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Green European Journal
Una política sin remordimientos: los peligros de la militarización climática
Los países europeos se enfrentan a profundas desigualdades sociales y a impactos cada vez más vertiginosos a la vez que han de mitigar y adaptarse al cambio climático. Las medidas de mitigación más ambiciosas abordan directamente el extractivismo de los combustibles fósiles, suscitando una contraofensiva tanto en Europa como en el resto del mundo. Es por esta razón que las políticas de adaptación se han centrado mayormente en cómo convivir con los efectos del cambio climático, como ya quedó patente en la Estrategia de adaptación de la Unión Europea de 2021.
Sin embargo, las políticas de adaptación al cambio climático son más complejas de lo que parece y se entremezclan con relaciones desiguales de poder, inestabilidad e injusticia. ¿Qué conocimientos, incluyendo los saberes indígenas, predominan en las respuestas de adaptación europeas? ¿Quién tiene la responsabilidad de financiar estas medidas de adaptación y cómo se corresponden estas responsabilidades con la distribución desigual de las emisiones de gases invernadero tanto históricas como actuales? ¿Hasta qué punto pueden intervenir las partes más afectadas por el colapso climático en las políticas de adaptación y la toma de decisiones?
Los debates sobre la adaptación climática y la seguridad se suelen centrar en las implicaciones de las consecuencias climáticas en materia de seguridad como, por ejemplo, los peligros que supone la subida del nivel del mar para la integridad territorial o los peligros de los fenómenos meteorológicos extremos para las infraestructuras básicas.
La narrativa de que los “refugiados climáticos” se ven desplazados a causa de los “conflictos climáticos” que tienen lugar en el sur global reproduce estereotipos colonialistas.
En principio, las políticas de adaptación pueden mitigar los riesgos para la seguridad climática, como es el caso del impacto que provocan las inundaciones sobre la infraestructura de transporte. Sin embargo, en ocasiones no queda claro quién o qué es el “referente” vulnerable al cambio climático. Según el contexto, podría ser un Estado-nación o una región, una infraestructura básica, una población de seres vivos (incluyendo a los humanos), el planeta y ecosistemas concretos, u otros referentes potenciales de seguridad.
Debido a la urgencia por adaptarse al cambio climático en todo tipo de escalas geográficas, y por combatir los efectos a diferentes niveles locales, las medidas de seguridad eurocéntricas basadas en el Estado constituyen una amenaza para llevar a cabo una adaptación justa y transformadora. Es más, si las medidas de adaptación se combinan con discursos sobre “la migración y los conflictos climáticos” peligra que se empleen como excusa para aumentar la militarización y el control de fronteras, con lo que el cambio climático solo engendrará aún más violencia.
La migración como una forma de adaptación al cambio climático
Las repercusiones del cambio climático sobre la movilidad humana son uno de los puntos principales en el debate sobre seguridad climática. Han surgido muchos discursos en el contexto europeo sobre el impacto del cambio climático en la migración. Uno de ellos gira en torno a los peligros para la seguridad humana y la vulnerabilidad de las personas desplazadas por factores relacionados con el clima. El término “refugiados climáticos” aparece con frecuencia en este sentido. Otro discurso subraya los peligros que los migrantes climáticos entrañan para la seguridad de los Estados, haciendo hincapié en los riesgos a los que se exponen los países europeos que los reciben.
La migración también se ha planteado como una forma de adaptación al cambio climático. La migración es una actividad humana habitual que responde a numerosos motivos, como el riesgo climático. Las personas se adaptan al cambio climático mediante la libre elección de trasladarse a otro lugar.
La percepción de que los migrantes climáticos del sur global “amenazan” las fronteras de Europa es compatible con la agenda ideológica de extrema derecha
El discurso de la migración como adaptación ha sido criticado por su actitud neoliberal, resaltando a veces “la elección individual”, sobre todo en ocasiones en las que se plantea que la migración aprovecha las oportunidades económicas del mercado internacional. Aunque este discurso se erige sobre un concepto diferente de la agencia humana, no siempre cuestiona las estructuras del capitalismo global que cimentan el colapso climático, por no mencionar la responsabilidad de los Estados de proporcionar seguridad a las comunidades afectadas por el cambio climático.
Una respuesta militarizada
Estos discursos no se excluyen mutuamente y permean todo el espectro de actores políticos de Europa en múltiples sentidos. La extrema derecha europea siempre se ha mostrado escéptica acerca de la existencia del colapso climático, negando el hecho de que la Tierra se está calentando, desmintiendo que esto guarde relación con actividades antropogénicas, o rebatiendo la necesidad de políticas para afrontar el problema. Las medidas de mitigación han sido desestimadas por ser demasiado costosas, impuestas por “élites globales externas”, e injustas y perjudiciales para la economía de las comunidades de la clase obrera. El cambio climático, un fenómeno fundamentalmente transnacional que requiere de solidaridad internacional, amenaza a los nacionalismos que priman los intereses de un Estado-nación con unas fronteras celosamente protegidas.
La percepción de que los migrantes climáticos del sur global “amenazan” las fronteras de Europa es compatible con la agenda ideológica de extrema derecha. Al examinar los informes elaborados por 22 partidos de extrema derecha europea, Joe Turner y Dan Bailey detectaron un giro discursivo hacia lo que ellos denominan ecobordering (neologismo que combina las palabras que aluden a la política de fronteras y a la ecología). Los partidos de extrema derecha europea están tachando a los migrantes de “vándalos medioambientales” y “saqueadores” que degradan el medio ambiente y agotan sus recursos nacionales en sus países de procedencia, culpando así al sur global del deterioro ecológico que causa la sobreexplotación. Su discurso racializado ofrece una justificación para reforzar los controles de fronteras y minimizar la responsabilidad que el contaminante e industrial norte global y la economía capitalista mundial tienen por ser factores estructurales del cambio climático
El profundo apego de los agentes neofascistas de extrema derecha hacia el capitalismo y el extractivismo fósil confluye con la afirmación de que la migración climática podría ser cooptada e integrada en una política nacionalista, racista y antimigratoria. Y, lo que es más importante, este movimiento no precisa que los partidos de extrema derecha acepten que el colapso climático tiene causas antropogénicas. Si se considera un tipo de respuesta adaptativa, estos actores políticos sólo tienen que aceptar que el clima está cambiando y que eso va a afectar a la movilidad humana.
Esta agenda excluyente también concuerda con “Fortaleza Europa”, un término que refleja el violento aparato militar fronterizo de la Unión Europea. El control de las fronteras de la Unión Europea se ha ido “extendiendo” hacia África en las últimas dos décadas, incluyendo varios pactos migratorios con otros países como Túnez, Mauritania y Marruecos. Jürgen Scheffran y sus compañeros han recalcado cómo los programas de desarrollo en África podrían ayudar a promocionar una fórmula de “adaptación para prevenir la migración”. En este caso, las estrategias de adaptación al cambio climático se convertirían en una especie de control de inmigración, en una manera de reprimir la migración en lugar de concebirla como una respuesta adaptativa positiva.
La UE ha roto con los precedentes históricos al acordar el desembolso de 11.100 millones de euros destinados a las fuerzas armadas ucranianas, incluyendo el suministro de armas en el marco del Fondo Europeo para la Paz
Los medios muestran titulares como “La crisis de los refugiados climáticos está llegando a las costas europeas” y “Tenemos que prepararnos para migraciones climáticas masivas”, pintando un panorama en el que un gran número de migrantes climáticos provenientes del sur global llegan a Europa huyendo de la escasez de recursos, de los desastres y los conflictos. Diversas estimaciones han respaldado este tipo de argumentos, desde la infame declaración del biólogo Normal Myers de que habría 200 millones de refugiados climáticos para 2050, hasta el informe de Christian Aid de 2007, titulado “La marea humana: la verdadera crisis migratoria”, donde se afirmaba que mil millones de personas podrían verse desplazadas internamente para 2050.
Chris Methmann y Delf Rothe analizaron cómo los informes de las ONG, los medios y las publicaciones web relacionadas con el cambio climático y la seguridad describían la región MENA (Medio Oriente y Norte de África), demostrando que la región es considerada como un espacio de riesgo para la seguridad transnacional. Las personas que aparecen en las imágenes de estos documentos son en su mayoría personas de color, con mujeres y niños en roles pasivos y domésticos. Los “refugiados climáticos” se representan casi siempre de forma ambivalente, como si estuvieran en peligro a la vez que constituyen un peligro. Por un lado, son vulnerables y se han visto desplazados forzosamente, y, por otro lado y en algunos casos, podrían desestabilizar socialmente a los países que los reciben.
Fraguar una narrativa en la que los “refugiados climáticos” se ven desplazados a causa de los “conflictos climáticos” que tienen lugar en el sur global reproduce unos estereotipos neomalthusianos, racializados y colonialistas alrededor del “terror climático” que está llegando a las fronteras de Europa. Este tipo de discursos perpetúan una concepción alarmista y distorsionada de la migración climática cuando lo cierto es que gran parte de la literatura académica evidencia que el desplazamiento climático es principalmente interno y multicausal y que resulta difícil apuntar al cambio climático como factor causal de la movilidad humana. Esta caracterización también es susceptible de ser objeto de apropiación política por parte de Estados europeos que adoptan una postura hostil ante políticas de migración más justas y humanas.
“Conflicto climático”
Existe mucha literatura académica y política que explora el potencial de los “conflictos climáticos” en el contexto del colapso climático. Se han propuesto varios casos de conflictos que ya están vinculados al cambio climático antropogénico, como la violenta inestabilidad en la cuenca del lago Chad y, sobre todo, el conflicto sirio.
La guerra civil siria estalló a principios del 2011 después de que el Gobierno de Assad reprimiese las protestas por la democracia derivadas de la Primavera Árabe. Varios estudios aseveran que una sequía que asoló el norte y el noreste de Siria entre 2006 y 2010 (probablemente provocada por el cambio climático) agravó la precariedad alimentaria y de los medios de subsistencia en el país, lo cual causó una migración del campo a la ciudad, hacia ciudades como Damasco y Homs, en Siria occidental. Hay quien sostiene que esta migración también acentuó la inquietud social que acabó desembocando en las manifestaciones que tuvieron lugar a principios del 2011.
Existe el riesgo de que el discurso a favor de la securitización del cambio climático empuje a Europa y a otros países a adoptar una actitud cada vez más militarizada
Esta narrativa ha sido duramente criticada y varios estudios académicos han señalado cómo otras causas como la liberalización de los precios del combustible o la mala gestión de los recursos de agua subterránea han afectado a la Siria rural en temas de sustento. Por lo general, la literatura académica en torno al cambio climático se ha mantenido cautelosa, sin arriesgarse a especificar hasta qué punto los factores climáticos han influido en la dinámica que subyace a los conflictos.
Pese a esta advertencia, existe el riesgo de que el discurso a favor de la securitización del cambio climático empuje a Europa y a otros países a adoptar una actitud cada vez más militarizada ante los “conflictos climáticos” del mundo. Un gran número de ejércitos ya han adoptado el lenguaje de la seguridad climática, tal y como reflejan tanto el crecimiento de las estrategias de defensa nacional en los debates sobre los riesgos climáticos como los planes de adaptación climática elaborados por ejércitos preocupados por los impactos que el colapso climático podría tener sobre sus operaciones y sus activos.
Los ejércitos ya figuran entre los mayores emisores de gases de efecto invernadero del mundo, con una huella ecológica que se extiende a todo el ámbito de las operaciones y la logística militares.
Esta tendencia hacia la militarización también se está propagando por algunos de los principales partidos verdes europeos, muchos de los cuales surgieron de movimientos pacifistas y compartían intereses en materia de derechos humanos. El partido gobernante alemán Bündnis 90/Die Grünen ha respaldado el envío de armas a Ucrania, Groenlinks-PVDA de los Países Bajos apoya el cumplimiento del objetivo del 2 % del PIB de la OTAN, y el Partido Verde de Inglaterra también ha mostrado su apoyo al envío de armamento de las fuerzas de defensa de Ucrania.
Ante la amenaza de Rusia a Europa y la perspectiva de la retirada del apoyo estadounidense a la OTAN si Donald Trump gana unas segundas elecciones, esta tendencia a aumentar el gasto en defensa y militarización no muestra visos de remitir. Los ejércitos ya figuran entre los mayores emisores de gases de efecto invernadero del mundo, con una huella ecológica que se extiende a todo el ámbito de las operaciones y la logística militares.
Si a esto se le añade el discurso alarmista de los conflictos violentos inducidos por el cambio climático, esta situación genera un riesgo real de que la militarización se consolide como una forma de adaptación climática. Probablemente, la militarización de la adaptación climática no sólo acentuaría aún más la devastación ecológica provocada por las actividades militares, sino también el riesgo de violencia armada en respuesta a los llamados “conflictos climáticos”.
¿Resistencia a una adaptación militarizada?
Hoy en día, las repercusiones de la violencia militarizada son más que palpables en el mundo, desde las atrocidades del Gobierno israelí en Gaza hasta los horrores de la invasión rusa en Ucrania. En su informe sobre el potencial de una política exterior feminista para la UE, Nina Bernarding y Kristina Lunz identifican el cambio climático como un “multiplicador de amenazas”, que exacerba los peligros para la seguridad de “los seres humanos, las sociedades y los Estados”. Si la militarización continúa, las políticas de adaptación climática podrían convertirse en un “multiplicador de amenazas” en Europa y alimentar el régimen fronterizo de la “Fortaleza Europa”.
Para que las políticas europeas de adaptación al cambio climático eviten el riesgo de militarizarse, es necesario que activistas, políticos y responsables políticos rechacen la narrativa securitizada de que la migración climática y el “conflicto climático” constituyen una amenaza para las fronteras de Europa. En su lugar, las políticas de adaptación deben basarse en principios de justicia climática interseccional y en la protección de los derechos humanos en un mundo acechado por el cambio climático.