cinco años.
“Este año solo he cosechado un tercio de lo que suelo producir, y me genera ansiedad. He tratado de reducir el uso de agua y mitigar las malas cosechas. Hasta ahora, he podido soportar las pérdidas pidiendo financiación al banco, pero otro año así no lo puedo aguantar”.
Ignacio define el cambio climático como la guinda del pastel, “añade incertidumbre a una situación financiera ya incierta, y convierte algo que ya habíamos estado sufriendo en un problema estructural”. “En el olivar es habitual que un año produces y otro no. Ahora resulta que son dos años seguidos, y puede que tres. Esto nadie lo puede sostener”.
Vanesa Pérez: “Te sientes inútil, incapaz de mantener a tu familia. No poder prever lo que va a pasar puede llevar a frustración, ‘indefensión aprendida’ y depresión en cualquiera”
La superficie agrícola útil (SAU) de España representa casi la mitad del territorio. Pero el 75% de la tierra del país está en riesgo de desertificación debido a una combinación de lluvias irregulares, un aumento significativo de la temperatura y el maltrato a suelos y bosques. Muchas regiones también sufren “estrés hídrico”. Junto con Catalunya, Andalucía es la más afectada por la sequía.
Vanesa Pérez es una psicóloga rural de Beas de Segura, Jaén. Al igual que la mayoría de sus pacientes, viene de familia de agricultores. Explica que el hecho de que no haya cosecha o una tormenta son estresores importantes “que pueden potenciar la aparición de un trastorno mental, de una adicción”. “Te sientes inútil, incapaz de mantener a tu familia. No poder prever lo que va a pasar puede llevar a frustración, ‘indefensión aprendida’ y depresión en cualquiera”.
Diana Ürge-Vorsatz, profesora de Ciencias y Políticas Ambientales en la Universidad Centroeuropea (CEU) y vicepresidenta del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), confirma que, a nivel mundial, el Mediterráneo “es uno de los mayores perdedores en lo que respecta al cambio climático”. Según los informes, la frecuencia e intensidad de los fenómenos extremos en la región supondrán un aumento en la gravedad de los problemas mentales.
No solo el Mediterráneo
En los países examinados para esta investigación, las presiones económicas agravadas por las estrictas regulaciones de la UE ya tienen a los agricultores viviendo al filo de la navaja. Estos países representan más de la mitad del valor bruto agrícola de la UE (España es el cuarto país exportador de la UE y el séptimo del mundo). Según la Iniciativa de Adaptación Global de la Universidad de Notre Dame, están entre los peores de Europa en términos de vulnerabilidad al cambio climático y en capacidad de resiliencia.
Las personas que trabajan en agricultura en esos países también tienen que hacer frente a una falta crítica de apoyo a la salud mental. En las zonas europeas de altos ingresos, la investigación ha documentado un mayor riesgo de suicidio entre estos profesionales, pero a menudo esto se pasa por alto en otras partes de Europa. En ninguno de los países estudiados se han encontrado datos gubernamentales disponibles sobre la salud psicológica en las comunidades agrícolas, ni programas específicos para abordar su bienestar mental. Las periodistas intentaron entrevistar a fuentes de los ministerios de trabajo, salud, medio ambiente y agricultura, pero no tuvieron éxito.
Los testimonios entrevistados describen un mundo en el que las conversaciones sobre salud mental siguen siendo tabú y el apoyo se encuentra en la familia o en la comunidad. Pero el aflojamiento de los vínculos debido a la migración desde las zonas rurales les está sometiendo a una presión cada vez mayor. José Manuel del Barrio Aliste, profesor de Sociología rural de la Universidad de Salamanca, señala: “La emigración y el éxodo rural crean una crisis de desvalorización de los pueblos, cuyos protagonistas empiezan a preguntarse si realmente son importantes o no: con el tiempo se han levantado fronteras simbólicas entre los residentes nacidos en el medio rural y los de la ciudad”.
Según el Informe de síntesis de 2023 del IPCC, “los impactos del cambio climático en la salud están mediados por sistemas naturales y humanos, incluidas las condiciones y alteraciones económicas y sociales”. Ürge-Vorsatz explica: “Los impactos en nuestra salud, incluida la mental, se ven mitigados por muchas cosas. Si tienes acceso a sistemas de apoyo económico, te afectarán menos los fenómenos climáticos extremos, al igual que a tu salud mental. Y un buen sistema de salud ayudará a reducir los impactos del cambio climático en la salud mental”.
“Una sequía tras otra”
“Ya no puedo sembrar la tierra. El año pasado me dije que no podía seguir así”, lamentaba Daniela Dîrîngă, de 54 años, durante las protestas del sector que tuvieron lugar a lo largo de enero de 2024 en Afumati, cerca de Bucarest, Rumanía. Con el grito de guerra de los agricultores, “el futuro de nuestras hijas e hijos depende de nuestras acciones”, los agricultores protestaban contra el cambio climático y lo que consideran una falta de apoyo del Gobierno rumano y de la UE.
En Rumanía, las personas entrevistadas explicaron que enfrentan sequías extremas, retrasos en los subsidios, altos costos de los insumos y el colapso de los precios del cereal debido a la liberalización de las importaciones. Dîrîngă y su hermana cultivan 700 hectáreas de maíz, trigo, semillas de girasol y colza en Ianca, en el sureste de Rumanía. Allí, los grandes productores (los que poseen más de 100 hectáreas) controlan el 48% de las tierras agrícolas del país. En comparación, en España los grandes productores controlan el 58% de las tierras, pero la gran mayoría de los agricultores (77,29%) cultivan menos de 20 hectáreas.
Daniela Dîrîngă: “Las sequías vinieron una tras otra. Al final caí en depresión”
La producción agrícola de Rumanía convierte al país en un importante productor de la UE. Pero incluso los agricultores a gran escala como Dîrîngă ahora están endeudados. Para ella los últimos años han sido insoportables. “Las sequías vinieron una tras otra. Al final caí en depresión”. Dîrîngă se siente obligada a seguir cultivando y espera poder mejorar su sistema de riego, pero enfrenta dificultades para acceder a los fondos de la UE.
En Rumanía, los fondos de desarrollo rural favorecen las áreas cercanas a las urbes, descuidando las regiones más pobres con un importante potencial agrícola. Aunque haga -9ºC ese día de invierno, no es el frío lo que hace temblar las manos de Dîrîngă mientras recuerda ver marchitarse sus cosechas por el calor del verano de 2022. “Me quedé sin aliento. Es como ver tu casa quemada hasta los cimientos”.
¿Más estrés causado por la UE?
Los testimonios entrevistados atribuyeron sus mayores niveles de estrés a la burocracia y a los estrictos controles vinculados al acceso a los subsidios de la UE, y se quejaron de más presiones económicas provocadas por las regulaciones climáticas en virtud del Pacto Verde Europeo.
La Comisión Europea cedió en marzo y anunció que revertiría algunos de los objetivos ambientales de la Política Agrícola Común (PAC) 2023-2027. Los pequeños agricultores (dos tercios de todos los beneficiarios de subvenciones en el continente trabajan en menos de 10 hectáreas) estarán exentos de controles y sanciones.
La decisión de la Comisión se produjo días después de que la Agencia Europea de Medio Ambiente publicase su primer informe de evaluación de riesgos climáticos. Este señala: “Europa es el continente que se calienta más rápido del mundo; los riesgos climáticos están impulsados no solo por el aumento de los peligros climáticos, sino también por el grado de preparación de las sociedades para afrontarlos”, y declara que ni los riesgos climáticos ni las necesidades de adaptación son abordados adecuadamente por la PAC.
“¿Lo lograré, saldré adelante?”
Si no es una devastación exterior, es el caos de políticas variables, patrones climáticos e inestabilidad económica que se combinan para ejercer una presión cada vez mayor sobre los agricultores.
“Ya he tenido un ataque de nervios”, dice Maciej Mojzesowicz. “Están sucediendo demasiadas cosas a la vez”. Él cultiva colza, trigo y remolacha en 130 hectáreas cerca de Bydgoszcz, en el norte de Polonia. Ha lidiado con profundos períodos depresivos durante la última década, después de invertir demasiado en una granja que no siempre ha dado resultados.
Aunque le encanta trabajar la tierra, explica que el clima y la economía variables han hecho que las cosas sean imposibles de gestionar. El pozo que utilizó para regar sus campos durante 25 años está completamente seco. En marzo, su esposa le arrojó una piedra y esta rebotó en el fondo. Unos años antes, los mismos campos se habían inundado.
“Siempre tuvimos altibajos, pero al final salíamos adelante. Pero ahora tengo este sentimiento persistente: ¿lo lograré, saldré adelante? Es como ver las agujas que trazan tu ritmo cardíaco subiendo y bajando”.
Según Estadísticas de Polonia, el precio medio del trigo cayó un 28,5% de 2022 a 2023. Para Mojzesowicz, la caída fue aún mayor. “Normalmente recibo 280 euros por tonelada de trigo. El año pasado recibí 145, mientras que el fertilizante cuesta 375 euros la tonelada. Ya tengo una deuda de 420.000 euros. No puedo planificar nada”, lamenta.
“Aún no me he quemado”
Mirando por la ventanilla del coche, parece más primavera que pleno invierno en el sur de Moravia.
“Este lugar, antiguamente conocido como la región más fértil de Chequia, está cambiando hasta volverse irreconocible”, afirma Miroslav Trnka, director del Instituto de Investigación sobre Cambio Global de la Academia Checa de Ciencias. “Antes considerábamos prácticamente imposible tener entre 30 y 45 días tropicales al año. Hoy es la norma en la región”.
Libor Kožnar, agricultor ecológico de 40 años, trabaja aquí. Comenzó a cultivar en 2017 cuando, después del fallecimiento de su madre, decidió regresar a casa tras una carrera en los Estados Unidos. Su finca, de 11 hectáreas, es de semisubsistencia. En Chequia hay muchos como él. Aunque el 86% de las tierras agrícolas del país son propiedad de grandes empresas, más del 55% de los agricultores son pequeños.
Libor Kožnar: “Pienso en todas las cosas que tengo que hacer, cómo estará el tiempo mañana, qué puede matar mis cosechas y no puedo dormir. Normalmente tengo que tomar una pastilla”
Libor considera la burocracia asociada a la recepción de subsidios “terriblemente incómoda y extremadamente estresante”. Cuenta que sufre ansiedad y miedo porque cualquier error podría costarle el acceso a las subvenciones y, sin ellas, su explotación no podría funcionar.
El hombre se despierta a las seis de la mañana, se pone ante el ordenador y revisa su correo electrónico. A las siete está en el campo. Trabaja dieciséis horas, cada día. Después, se entierra bajo los documentos necesarios para acceder a los subsidios. Se acuesta a medianoche.
“Pero pienso en todas las cosas que tengo que hacer, cómo estará el tiempo mañana, qué puede matar mis cosechas y no puedo dormir. Normalmente tengo que tomar una pastilla”. Afirma que no encuentra tiempo para mantener una vida social, y vive solo. “Pero todavía no me he quemado”, añade con orgullo.
Resistir para sobrevivir
Al igual que varias de las personas entrevistadas, Ignacio Rojas venía de otro ámbito profesional. Al principio, tuvo que enfrentar algunos de los factores de riesgo más comunes que experimentan los agricultores en términos de bienestar: el aislamiento y la soledad. Durante años, tuvo problemas de sueño, de digestión y cambios de humor.
Su experiencia personal, compartida por agricultores de toda Europa, lo impulsó a participar en FARMRes (Recursos de asistencia a los agricultores para la resiliencia mental), un proyecto financiado por la UE que tiene como objetivo crear conciencia sobre los problemas de salud mental entre los agricultores y sus familias.
En Chequia, Libor Kožnar ha encontrado consuelo en compartir sus preocupaciones y soluciones con otros agricultores orgánicos. El hombre destaca los beneficios terapéuticos de la agricultura apoyada por la comunidad, una que implica que los consumidores urbanos paguen por adelantado los productos orgánicos de temporada y compartan con quienes producen tanto la cosecha como los desafíos que plantea el clima. A pesar del estrés ocasional generado por cumplir con las expectativas, valora mucho la solidaridad y la participación comunitaria que fomenta.
Rosa Cots y Jordi Rubiol, pareja desde la adolescencia, cultivan unas 30 hectáreas de cereales y pasturas (mayoritariamente eco) en Ivars d’Urgell, Lleida. Sentadas bajo un frondoso albaricoque en su finca, comparten las estrategias de resistencia que les han permitido cuidar de su bienestar mental ante la incertidumbre: “Siempre tenemos cubiertas una o dos campañas, diversificamos los cultivos, trabajamos en equipo y creemos fuertemente en lo que hacemos”.